Capítulo XVII - El arca del testimonio


¡Por fin! ¡El Arca del Testimonio!
Ya tenemos construida una especie de jaima o tienda de campaña con sus dos salas: la limpia y la limpísima; o lo que es lo mismo según el libro del Éxodo, los hebreos han erigido el Tabernáculo con sus dos aposentos, el lugar Santo y el lugar Santísimo.
Pues bien, precisamente aquí, en ese lugar Santísimo, es donde se van a cobijar y custodiar dos auténticas maravillas. En el presente capítulo vamos a estudiar el primero de estos dos asombrosos objetos: El Arca del Testimonio. Pero sólo el arca, sin la tapa; conviene, desde el primer momento, establecer y resaltar la diferencia existente entre el arca y su tapa propiciatoria.

Y lo primero que deseo resaltar es algo que a muchas personas podrá parecerlos  poco generoso e incluso injusto; pero que, no obstante, es una realidad incontestable:
En su más simple esencia, el arca no es otra cosa mas que un contenedor. Muy especial y muy significativo, pero al fin y al cabo sólo es un cajón, un baúl destinado a  cobijar, eso sí, el objeto más importante que nos entregó Yavé: las Tablas del Testimonio. Pero, como luego veremos, el arca es menos importante, por ejemplo, que el candelabro, y desde luego, no puede compararse con el pectoral de las piedras preciosas, que es el utensilio por excelencia.
De todas formas, yo confío, que con esta precisión comparativa no haya confundido a nadie; estando sobrevalorado, el arca es un mueble muy, muy especial.

Éxodo 25, 1-9, dice:
(1) Yavé hablo a Moisés diciendo: (2) “Di a los hijos de Israel que me traigan ofrendas; vosotros las recibiréis para mí, de cualquiera que de buen corazón las ofrezca. (3) He aquí las ofrendas que recibiréis de ellos: oro, plata, y bronce; (4) púrpura violeta y púrpura escarlata, carmesí; lino fino y pelo de cabra; (5) pieles de carnero teñidas de rojo y pieles de tejón, madera de acacia; (6) aceite para las lámparas, aromas para el óleo de unción y para el incienso aromático; (7) piedras de ónice y otras piedras de engaste para el efod y el pectoral. (8) Hazme un santuario, y habitaré en medio de ellos. (9) Os ajustaréis a cuanto voy a mostrarte como modelo del santuario y de todos sus utensilios.

Antes de continuar, me parece importantísimo resaltar este último versículo en el que Yavé alude a unos modelos, a unas maquetas, a unos diseños, a los que Moisés debe ajustarse para hacer todos los utensilios. La interpretación correcta, si es que alguien necesita alguna aclaración, es ésta:
¡Haz esto, y hazlo así!



Ahora, en el momento en que se empiezan a describir los prodigiosos utensilios que Yavé diseñó, y que Moisés depositó repartidos entre las dos salas del Tabernáculo y el atrio, es cuando debo realizar una casi inevitable y muy necesaria aclaración. Para ello se abre un amplio paréntesis.

Deseo recordar a los más doctos, y al mismo tiempo informar a los menos iniciados, que según parece, al principio no existían textos escritos y que todo se transmitía de una forma oral. Los niños eran obligados a memorizar, letra por letra y palabra por palabra, las enseñanzas que les trasladaban sus mayores. Posteriormente, y me estoy refiriendo a dos o tres siglos después de los sucesos del Sinaí, esa transmisión oral fue depositada en rollos de cobre, en pergaminos o en papiros. Esos primeros textos bíblicos no estaban fragmentados en libros ni en capítulos y, por supuesto, no existía la subdivisión en versículos. Por no tener, no tenían ni letras vocales. Para que nos entendamos, hasta que unos mil quinientos años después del Éxodo, no hicieron su aparición los estudiosos y sufridos masoretas, aquellos relatos estaban a lo to junto y a lo to seguido". Por esta razón, cuando a continuación, en los párrafos siguientes, se haga referencia a los versículos, se deberá entender que se está aludiendo a frases, oraciones o pensamientos, que se encuentran condensados dentro de un espacio breve y limitado que, posteriormente, al mismo tiempo que eran numerados, fueron denominados versículos.
Que en un determinado momento de la historia de Israel, aquellos levitas decidiesen organizar en libros, capítulos y versículos toda aquella acumulación de escritos, es algo que considero muy acertado. Que, con honrosas excepciones, lo hiciesen muy mal, sin ningún orden y de una manera sospechosamente confusa, es también algo muy natural y comprensible habida cuenta de la necedad padecida por los piadosos ungidos. Una acreditada torpeza que limitaba mucho su capacidad para menesteres distintos a la organización de gaudeamus y meriendas. Naturalmente, dicho sea con el debido respeto.
Y, viene a cuento esta aclaración sobre los capítulos y los versículos, a causa de la abusiva manipulación a la que fueron sometidos aquellos textos.



Ya en aquellos primeros, lejanos e insólitos días en los que inicié el estudio del Pentateuco, advertí que existían tres fórmulas casi mágicas, o al menos de una deslumbrante eficacia, para efectuar piadosas modificaciones y generosos añadidos en los textos bíblicos. Estos métodos tramposos a los que me estoy refiriendo, son en realidad bastante sencillos: incluir versículos al principio, añadirlos al final o intercalarlos en el medio de cada capítulo. El asunto, como se puede apreciar, no ofrece excesivas dificultades, y sólo cabe añadir que los versículos más disparatados suelen estar intercalados; y esto por una razón evidente:
Una falsedad tiene más posibilidades de ser aceptada si se camufla entre dos verdades indiscutibles.

Y aquí deseo efectuar otra puntualización muy importante:
Aquellos levitas —en mi opinión porque no se atrevieron (léase, por puro miedo), o porque quizás conservaban un mínimo de decencia—, procuraron no escamotear ni una sola de las palabras de Yavé. Estará mal interpretado, estará confuso o distorsionado, pero también es muy cierto que el mensaje de Yavé, aquel que les fue transmitido por Moisés, está bastante completo.
Al menos, esta es mi impresión; y por ello, con toda sinceridad, y sin un asomo de ironía, les doy las gracias.

Y, si como acabo de afirmar, quitar, lo que se dice quitar, no quitaron nada o casi nada, poner, lo que se dice poner, pusieron todo lo que les dio la gana y que favoreciese su piadosa y abnegada dedicación.
Con el transcurso de los años de estudio del Pentateuco observé que, además de esas tres fórmulas tan efectivas que acabo de reseñar, los sacerdotes, que tuvieron muchos años de aprendizaje y bastante práctica en el arte de la trampa, habían ideado un cuarto procedimiento mucho menos grosero, y que, por supuesto, también utilizaron.
Consiste esta picardía en no incrementar el número de versículos, sino en añadir palabras o frases muy cortas dentro de uno de ellos. De esta forma, la cantidad de versículos o acotamientos seguía siendo la misma, pero los significados e intenciones de los primeros escribas y cronistas se modificaban sustancialmente.
Ejemplo al canto:
En un versículo en el que Yavé ordena: No tendrás Dios, ellos, los piados ungidos, intercalan “otro” y añaden, “que a mí”. Y entonces queda así: No tendrás otro Dios que a mí. (Éx. 20, 3) Como se puede apreciar, no se ha omitido ni una sola letra de las palabras de Yavé; tampoco se ha añadido ni un sólo versículo y, sin embargo, el sentido de la frase ha cambiado de una manera muy significativa. Nadie dirá que no es fácil y efectivo. Y para colmo, podían justificar ese añadido, afirmando que eso de no tendrás Dios resultaba un poco ambiguo, y que de esta otra forma, añadiendo cuatro palabritas de nada, el mensaje quedaba mucho más claro y concreto.

Pero resulta que hay más; en realidad, podemos afirmar que hay mucho más. Y es que listos no eran, pero las trampitas las dominaban a la perfección. Adviertan a continuación la quinta argucia, en forma de engañifa subterránea, muy al gusto y acomodo de mis ungidos amigos. Y aquí, haciendo bueno aquello de que no hay quinto malo, nos sorprenden con una cierta sombra de sutileza.
Veamos este otro ejemplo:
Yavé ha dicho: harás un bastidor de madera y en el interior colocaras una rejilla de bronce-cobre en forma de malla (Éx. 27, 4). De acuerdo, Yavé lo ha ordenado y obedeciendo su mandamiento se construye el tinglado. Pero como dijo aquel con su innegable gracejo: ¿Y ezo, lo que es?
¡Pues vaya usted a saber! No está nada claro si ese utensilio se va a utilizar para atar las cabras, para tender la ropa o tiene alguna otro uso que no se alcanza a descubrir. Claro que…, si a lo que ha dicho Yavé, se añade: harás también un recipiente para recoger las cenizas, una paleta, unas tenazas y otros accesorios, enseguida vas a exclamar: ¡¡Atiza!!, pero si esto es una barbacoa. Y si resulta, que aquello, además de no servir para atar las cabras o para tender la ropa, no era tampoco una barbacoa o una parrilla de asar, entonces nos encontramos que al hacer el añadido se ha modificado toda la función y la utilidad del invento. Quien no lo crea, debe leer Éx. 25, 29-30 y Éx. 27, 3, sabiendo, con toda certeza, que la denominada “mesa,” no era una mesa, que “altar de los holocaustos”, no era un altar, y que en esos muebles no se ofrecieron ni panes, ni vinos, ni holocaustos; al menos, mientras vivió Moisés.

Así pues, nos encontramos con cinco tramposas opciones: añadido de versículos al principio, al final y en medio; incorporación de nuevas palabras dentro de un versículo, y por último, un complementario aporte, que al facilitar una absurda interpretación, modifica la intención del texto primitivo.
De todas formas, a pesar de todos estos mágicos y muy rentable trucos, los levitas más clásicos, aquellos que actuaban a cara descubierta y sin tapujos, solían colocar sus añadidos, o bien al final, que es la opción más fácil, y por esa razón la más frecuente, o si fuese más conveniente, los situaban al principio del capítulo o del apartado. Los demás inventos, según ellos, eran ganas de complicar las cosas.



He realizado estos comentarios sobre las argucias, trucos y trampitas de los magos levitas y sacerdotes, para hacer notar que ocho de los nueve versículos primeros del Éx. 25 que se han transcrito al inicio de este capítulo, y que se atribuyen a Yavé, tienen tal tufillo pedigüeño, o mejor dicho, pordiosero ––por dios––, que nos está diciendo muy claramente quienes son sus autores. Por Dios, una limosnita para el pobre levita.
Pero después de la apostólica postulación y la colecta, o sea, a partir del versículo diez, el que habla, sin la menor duda, es Yavé. Y ahí es donde comienzan las órdenes para la construcción del arca.
Naturalmente, todos entenderemos, que incluso en estos versículos de auténtica e indiscutible autoría de Yavé, nos encontramos con pequeñas reformas y sutiles alteraciones realizadas “desinteresadamente” por los ungidos descendientes de Leví. Así, por ejemplo, donde se hace constar: la revestirás de oro puro, Yavé sólo había dicho: la revestirás de bronce o de cobre. Porque verán ustedes: además de que en ningún momento pretendió empobrecer al pueblo, favoreciendo a los levitas, Yavé prefería y entendía, que para sus propósitos,  era más útil el cobre o el bronce que el mismísimo oro. Sin embargo, los sacerdotes tenían una apreciación muy diferente de este mismo asunto: lo del bronce estaba muy bien, pero el oro, sin comparación posible, resultaba mucho mejor. Por este motivo, nosotros, respetando la voluntad de Yavé, aunque sigamos leyendo oro entenderemos bronce.
Y aquí se cierra, de momento, la denuncia de las devotas alteraciones realizadas durante siglos por los escribas levitas.



Los siguientes siete versículos de Éxodo 25, continúan así:
(10) Harán un arca de madera de acacia, de dos codos y medio de larga, un codo y medio de ancha y un codo y medio de alta.
(11) La revestirás de oro puro por dentro y por fuera, y en la parte superior pondrás una moldura de oro todo alrededor. (12) Fundirás para ella cuatro anillas de oro que pondrás en los cuatro ángulos, dos a cada lado. (13) Harás unas varas de madera de acacia y las revestirás de oro. (14) y las pasarás por las anillas que están en los ángulos del arca para que pueda transportarse. Ahora el enigmático versículo quince (15) Las varas quedarán siempre metidas en las anillas y nunca se sacarán. Y por último, el aclarador y decisivo versículo dieciséis: (16) Dentro del arca pondrás el Testimonio que yo te daré.

Tres aclaraciones:

Primera. Que la acacia, en hebreo sitta, no es el mismo árbol que con tal denominación conocemos en Europa. Esta sitta que crece en aquellos desiertos, tiene mucho parecido con un árbol muy abierto de copa, que alcanza con facilidad los seis o siete metros de altura y que proporciona una madera de considerable dureza y muy resistente a la descomposición. Y también resulta muy conveniente añadir, que nadie, confundido por su intensa utilización en la construcción del tabernáculo, debe suponer que existía una relativa abundancia de ese árbol, puesto que no es así. En el desierto no hay bosques de acacias, es más, por ser casi el único árbol que crece en aquellos páramos, fuera de los oasis, por supuesto, no resultaba muy fácil encontrar algún ejemplar; al menos, en las proximidades de los caminos o rutas de las caravanas. Por otra parte, los moradores del desierto, que en la lógica aplicación del más estricto derecho natural, son los únicos propietarios de todo lo bueno y lo malo de esos territorios, cuidan con primor y hasta con mimo cualquier tipo de árbol, y antes de talarlos se lo piensan muy detenidamente. Por esta razón se comprende que los poco solidarios amalecitas mostrasen su intransigencia (Éx. 17).

Segunda. Que existían dos tipos de codo con diferente longitud: 45 cm. y 52 cm. Este último es el que en Egipto llaman “codo real” y que medía exactamente 52,3 cm. El codo, a su vez, se dividía en veintiocho dedos de 1,868 cm. Como se aprecia, entre uno y otro codo apenas hay una diferencia de unos siete centímetros, por lo cual, y para no complicarnos en exceso, debemos entender que el codo era aproximadamente unos 48 centímetros. No llegaba a medio metro, pero se aproximaba mucho.

Tercera. Que nos encontramos en este tema del arca con una sorprendente coincidencia, que a mí en particular, me parece bastante sospechosa. Se trata de lo siguiente:
Arón es la palabra hebrea que identifica y nombra un arcón. Y, como todos sabemos, Arón fue el "hermano" de Moisés, quien, en su cometido de sumo sacerdote, estaba encargado de custodiar el arca. La pregunta es triple: 1. ¿Se conoció y se dio el nombre de arón a ese cofre en recuerdo del sumo sacerdote? 2. ¿Se llamó Arón o Aarón al sumo sacerdote por estar al cuidado del arca? 3. ¿Es una “divina” casualidad?
Desestimando las divinas y providenciales casualidades, yo recomendaría seguir un par de razonamientos que tal vez puedan acercarnos a la solución.
Uno. Aunque no sea una regla fija, el objeto suele anteceder al nombre. Quiero decir, que no resulta muy frecuente dar nombre a algo que todavía no existe y, sin la menor duda, cuando el "hermano" de Moisés fue alumbrado, ya existían los arcones y eran conocidos con ese nombre.
Dos. Arón no es un nombre hebreo ni egipcio. En otras palabras: entre los hijos de Israel no hay uno sólo que se llame baúl.
Conclusión: el arca, cualquier arca, desde antes de nacer Arón se llamaba arón, por lo cual al encargado de cuidar el arca le llamaron Arón, de la misma forma que al vigilante de un tesoro se le suele denominar tesorero.
Así pues, se puede y debe entender que al primer sumo sacerdote se le llamó y conoció como “el del arca” o sea Aarón. Y por lo tanto, el "hermano" de Moisés, si es que era su hermano, que esa es otra (ver Éx. 2, 1, 2 y 11; Dt. 32, 50), debió tener otro nombre, y solamente cuando le fue encargada la custodia del arca pasó a ser conocido como Arón.
Como una lógica consecuencia de este último razonamiento, no tenemos por menos que sospechar, que los versículos 20 a 26 de Éx. 6, en los que consta el nombre de Arón, fueron añadidos o al menos sufrieron alguna modificación con posterioridad al hecho de que Arón se hiciese cargo del arca.
Claro que, como he insinuado, también pudo ocurrir que la “divina providencia”, usando de su poder de predestinación, escogiera de forma venturosa y tres años antes de nacer Moisés, a un varón hebreo recién nacido y le impusiera por nombre Baúl, previniendo que algún día sería vigilante de otro baúl conocido como el Arca del Testimonio. ¿Por qué no?

Olvidando el nombre, y teniendo en cuenta las dos primeras puntualizaciones, resulta que el arca es una especie de caja-baúl de madera de sitta, dura y resistente a la putrefacción, y que, trasladando aquellas medidas a nuestro sistema métrico decimal presentaba unas magnitudes en centímetros de aproximadamente: 125 x 75 x 75. Esto nos deja constancia de que el arca era un cajón de un tamaño considerable. Tal vez demasiado grande, si únicamente estaba destinado a contener las dos tablas de piedra del Testimonio, que posiblemente no fuesen muy voluminosas, pues, según consta en varios versículos, Moisés, con más de ochenta años, las manejaba con una relativa soltura cuando subía y bajaba montañas. Claro que, si ese arcón estaba destinado a contener algún objeto más, la cosa cambia, y esa capacidad no resultará ni excesiva ni desproporcionada.
Por supuesto, entiendo que las medidas son las exteriores, y que por desconocer el grosor de las paredes de madera y oro, no se puede calcular la cabida real, ni tampoco el posible peso del arca.

En relación a las dimensiones de las Tablas de Piedra, y recogiendo la promesa efectuada cuando se trató del Testimonio, el lector deberá tener presente algo que resulta muy representativo acerca de las torpes interpretaciones efectuadas, o al menos consentidas, por los doctos sacerdotes. Verán ustedes:
El texto íntegro de los diez mandamientos, tal y como están redactados en el capítulo veinte del Éxodo, tienen cabida suficiente en una superficie del tamaño y el volumen de un paquete de cigarrillos.
Repito: en la superficie de un paquete de cigarrillos. Y por supuesto, escritos con unos caracteres de cómoda lectura. Si así lo desean, pueden realizar la prueba: la superficie de un paquete de cigarrillos, teniendo en cuenta todas sus caras, es de unos 150 centímetros cuadrados. Además, también deberíamos recordar, que un considerable número de las tablillas descubiertas en El Amarna, presentan unas medidas muy similares a esas.
Esto nos conduce a estas cuatro conclusiones:
Primera: No son necesarias en absoluto esas grandes lápidas a las que nos tienen acostumbrados los virtuosos artistas ante la pasividad de los despistados sacerdotes. Esas desproporcionadas medidas de las dos tablas del Testimonio nos han causado una considerable confusión durante siglos. Las losetas eran pequeñas, compactas y muy resistentes, y por lo tanto, no se quebraban con facilidad.
Segunda: En una caja de las mismas dimensiones que un cartón de cigarrillos, se pueden introducir diez tablas de piedra, y en cada una de ellas, el texto completo de los Diez Mandamientos.
Tercera: Un arca de las medidas facilitadas en Éx. 25, 10, podía dar contenido a varios cientos de tablas de piedra.
Cuarta: Si Yavé decidió esas medidas para el arcón, fue porque estaba destinado a guardar "algo" que resultaba un poco más voluminoso que un par de tablas con los Diez Mandamientos.

Para dar fin a este tema de las medidas de las tablas y su posible capacidad para contener cuantiosa información, se debe tener en cuenta, que si aceptamos la tesis propuesta en este ensayo, y admitimos que el Testimonio era un mensaje de Yavé para los hombres de generaciones muy posteriores, tal vez, aquellos viajeros decidieran tomar precauciones a fin de que su comunicado no fuese fácilmente accesible sin unos adecuados medios de lectura. En ese caso, como ya apunté en el capítulo del Testimonio, la solución era muy sencilla: letra microscópica imposible de leer sin una óptica muy perfeccionada. Con esta opción, una sola de las tablas podría contener miles de datos, y las diez palabras se convertían en miles de informaciones.

Y esto casi nos obliga a preguntarnos el posible motivo por el cual, aquellos moradores del cosmos decidieron retrasar todo lo posible el acceso y la interpretación de las informaciones que facilitaban.
La respuesta tal vez no sea excesivamente difícil:
No parece muy adecuado confiar a un pastor de la edad del bronce, la interpretación de un tratado de matemáticas, física y química; ni tampoco resulta exageradamente prudente dejar a un niño jugando con una bomba.

El repositorio que ha de guardar el Testimonio, de igual manera que la mayor parte de los otros utensilios o muebles que Yavé ordena que se construyan, debe ser, a su vez, acogido y protegido dentro del Tabernáculo. Y teniendo en cuenta la excepcional importancia de este mueble, vamos a estudiarlo con bastante detenimiento, aunque, por supuesto, nunca le dedicaremos el tiempo y la intensidad que sin duda merece y que le hace digno de varios tratados.
Para ir aclarando dudas y poder efectuar una descripción del arca, creo que lo más adecuado será proponer una serie de preguntas e intentar obtener algunas respuestas.



En la Biblia se mencionan al menos dos arcas: El Arca de Noé y el Arca del Testimonio, también conocido como Arca de la Alianza. Este segundo arca es infinitamente más auténtico e interesante que aquel parque zoológico flotante, que al parecer y por divino designio, sobrevivió a uno de los más catastróficos tsunamis que, junto con el relatado en el Gilgamés, ha padecido la humanidad. Y he dicho tsunami, porque así lo describe el versículo tercero del capítulo LXXXIX, versículos 3 y siguientes del ya mencionado Libro de Henoch, y porque nadie pretenderá afirmar, a estas alturas, que aquella catástrofe fue ocasionada por un insistente aguacero.

Por supuesto, que todo el mundo sabe perfectamente que tipo de mueble es un arca, pero, por cuatro o cinco líneas que se utilicen en su descripción, y con la pretensión de poder destacar después las muy significativas diferencias con otros tipos de arcones, creo que se debe hacer una breve reseña. Y para una definición clara y sencilla, lo mejor es recurrir al diccionario enciclopédico.
Arca: Pieza, cajón o cofre donde se encierran muchas y varias cosas. // Caja, comúnmente de madera sin forrar y con tapa llana, que aseguran varios goznes o bisagras por uno de los lados, y uno o más candados o cerraduras por el opuesto.// Arcón, cofre, baúl, sarcófago.
Ya hemos leído las definiciones de arca. Pues bien, ahora debemos de tener en cuenta que este arcón del Testimonio, ese cofre del que vamos a tratar en este capítulo y del que haremos bastantes referencias en otros es, un poco especial; es un cajón algo diferente de los demás que hemos visto en la descripción.
La primera, y una de las más significativas de estas diferencias es que, si bien la definición dice caja comúnmente de madera sin forrar, resulta que este arca del Testimonio sí que está forrada, y además muy bien forrada. Esta caja se encuentra revestida o chapada en oro por dentro y por fuera, por lo cual se podría decir que es un triple cajón; e incluso haciendo un pequeño juego de palabras y al mismo tiempo una gran cacofonía, se describiría como: caja que encaja en caja, que encaja en caja.
De estas tres cajas, la central o intermedia es de madera, y las otras dos, la interna y la externa, son de oro. En su momento se indicará el posible motivo por el que este cajón fue dotado de una triple estructura, y se comprobará no fue un mero capricho de Yavé.

La segunda particularidad de este arca, es que no tiene la tapa asegurada con goznes que permitieran su apertura sin tener que retirar o levantar totalmente la plancha de la cubierta. Como lógica consecuencia, al no tener articulaciones de apertura por uno de sus lados, tampoco está provista de cerraduras o candados por cualquiera de los otros tres.
Esta ausencia de bisagras y de cerraduras podría tener su justificación en dos fundamentales razones.
La primera es ésta:
El arca se situaba en el lugar Santísimo del Tabernáculo. Al lugar Santísimo sólo podía entrar el Sumo Sacerdote. El Sumo Sacerdote Arón era un anciano que hubiera tenido un verdadero problema para girar sobre unos goznes una tapa de oro macizo, con dos querubines, y que era realmente muy pesada. Y resulta que nadie, absolutamente nadie, podía ayudarle.
Pero con ser esta primera, una buena razón, incluso se podía decir que es una razón de peso que justifica que el arca no tuviera una apertura articulada de su tapa, no es ese el motivo que favorece ese tipo de fabricación.
Segunda razón:
Éste sí que es el estricto motivo:
Esta caja no estaba dotada de bisagras o goznes, y por lo tanto, tampoco tenía instalada ningún tipo de cerradura, por la simple razón de que no estaba destinada a ser abierta y cerrada a voluntad o capricho de nadie. 

De hecho, y para que nos entendamos, una vez que el arcón fue cerrado, tal y como se dice en Éxodo 40, ya no consta que se volviese a abrir nunca más hasta que, siglos después, cayese en poder de los filisteos. Y digo que no consta su apertura, porque el libro de las leyes y el vaso de maná ––de los elementos componentes del maná––, debían depositarse ante el Testimonio y no “del arca”. En cuanto al asunto de la vara de Arón, debió tener su origen cuando algún cronista pensó que el arca del Testimonio era una especie de relicario. Y eso no era así ni mucho menos. En lo que se refiere a los “Diez Mandamientos”, que según dicen fueron depositados en su interior, aquí no voy a realizar más comentarios puesto que ya fue suficientemente tratado en el capítulo correspondiente. Más adelante, veremos las poderosas razones de Yavé para que el arca no pueda ni deba ser abierta.
Así pues, el Arca era como un sobre cerrado y lacrado en el que Yavé introdujo un mensaje. Y, tal vez, algún lector haya podido preguntarse: si no hay bisagras ni cerraduras, ¿cómo es posible que el arca fuese cerrada y que así permaneciese varios siglos? ¿Cómo se organiza uno para cerrar completamente, un cofre que no tiene cerradura? Ésta es una buena pregunta, que en su momento encontrará una adecuada respuesta.

La tercera peculiaridad de este arcón es que tiene cuatro anillas, una en cada ángulo, o dicho con mayor precisión, cerca de cada ángulo, dos de un lado, dos del otro. Deberían haber señalado: dos en un lado y dos en el lado opuesto. Pero según el “astuto” cronista, y al parecer con la intención de que este mueble se diferenciase del resto de cajas que existen en el mundo, el arca de la alianza solamente tenía dos lados, y por eso únicamente dice, dos de un lado y dos del otro. Y esa descripción sería suficiente si estuviese realizada por un torpe levita, pero, si como aseguran los doctos, está inspirada por un dios, la reseña queda un poco escasilla.
Esto de las anillas que he calificado como peculiaridad, en realidad no es demasiado llamativo. En aquella época, y también muchos siglos después, el arcón, con un mayor o menor peso y volumen, era la maleta de los viajeros, y por esa razón era muy corriente que estuviesen dotados de anillas con el objeto de facilitar la sujeción o enganche para las cuerdas que amarraban el baúl a un carro o a una caballería. En el caso del arca del Testimonio, no obstante, esas anillas no sirven para las cuerdas, sino que se indica con toda claridad que son para pasar las barras de transporte (Éx. 25, 14).
Y aquí, en el versículo siguiente, o sea en Éx. 25, 15, nos encontramos con una precisión relativa a las barras de transporte del arca que resulta en extremo sorprendente e interesante, y que ya no se debería calificar simplemente como una peculiaridad, sino como una auténtica singularidad. El citado versículo dice:

Las varas quedarán siempre en las anillas y no se sacarán.

A mí, desde luego, me parece muy extraño que las barras de transporte no puedan extraerse de las anillas, pero, por supuesto admito, como no podía ser de otra forma, que a los “sabios y estudiosos” que has meditado en estos textos bíblicos durante tres mil años, les parezca de lo más normal. Sin embargo, yo insisto y reitero que, como mínimo, deberíamos conceder que es muy chocante e incluso original, que unas barras de transporte no puedan extraerse de las anillas.
Por suponer, supongamos que a usted le regalan un baúl para cuando salga de viaje. Aunque no deja de ser una verdadera trastada, esto es sólo un ejemplo. Pero es que además, “el generoso donante” no se conforma con eso, ¡que va!, ¡el tío es un completo paliza! Al hacerle entrega del incómodo maletón, le advierte a usted que aquellas barras que acompañan al trasto de la trastada y que sirven para facilitar su transporte, no deben ser extraídas de las anillas. Usted, como es una persona normal y corriente, se dirá: me parece a mí que este baulito va a viajar menos que el acueducto de Segovia; pero si usted, Dios no lo quiera, es un sacerdote levita no se extrañará en absoluto y se limitará a exclamar alborozado: ¡Demos gracias por ello!; ¡que divina ocurrencia!
De todas maneras, esa divina ocurrencia nos conduce a otra pregunta: Si las barras no pueden sacarse de las anillas, ¿por qué no se hicieron de forma que permanecieran fijas en el arca?
Como veremos en su momento, esa extraña orden de Yavé tiene también su plena justificación.

Pero aquí no terminan las muy peculiares y singulares características del arcón. Yavé, en su descripción, ha incluido una moldura en torno a la parte superior de ese cofre.
De los seis muebles que se fabricaron para el Tabernáculo, sólo tres están dotados de moldura: arca, mesa y altar de incienso. Y dejando bien establecido, que Yavé, que era su diseñador, no se andaba preocupando por adornos y molduritas, es por lo que yo digo también que esas molduras han de servir para algo.
Y claro que servían; ya trataremos de ello en su momento. Ahora baste saber, que en cada uno de esos tres muebles reseñados, la 'moldura' hacía las veces de un necesario cincho metálico.

Para finalizar esta descripción del arca, y tal y como se hace constar expresamente en Éx. 25, 16, este cofre no estaba destinado a contener muchas cosas, únicamente las Tablas del Testimonio. Para así confirmarlo, la última vez en que al parecer que fue visto su interior, sólo contenía las tablas de piedra que Yavé entregó a Moisés en el Sinaí, por lo que en 1 Rey. 8, 9 se dice: No había en el arca ninguna otra cosa más que las dos tablas de piedra...
 
Antes de continuar, deseo realizar dos brevísimas anotaciones sobre un par de temas que acabo de mencionar y que, de igual manera que en su momento provocaron mi curiosidad, posiblemente ocasionarán la extrañeza de algún lector. Me estoy refiriendo a los asuntos de la permanencia de las barras de transporte dentro de las anillas y a la utilidad de la moldura.
Llama poderosamente la atención el mandato de Yavé en el sentido de que las varas no puedan extraerse de las anillas. Existen otros varios objetos del santuario, otros tres exactamente, la “mesa” y los dos “altares”, que también están dotados de anillas y de varas para su transporte; pero en esos muebles, las varas, sí que pueden retirarse, ya que nada se dice en contra, y por supuesto, no se hace mención expresa de que no puedan quitarse. Es más, incluso en uno de ellos, el altar de los holocaustos, tal y como consta en Éx. 27, 7, se indica que las barras estarán (se colocarán) a ambos lados del altar, cuando haya de transportarse.
De momento, y una vez que se ha hecho esta llamada de atención, no voy a insistir más en este asunto de las barras por la sencilla razón de que este tema se abordará en el lugar adecuado.
En cuanto a la moldura, sólo un flash; una breve llamada de atención para dejar constancia de que su existencia tampoco ha pasado desapercibida, y que más adelante, en este mismo capítulo, y para dar respuesta a quienes se preguntaron la forma de clausura de ese arcón, se tratará acerca de ella.

Así pues, y recapitulando, nos encontramos con que el arca del Testimonio era una caja o arcón de madera de 125 X 75 X 75 centímetros; revestido de oro (recordemos: bronce o cobre) por dentro y por fuera; sin bisagras ni cerraduras; con cuatro anillas para las barras; con unas barras que no deben retirase de esas anillas y con una moldura que rodea la parte superior.
La sensación que nos produce es que este cajón parece ser bastante compacto, fuerte y resistente. De todas formas, como en su momento veremos, no era ni tan compacto, ni tan robusto, ni tan sólido, como su tapa complementaria conocida como Propiciatorio, y que debió ser muy pesada por ser maciza y estar fabricada de oro puro (bronce).



Éx. 25, 16: En el arca pondrás el testimonio que yo te daré.
Éx. 25, 21: Pondrás el propiciatorio sobre el arca, encerrando en ella el testimonio que yo te daré.
En Dt. 10, 5 habla Moisés: ... puse las tablas en el arca que había hecho, y allí han quedado, como Yavé me lo mandó.
Y allí han quedado. Recordemos esto.

No sé si algún lector lo habrá advertido, pero en el versículo veintiuno de Éxodo veinticinco, que acabamos de leer, encontramos una palabra muy interesante: encerrando.
El Testimonio no debe ser simplemente introducido, guardado, depositado o protegido dentro del arca, el Testimonio debe ser encerrado. Sin embargo, en una caja sin cerraduras, se puede introducir, guardar, depositar o proteger un objeto, pero lo que no puede hacerse es encerrarlo. Me parece muy difícil encerrar algo, si el receptáculo no tiene cierre. Si no contamos con una cerradura, del tipo que sea, difícilmente podremos encerrar. A la mayoría de delincuentes les encantaría que los encerrasen en una prisión sin cierres.

Ya sabemos para qué se destinó el arca: para encerrar el Testimonio. Además, claro está, y según algunos cronistas y muchos comentaristas, para ser utilizado como el baúl de los recuerdos donde se guardarán los Diez Mandamientos, el Código de la Alianza, un recipiente con maná y la vara de Arón.

De entre todos los utensilios que se fabricaron en el Sinaí por orden de Yavé y bajo su supervisión, con mucho y sin comparación posible, como después en el transcurso de la historia de Israel se hace notorio, desde el primer momento ha destacado el Arca del Testimonio. Esto, por supuesto, como ya he dicho, no significa que deba considerarse como el más importante, pues al menos hay otro, el candelabro, que sin pretender abrir un debate comparativo, tiene el mismo valor y parecida notoriedad; y, por supuesto, en mi exclusiva opinión, el Pectoral con sus urim, tiene bastante más alcance y transcendencia.

En lo que se refiere a la utilidad del Arca del Testimonio, desde antiguo han convivido dos corrientes de opinión. Unos estudiosos han mantenido que el arca era una especie de bandera, estandarte o insignia del pueblo hebreo; una representación de la imagen de Yavé o un trono de Dios. Sin embargo, para otros el arca era un oráculo divino.
Como ocurre con frecuencia, y por supuesto, teniendo muy en cuenta que ninguna de las dos opiniones refleja con exactitud el auténtico significado del arca, los seguidores las dos corrientes tienen un punto de razón. En mi parecer, bastante más los segundos que los primeros. Aceptando que el arca es un “oráculo divino” y que Yavé habla a los hebreos a través del arca, es muy lógico admitir que se presente como un estandarte de Dios. Por otra parte, también es muy natural y comprensible, que un símbolo del poder de la divinidad tome forma y presencia en el arca con su propiciatorio e incluso en el candelabro, porque a nadie se le podía ni siquiera ocurrir ,que la insignia o bandera que guiaba al pueblo, pudiera ser la “mesa” de los panes o el altar” de los holocaustos, que por cierto, también eran muy importantes, y por supuesto, construidos por orden de Yavé.
Mi interpretación de la utilidad del arca, en principio no se diferencia en nada de la que se hace constar en los textos sagrados: el arca servía para guardar encerrado el Testimonio, o lo que es lo mismo, para custodiar el mensaje de Yavé grabado sobre las Tablas de Piedra; pero además y al mismo tiempo, era el oráculo del Señor de la Gloria. Sin embargo, esta interpretación tan cercana a las Escrituras, presenta dos muy notables diferencias. En primer lugar, en lo que se refiere a lo que yo entiendo que es el Testimonio, y en segundo lugar, a su función de “oráculo” en una distorsionada y milagrosa utilidad como instrumento de profecía o adivinación.



Los trabajos se ejecutaron en la Tienda de la Reunión que había sido situada por Moisés en las afueras del campamento hebreo (Éx. 33, 7-11), a una prudente y conveniente distancia del pueblo allí acampado.
Acerca de los restantes muebles, los sabios investigadores bíblicos pueden mostrar algunas discrepancias, pero en cuanto al arca, aceptan que se construyó en el Sinaí.
¿Y saben por qué lo aceptan?
Pues, sencillamente, porque no pueden negarlo. Y no pueden ni siquiera discutirlo, porque así consta en numerosos versículos en el Pentateuco y en el libro de Josué ––en los episodios del Jordán y Jericó––. Sin embargo, el resto del mobiliario, después del Pentateuco, es apenas mencionado, y por esa razón disponen de argumentos suficientes para justificar la incertidumbre de su existencia en aquel momento. Pero sin la más mínima duda se puede afirmar que el arca, junto con el resto de los utensilios encargados por Yavé, se construyó en el campamento hebreo situado al pie de la montaña del Sinaí.



El arca, que es lo primero que Yavé ordena que sea construido como parte integrante del santuario, se fabrica entre los meses tercero y duodécimo después de la salida de Egipto. Me es imposible hacer una mayor precisión. Y si bien es muy cierto que posiblemente fuese el primer mueble que empezó a construirse, tampoco es mentira que, probablemente, fue el último en finalizarse. Y, desde luego, no concluyó su construcción hasta que, tal y como consta en el capítulo final del Éxodo (Éx. 40, 35), Yavé se presentó en el Tabernáculo.



El arca fue construida por Yavé pero, lógicamente, éste no fue su artífice material. Un ingeniero no construye con sus propias manos una presa, ni un arquitecto suele colocar ladrillos en la obra.
Como prueba evidente y confirmación de que toda la obra del santuario está dirigida por Yavé, tenemos que recordar el versículo nueve de Éx. 25, donde ordena que se ajusten al modelo que les ha enseñado, y también advertir, que es el mismo Señor de la Gloria, quien designa aquellos que deben ser los artesanos capacitados para tal efecto, así está escrito en Éx. 31, 1: Yavé habló a Moisés diciendo: “Sabrás que yo llamo por su nombre (que yo conozco) a Besalel, hijo de Uri, hijo de Hur, de la tribu de Judá. Le he llenado del espíritu de Dios, de sabiduría, de entendimiento, y de saber para toda clase de obras. Le asocio Odolías u Oliab, hijo de Ajisamec...”
Por lo tanto, el arca fue construida por artesanos hebreos formados en Egipto. Pero fue, y ésta es mi interpretación, finalizada, perfeccionada y adaptada para sus fines, por el mismísimo Yavé y sus 'ángeles'.



Se construyó como Yavé dispuso que se hiciera, y con los materiales que él eligió. Y según los textos sagrados, los únicos materiales usados para la fabricación del arca del Testimonio son dos: madera de acacia y oro puro. O lo que es lo mismo para los buenos entendedores: madera y bronce.



Así parece que lo quieren dar a entender los cronistas en Éx. 16, 32-34, cuando Moisés, hablando del maná dice: …y deposítalo ante Yavé, que se conserve para nuestros descendientes. Sin embargo, yo opino que eso resulta extremamente improbable, y por supuesto, no comparto en absoluto esa creencia de “conservar” el maná dentro del arca.
No obstante, en este sentido, sí que existe una característica del arca que llama mucho la atención. Me refiero a los tres paneles –––oro, madera y oro (bronce, madera y bronce)––, que componen cada una de las paredes y la base del arca, y que dan soporte suficiente al recio propiciatorio. Tenemos una pared interior de metal, una intermedia de madera y otra exterior también de metal. Y cabría preguntarse: ¿para qué?; ¿por qué el arca no fue construida únicamente de bronce macizo o de madera?

Atendiendo a la promesa antes efectuada, veamos la razón:
El hombre, cuando ha estudiado la posibilidad de mejorar el aislamiento, de evitar las pérdidas de calor, de impedir la penetración del frío o del calor, en definitiva, lo que se conoce como proceso isotérmico, ha descubierto que varias paredes finas alternadas con cámaras de aire son más efectivas que una pared gruesa. Por esta razón debemos entender, que esa manera de construir el arca, pretende un aislamiento, una separación del interior con respecto al exterior. Pero de esto, a suponer que el arca tenía poder de conservación existe bastante diferencia. Además, no parece muy lógico ni coherente, dotar de poder de “conservación” a un arcón construido y destinado para contener dos tablas de piedra.
Y, después de recordar a los lectores, que en Egipto era bastante frecuente el triple “contenedor” ––estoy aludiendo a los sarcófagos de faraones––, yo tengo la convicción de que el arca tenía esa construcción reforzada, por dos motivos:
Primero. Para preservar de daños y proteger al contenido de su interior ––obviando, por supuesto, las tablas de piedra––, y procurando mantenerlo a una temperatura lo más constante posible, aislada del exterior e intentando evitar la penetración del calor, del polvo y de la suciedad.
Segundo. Esa cubierta interior de chapa de metal, aportaba una notable ventaja sobre la madera de acacia, puesto que recogía mejor y más adecuadamente las ondas sonoras, y así facilitaba la audición. La voz de Yavé era reflejada en esas paredes metálicas.
Existe una tercera posibilidad que identifica las tres capas o revestimientos ––metal-aislante-metal––, como la combinación más adecuada, casi idónea, para fabricar un condensador eléctrico. Y yo, sin afirmar no negar, me pregunto: ¿Por qué no?

Una de las confusiones más llamativas del relato bíblico, es la de considerar el arca como un baúl en el que guardar todo lo que se deseara o pareciera adecuado almacenar. Y eso no es así. Y no es así, entre otras, por la sencilla razón de que una vez que se da por finalizada su construcción, y en su interior es encerrado el Testimonio, la apertura del arca es, como mínimo, problemática. Y además, como luego se verá y quedará sobradamente demostrado, no era muy aconsejable poner la mano encima, y menos todavía intentar forzar la tapa para abrir el arca. Es más, ni siquiera era saludable estar en sus proximidades si no se tomaban las precauciones adecuadas. (Núm. 4, 15-20). Quien no lo crea, puede consultar lo ocurrido a los filisteos e incluso a los hebreos, y por supuesto, que recuerde el desgraciado e injusto accidente que sufrió Ozá (I Sam. 5; II Sam. 6).

Esta es una demostración más en contra de las ignorantes e interesadas añadiduras de esos absurdos elementos sacerdotales, que se consideraban a sí mismos como los elegidos por Dios para interpretar sus decisiones. En Dt. 31, 24, los “ungidos” ponen en boca de Moisés unas afirmaciones y unas ordenes imposibles: Tomad este libro de la Ley y ponedlo en el arca de la alianza de Yavé, vuestro Dios, que esté allí como testimonio contra ti.
Intentando no buscarme sacerdotales enemistades, afirmo diplomáticamente, que esa era una orden absurda, ignorante e interesada, y además, de imposible ejecución. Y eso era así por varias razones:
Porque Yavé había decidido que aquel arca no pudiese ser abierto, y, posiblemente, el circuito quedase interrumpido al levantar la tapa.
Porque aquel pacto se acepta, pero no se firma ningún documento.
Porque la frase final tiene cambiada la preposición, que en lugar de contra, debe ser para. ––…que esté allí como testimonio para ti––. Yavé dejó un testimonio para nosotros, no contra nosotros.
Porque esos añadidos son posteriores al cautiverio de Babilonia.
Porque Yavé, solamente dio consejos y recomendaciones, pero jamás amenazó con castigos ni con maldiciones. El Señor de la Gloria se limitó a proponer una respetuosa alianza de la que el hombre podía desdecirse y desligarse cuando lo desease.
Porque Yavé jamás habló de la futura apostasía de Israel, ni de su deportación a Babilonia, ni de la dispersión ordenada por Roma, ni de la expulsión decretada por los Reyes Católicos, y muy posiblemente, ni tan siquiera mencionase la actuación de Dana Internacional en el festival de Eurovisión. Lo que motivó la inclusión de ese reseñado versículo del Deuteronomio, fue el innegable y vergonzoso deseo, de que el pueblo quedase sometido a su interesada legislación. Si algún lector no advierte interés por parte de los levitas, yo le invito a que lea el capítulo veintiséis de ese mismo quinto libro de la Torah.



De toda esa minuciosidad, de esa exactitud, de ese cuidado de los detalles, no hay más remedio que deducir que el arca es algo más que un receptáculo, un baúl, un mueble, que sólo tenía por objeto “encerrar” dos tablas de piedra. Sin la menor duda, guardará y “encerrará” las tablas que contienen el Testimonio, esas tablas de piedra que tienen grabadas las diez palabras escritas por el “dedo” de Yavé, pero también es muy posible que en ese arca quedase depositado y “encerrado” algo más. En mi opinión, el arca, además de contener el Testimonio, servía de protección a un aparato o conjunto de componentes, por medio de los cuales Yavé podía establecer comunicación con los hombres.
Sin embargo, debo admitir, que habida cuenta de la portentosa (no milagrosa) tecnología en poder de Yavé, tal vez no precisase ningún aparato o conjunto de componentes que habilitasen la comunicación. Eso, sólo Dios lo sabe.




Y ahora, tal y como también se prometió cuando algún lector se extrañó por la falta de bisagras y cerraduras, me ocuparé de señalar otra de las interesantes peculiaridades de las que gozaba el arca: la moldura de oro.
Y en la parte superior pondrás una moldura de oro todo alrededor. (Éx. 25, 11)
Como ya he dicho, este detalle de la moldura tampoco debe ser considerado como un capricho destinado a que el arca luciese más bonita y aparente. Yavé no puso allí esa moldura porque fuese decorativa. Si Yavé dijo que tenía que haber una moldura, era porque esa moldura resultaba necesaria y tenía una misión especifica y bien definida.

En todas las épocas se han dotado a los arcones o baúles de unos refuerzos, cinchas o abrazaderas metálicas, con el propósito de hacerlos más recios y resistentes, y al mismo tiempo, esos herrajes servían para facilitar los anclajes de las cerraduras y candados. Pero jamás se ha colocado una moldura metálica en la parte superior de una caja de madera.
Esa moldura de oro (bronce), colocada en la parte superior del arca, es una especie de reborde o perfil, o lo que es lo mismo, un remate, un canal, en definitiva una “pestaña”.
Permítanme otra sonora redundancia:
La moldura de 'oro' no es otra cosa mas que un recio canal de encaje, para encajar el propiciatorio y dejarlo incrustado, ajustado y encajado en el arca.
Aquí encontramos la utilidad oculta de esa moldura:

Acoplar con el mejor y más preciso ajuste, la tapa-propiciatoria en la parte superior del arca.

Puesto que Yavé así lo ha ordenado, los artesanos colocan, debidamente enclavado, aferrado y asegurado, ese reborde todo alrededor en la parte superior del arca, y con ello, dan por finalizada la obra. A continuación, y tal y como consta en el último capítulo del Éxodo: ...así acabó Moisés la obra. Entonces la nube cubrió el tabernáculo de la reunión, y la gloria de Yavé llenó el habitáculo. Moisés no pudo ya entrar en el tabernáculo de la reunión porque estaba encima la nube, y la gloria de Yavé llenaba el habitáculo. (Éx. 40, 33-35)
Acabamos de ver que Moisés finaliza la obra; que la Gloria se presenta en el habitáculo, y que Moisés ya no pudo entrar. Todo esto está bastante claro, pero nosotros podemos profundizar e insistir un poco más.
Ya desde el primer momento, en el capítulo veinticinco, se describen el arca y el propiciatorio como dos artículos diferentes. En el versículo diez dice: Harás un arca…, y en el diecisiete: Harás un propiciatorio… Con esa redacción se consigue resaltar que no eran un mismo y único mueble, y que, ni siquiera el material con el que están construidos es el mismo; y cabría preguntarse: ¿si la caja es de madera, por qué la tapa no es también de madera?; el noventa y nueve por ciento de las cajas de madera existentes en el mundo tienen también una tapa de madera. Por otra parte, siempre que son citados, se hace por separado. Veamos, por ejemplo, Éx. 31, 7: el tabernáculo de la reunión, el arca del testimonio, el propiciatorio de encima y todos los muebles del tabernáculo —no dice el arca del testimonio con el propiciatorio de encima—; en Éx. 35, 12 consta: el arca y sus barras; el propiciatorio y el velo de separación; —en este versículo separa, hasta con punto y coma, el arca y el propiciatorio—. Por todo esto, tratar de afirmar que arca y propiciatorio son un mismo objeto, como en buena lógica sería muy comprensible en una caja con su tapa, no es admisible.
Pues bien, teniendo en cuenta que son dos utensilios diferentes, en Éx. 40, 1-5 encontramos: Yavé habló a Moisés diciendo: “El día primero del mes prepararás el habitáculo y el tabernáculo de la reunión, y pondrás en él el arca del testimonio y la cubrirás con el velo; ¿dónde se menciona el propiciatorio? llevarás la mesa y dispondrás lo que en ella se ha de proponer ––en esta frase que dice dispondrás lo que en ella se ha de proponer, se puede ser más ambiguo e impreciso, pero eso conllevaría una cierta dificultad––; llevarás el candelabro, y colocarás en él las lámparas; pondrás el altar de oro para el timiama delante del arca del testimonio, y tenderás la cortina a la entrada del tabernáculo de la reunión.
Repito: ¿dónde se menciona el propiciatorio? Como se puede apreciar, se ha referido al arca, la mesa, el candelabro y el altar del timiama, pero ni una palabra del propiciatorio.
Bien es verdad, que un poco después, en ese mismo capítulo (Éx. 40, 20) consta que Moisés Tomó el testimonio y lo puso dentro del arca, y puso las barras del arca, y encima de ella el propiciatorio. Eso es lo que se dice, ¿pero sucedió así realmente? Tengamos en cuenta que las primeras palabras han salido de la boca de Yavé, y que estas últimas, son atribuidas a Moisés.
Todos sabemos que Moisés obedecía al pie de la letra las instrucciones de Yavé, y si Yavé no ha ordenado que se coloque el propiciatorio sobre el arca, no tenemos más remedio que deducir, que el profeta no puso la tapa sobre el arca, y solamente cubrió el arca con un velo. Y por lo tanto, esa descripción de la colocación de la tapa es solamente una “confusa aportación” levítica.
Y afirmo que ese versículo 20 es una confusa aportación, porque todos los versículos del 11 al 27, además de una reiteración suponen una evidente añadidura porque:
No había pilón; Yavé nunca ordenó que Arón y sus hijos fuesen untados de aceite; Moisés no colocó el propiciatorio sobre el arca, y tampoco colgó ningún velo de separación, sino que, simplemente, cubrió (tapó) el arca con un velo.
Esta errónea unificación del velo sobre el arca con el velo de separación, es lo que después ha dado lugar a una gran confusión en la colocación del altar de los perfumes.
De cualquier manera, con aportación levítica o sin ella, una vez realizadas estas operaciones, los artesanos dan por finalizada la obra, y ante la inminente y anunciada llegada de Yavé, todos abandonan el Tabernáculo.

Es entonces cuando la Gloria de Yavé se posa junto a la Tienda de la Reunión, y a partir de ese instante, ni siquiera Moisés puede permanecer allí (Éx. 40, 35). El recinto es ocupado por Yavé y sus 'ángeles', o lo que es lo mismo, por el personal de la nave Gloria. Retiran el velo y, en el dudoso caso de que estuviese colocado, levantan el propiciatorio, y allí, junto al Testimonio, quedan depositados esos objetos o componentes que Yavé ha decidido dejar a los hombres. Después de efectuar las últimas comprobaciones, y sirviéndose de la moldura, se vierte sobre ella oro (bronce) en estado líquido para efectuar una soldadura por fusión. A continuación se coloca nuevamente la tapa-propiciatoria, que al solidificarse los dos metales (moldura y propiciatorio) queda pegada al arcón. Por último, con el lienzo cubren nuevamente el arca.

Así, de esta forma, y durante siglos, el arca debía permanecer cerrado, soldado y sellado con la misma materia, y en su interior, encerrado, un mensaje destinado a nosotros, los hombres del futuro.
Claro, que según se hará constar en el capítulo veintitrés de este trabajo, en el momento de tratar sobre el efod ––ver el subtítulo: El final del Arca del Sinaí––, para nuestra desgracia, el hado del destino o algún amigo suyo, decidió que las cosas sucedieran de otra manera. Lo que ocurrió en Eben-Ezer (I Sam. 4, 5, 6 y 7 ) fue una verdadera desgracia pero, si somos justos, a nadie podemos culpar de ello. Ni siquiera a los sacerdotes levitas se les puede atribuir aquel desastre. Y debo admitir, francamente, que eso me hubiera gustado muchísimo.

1. Que el Arca del Testimonio fue construido en el Sinaí para dar cumplimiento a uno de los diez mandatos de Yavé.
2. Que estaba destinado a encerrar las Tablas de Piedra del Testimonio.
3. Que su triple estructura (metal, madera, metal) no gozaba de ninguna capacidad de conservación; sin embargo, aislaba y protegía el interior. Además, sus interiores paredes metálicas, convertían ese mueble en una magnífica caja de resonancia.
4. Que no estaba dotado de bisagras ni de cerrojos, porque no estaba destinado a ser abierta o cerrada a voluntad de nadie.
5. Que se colocó una moldura alrededor en la parte superior para facilitar el anclaje de la tapa, su ajuste, soldado y sellado. Operaciones, que en el momento de la clausura, fueron efectuadas por el personal de la Gloria.
6. Que las barras de transporte no podían ni debían extraerse de las anillas. Esta orden tiene el doble propósito de: 1º. Facilitar su delicada manipulación; 2º. Evitar accidentes.
7. Que Moisés no colocó ningún velo de separación, y únicamente se limito a cubrir o tapar el arca.
8. Que según consta en Éx. 40, 34 y 35, durante la operación final, en el Tabernáculo sólo estaba Yavé; y que si Yavé nada dijo al respecto, nadie puede afirmar con rotundidad que fue aquello que los seres vivientes depositaron en el arca antes de soldar y precintar la tapa.
9. Una parte de la tesis que sustenta este estudio, es que allí, dentro del arca y junto a las Tablas del Testimonio, el Señor de la Gloria depositó un aparato por medio del cual se escuchaba la voz de Yavé.

Mucho, muchísimo más hubiese deseado extenderme en este capítulo, y así poder seguir hablando del maravilloso Arca del Testimonio, pero la realidad se impone; y por otra parte, este trabajo, además del arca, estudia otros varios utensilios que se construyeron en el Sinaí por mandato de Yavé.
Y si ya hemos conocido a dos de esos mandatos: el Tabernáculo y el Arca del Testimonio, sigamos a continuación con los demás mandamientos, y veamos ahora que es el Propiciatorio.


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ÉXODO 3-14