EL ÁNGEL DE YAVÉ
Ahora, de aquí en adelante, sin desestimar en absoluto nada de lo que se ha tratado hasta el momento, y reafirmándonos en los que se dijo al finalizar el capítulo IV, respecto al verdadero fundamento de este trabajo, vamos a iniciar el estudio y la interpretación correcta y lógica, de aquello que en verdad más nos importa y que constituye la cuarta de las piedras angulares de la obra de Yavé; dicho de otra forma, en toda esta segunda parte vamos a tratar sobre EL ÁNGEL.

En Éx. 23, 20-21, Yavé ha anunciado a Moisés:"Yo mandaré un ángel ante tí, para que te defienda... Acátale y escucha su voz, no te resistas...porque lleva mi nombre".
En Éx. 25, 22 Yavé ordenó la construcción del arca y dijo que su voz se escucharía entre los dos querubines que están sobre el propiciatorio: Allí te citaré y hablaré contigo desde encima del propiciatorio, de entre los dos querubines que estarán sobre el arca del Testimonio...
En Éx. 28, 36-38, consta: (36) Harás una lámina de oro puro, y grabarás en ella como se graban los sellos: “Santidad a Yavé”. (37) La sujetarás con una cinta de jacinto a la tiara por delante. (38) Estará sobre la frente de Arón, y Arón llevará las faltas cometidas (Arón expondrá sus ruegos) en todo lo santo que consagren los hijos de Israel en toda suerte de santas ofrendas; estará constantemente sobre la frente de Arón ante Yavé, para que hallen gracia ante él (para que Yavé le escuche).
Si extractamos los versículos que anteceden veremos:
Que Yavé ha prometido que enviará un ángel que lleva su nombre, para que se escuche su voz y se le obedezca.
Que Yavé señala un lugar ––entre los querubines que se encuentran sobre el arca–– donde hablará con los hombres. O lo que es lo mismo, que los hombres escuchaban a Yavé o al Ángel de Yavé, mediante el Arca.

Que Yavé escuchaba a los hombres a través de la lámina.
Concretando:
El ángel de Yavé habla a los hombres mediante el Arca. Los hombres hablan al ángel de Yavé mediante la lámina.
En el prodigioso libro del Éxodo existen unos capítulos para los que resulta muy difícil aplicar, con absoluta propiedad, uno sólo de los muchos adjetivos que se les puede adjudicar. En principio pueden ser calificados, sin la menor duda y con todo merecimiento, como extremadamente tediosos y casi insoportables de leer. Pero además, esos capítulos son desconcertantes, porque, en la más evidente contradicción, al mismo tiempo que se presentan como complicados y absurdos, cuando se les "pilla", llegan a resultar diáfanos y luminosos. O sea, un verdadero contrasentido.
Pero, con independencia de unos u otros calificativos, lo que está muy claro, es que esos capítulos suponen una auténtica demostración de la buena voluntad de Yavé para con el hombre. Si Yavé y sus ángeles asumieron todo ese trabajo, el incontable número de inconvenientes y, sobre todo, la ingente cantidad de tiempo invertido en la construcción del tabernáculo y su mobiliario, fue porque sentían un verdadero aprecio por los hombres. Y no fue el viejo y manoseado "amor de Dios" para con sus criaturas, sino que fue algo más sólido, más tangible y más inmediato. Yavé, como debería hacer cualquier Dios que se precie, no demoró su protección y recompensa hasta la otra vida; ayudó y compensó aquí y ahora.
En esa tercera y última parte del Éxodo nos encontramos con una asombrosa realidad. Allí descubrimos unos capítulos, que a pesar de su enorme importancia, han sido muy poco estudiados; y lo que es peor, además de poco investigados, han sido muy mal interpretados.
Y esto ha sucedido por una sencilla razón:
Al ser considerados como absurdos y fuera de lugar, nadie les ha concedido la importancia que sin la menor duda merecían.
Y esto ha sucedido por una sencilla razón:
Al ser considerados como absurdos y fuera de lugar, nadie les ha concedido la importancia que sin la menor duda merecían.
Ahora se nos presenta una preciosa ocasión para subsanar ese error e intentar comprender y hacer justicia a esa relación de capítulos contenidos entre el veinticinco y el cuarenta, y de la que debemos hacer una excepción con los capítulos treinta y dos, treinta y tres y treinta y cuatro.
Son, por tanto, trece episodios, que si bien y como he dicho, tal vez no hayan sido despreciados, al menos, y sin la menor discusión, han sido menospreciados por los sagaces investigadores y teólogos y, por supuesto, por los sabios y piadosos sacerdotes.
Son, por tanto, trece episodios, que si bien y como he dicho, tal vez no hayan sido despreciados, al menos, y sin la menor discusión, han sido menospreciados por los sagaces investigadores y teólogos y, por supuesto, por los sabios y piadosos sacerdotes.
Para comenzar a reconocer su excepcional importancia, creo que deberíamos recapacitar sobre esta evidente y fácilmente cotejable realidad:
De los cuarenta capítulos del libro del Éxodo, trece de ellos ––tal vez los más significativos––, para nuestro más absoluto bochorno, son los que menos han captado nuestra atención. Son trece capítulos que están dedicados a la construcción del Tabernáculo, su mobiliario y sus utensilios. O lo que es lo mismo, casi una tercera parte del libro más importante en la historia de la humanidad, han sido interpretados como la detallada descripción de la manufactura o fabricación de algo que, en principio, no parece ser otra cosa más que una tienda de campaña, un absurdo mobiliario y unos complementos.
¡Curioso!
En estos trece capítulos: 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 35, 36, 37, 38, 39 y 40, que no son pocos, Yavé da a Moisés unas instrucciones muy precisas para la construcción de un refugio o tabernáculo, un arca, un propiciatorio con dos querubines, un candelabro, una mesa, un altar de inciensos, unos óleos y perfumes, un altar de holocaustos, una pileta y unas vestiduras sacerdotales.
¡Curioso!
Pero además, todas esas órdenes de Yavé, no son un mandato indefinido. Yavé no dice, por ejemplo, hazme un arca, sino que precisa con toda exactitud como debe ser ese arca. Y para mayor abundancia y claridad, en multitud de ocasiones insiste: “Os ajustaréis a cuanto voy a mostrarte como modelo...” (Ex. 25, 9); “Mira, y hazlo conforme al modelo que en la montaña se te ha mostrado” (EX. 25, 40); “Toda la morada la harás conforme al modelo que en la montaña te ha sido mostrado” (Ex. 26, 30); “Cuanto yo te he mandado hacer, ellos lo harán”. (Éx. 31, 11); Los hijos de Israel habían hecho todas sus obras conforme a lo que Yavé había mandado a Moisés (Éx. 39, 42); Moisés hizo todo lo que le ordenó Yavé; como se lo ordenó, así lo hizo.(Éx. 40, 16);
Y ya he dicho, y además he hecho su reseña en el capítulo dedicado a los Mandamientos, que al menos son veinticinco las veces en que Yavé insiste asegurando que son ordenes suyas.
¡Curioso!
Es innegable, y así se pone de manifiesto por expresa voluntad de Moisés, que mucho más allá de lo que aseguren los sabios levitas y sacerdotes, acerca de las misteriosas intenciones de su Dios, Yavé sabe perfectamente que es lo que quiere, como lo quiere y que debe hacerse para que el hombre entienda sus órdenes. Y lo hace de tal manera, que no deja nada a la iniciativa, al libre albedrío, a la voluntad o interpretación del mismo Moisés o de sus artesanos. Quiere un arca, y le quiere de esta forma y con estas medidas; quiere una tapa-propiciatorio para ese arcón, que conste de unos componentes muy determinados; quiere una mesa de unas características bien precisas; quiere un candelabro con seis brazos, y que cada uno tenga tres adornos, etcétera; no quiere un candelabro cualquiera, le quiere concreta y exactamente así.
¡Curioso!

Es difícil, muy difícil, leer las Escrituras intentando extraer de ellas todas las enseñanzas, que sin la menor duda encierran, y no quedar asombrado y perplejo cuando nos encontramos con esos capítulos que se inician en Éxodo veinticinco.
Y también insisto afirmando que es difícil, muy difícil, imaginar a “un Dios” que desciende hasta los hombres, y desestimando otras tareas y funciones más acordes con su “divina” misión, y después de advertirles que no deben trabajar los sábados, les ordena la construcción de un absurdo mobiliario.
Ante este cúmulo de despropósitos, los sabios y sesudos levitas tuvieron que optar por una de estas tres alternativas:
Primera. Asegurar que esos capítulos eran consecuencia de unos posteriores añadidos a las primitivas disposiciones de Moisés.
Segunda. Otra opción sacerdotal para intentar comprender o interpretar la intención de Yavé en el momento de ordenar la construcción del tabernáculo y sus utensilios, consistía en desistir de pensar en ello. Para usar de esta alternativa, bastaba utilizar su manoseado argumento que asegura que: “las razones y los caminos de Dios son inescrutables y no están al alcance de los hombres”.
Tercera. Por fin, una tercera y última opción, contemplaba la posibilidad de intentar razonar correctamente y con sensatez. Como era lógico esperar de aquellas mentes sacerdotales, esta tercera alternativa fue desestimada desde el primer momento.
Y no obstante, es la única correcta.
En contra de la primera opción, aquella que asegura que estos capítulos son tardías incorporaciones, nos encontramos con la realidad de que aquellos objetos fueron construidos por ordenes de Yavé en el Sinaí, y que años después, y custodiados por Josué, fueron introducidos en los territorios de la margen occidental del río Jordán. Una cosa es que no se conociese su utilidad y otra muy distinta es afirmar que son posteriores a la etapa del Sinaí.
Y aquí nos encontramos con otra auténtica realidad: aquellas gentes no entendían en absoluto, la posible función o cometido de aquellos objetos, y por lo tanto, no tuvieron otra opción que inventarse una utilidad para ellos. De esta manera tan "utilitaria", por poner un par de ejemplos, una plataforma sobre cuatro patas y con un gran reborde, quedó convertida en una mesa para depositar panes; y una enorme red metálica de forma cuadrada y sobre un bastidor, no podía ser otra cosa sino una parrilla para asar terneros y cabras.
Esas absurdas y erróneas conclusiones de los levitas, son las que han originado todo el confuso montón de disparatadas interpretaciones que rodean a la construcción del tabernáculo y su mobiliario, y son también, las que han propiciado el descrédito y menosprecio que, desde siempre han rodeado a todos esos importantísimos capítulos.
En oposición a la segunda alternativa, y como opción lógica que nos abre el camino para la tercera posibilidad, deberemos asumir e integrar en nuestras mentes una gran verdad:
Las razones y los caminos de Yavé, de aquel que por si mismo es el que es, de quien conocemos como el Señor de la Gloria y de la Roca, del Señor de los cielos que están sobre los cielos (así es nombrado por Moisés y Salomón en Dt. 10, 14 y en I Rey. 8, 27), o lo que es lo mismo, del Señor del Universo, están siempre al alcance de los hombres; aunque en determinados momentos, como inevitable resultado de las pésimas interpretaciones que nos han llegado, no resulten fáciles de entender.
Las razones y los caminos de Yavé, de aquel que por si mismo es el que es, de quien conocemos como el Señor de la Gloria y de la Roca, del Señor de los cielos que están sobre los cielos (así es nombrado por Moisés y Salomón en Dt. 10, 14 y en I Rey. 8, 27), o lo que es lo mismo, del Señor del Universo, están siempre al alcance de los hombres; aunque en determinados momentos, como inevitable resultado de las pésimas interpretaciones que nos han llegado, no resulten fáciles de entender.
La tercera alternativa no precisa de ninguna argumentación. Todo mensaje, toda información, todo testimonio, debe estar sujeto a estudio minucioso. No debe servirnos el socorrido: No lo entiendo, pero si tu lo dices, vale.
Como ya habrán advertido desde el primer momento, este trabajo está concebido como un divertimento, y como ya afirmaba el autor de los Coloquios con el conde Gabalis, nadie puede pretender que aborde en serio temas de broma. Nadie me puede negar mi derecho a reírme de aquellos que aseguran que Yavé vino hasta los hombres para matar niños egipcios (Éx. 12, 29); para diseñar mesas de meriendas (Lev. 24, 5-9); para organizar barbacoas (Éx. 27 y 29); y para desnucar borricos (Éx. 13, 13 y 34, 20). Repito, por si algún sacerdote no se entera: nadie me puede negar mi derecho a burlarme de ellos, ni exigirme que trate con seriedad y rigor unos temas, que ellos, con su rapaz avaricia, han convertido en una farsa.
Pero de todas maneras, y aunque con frecuencia no lo parezca, y también pesar de que con gran reiteración yo me permita ironías y sarcasmos, estamos hablando de cosas muy serias. Aquí estamos tratando acerca de sucesos absolutamente lógicos. Acontecimientos, que solamente el absurdo tratamiento sacerdotal, ha conseguido convertirlos en completos disparates. Por lo tanto, los socorridos misterios y los recurrentes caminos inescrutables, pueden servir a muchas personas dignas del mayor respeto, pero no deben ser suficientes para todos. Yavé, su comportamiento y sus obras, resultan perfectamente comprensibles para los hombres. Además, así lo dejó dicho Moisés en Dt. 4, 29: ... y le hallarás si con todo tu corazón y con toda tu alma le buscas. Traducido a un lenguaje más profano, el Señor del Cosmos, aquel que se presento a sí mismo diciendo YO SOY YO, había aconsejado y prometido a los hombres:
Pero de todas maneras, y aunque con frecuencia no lo parezca, y también pesar de que con gran reiteración yo me permita ironías y sarcasmos, estamos hablando de cosas muy serias. Aquí estamos tratando acerca de sucesos absolutamente lógicos. Acontecimientos, que solamente el absurdo tratamiento sacerdotal, ha conseguido convertirlos en completos disparates. Por lo tanto, los socorridos misterios y los recurrentes caminos inescrutables, pueden servir a muchas personas dignas del mayor respeto, pero no deben ser suficientes para todos. Yavé, su comportamiento y sus obras, resultan perfectamente comprensibles para los hombres. Además, así lo dejó dicho Moisés en Dt. 4, 29: ... y le hallarás si con todo tu corazón y con toda tu alma le buscas. Traducido a un lenguaje más profano, el Señor del Cosmos, aquel que se presento a sí mismo diciendo YO SOY YO, había aconsejado y prometido a los hombres:
Si de verdad lo intentáis, podréis entender el mensaje; pero si no ponéis toda vuestra voluntad y decisión (corazón), y toda vuestra inteligencia (alma) para lograr comprender, no tenéis otra opción que aceptar las interpretaciones de los pringosillos ungidos.
Más adelante, cuando tratemos los temas del pectoral y de la diadema, me gustaría que se recordasen estas dos palabras típicas de los boleros: corazón y alma.
Pero, con independencia de las formas y maneras de buscar a Yavé, lo cierto e incuestionable, y sobre ello nadie debe sustentar ni la menor duda, es que el señor de la Gloria ordenó la construcción de unos determinados utensilios ––así, con esta palabra son denominados en las Escrituras––, y que únicamente informó a Moisés sobre la clase de objetos que eran, así como de su oculta función o utilidad.
Para abrir una puerta, no fuerces la cerradura, busca la llave; para descifrar un enigma, no inventes soluciones, busca la clave.
Pero los sabios sacerdotes despreciaron este útil consejo, y, asistidos por el difuminante transcurso de los siglos, consiguieron que todos aquellos incomprensibles “muebles”, sobre los que no se había logrado encontrar una más o menos razonable explicación, fueron “transformándose” poco a poco; y cada uno de aquellos artilugios, padeció una ignorante e interesada mutación, que concluyó en una milagrosa e iluminada metamorfosis.
Y aquí encontramos la cuestión realmente importante que nos presenta la gran incógnita: ¿Cuál fue la intención de Yavé? ¿Por qué ordenó la fabricación de todos estos utensilios?
No ha resultado fácil, pero en esta segunda parte que ahora iniciamos, encontraremos la respuesta a estas preguntas.
Y esto no es el anuncio de una intención, esto es una promesa.
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