Los significados de las palabras | ¿Por qué son diez esos mandamientos? | La confusión: cláusulas, leyes y mandamientos | Los auténticos mandamientos de Yavé | Resumen
En los textos bíblicos, como ya he dicho 'menos' de cien veces, encontramos un buen número de interpretaciones erróneas que han dado lugar a una enorme confusión y que han habilitado el magnífico disparate. Como meros ejemplos podemos recordar las absurdas y mutantes descripciones de fuego por luz; nube por humo o vapor; murallas de aguas que desaparecen por desecación de charcas empantanadas; descanso sabático en vez de reclusión o confinamiento, y así un largo muestrario de absurdos y rebuscados etcéteras, parecidos y semejantes. Pero además, en esos antiquísimos documentos, las desatinadas interpretaciones se ven agravadas por una peligrosa y tolerante semántica.
En las Antiguas Escrituras encontramos un buen número de significativos ejemplos de palabras homónimas, o sea, palabras que se escriben exactamente igual pero que poseen muy distinta significación. En este trabajo ya he indicado un par de ellas: las pruebas de Yavé y las señales que se hacían con el bastón; más adelante trataremos otras dos cuando estudiemos la unción del óleo y los cuernos de los altares. Pues bien, si eso sucede con las homónimas, figúrense ustedes lo que puede ocurrir con las palabras sinónimas.
En el libro del Éxodo, como en la mayor parte de los documentos en los que se desprecia la pragmática en favor de la comprensión milagrera, existe una gran diferencia de interpretación dependiendo del uso que hagamos de una misma palabra y, por supuesto, por la utilización de otro vocablo que pueda presentar un semejante significado. Por ejemplo, y para entendernos en este caso, podemos considerar como sinónimas palabras tales como: órdenes, leyes, edictos, preceptos, prescripciones, reglamentos, mandatos y mandamientos. Sin embargo, esta última palabra, mandamiento, al menos en nuestra cultura suena de muy distinta manera y tiene unas connotaciones y un significado propios que hacen que resalte y se distancie de las demás. Como se decía hasta el otro día, esta palabra marca las diferencias. Y es lógico, son muchos los siglos en los que ni siquiera los gobernantes y legisladores más osados y prepotentes se han atrevido a utilizarla. Han promulgado leyes, disposiciones, reglamentos, etcétera; han podido promover un decreto afirmando: éstas son mis ordenes…, pero jamás han tenido la insolencia de iniciar una legislación diciendo: estos son mis mandamientos...
Y, sin embargo, mandato y mandamiento tienen idéntico significado. Pronto veremos la intención, y, sobre todo, los destinatarios de estos comentarios.
Es en el capítulo diecinueve del Éxodo donde Yavé propone un pacto. A continuación, en los capítulos del veinte al veintitrés y parte del treinta y cuatro, se detallan una serie de preceptos que Yavé consiente e incluso aconseja, pero que, en mi opinión, no forman parte de la Alianza. Y por fin, después del elitista cónclave del episodio veinticuatro, en los capítulos comprendidos desde el veinticinco hasta el final (con tres excepciones), es cuando Yavé formula las diez ordenes, los diez mandatos, los diez mandamientos, con el fin de que se realicen unas obras y trabajos antes de hacer entrega del Testimonio.
Ahora sería cuando algunos sabios, con buena intención pero mala comprensión, exclamarían sorprendidos e indignados:
¿Pero qué dice este individuo?, en esos capítulos no se habla de mandamientos de Dios.
¿Pero qué dice este individuo?, en esos capítulos no se habla de mandamientos de Dios.
¡Pobrecitos sabios!; ¡es que no se fijan!
Como acabo de afirmar, es en el capítulo veinte donde nos encontramos con los consabidos, y casi siempre poco respetados Diez Mandamientos que son de todos conocidos. Mandamientos, que sugieren demasiados interrogantes, y que ciertamente se podrían resumir en solamente dos: reverencia a Dios y respeta a los hombres. Por esta razón puede uno preguntarse:
Si con dos nos apañamos, ¿para qué necesitamos diez? ¿Constituyen acaso un código de conducta en el que se deben tipificar los delitos?
Si con dos nos apañamos, ¿para qué necesitamos diez? ¿Constituyen acaso un código de conducta en el que se deben tipificar los delitos?
No, no es esa la causa de su detallado inventario; aunque ciertamente, sí que es una reseña de delitos que, con independencia de su mayor o menor gravedad, nueve de los diez están castigados con la pena de muerte: muerte al blasfemo, muerte al idolatra, muerte al trasgresor del sábado, muerte al parricida, muerte al ladrón, muerte al homicida, muerte al adultero/a y muerte al falso acusador; solo se libra de la pena de muerte el ansioso que suspira por las propiedades de los demás.
Y aquí es donde entra en juego la semántica; la significación de las palabras.
La correcta interpretación del lenguaje nos conduce directamente a esta indiscutible, redundante y perogrullesca afirmación: Cualquier mandato de Dios es un mandamiento de Dios. O al revés: Cualquier mandamiento de Dios es un mandato de Dios.
Todo tiene su origen cuando Yavé dio diez órdenes, diez mandatos, diez mandamientos. Uno, para que se guardase un día de “descanso”, y los restantes para que se ejecutasen nueve trabajos, o lo que es lo mismo, para que se llevasen a cabo nueve obras o encargos.
Al cabo de algún tiempo, aquella gente se encontró con una realidad incuestionable:
Yavé había ordenado diez mandatos —de eso tenían absoluta seguridad—, y el primero de esos mandatos era guardar el descanso sabático —sobre esto tampoco había la menor duda—, el problema se presentaba inmediatamente después, cuando se vieron en la necesidad de admitir que la fabricación de aquellos nueve incomprensible utensilios eran los restantes nueve mandamientos de Yavé.
Yavé había ordenado diez mandatos —de eso tenían absoluta seguridad—, y el primero de esos mandatos era guardar el descanso sabático —sobre esto tampoco había la menor duda—, el problema se presentaba inmediatamente después, cuando se vieron en la necesidad de admitir que la fabricación de aquellos nueve incomprensible utensilios eran los restantes nueve mandamientos de Yavé.
Intentaré aclarar eso de incomprensibles utensilios.
Como era de esperar, Moisés había obedecido los mandatos de Yavé y, por lo tanto, estos nueve trabajos fueron llevados a cabo. Después, y durante algún tiempo, aquellos objetos cumplieron de maravilla con su cometido, y todos y cada uno de aquellos artilugios realizaron su misión consiguiéndose que la voz de Yavé llegase a la Tienda de la Reunión. Sin embargo, con posterioridad, no se sabe cuándo ni porqué, los extraños artefactos dejaron de funcionar y se convirtieron en unos trastos casi inútiles. Obsérvese que he dicho casi inútiles, pues al menos de dos de ellos ––de la mesa y del altar de holocaustos––, los sacerdotes levitas, siempre prácticos, obtuvieron unas prestaciones más que ventajosas.
Y si es verdad que no se sabe ni cuando ni porqué aquellos artilugios dejaron de funcionar, también es cierto que no podía suceder de otra manera. En realidad, el motivo es bastante sencillo y, por supuesto, absolutamente previsible:
Coloquemos en una habitación unos cuantos trastos aparentemente inútiles, y no digamos a nadie para qué sirven; después, esperemos varios siglos.
Y, ¿por qué nadie sabía la utilidad de esos utensilios?
Según consta en el capítulo cuarto de Números, siempre que se procedía al traslado del tabernáculo, y por lo tanto era preciso desocuparlo, y antes de que los encargados del transporte se hiciesen cargo de los muebles, los sacerdotes tenían que ocuparse de que fueran bien cubiertos con lienzos de lino y con pieles de tejón.
¿Y cual fue la lógica consecuencia de esa ocultación y de ese secretismo?
Pues tampoco es muy difícil de contestar. Una vez muertos sus fabricantes, nadie, excepto los sacerdotes hijos y descendientes de Arón, conocía su apariencia y su posible empleo. Y entonces, en algún momento, ocurrió algo muy lógico: desaparecidos los iniciados, y por lo tanto, ignorada la utilidad del mobiliario del tabernáculo, la gente ya no entendía que aquellas extrañas órdenes que habían obligado a la construcción de un casi absurdo mobiliario, pudiesen ser unos mandamientos de Yavé. Y puesto que eran diez, decidieron sustituirlos por otros diez que resultaban mucho más fáciles de comprender, que eran más conocidos por todos, e indudablemente, mucho más útiles y necesarios que aquellos incomprensibles e inservibles utensilios.
¿Fácil?
Sí, muy fácil.
Bien; entonces seguimos.
Los diez célebres Mandamientos de la Ley de Dios, esos que terminan prohibiendo codiciar el buey o el asno propiedad del prójimo, quedaron anotados en los versículos comprendidos entre el dos y el diecisiete del capítulo veinte. A continuación, en los capítulos veintiuno, veintidós y veintitrés, se abordan las otras disposiciones, leyes y preceptos, en los que se trata sobre temas de muy escasa importancia para el hombre actual. Y digo que hoy son de escaso interés, porque muy pocos hombres del siglo XXI pueden apasionarse por los casos en que los hebreos adquieren siervos procedentes también de tribus hebreas o por las reglas que deben seguirse si un hombre desea vender a su hija, o si otro roba un buey, o si alguien se encuentra el asno propiedad de su vecino. Son asuntos, que a mí se me antojan como materia muy lejana de aquellas que Yavé propondría a los hombres como de obligatorio cumplimiento al aceptar la Alianza, y que incluso, como leyes o normas de regulación de costumbres, deberían haber tenido grabada en el envase y bien a la vista, una fecha de caducidad.
Propiciado por la muy escasa sabiduría de los sacerdotes, que únicamente se sustentaba de la divina inspiración y, sobre todo, en los piadosos, ansiosos y nutritivos holocaustos, lo que en realidad ocurrió en el transcurso de los siglos, es que se mezclaron y confundieron las tres partes, completamente diferentes entre sí, que habían surgido del trato entre Yavé y los hijos de los hombres.
Esas tres partes eran:
- Los acuerdos o cláusulas de la Alianza.
- Las leyes, preceptos y regulación de costumbres.
- Los mandamientos.
Sería muy conveniente intentar corregir esa confusión, con el propósito de que cada uno de los tres grupos quede definido perfectamente y pueda ser diferenciado y separado de los otros dos. Por esta razón estudiemos, independientemente, cada una de estas tres divisiones.
A. Acuerdos o cláusulas de la alianza
En todos los pactos, exceptuando los que un individuo hace consigo mismo, se requiere que al menos existan dos partes. En este acuerdo del Sinaí, efectivamente, encontramos dos partes:
Por un lado Yavé, y por el otro el pueblo hebreo representándose a sí mismo y al resto de la humanidad.
Cada una de las dos partes contratantes, como dirían aquellos cómicos y famosos hermanos, goza de sus derechos y se compromete aceptando sus obligaciones.
Por un lado Yavé, y por el otro el pueblo hebreo representándose a sí mismo y al resto de la humanidad.
Cada una de las dos partes contratantes, como dirían aquellos cómicos y famosos hermanos, goza de sus derechos y se compromete aceptando sus obligaciones.
Consecuente con su compromiso en el pacto, Yavé suscribe la promesa de cuidar, mejor dicho, tutelar, a todos los hijos de los hombres representados por el pueblo hebreo que es el firmante del pacto.
Y préstenme atención: por parte de Yavé, solamente eso.
Que conste que yo no digo que sea poco, únicamente digo que es sólo eso. En su pacto, en su compromiso de la alianza, Yavé asume su obligación de ayudar a los hijos de los hombres, pero no promete cielos, paraísos, infiernos, etc., etc., etc. A todos, o a casi todos, nos gustaría que nos hubiese anunciado y prometido una resurrección, una vida eterna, una recompensa, incluso si me apuran, hubiéramos agradecido algún castigo que no hiciese mucha pupa. Sin embargo, no fue así; es una lástima, pero las cosas son como son. En ningún capítulo, en ningún versículo del Pentateuco o de la Torah, existe nada semejante.
Por el otro lado de ese pacto nos encontramos con las tres cláusulas o condiciones que impone Yavé a los hombres y que éstos aceptan gustosos. Y las aceptan, entre otras razones, porque no encierran ninguna dificultad. Si recordamos el capítulo de la Alianza, advertiremos que en ellas se hace constar bien claramente que:
Yo soy Yavé, tu Dios. No tendrás otro Dios que a mí.
No te postrarás ante esculturas ni imágenes (ni siquiera mías).
En el arca guardarás y protegerás el Testimonio que te entregaré.
No te postrarás ante esculturas ni imágenes (ni siquiera mías).
En el arca guardarás y protegerás el Testimonio que te entregaré.
Dicho de otra manera, estas tres cláusulas son:
No hay ningún dios en quien creer.
No hay que adorar ni dar culto a ningún ser ni divino ni humano.
Se deberá custodiar un documento en piedra que Yavé entregará a Moisés.
No hay que adorar ni dar culto a ningún ser ni divino ni humano.
Se deberá custodiar un documento en piedra que Yavé entregará a Moisés.
Esta es la parte de la alianza que compromete al hombre.
B. Leyes, preceptos y regulación de costumbres
Aquí, en este apartado, quedan incluidas todas las disposiciones que están recogidas en los capítulos veinte a veintitrés, y algunos versículos del treinta y cuatro, y que son el famoso Decálogo y el Código de la Alianza. Son códigos morales y de conducta sumamente útiles y adecuados para facilitar la convivencia entre los hombres, y sobre todo, adaptadas a las necesidades y peculiaridades de un pueblo nómada. Pero, desde luego no son cláusulas del pacto, y ni tan siquiera son mandatos; más bien resultan un conjunto de sugerencias, recomendaciones y consejos propuestos por Moisés y respaldados o consentidos por Yavé.
Por fin, en los capítulos del veinticinco al cuarenta, es donde se aborda el tema de los auténticos diez mandamientos. Así queda reseñado en los versículos comprendidos entre el seis y el diecisiete del capitulo treinta y uno del Éxodo, en los que Yavé dice:
(6) “He puesto la sabiduría en el corazón de los hombres hábiles, para que ejecuten todo lo que te he mandado hacer ––por muy torpe, o por muy cínica que una piadosa colectividad pueda llegar a ser, no tendrá más remedio que aceptar que todo aquello que Yavé manda, es un mandamiento de Yavé––: (7) el tabernáculo de la reunión, el arca del testimonio, el propiciatorio de encima y todos los muebles del tabernáculo; (8) la mesa con sus utensilios —reparemos en esta palabra: “utensilios”; así denomina Yavé a una parte de los componentes del mobiliario—; el candelabro de oro con sus utensilios; el altar de los perfumes; (9) el altar de los holocaustos con sus utensilios; la pila con su base; (10) las vestiduras sagradas para Arón y sus hijos, para ejercer los ministerios sacerdotales; (11) el óleo de la unción y el timiama aromático para el santuario. Cuanto te he mandado hacer, ellos lo harán.”
1. Tabernáculo; 2. Arca; 3. Propiciatorio; 4.- Candelabro; 5. Altar de los perfumes; 6. Altar de holocaustos; 7. Pila; 8. Vestiduras; 9. Oleos.
Ya tenemos nueve de los diez mandamientos.
En el siguientes versículos: (12) Yavé habló a Moisés, diciendo: (13) “Habla a los hijos de Israel y diles: No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es entre mí y vosotros una señal para vuestras generaciones, para que sepáis que soy yo, Yavé, el que os santificó. (14) Guardaréis el sábado porque es cosa santa para vosotros. El que lo profane será castigado con la muerte; el que en él trabaje será borrado de en medio de su pueblo. (15) Se trabajará seis días, pero el día séptimo será día de descanso completo, dedicado a Dios. El que trabaje en sábado será castigado con la muerte. (16) Los hijos de Israel guardarán en sábado y lo celebrarán por sus generaciones, ellos y sus descendientes, como alianza perpetua; (17) será entre mi y ellos una señal perpetua, pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra, y el séptimo día cesó en su obra y descansó”.
Y, ya tenemos el décimo de los diez mandamientos.
Está bastante claro: En el capítulo treinta y uno del Éxodo, en diez versículos seguidos (del 7 al 16), encontramos los diez mandamientos juntitos. Nueve de ellos son órdenes para que se ejecuten unos trabajos, y el último es una norma de conducta, un acto de disciplina: el descanso sabático.
Repitiendo y numerando estos son los diez mandamientos de Yavé que los hebreos deben llevar a cabo:
Primero: Tabernáculo. Segundo: Arca. Tercero: Tapa o propiciatorio. Cuarto: Candelabro. Quinto: Mesa de los panes. Sexto: Altar de los holocaustos. Séptimo: Vestiduras sacerdotales. Octavo: Altar del Incienso y pila de bronce. Noveno: Inciensos, óleos y perfumes. Décimo: Descanso sabático.
Por supuesto, este orden puede modificarse. ¿Qué importancia puede tener, por ejemplo, que el cuarto mandamiento esté colocado en quinto lugar y que el séptimo figure en sexta posición?
Estos mandatos o mandamientos que constan en Éx. 31, son los mismos o muy semejantes, a los diez mandamientos o mandatos que figuran en Éx. 35, 1-3 (primer mandamiento) y 11-19, (nueve restantes mandamientos), y a los mandatos que después son reflejados con gran insistencia en los capítulos 36, 37, 38, 39 y 40.
Deseo resaltar la curiosa y significativa distribución de los mandatos o mandamientos que se hace en Éx. 35. Allí, en el versículo uno, se advierte que es un mandato de Yavé; en el dos se ordena la reclusión sabática y se recuerda que su transgresión está castigada con la muerte; en el tres consta muy claramente que el sábado no puede encenderse el fuego. Y ya tenemos el primer mandamiento. En el versículo cuatro, Moisés presenta al pueblo el mandamiento de Yavé para que se ejecuten nueve trabajos. En los versículos comprendidos entre el cinco y el nueve, se abre la colecta para que los hebreos aporten los materiales necesarios para la obra. En el diez, nuevamente Moisés recuerda que es un mandamiento de Yavé. Y en los nueve versículos siguientes, del once al diecinueve, se enumeran, uno por uno, los nueve trabajos que se deben ejecutar, empezando por el arca y finalizando por las vestiduras sacerdotales.
Y, otravez, ya tenemos los Diez Mandamientos.
La única que variación existente entre los distintos capítulos en los que son citados, consiste en que se nombran y enumeran en otro orden y que son definidos de otra manera, añadiendo o suprimiendo cortinajes, clavazón, etcétera; pero exceptuando el mandamiento que se refiere al “descanso” sabático, todos los demás siguen refiriéndose al mobiliario o “ajuar” del tabernáculo y, por supuesto, continúan siendo mandatos o mandamientos de Yavé.
Por mucho que se indignen los ungidos, éstos, y no los otros, son los Diez Mandamientos de Yavé.
Efectivamente, no lo niego; no solamente a los aceitosos pringosillos les resultará difícil de aceptar. A mí tampoco me fue fácil. Sin la menor discusión deberemos admitir que parecen muy extraños y hasta insólitos estos mandatos. Pero Yavé dice que son mandatos suyos, y yo, tímidamente, insisto diciendo que si son mandatos suyos, son mandamientos suyos. Y además, Yavé lo repite al menos veinticinco veces. Si alguno de los lectores desea comprobarlo, ésta es la reseña de capítulos y versículos en los que se hace constar que son mandatos de Dios: Éxodo: 25, 9, 40; 26, 30; 27, 8; 31, 6; 35, 1, 4, 10, 29; 36, 1; 39, 1, 7, 26, 29, 31, 32, 42, 43; 40, 16, 21, 23, 25, 27, 29, 32.
Muchas personas, incluso haciendo gala de la mejor voluntad y remarcando la distancia que les separa de los piadosos sacerdotes, no podrán por menos que mostrar su asombro y disconformidad con muchas de las afirmaciones que contiene este trabajo, y en concreto, al referirse a este tema, posiblemente exclamen escandalizadas: ¿ordenar que se fabrique un baúl, una mesa o una barbacoa son mandamientos de Dios?
Esa es una actitud y una reacción muy lógica. En realidad, lo que resultaría ilógico, sería no extrañarse por ello. Pero a esa pregunta yo debo responder: así es. Hacer un “baúl”, una “mesa” y una “parrilla para asar”, no es otra cosa sino cumplir con tres de los diez mandamientos de Yavé. Naturalmente, que deberemos tener muy en cuenta:
Quien es Yavé.
Que es un mandamiento.
Cual es la utilidad del baúl, de los angelotes querubines, de la mesa, de la farola, de la parrilla, del sacerdotal ajuar, etcétera.
Todos reconocemos y mostramos nuestra conformidad ante un mandamiento que obliga a “santificar” las fiestas. Nadie discute un mandamiento que ordena, que un día a la semana, el creyente se aproxime a su dios y asista a una celebración en el templo. Sin embargo, cuesta trabajo aceptar como mandamiento la orden de Yavé de construir un arca donde guardar su mensaje para los hijos de los hombres. Y precisamente, esa dificultad fue la que facilitó la sustitución.
¿Y por qué es difícil de admitir y reconocer?
Pues simplemente, porque no resulta nada fácil modificar las creencias.
Cuando Yavé hable con Moisés, cuando realice una sugerencia, cuando proponga un pacto, cuando haga una promesa, e incluso cuando dé un consejo, no hablaremos de mandamientos, pero, cuando Yavé de una orden, cuando Yavé señale un mandato, entonces diremos que eso es un mandamiento de Yavé.
Pero es que, además, debemos tener muy presente el motivo que impulsó a Yavé para dar estos mandamientos. Esos muebles, esos utensilios, son algo realmente muy, muy importante para los hijos de los hombre. Así lo comprobaremos más adelante.
De todas formas, y como anticipo, formulo de nuevo estas tres preguntas y las dejo en el aire:
Primera. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda desde los cielos hasta los hombres y, en lugar de aportar alguna novedad y de entregarnos un mensaje, lo que hace es proponer unas leyes o mandamientos que ya son conocidos por todos los hombres desde muchos siglos antes? Porque nadie pondrá en duda, que antes de la promulgación de los diez mandamientos, en Caldea, en Egipto y en algún sitio más ya estaba prohibido matar, robar, testimoniar en falso, etcétera. Y si no estaba prohibido, que hay sitios muy raros, al menos estaba mal visto.
Segunda. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda de los cielos, se presente ante Abraham, Isaac y Jacob, y no les informe acerca de los diez mandamientos y, por lo tanto, estuvo negándonos durante siglos, el derecho a saber que no debemos matarnos los unos a los otros; que los sábados no se trabaja; o que, en ocasiones estamos obligados a desnucar a un burro?
Tercera. ¿Alguien puede siquiera imaginar que Yavé descienda de los cielos hasta los hombres, y que, según la inefable interpretación sacerdotal de los levitas, se dedique a ordenar que se construya un arcón para guardar esas leyes, una mesa para que los sacerdotes puedan comer unos panes, un candelabro para que no tropiecen cuando entren en el tabernáculo, un altar de holocaustos para que los levitas cocinen sus meriendas, unas elegantes vestiduras para que el sumo sacerdote luzca el palmito, un incensario, unos perfumes y unos óleos para que los representantes de la “divinidad” inunden son su fragancia el campamento hebreo?
Si no fueron los sacerdotes levitas, ignoro quien pudo imaginarse semejante cosa. Desde luego es una ocurrencia que califica a su autor.
Y de todas formas yo insisto y me pregunto:
¿Quién puede tener capacidad para eso?; ¿quién puede ser tan ocurrente y luego seguir viviendo de diezmos, primicias, censos y donaciones durante más de tres mil años?
¿Quién puede tener capacidad para eso?; ¿quién puede ser tan ocurrente y luego seguir viviendo de diezmos, primicias, censos y donaciones durante más de tres mil años?
¡A saber!
Un mandato es un mandamiento. Existe una diferencia entre cláusulas de la alianza, las leyes y los mandamientos. Yavé, cuando ordenó a Moisés que construyese el Tabernáculo y fabricase el arca, el candelabro, los altares, etcétera, dio los verdaderos Diez Mandatos o Mandamientos.
ENLACE CON LA SEGUNDA PARTE
Se dice con frecuencia, que nunca segundas partes fueron buenas. ¡Puede ser! Pero lo que sucede muy a menudo es, simplemente, que siendo las dos malas, la segunda parte es peor que la primera.
En el presente caso ocurre algo bastante curioso:
La primera parte, que no digo yo que sea buena, siendo más atractiva es menos importante que la segunda. Y la segunda parte, que yo no digo que sea mala, resultando menos atractiva es más importante que la primera.
Y esto sucede por una sencilla razón:
La auténtica demostración del significado de aquella gran visita, se encuentra en la construcción del tabernáculo y su extraño mobiliario.
Vamos a comprobar que hay de cierto en estas afirmaciones.
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