Advertencia | Una proposición | Dos ruegos y una dedicatoria | Introducción | El mensaje de los masoretas | El libro del Éxodo | La verdad y la mentira | La regla de oro |
José-Carlos Moratilla Cosmen, culpable y disculpable autor de este ensayo, después de manifestar su gran extrañeza al conocer que usted ha aceptado las sugerencias efectuadas al finalizar la portada, desea informarle que: En su voluntad de comunicar su pensamiento, está haciendo uso de su libertad y de su derecho a pensar. Pero, al mismo tiempo, y por su parte, el lector, que lógicamente disfruta de esa misma libertad e idénticos derechos, también está en disposición de pensar y, por supuesto, de seleccionar la información que desea recibir.
A esto último, al derecho de elegir la información que desea recibir, es a lo que quiero referirme en esta advertencia:
En los estudios e interpretaciones de asuntos sobre religiones y creencias, es muy importante, casi definitivo, tener en consideración las convicciones del autor. Es por esta razón por lo que me parece que se debe hacer constar que:
En los estudios e interpretaciones de asuntos sobre religiones y creencias, es muy importante, casi definitivo, tener en consideración las convicciones del autor. Es por esta razón por lo que me parece que se debe hacer constar que:
El autor del presente trabajo sólo cree en los dioses falsos.
A esta afirmación, y porque reconozco que las mayoría de las personas desearían creer, quiero añadir que, acertado o equivocado, es muy posible que nadie tenga la menor atribución para romper un bello sueño o para sembrar dudas en las legítimas creencias y esperanzas de muchos hombres. Por lo tanto, si usted es una persona que siente necesidad de creer en un dios protector; si forma parte de aquellos que en Éx. 32, 1 piden a Arón: Haznos un Dios que vaya delante de nosotros; incluso, si es de aquellos otros que se proclaman ateos convencidos y practicantes, pero que finalizan su declaración con el manoseado: yo no creo en Dios pero pienso que algo hay, desde aquí, desde estas líneas iniciales, le sugiero que no lea ni una sola palabra más:
Este estudio no está dirigido a usted.
No obstante, y como ya he dicho, usted es dueño de su libertad y titular de su derecho; así que: sírvase usted mismo.
Y en esta misma línea de libertades y derechos, también quiero añadir que:
Y en esta misma línea de libertades y derechos, también quiero añadir que:
Al autor de este estudio no le interesan, en absoluto, las opiniones en contra de las teorías que aquí se exponen.
Con seguridad, estas últimas palabras van a ser consideradas como prepotentes, altaneras, arrogantes y algunos otros calificativos menos cariñosos -y es muy posible que con todo merecimiento-, pero en este caso, esa apreciación no se ajustará a la realidad. La única razón que propicia ese parrafito, es una decidida intención de no entrar en polémica con quienes han afirmado o consentido una información que, entre otros muchos disparates, asegura que Yavé-Dios mató miles de niños. (Éx.12, 29 y 30)
Y aquí finaliza esta necesaria ADVERTENCIA. De usted dependerá si desea seguir adelante, o decide 'pasar' de este extraño conjunto de interpretaciones y teorías.
Y aquí finaliza esta necesaria ADVERTENCIA. De usted dependerá si desea seguir adelante, o decide 'pasar' de este extraño conjunto de interpretaciones y teorías.
UNA PROPOSICIÓN
Por lo que veo, ha decidido usted continuar con la lectura de este ensayo. Está usted en su derecho, y yo, ni le felicito ni le censuro.
Pero ya que está aquí, creo que sería conveniente para usted, aunque por supuesto no resulte imprescindible, que colaborase aceptado una fácil propuesta para la mejor comprensión del contenido de este trabajo. Para ello solamente debería admitir que:
Por lo que veo, ha decidido usted continuar con la lectura de este ensayo. Está usted en su derecho, y yo, ni le felicito ni le censuro.
Pero ya que está aquí, creo que sería conveniente para usted, aunque por supuesto no resulte imprescindible, que colaborase aceptado una fácil propuesta para la mejor comprensión del contenido de este trabajo. Para ello solamente debería admitir que:
“Algo” de excepcional importancia ocurrió en el Sinaí hace más de tres mil años. ¿Podría usted aceptar, sencillamente, que en aquellos tiempos y en aquellos lugares, sucedió “algo” asombroso? ¿“Algo” que ha dado motivo a los más extraordinarios relatos en las Sagradas Escrituras?
Si usted ha dado su consentimiento a esta propuesta, felicitese; aunque sólo sea por la libertad de su mente. Y haciendo uso de esa libertad, cuando en el trascurso de la lectura de este ensayo intentemos identificar ese “algo”, deberemos tener en consideración la axiomática afirmación de W. Ockham:
“Entre dos explicaciones posibles para un mismo hecho, escojamos siempre la más sencilla”.
Primer ruego:
Por favor: que levanten la mano aquellos que sean capaces de creer que un Dios desciende de los cielos para ayudar a los hebreos en su lucha contra los egipcios, y que, para realizar esa misión, se ve en la necesidad de matar niños. (Éx. 3, 7-9; 11, 4-5; 12, 29-30)
Muchas gracias.
Usted, el señor que ha levantado la mano, ya puede bajarla.
Segundo ruego:
Ahora, que levantan la mano aquellos que sean capaces de creer que un Dios desciende de los cielos, y ordena que se construya un baúl, una mesita para meriendas, una caprichosa lámpara, un incensario con perfumes y aceites, una barbacoa, un pilón y unas ostentosas vestiduras para el sumo sacerdote. (Éx. 25 y 31)
Muchas gracias.
Usted, el señor que por segunda vez ha levantado la mano, ya puede bajarla.
La dedicatoria:
Este trabajo está dirigido y dedicado a todos aquellos que no han levantado la mano.
Pero con independencia de advertencias, propuestas, ruegos y selectivas dedicatorias, este insólito estudio monográfico requiere, inexcusablemente, de una introducción que facilite una breve reseña del fundamento de las teorías en él depositadas; y más que nada, para que proporcione una sencilla clave que ayude a conseguir una adecuada interpretación de algunos de los discrepantes comentarios y conclusiones que estas páginas contienen.
A muchas personas recelosas, o al menos escasamente crédulas ––entre los que yo me incluyo––, se nos dibuja una mueca escéptica cuando se aborda un tema al que con frecuencia aludimos como el de los verdes marcianitos. Yo, y lo digo con la mayor sinceridad, no creo en una sola de las supuestas apariciones de OVNIS. Me refiero, naturalmente, a las apariciones registradas en los últimos tres mil años.
No obstante, habida cuenta del inmenso e inimaginale número de estrellas y planetas que se encuentran en los millones de galaxias, pocas personas pueden dudar de la posiblidad de vida inteligente. Posibilidad y probabilidad, que han sido aceptadas por una notable cantidad de acreditados investigadores.
Por estas dos razones que nos advierten sobre el exceso de imaginación de los hombres y, que al mismo tiempo, nos invitan a recordar que en el cielo hay muchas más estrellas que aquellas que divisamos a simple vista, es por lo que propongo esta alternativa:
Olvidemos los ovnis pero aceptemos que, tal vez nosotros, los hijos del hombre, no seamos las únicas inteligencias del universo.
Mucho tiempo después de los sucesos del Sinaí ––de ese “algo” al que he aludido––, un selecto grupo de eruditos y estudiosos de las Sagradas Escrituras, se dedicó a organizar sus antiquísimos textos. Esos documentos ––unos conocidos y otros secretos––, recogían aquellos importantísimos acontecimientos acaecidos siglos atrás.
Esos ilustrados hebreos, conocidos como masoretas, reunieron los dispersos escritos que la cultura mosaica había ido atesorando en el transcurso de su dilatada y azarosa existencia. Después, esos textos fueron recopilados en libros y desglosados en capítulos, que a su vez, quedaron delimitados y numerados en versículos.
Y ésta es la primera de las muchísimas preguntas que nos planteamos en este estudio:
¿Qué mensaje quisieron transmitirnos los sabios masoretas cuando, para adjudicar un versículo a las palabras más identificativas de aquel “ser” que se presenta ante Moisés, designaron el número más universal? Un número que rige en la totalidad del cosmos.
Desde el principio del Pentateuco se habla de Dios, pero sólo registraron el nombre que él mismo se dio, en uno de los “cinco libros”: El Libro del Éxodo. Y esa identificación de la "divinidad", no lo incluyeron ni en el primero ni en el segundo capítulo de ese libro; aguardaron hasta el tercero, para señalarlo en dos versículos:
Desde el principio del Pentateuco se habla de Dios, pero sólo registraron el nombre que él mismo se dio, en uno de los “cinco libros”: El Libro del Éxodo. Y esa identificación de la "divinidad", no lo incluyeron ni en el primero ni en el segundo capítulo de ese libro; aguardaron hasta el tercero, para señalarlo en dos versículos:
Éxodo 3, 14-15.
(14) Y Dios dijo a Moisés: “Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy (el que es) me manda a vosotros” (15) Y prosiguió: “... Este es para siempre mi nombre...”
Por poner un ejemplo:
Si usted, mi respetado lector, se encuentra algún día viajando por la inmensidad del cosmos, y para identificarse y dar señal inequívoca de su inteligente existencia en el universo, precisa utilizar un número, mi sugerencia sería que se decidiese por PI. En cualquier mundo, por muy alejado que se encuentre de nuestro sistema solar, la relación entre la longitud de una circunferencia y su diámetro será 3,1415...
Por supuesto, que esa asignación del número PI en el Libro del Éxodo, puede resultar una simple coincidencia; sin embargo, cuando en las Escrituras leemos, entre muchos otros, los episodios de la luz en la zarza, la columna de nube y fuego, el tronar de la gloria y el resonar de las trompetas, la auténtica travesía de los cenagales del mar Rojo, la verdadera finalidad del maná, el propósito de los ácimos, la entrega del documento-testimonio, el temible arca, la enigmática forma de los querubines del propiciatorio, el enorme reborde de la mesa de los panes, el caprichoso y superfluo candelabro, los dos altares con sus llamativos cuernos, la extraña pero adecuada vestimenta del sumo sacerdote y, sobre todo, cuando nos detenemos en el estudio del verdadero comportamiento de aquellos “seres”, que no se muestran ante los ojos de los hombres, y con los que sólo se puede hablar mediante cita previa, el asunto deja de presentarse como una serie de extrañas y absurdas coincidencias, y la realidad más incuestionable se hace bien evidente.
El fundamento de las conjeturas y comentarios de este ensayo se encuentran en las Sagradas Escrituras. Y dentro de ellas, casi con exclusividad en el Libro del Éxodo.
Para una buena parte de la humanidad, la Biblia es el más importante de todos los libros. Pues bien, reconocida esta realidad, además deberemos aceptar, que el Libro del Éxodo es el documento más importante de todos los que integran las Escrituras. Como consecuencia de las dos declaraciones anteriores, se puede afirmar con rotundidad y redundancia que:
El libro del Éxodo es el libro más importante, dentro del libro más importante.
Ese segundo documento del Pentateuco o de la Torah, el libro conocido en un sitio como Éxodo y en el otro como Nombres, junto con unos pocos versículos que lo complementan, y que por razones que no he conseguido determinar fueron extraídos de él e incluidos en Levítico, Números y Deuteronomio, es total y absolutamente distinto del resto de la interesantísima colección de textos bíblicos. Se puede y se debe aceptar que ese libro, teniendo todo que ver, no tiene nada que ver con el resto de las Escrituras. Y esta contradictoria afirmación es sumamente cierta, puesto que a pesar de la notable diferencia existente entre unos y otros textos, no tendremos más remedio que reconocer, puesto que es de fácil comprobación, que la inmensa mayoría de los relatos bíblicos tienen su fundamento en el Éxodo.
Y respecto a esa parte del Pentateuco, deseo llamar su atención sobre algo que también resulta de excepcional importancia:
En el auténtico y original libro del Éxodo, no existen misterios impenetrables, ni ocultos designios, ni caminos inaccesibles. Todo es diáfano, limpio y evidente. Yavé hablo a los hombres con la máxima sencillez, claridad y “sin sueños”. Y si algo se nos presenta oscuro es porque ha sido mal interpretado o porque constituye una enmarañada y lucrativa mentira.
En ese asombroso y fascinante libro ––el mayor best séller de la historia––, obviando y orillando las chapuceras añadiduras, omisiones, inexactitudes y absurdas interpretaciones, encontraremos la auténtica crónica de la presencia de aquel Ser que se nominó a sí mismo como YO SOY QUIEN SOY (Yo soy yo), pero a quien se dio en nombre de YAVÉ.
Y también debemos aceptar, sin la menor duda, que:
Aunque se presente asediada y acosada por la mentira, allí, en ese sorprendente libro, se encuentra la más absoluta y prodigiosa verdad.
Aunque se presente asediada y acosada por la mentira, allí, en ese sorprendente libro, se encuentra la más absoluta y prodigiosa verdad.
Esa mezcla de mentiras y verdades que nos muestra el Éxodo, representa un problema cuya racional solución no es fácil ni mucho menos. Si meditamos un poco, admitiremos que:
La verdad, en ocasiones, es una mentira que resulta políticamente correcta. Por lo tanto, y aunque nos parezca despreciable, la verdad y la mentira muestran tantas caras como los intereses, más o menos legítimos, que las sustentan.
La verdad, en ocasiones, es una mentira que resulta políticamente correcta. Por lo tanto, y aunque nos parezca despreciable, la verdad y la mentira muestran tantas caras como los intereses, más o menos legítimos, que las sustentan.
Este amasijo de ficciones y realidades que presentan las Escrituras, resulta ser la mayor complicación para conseguir llegar a identificar y diferenciar, con un cierto grado de seguridad, lo que es cierto y lo que es falso. Si todo hubiese resultado una descomunal mentira, la solución del asunto se habría presentado bastante más sencilla; pero felizmente, no todo es mentira; claro que..., dando la razón a uno de nuestros más insignes poetas, estamos obligados a reconocer que:
El mentir de las estrellas
es muy seguro mentir,
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a ellas.
(Quevedo)
El mentir de las estrellas
es muy seguro mentir,
porque ninguno ha de ir
a preguntárselo a ellas.
(Quevedo)
En ese libro del Éxodo, encontraremos legítimos mensajes de Yavé recogidos y transmitidos por Moisés. Pero esos mismos auténticos mensajes de Yavé, después de haber pasado por manos levíticas, y sin perder su autenticidad, resultan absolutamente irreconocibles, y en ocasiones, incluso bordeando el absurdo. Por este motivo podríamos caer en la tentación de despreciarlos; y eso, sí que supondría un gravísimo error.
Prescindiendo de ese invento que se conoce como la fe ––que no es otra cosa mas que el infundado anhelo de quien desea creer–– y admitiendo además, que aquellos seres hablaron a los hombres con absoluta y meridiana claridad, el método más elemental para poder efectuar una correcta interpretación del libro del Éxodo, consiste en aceptar una práctica guía de conducta; una fórmula, una clave, que por ser tan sencilla y fiable, resulta una REGLA DE ORO que yo ofrezco a quienes pretendan entender:
““Todos los mensajes de Yavé que se encuentren recogidos en ese libro del Éxodo, por muy disparatados que puedan parecernos, pero que resulten indiferentes para los intereses del gremio levítico sacerdotal, son verdadera palabra del Señor de la Gloria””.
Aquellos individuos de la CRD (Corporación de Representantes de Dios) no solían modificar el texto si no podían ”mejorarlo” en su propio provecho.
Por supuesto, como complemento de este básico precepto, y después de reconocer que los intereses sacerdotales pueden estar agazapados, no debemos desestimar la posibilidad del chirriante error como una consecuencia lógica de la muy limitada capacidad de los sacerdotes; de su "ferviente" deseo de compartir la magnífica ignorancia que atesoraban y, desde luego, como una secuela de su delirio fanático.
Dos precisiones:
Una. Acabo de aludir al fanatismo. Aquí, además del irracional y ególatra ardor supersticioso que caracteriza al violento creyente, debe quedar incluido el fanatismo de algunos sacerdotes que les faculta para luchar por unas creencias y dogmas que, bien asentados en la humana necesidad de creer en un paraíso post mortem, posibilitan sus muy notables y lucrativos privilegios.
Dos. Adviertan también, que para la aplicación de este sistema, únicamente me he referido a mensajes de Yavé, y que no incluyo ni las afirmaciones que son atribuidas a Moisés ni, claro está, los relatos de los cronistas. Tanto aquellas como estos, deben quedar sometidos a un escrupuloso y desconfiado estudio.
Como es lógico, yo admito que esta regla que acabo de enunciar es demasiado simple y resulta excesivamente elemental, pero debemos tener muy presente, que tratándose de textos bíblicos, pretender ir más allá no resulta muy recomendable. Y no es muy recomendable, porque en ellos, como he dicho, podemos encontrar las mayores verdades disfrazadas en unos relatos que nos han sido presentados de una manera ilógica, absurda e incongruente.
Como es lógico, yo admito que esta regla que acabo de enunciar es demasiado simple y resulta excesivamente elemental, pero debemos tener muy presente, que tratándose de textos bíblicos, pretender ir más allá no resulta muy recomendable. Y no es muy recomendable, porque en ellos, como he dicho, podemos encontrar las mayores verdades disfrazadas en unos relatos que nos han sido presentados de una manera ilógica, absurda e incongruente.
Procurando una mayor precisión para este tema, al inicio del capítulo dedicado al Arca, y con el subtítulo de Las trampitas sacerdotales, hago una pequeña reflexión sobre las mentiras levíticas; así mismo, en el capitulo que aborda el tema de la Mesa de los Panes, he incluido un breve apunte sobre los errores sacerdotales.
Como una sencilla demostración de la eficacia de esta Regla de Oro que acabo de proponer para la interpretación de los textos del Éxodo, deseo ofrecer un pequeño y fácil ejemplo. Para ello tomaré dos versículos consecutivos de un mismo capítulo: Libro del Éxodo, capítulo trece, versículos dos y tres.
Versículo dos: Conságrame todo primogénito…
Versículo tres: …No se comerá pan fermentado.
En ese primer versículo, o sea, Éx. 13, 2, se atribuyen a Yavé estas palabras: Conságrame todo primogénito.
Pues bien, si tenemos en cuenta que los primogénitos de los hombres o de sus ganados, primero debían ser ofrecidos a Dios e inmediatamente después debían ser “rescatados”, o lo que es lo mismo, debían ser comprados y pagados mediante un precio en plata; si también reconocemos, que tal y como los mismos sacerdotes confiesan en Núm. 3, 49-51, el importe de ese “rescate” iba a parar a sus bolsas, no es muy difícil admitir, que esa cláusula de la consagración de los primogénitos es únicamente una añadidura de los interesadillos sacerdotes levitas.
Sin embargo, en el versículo inmediatamente posterior, o sea, en Éx. 13, 3 ––que es una reiteración de las palabras de Yavé en Éx. 12: 8,15 y 17-20––, consta:...no se comerá pan fermentado.
Pues bien, siguiendo la regla indicada, y considerando que en nada beneficia o perjudica a los sacerdotes el hecho de que el pan lleve o no lleve levadura, y aunque nos parezca absurdo y no podamos comprender en su integridad la intención de Yavé, deberemos entender y aceptar con pleno convencimiento, que esas palabras son una disposición del Señor de la Gloria.
Pues bien, siguiendo la regla indicada, y considerando que en nada beneficia o perjudica a los sacerdotes el hecho de que el pan lleve o no lleve levadura, y aunque nos parezca absurdo y no podamos comprender en su integridad la intención de Yavé, deberemos entender y aceptar con pleno convencimiento, que esas palabras son una disposición del Señor de la Gloria.
Naturalmente, también convendría tener muy presente, que si no podemos entender con absoluta claridad el propósito de Yavé cuando dio esta orden referente al pan sin fermentos, posiblemente sea, por la sencilla razón de que el texto nos ha llegado mutilado, retorcido y tamizado por los más absurdos filtros. No obstante, en el capítulo que he titulado como Las Pruebas, efectuaré una singular y aventurada interpretación de esta misma cuestión de los panes ácimos.
Y con la regla de oro enunciada para la mejor identificación de la verdad y la mentira, y agradeciendo al lector que aceptase mi sugerencia de visitar este prólogo, se da por concluida esta introducción.
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