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Después de estudiar la Presentación y la Alianza, que en mi opinión representan dos de las cuatro piedras angulares del mensaje de Yavé, ahora, en el presente capítulo conoceremos, y algunos incluso meditaremos, sobre la tercera piedra de sustentación. Y aquí, esa piedra angular, sí que resulta ser, literalmente, una piedra dura y auténtica que nos impacta con una cuestión de la más extraordinaria importancia: El Testimonio de las dos Tablas de Piedra.
En Éx. 25, 16 Yavé ha dicho a Moisés:
En el arca pondrás el Testimonio que yo te daré.
Este versículo no será tan identificativo como Éx. 3,14; ni tan impresionantes como Éx. 19, 16-20; ni tan prometedor como Éx. 23, 20-23; ni tan útil y provechoso como Éx. 34, 27, sin embargo, por su precisión ––esto es para esto––, las palabras de Yavé en Éx. 25, 16 son de excepcional nitidez. Y lo son, porque nos descubre algo realmente categórico y que no admite ninguna posibilidad de duda:
El Arca de la Alianza servirá para guardar el Testimonio.
Y esta afirmación tan evidente deriva a una lógica deducción: El Testimonio debía ser algo verdaderamente muy importante, puesto que su custodia es una de las cláusulas de la Alianza pactada con Yavé; porque además, justifica la construcción del arca donde será depositado e, indirectamente, porque motiva el levantamiento del Tabernáculo que a su vez cobijará ese arcón.
Quizás ese arcón, tal y como se afirma en las Escrituras, tenga más utilidades, y en él se puedan depositar otros objetos como la vara de Arón y el vaso de Maná en conserva. Tal vez sea así, sin embargo, yo no lo creo. Y, como entiendo que en el transcurso de este trabajo también quedará suficientemente establecido que el arca tampoco contenía ni Mandamientos ni Leyes de la Alianza, y saltando sobre la discusión bizantina acerca de la posibilidad de que ese cofre, tal y como consta en algún comentario de la Torah, tuviese adosado un estante-librería, al final, lo que resulta evidente es que el Arca contendrá el Testimonio. Así, pues, nos vamos directamente al asunto.
En Dt. 31, 9 consta: Y escribió Moisés esta Ley y se la dio a los sacerdotes, hijos de Leví, que llevaban el arca del pacto...
Bien, además de recordarnos que los sacerdotes eran levitas, son al menos tres las conclusiones que se pueden extraer del anterior versículo: Que Moisés escribió una Ley, que se la dio a los levitas y que estos llevaban el arca del pacto. De momento vamos a prescindir de las dos primeras y sólo nos dedicaremos a la tercera:
Los hijos de Leví llevaban el arca del pacto.
Vale; ya sabíamos todos que los sacerdotes llevaban el arca. ¿Pero eso que significa?
Esto significa, ni más ni menos, que si era transportada a otro lugar era, sencillamente, porque el arca ya estaba construida cuando Moisés entregó la Ley a los sacerdotes. Cada una de estas deducciones es muy reveladora como veremos casi inmediatamente.
En la Torah, en Dt. 31, 25-26, se dice: ...ordenó Moisés a los levitas que llevaban el arca del pacto del Eterno, diciendo: Tomad este Libro de la Ley y ponedlo al lado del arca del pacto del Eterno.
Aquí se reitera que los levitas llevan el arca, y se hace constar con meridiana claridad, que el libro debe ser colocado al lado del arca.
Recapitulemos: Por una parte, Yavé ha dicho a Moisés en Éx. 25, 16: Y pondrás dentro del arca las tablas del testimonio que yo te daré. Esto, aunque no queramos, nos dice con toda claridad, que lo que debe ponerse dentro del arca son las tablas del testimonio que Yavé entrega a Moisés, y el Señor de la Gloria no hace mención de la ley que Moisés escriba. Por otra parte, Moisés dice: Tomad este libro de la ley y ponedlo al lado del arca... Esta frase nos indica, con toda exactitud, que la Ley que ha escrito el profeta debe ser depositada al lado del arca, y en ningún momento está diciendo que debe ser introducida dentro del arca. Por lo tanto:
Si Yavé no ordenó la construcción del arca para depositar mandamientos, leyes o reglamentos, sino que ha entregado a Moisés las Tablas del Testimonio para que sean depositadas en el interior del arca; si a continuación y para transportarlo, se ha cerrado ese arca ––mejor diríamos se ha sellado ese arca––; si, como en su momento veremos, Yavé no está ya con los hebreos, puesto que el pueblo está desplazándose por el desierto ––y supongo que nadie pensará que Yavé anduvo dando vueltas por el Sinaí durante cuarenta años––; y por último, si Moisés dice que la Ley debe depositarse junto al arca, deberíamos preguntarnos:
¿De donde hemos sacado que dentro del arca estaba la Ley de Moisés?
Pero con independencia de estas dudas, de estas certezas y de mis más o menos acertadas o erróneas interpretaciones acerca de la totalidad de productos y artículos a depositar en el interior de aquel contenedor conocido como el Arca del Testimonio, nos encontramos con una realidad que resulta incuestionable: en el mismo instante de ordenar la construcción del arca, Yavé informa que allí dentro se colocará el Testimonio. Y esto nos conduce a una pregunta de capital importancia:
¿Qué es el Testimonio?
Al Testimonio, o lo que es lo mismo, a las dos Tablas de Piedra, se las ha llamado las Tablas de Yavé, las Tablas de Moisés, las Tablas de la Ley, las Tablas de los Mandamientos, las Tablas de la Alianza, las Tablas de las Diez Palabras y, por supuesto, las Tablas del Testimonio. De todas éstas formas, con todos estos nombres y con alguno más, han sido conocidas por más de medio mundo y desde hace miles de años esas dos losetas de piedra que Yavé entregó Moisés y que éste introdujo en el arca.
Pues bien, no todos los apellido de esas tablas son correctos:
Eran tablas de piedra eran las tablas de Yavé, eran las tablas de las diez palabras y eran las tablas del Testimonio; pero no eran las tablas de Moisés, no eran las tablas de la Ley, no eran las tablas de los Mandamientos ni eran las tablas de la Alianza.
Pero, también con independencia del más o menos exacto y correcto apellido, lo que resulta muy cierto es que, prescindiendo de las milagrosas revelaciones a iluminados o piadosamente sugestionados, nadie ha sabido con certeza, y por lo tanto nadie ha podido afirmar con absoluta seguridad, que es lo que contenían esas tablas de dura piedra.
Pues bien, no todos los apellido de esas tablas son correctos:
Eran tablas de piedra eran las tablas de Yavé, eran las tablas de las diez palabras y eran las tablas del Testimonio; pero no eran las tablas de Moisés, no eran las tablas de la Ley, no eran las tablas de los Mandamientos ni eran las tablas de la Alianza.
Pero, también con independencia del más o menos exacto y correcto apellido, lo que resulta muy cierto es que, prescindiendo de las milagrosas revelaciones a iluminados o piadosamente sugestionados, nadie ha sabido con certeza, y por lo tanto nadie ha podido afirmar con absoluta seguridad, que es lo que contenían esas tablas de dura piedra.
Y además, aunque parezca extraño y resulte incomprensible, ni es extraño ni es incomprensible, y ese desconocimiento sobre el contenido de las tablas de piedra, está plenamente justificado.
¿Y por qué está justificado?
Pues, sencillamente, porque en este asunto sucede algo que resulta verdaderamente extraordinario:
Hasta varios siglos después, hasta el reinado de Salomón, nadie leyó las Tablas del Testimonio. Y cuando digo que nadie las leyó, quiero decir exactamente eso, que no las leyó nadie.
¿Y por que nadie leyó esas tablas?
Pues existen dos motivos, y ninguno de ellos resulta más decisivo o menos determinante que el otro.
La primera razón es que nadie sabía leer su contenido.
Para que nos entendamos:
Por mucha y muy grande que fuese la cultura y preparación de Moisés, y por muchos idiomas que dominase (egipcio, hebreo, arameo, madianita, amalecita, etc.), ni él, ni los sabios poliglotas bajo sus ordenes, entendían ni media palabra de la escritura de Yavé. En este mismo capítulo veremos mi fundamento para esta afirmación.
La segunda razón que justifica la ignorancia de los hijos de los hombres sobre el contenido de las Tablas del Testimonio es, sencillamente, por que no fueron escritas por Yavé para ser leídas en aquellos tiempos. Las tablas eran un mensaje para nosotros, para los hombres de generaciones muy posteriores.
Yavé, sobre dos tablas de piedra escribió un comunicado para los hombres. Este documento se lo entregó a Moisés para que fuesen guardadas dentro del arca que había sido dotado de autodefensa y que sacudía unos calambrazos de mucho cuidado. Moisés, obedeciendo la orden, allí las depositó. El arcón quedó cerrado y bien cerrado; y eso es todo. Por lo tanto, la auténtica realidad es que, de esas tablas, solamente sabemos que eran aquello que Yavé dijo que eran: Un testimonio.
Vale, pero ¿qué es un testimonio?
Estos son varios de los posibles significados de la palabra testimonio: Prueba —recordemos que Moisés dijo a los hebreos que Yavé había venido a probarles, y que probarles, además de ponerles a prueba, puede significar darles pruebas—. Pero además, testimonio también puede significar: alegación, aseveración, atestación, atestiguación, autenticación, certificación, confirmación, credencial, declaración, demostración, evidencia, fe, formulación, legalización, legitimación, manifestación, proclamación, revelación y testificación. O sea, una auténtica exhibición de sinónimos.
Antes de continuar, deberíamos admitir que en ninguno de sus múltiples significados, la palabra testimonio es sinónima de mandamiento, de ley, de código, de reglamento o de decálogo. Y después de resaltada la evidencia de que no existe la más mínima relación entre alguno de esos cinco sustantivos y un testimonio, ya podemos continuar.
Según el diccionario, la definición de testimonio es: Atestación o aseveración de una cosa. Instrumento autorizado por escribano o notario en el que se da fe de un hecho, se traslada total o parcialmente un documento o se le resume por vía de relación. Prueba, justificación o comprobación de la certeza o verdad de una cosa.
Testimoniar es: Atestiguar o servir de testigo para alguna cosa.
Bueno, pues no era tan difícil. En realidad, si uno lo piensa bien, o por el contrario decide pensarlo mal, resulta que el asunto es bastante fácil. Después de muchos siglos, ya sabemos que el Testimonio era eso que había dicho Yavé: Un testimonio.
Entonces, si el Testimonio es un testimonio, o lo que es lo mismo, si el Testimonio es una prueba, una evidencia o una testificación, ¿por qué se ha insistido tanto diciendo que era otra cosa?
Pues, simplemente, por la misma razón que se producen muchos casos absurdos y suceden gran número de acontecimientos incomprensibles: por unas deducciones erróneas o disparatadas, por incompetencia, por fanatismo y, por supuesto, por interpretaciones milagrosamente interesadas.
En el caso presente los sabios-ignorantes e interesados interpretes se dijeron:
Yavé ha hecho un pacto con los hombres, ha ordenado unos mandamientos y ha consentido unas leyes y códigos. ¿Vale?
Vale.
A continuación ha dicho a Moisés: Escribe todo esto. ¿Vale?
Vale.
Y para finalizar, ha entregado al profeta unas tablas de piedra, y ha dicho que las deposite en el Arca. ¿Vale?
Vale.
Por lo tanto, no existe ni la menor duda: El Testimonio tiene que ser, por fuerza, una recopilación del pacto, de los mandamientos y de las leyes. ¿Vale?
Pues no; no vale.
No, señores sabios-ignorantes; no, señores interesados y milagreros interpretes; están ustedes muy equivocados. Las cláusulas del pacto no las escribió Moisés para guardarlas en un cofre, sino, como muy bien dice el profeta en Dt. 31, 10,11,25 y 26, para ser depositadas junto al arca, leídas y comentadas al menos cada siete años. Lo que se debía guardar en ese arcón era un documento en piedra escrito por Yavé; un documento que él mismo les entregó, y que llamó, o mejor dicho calificó, como prueba o Testimonio.
Y aquí me gustaría efectuar una declaración, que facilitará una mejor comprensión del comportamiento de ciertos individuos:
Los hijos de los hombres, no todos por supuesto, tenemos una evidente propensión a dar crédito a las afirmaciones de las clases dirigentes ––políticas o religiosas––, siempre y cuando se aproximen a nuestro pensamiento o nuestras creencias. Y eso es un error. Aunque no todos sean así, un considerable número de políticos y religiosos de “alta graduación” gozan de ese estatus de dirigentes, sólo por ser capaces de presuponerse más inteligentes que los demás y entender que se encuentran en mejor disposición para mentir, trepar y luchar por conseguir poder. Y en lo que se refiere a mentir, trepar y luchar por el poder, nadie pone en duda que esas gentes gozan de una gran capacidad. Sólo nos asaltan los más fundados recelos, cuando se les atribuye una superioridad de tipo intelectual. Y si alguien duda de esta afirmación, cuente:
¿Cuántos políticos y cuántos religiosos profesionales han sido eminentes investigadores y científicos que pusieran su sabiduría y su ciencia al servicio de la humanidad?
“Piquitos de oro”, o como ellos dicen, grandes oradores, encontrará un buen número; individuos “arreglamundos”, capaces de convertir una atroz mentira en una verdad políticamente correcta, encontrará muchos más; pero dirigentes con los que el hombre esté en deuda, de esos encontrará muy, muy pocos.
Testimonio es, en mí opinión, la palabra más interesante de todo el Éxodo. Con esto estoy queriendo decir, ni más ni menos, que testimonio es la palabra más importante del documento más trascendente de la historia de la humanidad. Comparte con Yavé el centro de todas las Escrituras y es citado un gran número de veces. Sólo en el Éxodo, es nombrado en más de veinte ocasiones. La mayoría de éstas se refieren al arca del Testimonio, y en alguna ocasión, se menciona la Tienda del Testimonio. Pero a nosotros, lo que nos importa en este momento no es ni el arca ni la tienda, a nosotros lo que nos interesa, y además nos interesa mucho, es el Testimonio en sí, son las Tablas del Testimonio.
Y si resulta, que un testimonio es una prueba, una evidencia, una declaración, debemos preguntarnos: ¿de qué se da prueba o testimonio en esas tablas de piedra?
Pues aquí hemos llegado.
Verá usted mi respetado lector: Esas tablas de piedra que Yavé entregó a Moisés en el Sinaí, contenían una certificación, una declaración muy especial. En aquel pétreo documento no se decía: No mates, no robes, no mientas o no prestes dinero con usura; y aunque los sacerdotes se empecinen en ello, allí ni siquiera se mencionaba que debían desnucar un borrico en caso de no “rescatarle” con un cordero o con unas monedas para los levitas. No, allí no se decía nada de eso. Aquellas placas de piedra contenían:
Una certificación, una evidencia, una prueba, un testimonio, haciendo constar que no estamos solos en el universo, y que Yavé había venido a nuestro mundo.
Ni más, ni menos.
Naturalmente, y como es lógico, con el permiso de los señores sacerdotes.
Hace todavía pocos años, exactamente en 1972, nosotros, los hijos de los hombres, los habitantes del planeta Tierra, hemos imitado a Yavé. Si señores, hemos imitado al Señor de la Gloria y hemos enviado al espacio un Testimonio.
La sonda Pioneer 10 lleva una placa de oro con un mensaje para una posible inteligencia lejana a nuestro planeta. En esa chapa pretendemos dar una prueba o testimonio de que estamos en el universo. Y por cierto, en esa placa-testimonio no se ha hecho constar ni uno sólo de los diez mandamientos.
En ese testimonio, en nuestro testimonio, en un lenguaje ideográfico hemos dado contenido a la siguiente información:
Uno. Estamos aquí: se presenta un dibujo de nuestro sistema solar, y desde el tercer planeta contando a partir del sol, sale la cápsula espacial.
Dos. Somos así: dos figuras humanas; un hombre y una mujer.
Tres. No somos muy lerdos, pues además de saber construir cápsulas espaciales, tenemos otros conocimientos: Transición del átomo de hidrógeno. Equivalente binario del ocho. Localización por la posición relativa del sol en la Vía Láctea a 14 púlsar.
Cuatro. Para finalizar, y no pudiendo evitar nuestra condición de seres humanos, nos permitimos una pequeña y enorme mentira: el hombre muestra alzada y abierta su mano derecha en una presumible señal de paz y amistad. Por supuesto, que no existe dolo en ese mensaje, pero sí mucha, muchísima ingenuidad. Y no existe trampa en ese gesto, porque un inmenso número de los hijos de los hombres, posiblemente recibirían a los moradores del universo con los brazos abiertos, pero nadie puede poner en duda que otro sector de seres humanos, desconfiaría mucho antes de estrechar la mano de un extraterrestre, y que un tercero y muy considerable grupo de cordiales pobladores de este planeta, siguiendo las invitaciones de Wells y Welles, a la menor oportunidad lanzaría contra ellos un furibundo ataque. Así que, de señales de amistad en nuestro mensaje-testimonio, sí, pero menos.
Ese intento de comunicación con inteligencias extraterrestres, fue complementado dos años después con el Mensaje de Arecibo.
Cuando Yavé y sus ángeles estuvieron aquí, fue su voluntad dejar constancia de ello a fin de que, transcurrido el tiempo y avanzada la cultura, el hombre supiese, mejor dicho, el hombre recordase, que no estaba sólo. En aquellos momentos, Yavé en persona se lo dijo a Moisés, pero quiso ir más allá, y por esa razón también lo dejó escrito en un documento dando así un testimonio para las futuras generaciones. Sabía que esa información supondría una inestimable ayuda para los seres humanos.
Sin embargo, “alguienes” nos robaron. No fueron ni Moisés ni Arón; tampoco fueron aquellas gentes a las que podemos identificar como la primera generación del Sinaí. Fueron sus descendientes nacidos varios siglos después; fueron aquellos levitas y aquellos sumos sacerdotes titulares y dueños de la sabiduría, y por supuesto, fueron los miembros de la copiosa y exuberante colección de sabios e “iluminados”. Todos ellos, amparados en su saber, por simple fanatismo o con la intención de sacar beneficio de ello, ocultaron la verdad e inventaron una imposible serie de fantasías y falsedades. Esas gentes modificaron el Pentateuco (los cinco libros o volúmenes), y lograron convertirlo en una adulterada mezcla entre un Pentatraca (los cinco petardos unidos) y un Pentatruco (los cinco engaños). De esta manera y durante siglos, despojaron a nuestros padres de la inestimable verdad. Con ese comportamiento robaron su libertad y los impidieron cumplir su parte de aquel pacto firmado en el Sinaí.
Todo este tema de las erróneamente llamadas Tablas de la Ley, es tan extremadamente importante, que he considerado que, no solamente sería conveniente sino que resultaba de todo punto imprescindible, efectuar algunas precisiones sobre el Testimonio.
La primera vez que aparece una referencia al Testimonio es en Éx.. 16, 34, cuando se guarda un vaso de maná: Arón lo depositó ante el Testimonio, para que se conservase. Por no saber leer ni interpretar las palabras se quiso hacer creer que el maná se depósito dentro del arca. Pero ahí no se dice que el vaso de maná debía ponerse en el arca, sino ante el testimonio. Y tengamos en cuenta que, en ocasiones al arca se le denominaba como el testimonio.
De todas formas, como se ve, ya estamos a vueltas con la magia. Según cuentan las “iluminadas crónicas”, al parecer el Testimonio o tal vez el arcón donde estaba depositado, habían sido dotados del poder para conservar aquello que su colocase en su proximidad. Al menos, eso se creyó, o se pretendió que se creyese, en un determinado momento. Además, ese poder de conservación debía de ser de una gran efectividad y formidable eficacia, puesto que el maná, según Éx. 16, 20, se echaba a perder en menos de un día.
No obstante, no puedo negar que esa creencia posee un cierto fundamento, y que Yavé tal vez ordenase que junto al arca fuera guardado un recipiente con maná. Pero no con el producto elaborado, sino una simple muestra, que únicamente contuviese los componentes de aquel medicamento que podría resultar muy útil para el hombre. Porque, no nos engañemos, el arca no tenía ninguna misión frigorífica y el Testimonio por supuesto tampoco. Ni lo tuvieron en el primer momento al ser construidos, ni lo tenían siglos después cuando se abrió el arca al ser depositado en el templo de Salomón, puesto que en su interior, tal y como consta en I Reyes 8, 9: No había en el arca ninguna otra cosa más que las dos tablas de piedra que Moisés depositó en ella en Horeb… Por lo tanto, dentro del arca no había indicios de ningún recipiente de “conserva de maná al vacío”, ni de la famosa vara de Arón, y desde luego, no se encontró ni el menor rastro de mandamientos o de códigos.
Claro que, si lo miramos bien, esto tampoco tiene una gran significación, ya que el arcón que abrió Salomón en Jerusalén, por mucho que se pretenda afirmar lo contrario, y tal y como veremos en su momento, tenía muy poco en común con el arca verdadera; con aquel arcón que fue diseñado por Yavé y construido en el Sinaí.
Por otra parte, volviendo a Éx. 16, 34, debemos tener en cuanta que, cuando se dice que Moisés depositó el maná ante el Testimonio, éste todavía no le había sido entregado por Yavé y el arca no había sido construida. Claro que siempre se puede alegar que Arón puso la muestra del maná después de construir el arca, o que el maná empezó a recibirse después de que Yavé hiciera entrega del Testimonio. Pero yo insisto en que ni el testimonio ni el arca tenían, ni de lejos ni de cerca, la misión de conservar alimentos por muy “milagrosos” que estos pudiesen resultar.
En Éx. 20, 16 cita la palabra testimonio utilizándola con otro significado: “No testificarás contra tu prójimo falso testimonio”. He recogido aquí esa frase, aunque en realidad no tiene ninguna relación con la esencia del Testimonio, con el único objetivo de resaltar, o por lo menos para hacer notar, que la palabra testimonio es empleada en las Escrituras como sinónimo de prueba, de justificación, de testigo. De esta forma intento evitar que “alguien” pueda argumentar diciendo, que en aquel tiempo, la palabra testimonio era equivalente a la palabra ley o mandamiento.
En Éx. 22, 12 se dice: Si el animal hubiese sido despedazado, lo traerá para testimonio, pero no pagará nada por el animal despedazado. En este versículo se demuestra, igualmente, que la palabra testimonio es usada como equivalente a evidencia o prueba. Por lo tanto, y una vez más, podemos confirmar que testimonio no tiene ni la menor relación con leyes, mandamientos o códigos.
Es en Éx. 25, 10-15 cuando Yavé ordena la fabricación de un arca. A continuación, en el versículo siguiente, o sea, en Éx. 25, 16 dice: En el arca pondrás el testimonio que yo te daré. Y como una ratificación, después que en los versículos sucesivos del 17 al 20, ordenase la construcción del propiciatorio con sus querubines, en el versículo 21, Yavé insiste y dispone: “Pondrás el propiciatorio sobre el arca y dentro de ésta, el testimonio que yo te daré”.
¡Señores sacerdotes!, vamos a tratar de entendernos: Yavé dice a Moisés que construya una caja con su tapa, y que en su interior debe poner “algo” que él entregará. “Algo” a lo que llama prueba, atestiguación, certificación o testimonio. Con esto debería ser más que suficiente, por muy sacerdotes que sean y por mucha que sea su habilidad para evitar comprender.
Sólo en el libro del Éxodo, la palabra testimonio es citada en veintidós ocasiones. Y veintidós veces son muchas veces; y además, todas muy importantes. Aunque solamente fuese por la reiteración con que es mencionado, debemos entender que el algún momento de la historia de la humanidad el Testimonio fue muy, muy apreciado. Demasiado valorado y considerado como para pensar que su contenido consistía en unas elementales, y ya muy conocidas leyes básicas de convivencia entre los hombres y la primitiva legislación de un pueblo de pastores nómadas. Por lo tanto, de leyes, códigos, reglamentos, ordenanzas y mandamientos, nada de nada.
Que eso lo hubiese hecho Hammurabi, puede resultar muy lógico. Para eso era un rey, y si deseaba poner un poco de orden en su imperio, precisaba de una legislación. Pero lo que ya no parece tan lógico, es asegurar, que Yavé vino a nuestro planeta casi mil años después de Hammurabi, para hacer y exponer lo mismo..., sólo que un poco peor, y desde luego mucho menos completo. Y todavía resulta menos lógico pretender que nos creamos, que después, dio la orden para que aquel plagio de leyes quedase guardado en un baúl.
Y si he afirmado que un poco peor, es porque existe una notable diferencia en calidad y cantidad a favor de Hammurabi. Si realizamos una comparación entre el código legislativo encontrado en Susa y los Diez Mandamientos o el Código de la Alianza de los hebreos, y aunque en los dos textos se mantenga la severa Ley del Talión, la diferencia a favor del rey de Babilonia es muy notable. Y esto también es fácilmente cotejable.
Con el propósito de entender un poco mejor todo aquello que está relacionado con el Testimonio, debemos tratar con alguna intensidad el tema de las Tablas de Piedra, que constituyen el soporte material sobre el que Yavé escribió su mensaje testimonial.
Y vamos a entenderlo de una vez, Yavé no dejó una información para aquellas gentes sumidas en la oscuridad cultural de la Edad del Bronce; ni tampoco entregó un mensaje para el fanatismo y la precariedad intelectual del Medievo; ni siquiera para los brotes lúcidos, pero insuficientes, del glorificado Renacimiento; Yavé dejó un mensaje para nosotros, para los hombres y mujeres de hoy; para las primeras generaciones de hijos de los hombres ,a quienes, los avances de la ciencia han facilitado la posibilidad de comprender.
Y vamos a entenderlo de una vez, Yavé no dejó una información para aquellas gentes sumidas en la oscuridad cultural de la Edad del Bronce; ni tampoco entregó un mensaje para el fanatismo y la precariedad intelectual del Medievo; ni siquiera para los brotes lúcidos, pero insuficientes, del glorificado Renacimiento; Yavé dejó un mensaje para nosotros, para los hombres y mujeres de hoy; para las primeras generaciones de hijos de los hombres ,a quienes, los avances de la ciencia han facilitado la posibilidad de comprender.
Y al vez hubiera sido una opción inteligente no despreciar el regalo.
Es posible que Yavé escribiese otro mensaje; quizás lo hizo de alguna manera que nosotros todavía no somos capaces de descubrir o de entender, pero lo que es indudable y no admite el quizás, es que Yavé dejó un mensaje para los hijos de los hombres, y que lo hizo, tal y como estos usaban en aquellos tiempos: por escrito y sobre unas tablas o planchas de piedra.
Y como acabo de decir, deberíamos considerar la posibilidad de que ese mensaje lo dejase también en algún otro lugar de nuestro mundo. Porque nadie, aparte de aquellos que todos sabemos, tendrá la humorada de asegurar que Yavé, cuando vino a este planeta, sólo visitó el Sinaí y que nada más dejó un mensaje.
Claro que, si Yavé solamente entregó ese único mensaje, y si únicamente nos dejó constancia de su paso por este planeta mediante una pétrea comunicación depositada en manos de una tribu de pastores, debió ser porque tenía de los hombres una opinión ciertamente muy generosa. Y puesto que Yavé no se equivoca, yo no tengo más remedio que insistir en que dejó otro u otros mensajes.
Y ahora yo me permito rogar a los lectores, que después de meditar unos segundos sobre el hecho de que Yavé vino al planeta Tierra y dejó un testimonio escrito sobre unas pequeñas losas, intentemos contestar a esta pregunta:
La existencia de dos juegos de tablas, y sobre todo, la reseña de que el primero de ellos había sido hecho totalmente por Yavé, parece que nos está informando sobre un acto premeditado y decidido con anterioridad. Pero si tenemos en cuenta, que ya desde la primera cita, esas tablas son descritas como de piedra, se hace difícil de aceptar que Yavé había salido de su pueblo portando un mensaje escrito en piedra y destinado a los hombres.
Y si fue un acto improvisado y decidido sobre la marcha, ¿qué pudo impulsar a Yavé a obrar así?; ¿simpatizó con nosotros?; ¿tal vez los hombres con nuestra lúcida necedad, nuestra generosa cicatería y nuestra poderosa fragilidad, logramos penetrar en su corazón?
Tal vez.
El caso es que, posiblemente, Yavé no fuese portador de ningún documento para dejar en la Tierra, y que no obstante, antes de marcharse decidió dejar un testimonio de su presencia, e incluso habilitó un sistema para que permaneciésemos en contacto con él. Y nuestra autoestima no debería engañarnos: aquel pueblo expulsado de Egipto, atemorizado, acosado por otras tribus, hambriento y con un más que incierto porvenir, gozaba de los atributos necesarios para conmover el corazón de Yavé, propiciar su afecto y suscitar su compasión. Y eso, aunque Yavé no gozase en su divina naturaleza de una misericordia infinita y sólo hubiera sido una buena persona.
Todo el mundo sabe que las Tablas de Piedra del Testimonio eran dos; también es del dominio público que existieron dos juegos de Tablas de Piedra, y que, como he dicho, cada uno de ellos estuvo compuesto de dos tablas; y algunas personas incluso saben, que existieron dos juegos de tablas por la sencilla razón de que las primeras fueron quebradas por Moisés en un arrebato de ira.
A mí, personalmente, nunca me ha convencido ese episodio en el que un irritado Moisés rompe las Tablas de Piedra. Y me parece sospechoso por dos motivos diferentes.
En primer lugar, porque, no es que sea ilógica, es que ni siquiera es comprensible, la airada reacción de Moisés al episodio idólatra de los hebreos. Y por otra parte, tampoco parece muy razonable que Yavé, ni una sola vez, le reprochase esa acción.
Respecto a este último comentario quiero recordar que Yavé, como ser inteligente y justo, está predispuesto a comprender y perdonar, pero su tolerancia nunca significa indiferencia. Por esa razón es por lo que amonesta y demanda explicaciones siempre que los comportamientos no son los adecuados, y la actuación que el cronista atribuye a Moisés no es la más correcta.
Permítanme una descriptiva parábola aplicable al versículo diecinueve del capítulo treinta y dos del Éxodo:
En aquel tiempo, el primer ministro y embajador de un poderoso rey visita un país con el que recientemente se ha establecido una relación de amistad y de cooperación de buena vecindad. Ese primer ministro, que casualmente se llama Moisés, lleva en su cartera un importantísimo tratado de alianza concebido y redactado por su rey. Al llegar a la capital del país se encuentra con disturbios en las calles causados por los enemigos de esa alianza.
¿Y saben ustedes cual es la ocurrencia de embajador?
Pues la reacción del diplomático no es otra que pillar un formidable “rebote”, y destruir airadamente aquellos valiosos documentos que habían sido escritos por la propia mano de su rey.
Luego, sofocada la rebelión, aquel poderoso rey que había concebido, redactado y firmado el documento de la alianza, no reprocha su actuación de su embajador y, únicamente se limita a mostrar su descontento contra los revolucionarios a los que pretende castigar. Apaciguado por el mismo ministro destrozón, el rey decide repetir el trabajo y redactar otros documentos del pacto, confiando y rogando a Dios, para que estos nuevos manuscritos cojan de mejor humor al embajador y tengan más suerte.
¿Vale?
¿Vale?
Pues no; no vale. Ni en la parábola, ni en el relato del Éxodo.
¿Qué quieren que les diga? No parece ni muy lógico, ni muy real, y lo menos que se puede pensar es que esa crónica está mal hecha, o que en el mejor de los casos falta algo. Eso sí, siempre se puede alegar que los caminos de Dios son inescrutables, y lo que pretendía y decidió esa divinidad era tener la posibilidad de hacer dos veces el mismo trabajo. Y posiblemente sea así, yo no soy quien para ponerlo en duda; tal vez los caminos de ese dios sean inescrutables, pero los caminos de Yavé son siempre rectos y despejados, y por supuesto, muy comprensibles.
Pero no son éstas, ni mucho menos, las únicas incertidumbres que nos dejan esos versículos. Lo cierto es que, todo aquello relacionado con las Tablas de Piedra del Testimonio, resulta demasiado interesante como para relegarlo y no intentar profundizar un poco más. Así pues, veamos que es lo que dicen las Escrituras.
De las primeras tablas, el segundo libro del Pentateuco nos dice:
Éx. 24, 12-18: Dijo Yavé a Moisés: “Sube a mí al monte y estate allí. Te daré unas tablas de piedra, y escritas en ellas las leyes y mandamientos que te he dado, para que se las enseñes”. (13) Y se levantó Moisés con Josué, su ministro, y subieron a la montaña de Dios. (14) Y dijo a los ancianos: “Esperadnos aquí hasta que volvamos. Quedan con vosotros Arón y Hur; si alguna cosa grave hay, llevadla a ellos”. (15) Subió Moisés a la montaña, y la nube la cubrió. (16) La gloria de Yavé estaba sobre el monte y la nube la cubrió durante seis días. Al séptimo llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. (17) La gloria de Yavé parecía a los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. (18) Moisés penetró dentro de la nube y subió a la montaña quedando allí cuarenta días y cuarenta noches.
Éx.. 31, 18: Cuando hubo acabado Yavé de hablar a Moisés en la montaña del Sinaí, le dio las dos tablas del Testimonio, tablas de piedra, escritas por el dedo de Dios.
Éx.. 32, 15-16: Volviose Moisés y bajó de la montaña, llevando en las manos las dos tablas del testimonio, que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. (16) Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas.
Éx.. 32, 19: Cuando estuvo cerca del campamento, vio el becerro y las danzas; y encendido en cólera, tiró las tablas y las rompió al pie de la montaña.
Hasta aquí, lo que consta en el libro del Éxodo respecto a las primeras tablas de piedra.
Resaltemos sólo cinco puntos:
Primero. Que Moisés, desde antes de subir al monte, ya sabía que estaría ausente un considerable número de días, o sea, que estaba al tanto de que no sería un sube y baja, y por lo tanto, deja nombrados a sus sustitutos y organizado su alejamiento. (Éx. 24, 14)
Segundo. Que la nube cubrió la montaña durante seis días. Repito: seis días. No dice cuarenta días; solamente afirma que durante seis días la nube cubrió la montaña. (Éx. 24, 16)
Tercero. Que al séptimo día, Moisés penetró en la nube y no fue visto durante cuarenta días. (Éx. 24, 18). O sea, que la nube, mejor sería decir la nave, llevaba seis días en la cima de la montaña cuando Moisés penetró en ella y desapareció.
Cuarto. Que la Gloria parecía fuego devorador. (Éx. 24, 17)
Quinto. Que Moisés desapareció durante cuarenta días.
Ahora, si les parece bien, aquí lo dejamos; pero no se preocupen, ya lo retomaremos más adelante. Y esto no es una amenaza, solo pretende ser una promesa.
De las segundas tablas, el Libro nos dice:
Éx. 34, 1-4: Yavé dijo a Moisés: “Haz dos tablas de piedra como las primeras y escribiré en ellas lo que tenían las primeras que rompiste, (2) y está pronto para mañana subir temprano y presentarte a mí en la cumbre de la montaña. (3) que no suba nadie contigo, ni parezca nadie en ninguna parte de la montaña, ni oveja ni buey paste junto a la montaña”. (4) Moisés talló dos piedras como las dos primeras, y, levantándose muy temprano, subió a la montaña del Sinaí, como se lo había mandado Yavé, llevando en sus manos las dos tablas de piedra.
(5) Yavé descendió en la nube y se detuvo allí junto a él.
Yavé con su gloria y la nube se detiene a escasos metros de Moisés. —No me digan que la escena no resulta impresionante—.
Como ya vimos en el capítulo titulado la Alianza, los versículos siguientes hasta el veintisiete contienen una parte de la verdadera alianza, pero también, unas cuantas pequeñas chapucillas añadidas posteriormente por los levitas, pero ni una ni otras inciden en el tema de las tablas. Una vez finalizado ese remiendo legislativo que fue introducido en cuña para intentar otorgarle alguna legitimidad, se continúa con el asunto de las Tablas del Testimonio.
(28) Estuvo Moisés allí cuarenta días y cuarenta noches, sin comer y sin beber, y escribió Yavé en las tablas los diez Mandamientos de la Ley. (29) Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí traía en sus manos las dos tablas del Testimonio y no sabía que su faz se había hecho radiante desde que había estado hablando con Yavé. (30) Arón y todos los hijos de Israel, al ver como resplandecía la faz de Moisés, tuvieron miedo de acercarse a él. (31) Llamólos Moisés, y Arón y los jefes de la asamblea volvieron y se acercaron y él les habló. (32) Se acercaron luego todos los hijos de Israel, y él le comunicó todo lo que había mandado Yavé en la montaña del Sinaí. (33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro. (34) Al entrar Moisés ante Yavé para hablar con Él, se quitaba el velo hasta que salía; después salía para decir a los hijos de Israel lo que se le había mandado. (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo hasta que entraba de nuevo a hablar con Yavé.
De la lectura y estudio de los anteriores versículos, y de algunos otros que de una forma más o menos directa inciden en esta materia, me han surgido un buen número de preguntas, de las que únicamente he seleccionado unas cuantas. Como los lectores ––si todavía quedan más de uno––, podrán comprobar inmediatamente, algunas de las preguntas son bastante más interesantes que sus respuestas. Y eso sucede, porque igual que en otras muchas facetas de la vida, aquí resalta la abrumadora realidad y nos hace ver, que suele ser mucho más fácil plantear incógnitas que resolver problemas.
Este es el cuestionario.
Si de verdad Dios es Dios, no necesita para nada escribir un mensaje. Dios no escribe cartas; Dios no envía e-mails ni telegramas; Dios no redacta testamentos ni testimonios; y posiblemente, Dios ni siquiera hace Declaración de Renta. Pero si Yavé no es Dios; si Yavé es un ser procedente de algún punto del universo, y que por lo tanto viene del cielo; si Yavé es quien el mismo afirma ser cuando dice: YO SOY EL QUE SOY, en ese caso, Yavé hizo lo que debía hacer, y dejó en manos de los hombres una información escrita dando un testimonio.
Y de cualquier forma, no lo duden: ningún dios ha escrito de su puño y letra ––con su dedo––, un mensaje para sus fieles y luego les ha ordenado que lo metan en un baúl.
Como ya hemos visto, los hijos de los hombres, cuando hemos enviado nuestro Testimonio a las estrellas, hemos utilizado el oro; de esta forma, hemos demostrado a Yavé que nosotros somos más rumbosos. ¿Alguien lo dudaba?
Pero, lógicamente, el Señor de la Gloria utilizó la piedra por dos razones muy comprensibles:
Primera. La piedra es un soporte idóneo para escribir un mensaje destinado a perdurar.
Segunda. La piedra, en sí misma, no despierta la codicia.
Las tablas de piedra eran un documento, y en aquella época los documentos se escribían en tablas de arcilla, en ostracones, en pequeños tableros de madera, en papiros de cañas entretejidas o en pergaminos de pieles curtidas. Pero cuando eran documentos muy importantes y se pretendía para ellos una larga duración, el texto se esculpía en piedra; casi siempre en placas o planchas que en los textos bíblicos son denominadas tablas. También, en ocasiones, se escribía en cilindros o en monolitos de distintas formas geométricas, que si bien en algunos casos eran de cobre o bronce, solían ser de dura piedra de granito, diorita o basalto.
Y aquí, en cuña, como si yo tambíen fuese un levita, introduzco una interpretación casi gratuita:
Con la finalidad de que siempre estuviesen juntas, esas tablas de piedra del Testimonio, posiblemente, fuesen complementarias la una de la otra, de tal manera, que la falta de una de ellas imposibilitaría la lectura y la comprensión del texto. Si no fuese así, cabe preguntarse: ¿por qué dos tablas? Nadie dudará que Yavé gozaba de la tecnología suficiente para gravar un extenso mensaje en una sola y minúscula tabla, y con una escritura microscópica. Además, de esa forma se garantizaba que nadie podría descifrar el texto hasta estar en posesión de la técnica necesaria.
Ya he dicho que es una interpretación de andar por casa.
De todas maneras, me gustaría precisar que las tablas de arcilla sobre las que entonces se solía escribir, eran unas baldosas o ladrillos de diferentes tamaños y de un notable espesor. Hago esta aclaración para que nadie pueda imaginar que las tablas eran finas planchas de arcilla cocida o secada al sol. Todo lo contrario. Cuando se pretendía una duración, tenían un grosor considerable con el fin de obtener una elevada consistencia. Sin embargo, Yavé debió entender que la piedra era más resistente, y al no poseer por sí misma valor material, sería menos codiciada que el oro, la plata, el bronce y demás metales, y que esta circunstancia ayudaría a evitar su expolio. Y esa es también mi esperanza secreta. El arca, el propiciatorio, la mesa y el candelabro, es muy lógico, que al estar construidos en oro (bronce o cobre) fuesen codiciados, y por lo tanto estuviesen expuestos a robos y saqueos. Pero un par de piedras que sólo contenían unos extraños signos, ¿qué codicia podían despertar?, ¿para qué podían servir a nadie?, ¿por qué molestarse siquiera en destruirlas? Por esa razón afirmo, que esa es mi secreta esperanza y, tal vez, existan todavía.
En primer lugar, es muy probable, por no decir absolutamente seguro, que Yavé no diera orden a sus ángeles para que cortasen tablas de piedras y que luego él escribiese sobre ellas. En la nave Gloria habría maquinaria y material para fabricar una especie de pasta de cemento. Por lo tanto, nadie talló un pedrusco para obtener esas primeras piedras puesto que eran artificiales. Y cuando, a propósito de las segundas tablas, en Éx. 34, 1 se dice: Haz dos tablas de piedra como las primeras… debemos entender que eran como las primeras, pero no tan como.
No se puede saber con absoluta certeza, la razón por la que Yavé ordenó a Moisés que le facilitara la piedra para las segundas tablas. Tal vez, se hizo patente que aquellas primeras tablas “prefabricadas” eran muy poco resistentes, y que el documento era demasiado importante como para dejarlo escrito en unos ladrillos de arcilla o barro cocido; por esa razón, y con el mejor criterio, Yavé ordenó a Moisés que cortase unas losetas de piedra, gruesas y resistentes, en las que después grabó el mensaje del Testimonio.
A estos efectos deberíamos tener muy en cuenta, que las gentes de aquel pueblo que conducía Moisés serían hebreos, serían de origen caldeo, serían hijos de Israel, pero también, y tal como la misma Séfora afirma en Éx. 2, 19, eran egipcios. Allí, en el país de las pirámides, de la esfinge, de las grandes estelas y monolitos de piedra, habían nacido ellos, sus padres y sus abuelos; y en ese increíble país, la artesanía de labrar y tallar el granito, el basalto, el mármol y todo tipo de piedra, se puede afirmar, sin mentir ni un poquito, que no era del todo desconocida. El arte de cortar unas tablas de piedra lo dominaban como los ángeles; y si me apuran, lo hacían mejor que los propios ángeles. Por esa razón, Yavé encarga a Moisés que le facilite el soporte material para el segundo documento.
Como ya he dicho, me resulta muy difícil de admitir que Moisés, arrastrado por la ira, que aunque muy justificada, no deja de ser una reacción poco coherente, y para mí de todo punto incomprensible en el sensato proceder de aquel hombre, y arrojase y rompiese en pedazos unas tablas, que él, por supuesto, debía considerar como algo de excepcional importancia, y que momentos antes le había entregado el mismísimo Yavé. Yo admito, como no puede ser de otra forma, que las reacciones humanas son a veces totalmente imprevisibles, pero de todas formas, me resulta muy difícil concebir ese comportamiento en Moisés.
Por otra parte, ese capítulo treinta y dos, si se lee con atención, presenta algunas irregularidades, o al menos, tal y como hice constar en la parábola del diplomático destrozón, una más que evidente carencia de lógica. Veamos lo que se desprende de la lectura de los versículos del quince al veinte:
Moisés permanece en lo alto de la montaña durante cuarenta días sin comer ni beber; transcurrido ese tiempo, Yavé le hace entrega de unas tablas de piedra para que las guarde en el arca; a continuación, Moisés desciende de la montaña siendo portador de las dos tablas de piedra; al advertir la idolatría del pueblo, inflamado en cólera (léase con un rebote considerable) rompe las tablas.
Esto es lo que se dice. Pero ahora meditemos con un poco de lógica, sin olvidar, que hasta los milagros más milagrosos, están obligados a presentar una mínima apariencia de cordura.
Casi todo el mundo conoce, por referencias, el paraje en el que la tradición mantiene que sucedieron estos acontecimientos, pero aunque yo discrepe sobre esa ubicación, creo que debo adaptarme a la opinión más generalizada que, por supuesto, sin ningún fundamento, sitúa el lugar de entrega del Testimonio en el macizo montañoso al sur del desierto del Sinaí.
En esa cordillera de la península del Sinaí, encontramos al menos dos picos, el Jebel Sirbal (montaña de la Red o de la Malla) y el Jebel Musa (montaña de Moisés) ––a estas montañas me referiré en la introducción a la segunda parte––. Estas dos cimas, con la lógica de lo absurdo, se han disputado entre sí el privilegio de radicar un suceso, que muy posiblemente no ocurrió en ninguno de los dos sitios. De estas dos cumbres, al final, por dislocadas pseudo deducciones, y con el objeto de dar cabida en sus proximidades a los seiscientos mil infantes, a las mujeres, a los niños, a la muchedumbre que les acompañaba, y por supuesto al ganado, la balanza de la insensatez se inclinó por el Jebel Musa, despreciando incomprensiblemente al Jebel Sirbal. Pero bueno, la tradición es así, y si ellos se lo pasan bien, y mientras no sea lesivo para los hombres ni suponga una perversa intención, nuestra obligación es respetar sus ocurrencias.
En la cima de ese Jebel Musa, el pico conocido como Montaña de Moisés, a unos dos mil trescientos metros de altitud, lo que hay en la actualidad es un par de pequeñas y rudimentarias edificaciones de índole religiosa; pero entonces, en los tiempos de la visita de Yavé, lo que había era, únicamente, una especie de meseta o planicie sumamente irregular de unos tres mil metros cuadrados, donde la erosión del agua y sobre todo la del viento, había desgajado y dejado esparcidas un gran número de rocas. Pues bien, allí, dentro de una poco acogedora cavidad existente muy cerca de la cumbre, es donde al parecer, un anciano, pasando un frío considerable, permanece sin comer y sin beber durante cuarenta días y cuarenta noches.
De momento no realizamos ningún comentario y continuamos con la interpretación del episodio reflejado en Éxodo, 32.
Unas planchas de piedra del tamaño que siempre nos ha sido mostrado, pueden tener un peso aproximado y mínimo de dos kilos cada una. Y resulta, que bajar de una montaña como el Jebel Musa por senderos de guijarros sueltos, no es precisamente un paseo por un parque, y menos para un anciano que no ha comido en más de un mes, y menos todavía, si además, y como sucede en el presente caso, en cada mano lleva un buen peso. No siendo el asunto una bicoca, sin embargo, lo que realmente debió resultar intolerable para Moisés, y predisponerle a romper las tablas, fue volver la cabeza y observar como Josué, un mocetón de poco más de veinte años, caminaba detrás de él con las manos en los bolsillos; quieras o no, eso chincha mucho.
Y puesto que sabemos que las tablas que ha roto Moisés eran dos, nos planteamos otra pregunta:
Si estampó las dos a la vez, podemos considerarlo como ataque de ira. De esta manera fue representado este suceso por el holandés Rembrandt. Pero si primero rompe una tabla y luego destruye la otra, ya se podría calificar como una rabieta. De esta otra forma interpretó el famoso episodio el pintor francés Nicolás Poussin, en su cuadro titulado Adoración del Becerro de Oro.
Realmente, las crónicas de algunos escribas son a veces muy sospechosas.
Lo que yo entendería como más comprensible y racional, a pesar de no existir ninguna razón que lo documente, es lo siguiente:
Como consecuencia de ese acto de idolatría con el Becerro de Oro, se desencadenó un combate que no fue precisamente un zipizape de patio de colegio, puesto que en él, y aunque yo personalmente opine que ya serían algunos menos, se afirma que murieron tres mil hombres. Durante esa lucha, las tablas pudieron desaparecer, e incluso existe la posibilidad de que algún iracundo fanático se las arrebatase a Moisés y las destruyese, y que después, para evitar daños mayores y un posible castigo de Yavé a todo el pueblo, Moisés asumiera toda la culpa, y que Yavé, aceptando la explicación, prefiriese no insistir en el asunto y diese por buena la versión de su enviado.
Y ya que estamos en ese episodio, quiero resaltar o al menos hacer notar, que esta lucha sangrienta y fratricida, vino al pelo a la tribu de los hijos de Leví, ya que este encarnizado suceso fue después el motivo y fundamento para la elección de los levitas como defensores del tabernáculo; lo cual también puede resultar una miajita sospechoso.
Sean éstas las verdaderas causas del fatal desenlace de las primeras tablas, o sea otra cualquiera, el caso es que Yavé, al parecer, y según se desprende del relato, conoció un poco más a los hombres, y advirtió, que teniendo en cuenta el trato que aquélla gente había dado al Testimonio, la tablas debían ser bastante más resistentes. Para poner remedio ordenó a Moisés que cortase unas losetas más recias. En el capítulo titulado El Arca del Testimonio se hará una reflexión sobre las dimensiones y la notable resistencia de las Tablas de Piedra del Testimonio.
De todas formas, si esas tablas no habían desaparecido y únicamente estaban partidas, no significa que fuesen desechadas, sino que, entendiendo que eran muy quebradizas, y puesto que ya estaban terminadas, era más lógico ocultarlas en la montaña y dejar una especie de mensaje de repuesto. Reconozco que es una bonita ilusión; una posibilidad alentadora; que resultaría maravilloso que hubiese sucedido así, y que por lo tanto, aquellas primeras tablas salidas de las manos de Yavé conteniendo su excepcional mensaje, estuviesen todavía ocultas en el Sinaí esperando ser descubiertas. Lo cierto es que las tablas estaban hechas; que en ningún versículo consta que fueran retiradas por Yavé y que nadie ha encontrado los trozos.
Por otra parte, no se debe descartar la posibilidad de que Yavé, finalizados los estudios y pruebas, decidiese modificar el texto añadiendo nuevas indicaciones que juzgase convenientes para los hombres. Y esta opinión se sustenta en la apariencia de fraude que presenta Éx. 34, 1: ... Haz dos tablas de piedra como las primeras y escribiré en ellas lo que tenían las primeras que rompiste. Y afirmo que dan sensación de falsedad, porque la segunda parte de la frase, además de resultar innecesaria, finaliza con dos palabras, que rompiste, que se nos muestran como un evidente añadido. La frase original debió se, únicamente: Haz dos tablas de piedra como las primeras.
En Dt. 4, 13, Moisés dice refiriéndose a una orden de Yavé: Os promulgó su alianza y os mandó guardarla: los diez mandamientos, que escribió sobre las tablas de piedra.
Esto es lo que dicen que dice. Pero si olvidamos los milagros y las revelaciones, reconoceremos que nadie puede afirmar con rotundidad que estas palabras del Deuteronomio fuesen pronunciadas por Moisés; y aún reconociendo su autoría, lo que sí que podemos declarar con firmeza y con toda seguridad, es que Moisés no entendería ni media palabra de lo que escribiese Yavé. En estas circunstancias, resulta muy comprometido mantener la declaración de que las tablas de piedra contenían los Diez Mandamientos. Al menos aquellos mandamientos que prohíben bajo pena de muerte trabajar los sábados, y aquellas llamativas normas de conducta conocidas como el Código de la Alianza, entre los cuales encontramos la orden de desnucar a un burro.
En este trabajo se pretende mantener la hipótesis de que esas dos tablas de piedra, que como sabemos estaban escritas por el “dedo” de Yavé, contenían el mensaje que una civilización extraterrestre dejaba para los hombres del planeta Tierra. Y no deberíamos desestimar, y mucho menor olvidar, que al estar constituido por dos losas escritas por las dos caras, ese mensaje testimonial constaba de cuatro páginas, y eso, con toda seguridad también debe tener algún significado. Por esa razón, y rechazando la posibilidad de que Yavé escribiese dos mandamientos y medio en cada una de las cuatro caras, mi razonada teoría sostiene, que la comunicación de los Señores del Universo, posiblemente estuviese organizada en al menos cuatro grupos o apartados perfectamente diferenciados entre sí, y que serían:
- Identificación o presentación
- Leyes o códigos de conductas
- Parte informativa y didáctica
- Medicina, laboratorio y farmacia
En la primera agrupación, Yavé se identificaría haciendo constar con signos, dibujos, mapas celestes, cifras o fórmulas matemáticas, la parte del universo de la que eran procedentes, su sistema solar —doy por supuesto que su galaxia es la Vía Láctea—, su estrella o sus estrellas más significativas, su planeta o mundo de origen, su cultura, su aspecto y constitución física, etcétera.
En la segunda sección quedaría constancia de su ética, de su forma de pensar y actuar, y con toda seguridad, se manifestaría y se haría resaltar su buena voluntad y respeto para con todos los pobladores del cosmos. Algo que en transcurso de su estancia entre nosotros quedó muy patente, y que los hombres de buena voluntad agradecemos sinceramente.
En la tercera parte quedaría registrada una demostración de sus avanzados logros y el progreso de su civilización; sus conquistas y adelantos en el campo de las ciencias, y en particular, en la física y en la química. Aquí, como gesto de buena voluntad, y posiblemente también mediante dibujos y representaciones, se proporcionarían sistemas, procedimientos, formulas y ecuaciones matemáticas con los correctos resultados de las incógnitas planteadas; se transmitiría información básica para obtener energía limpia y económica. Aquí, en esta tercera agrupación de informes, es donde podría existir una descripción técnica detallada para la fabricación de un aparato de radio y de sus antenas, las instrucciones para su funcionamiento, sus claves de comunicación, las frecuencias, etc., etc. En resumen, señalarían y detallarían los caminos para conseguir soluciones a una infinidad de enigmas de nuestra civilización. Y aquí sí, en este tercer apartado es donde podrían estar incluidos los auténticos diez mandamientos; esos diez mandatos de Yavé que estudiaremos en el capítulo siguiente.
En la cuarta división se facilitarían remedios y prevenciones para curar y eludir las enfermedades; profilaxis, técnicas quirúrgicas, fórmulas químicas, plantas medicinales y sistemas para utilización óptima de sus principios activos.
Naturalmente, toda o casi toda esta información, estaba destinada a generaciones muy posteriores. Yavé y sus ángeles aportaron entonces todo lo que aquellas gentes, por supuesto, sin comprender ni media palabra, pudieron asimilar. Luego, con el transcurso del tiempo, los poderes religiosos legalmente establecidos como representantes de la divinidad, procuraron y consiguieron que las gentes permanecieran en aquella magnífica, respetuosa y devota ignorancia, en la cual, el secretismo, la tergiversación, y sobre todo, el codicioso deseo de reservar para sí mismos unos conocimientos que hacían poderosos a quienes gozasen de su posesión, acabaron con toda la inestimable ayuda que aquellos enviados de las estrellas nos habían concedido como regalo para la totalidad de los hombres.
Toda esta información que he reseñado, y que en mi opinión era el maravilloso contenido de las tablas, es aquello, que como mínimo, se haría constar en un posible mensaje testimonial que los hijos de los hombres decidiesen dejar en un mundo más atrasado, al que después de haber estado estudiando durante algún tiempo, tuvieran que abandonar. Por supuesto, ésta es únicamente una conjetura, porque lo cierto es, que si alguna vez tenemos la dicha de conocer el contenido de las Tablas, la realidad superará en mucho estas suposiciones. Y pueden estar muy seguros de que, en el Testimonio de Yavé, no encontraríamos un mandamiento que obligase, bajo pena de muerte, a descansar los sábados.
Éx. 34, 28: Y Yavé escribió en las tablas las palabras de la alianza, las diez palabras.
Dt. 4,13: ...las diez palabras que escribió en dos tablas de piedra
Dt. 10, 4: Él escribió en las tablas lo mismo que había escrito antes, las diez palabras que Yavé había dicho en el monte,...
En diez palabras es seguro que no. Pero tampoco veo fácil resumir en diez palabras los Mandamientos y las Leyes de la Alianza. Además, para escribir diez palabras no se precisan cuatro páginas.
Lo cierto es que, incluso resulta muy difícil definir e identificar lo que en aquellos tiempos y en aquellas culturas se podía entender por "palabra", y nada nos impide pensar que palabra tenía el mismo significado que mensaje, como es evidente en la expresión: la palabra de Dios.
Pero además, y como un mero ejemplo para intentar penetrar en esta cuestión, basta con detenerse a observar una tabla del ya mencionado Código de Hammurabi. Allí se pueden advertir diez líneas, que dan forma y redacción al artículo primero de un conjunto de ocho, en los que se legisla sobre la esclavitud. Esas diez líneas se asemejan mucho a diez palabras, sobre todo, así podían percibirlo unos pastores hebreos que, casi con toda seguridad, sólo conocían la escritura egipcia, y eso, los pocos que la conocieran. Pero al mismo tiempo pudiera suceder, que esas diez palabras no significasen únicamente diez líneas sino diez bloques de trazos o de signos, a idéntica manera como en Egipto se usaba en las bases de los escarabajos, que aunque los más abundantes son los de ocho bloques o líneas, también existen de diez divisiones (escarabajo de Tiye de a época de Amenofis III).
Lo que está muy claro, es que las tablas estaban concebidas para contener algo más que diez palabras, según lo que nosotros entendemos por palabras.
Eso es lo que dice Éxodo 34, 28, pero, ¡se dicen tantas cosas! Cuarenta días y cuarenta noches sin comer y sin beber, abrigado con una simple manta de pelo de cabra, en lo alto de una montaña, en un desierto en el que durante la noche hace un frío que pela, debe ser una situación muy dura. Sobre todo para un hombre de los años de Moisés. Yo no me considero una autoridad en el tema, no obstante, el sentido común me insinúa, sutilmente, que la supervivencia de cualquier hombre, y más si es un anciano, en esas poco seductoras circunstancias, debe ser más que problemática. Claro que, si de lo que estamos hablado es de milagros, no solamente cuarenta días, sino cuarenta años, pudiera estar Moisés en la cima de la montaña del Sinaí, abrigado solamente con una camiseta y sin soplar una cuchara.
Pero además, si se piensa un instante, aunque solamente sea un instante, no tienes otra opción que preguntarte: ¿para qué?
Si es un resulta ser un milagro, esa abstinencia milagrosa no supondría el menor mérito para aquel hombre.
Veamos: Si un tirano arroja al profeta Daniel al foso os leones, y estos, incomprensiblemente, se declaran en huelga de hambre, eso podría entenderse como un milagro de la divinidad. Pero si es el profeta quien, para pasar el rato, desciende al pozo de los leones, yo no creo que los dioses deban andar desperdiciando milagros en un individuo que gusta de complicarse la vida.
Entonces, ¿Yavé consideró necesario que Moisés estuviese cuarenta días sin come ni beber?
Pues no señor. Ni Yavé ni Moisés obtenían utilidad alguna por el hecho de que el profeta siguiera esa dieta tan severa. Si acaso, el único que saldría beneficiado sería Arón, quien, al pie de la montaña, se deleitaba con su famoso y piadoso “recogimiento”.
Y, si profundizamos en esta breve meditación y seguimos pensamos un poco más, advertiremos que resulta muy extraño que durante todo ese mes y medio, a Moisés no se le ocurriese en ningún momento enviar a Josué al campamento. Esa iniciativa hubiera gozado de un doble fundamento: en primer lugar, por su propia subsistencia; en segundo lugar, para obtener noticias de un pueblo que se encontraba en un estado de ánimo muy confuso e inquieto, habida cuenta de su incierta situación, sin una perspectiva de futuro y habiendo desaparecido su líder. Sin la menor duda, hubiera estado muy justificado que en algún momento dentro de esos cuarenta días, Moisés se hubiera preocupado por la situación de su pueblo. Situación y circunstancias, que al parecer, fueron las que llevaron a los israelitas a un acto de idolatría en el asunto del Becerro de Oro.
Y ya puestos a pensar, no tenemos más remedio que reconocer que, si esa actitud atribuida a Moisés no es muy lógica, es todavía mucho más extraño, que el mismo Yavé, que pocos días antes y sirviéndose de otro milagroso milagro, se había preocupado del alimento del pueblo y le había proporcionado las codornices y el maná, ahora sin razón alguna, considerase como absolutamente necesaria, y por lo tanto consintiese, o mejor, decidiese, la abstinencia de un anciano.
Y después de cavilar sobre todo esto, cabe preguntarse: ¿qué hacemos con la lógica?; ¿pasamos de ella o intentamos que nos facilite alguna respuesta?; ¿dónde se encuentra la explicación?; ¿resultará un misterioso misterio sacerdotal? ¿Será un prodigioso prodigio mantener a un abuelo cuarenta días sometido a la más rigurosa de las dietas?
Pues no. Aquí no existen misterios, ni milagros, ni ocultas providencias, ni inescrutables intenciones divinas. La solución, la ansiada y lógica respuesta está también allí, justamente donde tenía que estar, en el libro del Éxodo.
Si leemos y releemos unas cuantas veces más, y muy detenidamente, los versículos que se vinculan y que conciernen a este asunto, comprendemos que no existe nada, que no hay ni una sola razón, que nos obligue a pensar que durante esos cuarenta días, Yavé, la Nube, la Gloria y Moisés, permaneciesen en la cima de la montaña.
Veamos.
El texto de Éx. 24, 15-18, en realidad sólo habla de seis días cuando dice: Subió Moisés a la montaña y la nube la cubrió durante seis días. Al séptimo llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. La gloria de Yavé parecía a los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. Moisés penetró dentro de la nube, y subió a la montaña, quedando allí cuarenta días y cuarenta noches.
Como se puede apreciar, el texto dice muy claramente que la nube cubrió (tapó, oculto) la montaña durante seis días. Por la razón que sea, aquella semana, de sábado a sábado, Yavé no desapareció, sino que permaneció allí, en la montaña. El texto también afirma, que ese día séptimo, Yavé llamó a Moisés; que Moisés penetró (entró) en la nube; y en el párrafo final se dice, que Moisés quedó allí cuarenta días, pero no afirma que la Gloria de Yavé y la nube también estuviesen cuarenta días. Y lo cierto es que, probablemente, después de esos siete días, la Gloria de Yavé no permaneciese allí.
Debemos recordar, que con bastante frecuencia, se refieren a lo mismo cuando mencionan la Gloria o la Nube. En este caso, cuando leemos que Moisés penetró dentro de la Nube, podemos entender sin efectuar un alarde de interpretación, que Moisés penetró en la Gloria. Esta lógica interpretación se describirá y ampliará pocas páginas más abajo, cuando se trate el tema de la faz radiante de Moisés. Pero ahora, ya que ellos, ya que los piadosos y sabios sacerdotes no lo han hecho, hagámoslo nosotros; y teniendo en cuenta que la nube está sobre la montaña y que Moisés ha penetrado en la nube, sigamos meditando un poquito más.
Si el pueblo acampado al pie de la montaña hubiese estado contemplando durante cuarenta días el fuego devorador de la Gloria, constancia inequívoca de la presencia de Yavé en la cima del monte, con toda seguridad no se hubiese sentido abandonado en absoluto, y ni tan siquiera hubiera pasado por su mente la tentación de modelar un becerro de oro y adorarle. Otra cosa muy distinta sería, si la cima de la montaña del Sinaí apareciese completamente despejada y sin la menor señal de Yavé, de la Gloria, de la nube y por supuesto de Moisés.
Y si la Gloria no estaba sobre la cumbre del monte de Horeb, lo más probable es que Moisés tampoco se quedase en la montaña, y que luego fuese el pueblo, quien, al no verle descender, supusiese que se encontraba en la cima imposibilitado o muerto por haber mirado a Dios. Es bastante significativo lo que aquella gente pensaba al respecto. Veamos las palabras de los hebreos en Éx. 32, 1, cuando instan a Arón a que construya el becerro de oro,: “... porque ese Moisés, ese hombre que nos ha sacado de Egipto, no sabemos que ha sido de él”.
Recordemos que el pueblo no puede subir a la montaña y que ni siquiera tiene permiso para acercarse a su base. (Éx. 19, 12-13 y Éx. 34, 3) En esas circunstancias, Josué no desciende y Moisés está desaparecido. Si a eso añadimos que en la cima de la montaña no está la nube, es bastante lógica la inquietud y consiguiente exclamación de los hebreos: ...no sabemos que ha sido de él.
Sin embargo, Josué, posiblemente, sí que permaneciera en la montaña. Según consta en Éx. 24, 13, aunque el joven lugarteniente de Moisés no había sido invitado por Yavé, subió a la montaña para acompañar al profeta. Y si reparamos en Éx. 24, 16, también advertiremos que sólo fue a Moisés a quien llamó Yavé: Al séptimo día llamó Yavé a Moisés de en medio de la nube. No se menciona a Josué. Después en Éx. 24, 18, tampoco se le cita cuando dice: Moisés penetró dentro de la nube, y subió a la montaña, quedando allí cuarenta días y cuarenta noches. Y si Josué no fue invitado a subir al monte; si no fue llamado por Yavé desde en medio de la nube; si no se le cita cuando Moisés entra en la nube; y por último, si el ayudante de Moisés no presentó después la faz radiante, es indudable que el joven guerrero permaneció en la montaña. Y, por otra parte, también debemos admitir que no retornó al campamento, puesto que no estuvo implicado en el feo asunto del becerro de oro; así se pone de manifiesto, cuando después, al descender de la montaña acompañando a Moisés, Josué se extraña del alboroto que había en el campamento.
Los iluminados y yo deberemos reconocer que no tenemos ni la menor idea del paradero de Josué durante aquellos días, pero de todas formas, la supervivencia de un joven guerrero y pastor en un macizo montañoso, es mucho más verosímil, y por supuesto, mucho menos milagrosa, que la de un anciano.
Conclusión sobre los cuarenta días:
Según el relato de Éx. 24, 1-11, Yavé ha recibido en la cima de la montaña a Moisés, Arón, Nadab, Abiú y setenta ancianos. A continuación todos descienden del monte y se dirigen al campamento. Sin embargo, la nube no desaparece, permaneciendo en la montaña durante seis días. Al séptimo día, Yavé llama a Moisés, que acompañado por Josué sube nuevamente a la cumbre. Mientras que el joven se queda en la montaña, Moisés penetra en la nube. A continuación, la nube, la gloria, Yavé y Moisés desaparecen durante cuarenta días.
Lo que no está nada claro, al menos para mí, es el propósito y la intención de Yavé cuando decidió permanecer seis días en cumbre del Sinaí. En la primera ocasión en que me encuentre con un iluminado, y aunque me imagine la cretina respuesta que me dará, se lo preguntaré.
Según se desprende de la lectura de las Escrituras, durante esos cuarenta días y cuarenta noches, Yavé dio las ordenes a Moisés y le mostró modelos, maquetas y dibujos para la construcción del tabernáculo y de todos los muebles y complementos. (Éx. 25, 9 y 40 y Éx. 26,30)
Resulta mucho más fácil imaginar a Yavé ilustrando a Moisés en el interior de la nave, que admitir que el Señor de los Cielos descendía de la Gloria, que se había posado sobre la montaña, y que día tras día enseñaba y explicaba, al cada vez más famélico y desmejorado Moisés, los planos del “santuario” y su mobiliario.
Resulta mucho más fácil imaginar a Yavé ilustrando a Moisés en el interior de la nave, que admitir que el Señor de los Cielos descendía de la Gloria, que se había posado sobre la montaña, y que día tras día enseñaba y explicaba, al cada vez más famélico y desmejorado Moisés, los planos del “santuario” y su mobiliario.
Por otra parte, no sería muy arriesgado pensar que Yavé consintió en mostrar a Moisés la nave Gloria. Debemos tener muy en cuenta que Moisés disfrutaba de la amistad de Yavé, y que al menos en una ocasión, según consta en Éx. 33, 18, el profeta ruega a su amigo que le conceda ver su Gloria, y que, tal y como se aprecia en el versículo siguiente, Yavé consiente y promete en mostrarle su bondad (su magnificencia); y que, casi inmediatamente después, en Éx. 34, 1, es cuando Yavé ordena a Moisés que haga otras dos tablas y que suba de nuevo a la montaña. Como consecuencia de esta orden, y según ese mismo capítulo en su versículo veintiocho, es cuando Moisés por segunda vez, permanece en la montaña durante cuarenta días. Tal vez fuese entonces cuando Yavé accedió al ruego de Moisés, y éste fuera conducido al interior de la Gloria de Yavé. No había mejor oportunidad que en esos cuarenta días. En este mismo capítulo, como ya he dicho, se hará una interpretación de esos extraños y oscuros versículos de Éx. 33, 18-23.
Pero de todas formas, cabe preguntarse: con Moisés o sin Moisés, ¿dónde estuvo Yavé durante esos cuarenta días?, ¿anduvo por otros puntos del planeta? ¿decidió tomarse una cuarentena sabática?
Pues, yo no sé dónde fue, pero lo indudable es que estuvo en alguna parte. Y aunque existen antecedentes que afirman, que al menos en una ocasión, Dios descansó el séptimo día, y a pesar de que nunca nos han informado sobre cuanto tiempo estuvo descansando, yo estoy seguro que no permaneció ocioso esos cuarenta días. Y otra cosa también sé: Yavé no vino de vacaciones al tercer planeta de este pequeño sistema solar.
En Éx. 34, 1-3, Yavé dijo a Moisés: “Haz dos tablas de piedra como las primeras y escribiré en ellas lo que tenían las primeras que rompiste, (2) y está pronto para mañana subir temprano y presentarte a mí en la cumbre de la montaña. (3) Que no suba nadie contigo, ni parezca nadie en ninguna parte de la montaña, ni oveja ni buey paste junto a la montaña”.
Adviértase la orden de Yavé prohibiendo que nadie le acompañe, y que en ningún momento se hace mención de Josué. Tal vez sólo exista una palabra que puede resumir con exactitud esos versículos que hablan de temprano y sin testigos: discreción.
Sube tu solo, sube muy temprano y que no se vea a nadie por allí, se asemeja mucho a recomendar: evita llamar la atención e intenta pasar lo más desapercibido posible. Procura que nadie sepa, si en tus manos cubiertas con un lienzo, eres portador de las primeras tablas que te di, de las nuevas que tú has tallado, o de los dos juegos, el primero deteriorado y el segundo sin grabar todavía, y por supuesto, no te subas al chico para que no se vea obligado a quedarse solo en la montaña durante cuarenta días. De todas formas, después de leer más de cien veces estos versículos dos y tres de Éxodo 34, no he logrado entender la intención de Yavé. El Señor de la Gloria no ocultó nada en ningún momento, y sólo su posible decisión de consentir que Moisés penetrase en la nave, justifica, hasta cierto punto, ese cauteloso pasaje. Sin embargo, lo que sí que está muy claro, es que, nuevamente, Yavé deja constancia de los poco aficionado que es a los tumultos y a las aglomeraciones.
La Torah nos contesta con toda claridad. En el libro de los Nombres, en el capítulo treinta y dos, versículo dieciséis dice: Y las tablas eran obra de Dios, y la escritura era escritura de Dios, grabada en las tablas.
Éx. 31, 18, se había dicho: ...escritas con el dedo de Dios. Ahora, aquí, en el capítulo siguiente, se refiere a la escritura misma y dice: ...escritura de Dios.
Cuando hablamos de la palabra escrita, debemos establecer unas mínimas y elementales cuestiones: quien escribe, dónde lo escribe, cuando lo escribe, que escribe, por qué lo escribe, con qué lo escribe; en qué o sobre qué lo escribe; en qué idioma lo escribe.
Ya sabemos la respuesta a las primeras cuestiones, puesto que sabemos que está escrito por Yavé en el Sinaí; que ha escrito un testimonio para dar fe de su estancia entre los hombres; que está escrito por su "dedo" y sobre dos tablas de piedra. Intentemos ahora identificar la última: el idioma, los signos gráficos con los que escribe.
El idioma podría ser caldeo en escritura cuneiforme, egipcio en jeroglífico, hierático o demótico y, por supuesto, en hebreo con sus signos propios. Pero Yavé no dejó un mensaje solamente para los caldeos, ni para los egipcios, ni siquiera para los hebreos. Yavé dejó un testimonio para todos los hombres; para todos los países de entonces y de muchos siglos después, y por lo tanto, y como más lógico, lo hizo en un idioma y con unos signos propios y sólo conocidos por él. Símbolos gráficos, señales, cifras y dibujos, que para aquellas gentes eran simplemente escritura de Yavé. (Éx. 32, 16)
Nosotros los humanos, en un hipotético mundo al que hubiésemos accedido, no dejaríamos el mensaje en el idioma de aquellas gentes, y menos si estuviese constituido por un pequeño pueblo donde muy pocos supiesen leer y escribir. Pero tampoco entregaríamos un testimonio escrito en alguno de los idiomas de nuestro mundo. Nosotros, los hijos de los hombres, utilizaríamos un lenguaje pictográfico o mejor ideográfico; una serie de signos, figuras y dibujos inteligibles, idóneos para ser descifrados e interpretados por otros seres inteligentes ––exactamente, como consta que hemos hecho en la ya mencionada sonda Pioneer 10––.
Además, deberemos reconocer que aquellos primitivos idiomas no contenían muchas palabras, signos y conceptos, que resultaban absolutamente necesarios para el mensaje que Yavé deseaba dejar a los hombres.
El Libro de Moisés y el Arca conteniendo las Tablas, después de diferentes avatares, habían quedado depositados en ciudadela de Silo. Y allí permanecieron durante la azarosa época que antecede a los Reyes. El segundo de los monarcas de Israel y Judá, el rey David, organizó su accidentado traslado hasta Jerusalén (I Sam. 3-6; II Sam. 6).
Algunos años después, el rey Salomón construyó el Templo de Jerusalén. Y allí, en el lugar conocido como el Santa Santorum (Santo de los Santos), y después de comprobar que sólo contenía las dos Tablas de Piedra, el rey sabio hijo de David, depositó el Arca de la Alianza (I Rey. 8, 9).
Esto que antecede es una casi rigurosa crónica de las Escrituras. Lo que ahora sigue es una más de las aportaciones de la cosecha propia del autor de este trabajo:
Antes de instalar el Arca en el Templo, Salomón ordenó que se realizasen copias del Testimonio y del Libro de Moisés.
Y, ¿qué indujo a Salomón para hacer algo así?
Posiblemente existan varias razones más, pero yo solo sé de dos.
Primera razón: Salomón ordenó que se hiciera una copia del libro de la Ley, porque así lo había dejado ordenado el mismísimo Moisés en uno de sus preceptos. El líder y profeta que había sacado a los hebreos de Egipto, en una demostración de inteligente y prudente previsión, y con la intención de preservar los textos por el sencillo método de hacer un duplicado, y también procurando la convivencia de una deseable dualidad de poderes, dispone, que además de los sacerdotes levitas, la autoridad civil, y para su uso exclusivo, haga una copia de ese libro. Así consta en Dt. 17, 18, cuando, en el momento de regular el comportamiento del futuro rey de Israel, Moisés dice: En cuanto se siente en el trono de su realeza escribirá para sí en un libro una copia de esta Ley…
Eso es lo que dispuso Moisés, y eso es, exactamente, lo que ocurrió.
Los dos primeros reyes, Saúl y David, vivieron una época tormentosa, o al menos, muy poco propicia para dedicarse a la edición de libros. El tercer rey, Salomón, después de comprobar que en el interior del Arca sólo se encuentran las tablas (1 Rey. 8, 9), ordena que se haga una copia del Libro de Moisés; se guarda esa copia y coloca el original y auténtico Libro de Moisés junto al Arca.
Segunda razón: Por supuesto, Moisés solamente había ordenado que se efectuase copia del Libro de la Ley, y en ningún momento dispuso que también se duplicara el Testimonio. Pero, así mismo es muy cierto que el profeta legislador no lo prohibió; y resulta que el rey sabio era partidario de la iniciativa privada y sabía tomar decisiones.
Salomón ordenó que se hiciese una copia del Testimonio, porque, años antes de su reinado, según se relata en 1 SAM. 4-6, durante una de las guerras de Israel en tiempos de Samuel, los filisteos se apoderaron del Arca y estuvo a punto de perderse el Testimonio de Yavé.
El previsor hijo de David, reconociendo la excepcional importancia de aquellas tablas de piedra, y recordando que una vez, en el episodio del magnífico rebote, ya fueron destruidas por Moisés, y que en esta otra ocasión, más recientemente, habían estado en grave peligro en Azoto, decidió que se hiciera un duplicado. De esa forma, si los originales eran dañados, destruidos o robados, al menos quedarían su réplica. Esta sería la lógica y adecuada actuación de un rey que no ha pasado a la historia con fama de lerdo ni de político profesional.
Salomón ordenó que se hiciese una copia del Testimonio, porque, años antes de su reinado, según se relata en 1 SAM. 4-6, durante una de las guerras de Israel en tiempos de Samuel, los filisteos se apoderaron del Arca y estuvo a punto de perderse el Testimonio de Yavé.
El previsor hijo de David, reconociendo la excepcional importancia de aquellas tablas de piedra, y recordando que una vez, en el episodio del magnífico rebote, ya fueron destruidas por Moisés, y que en esta otra ocasión, más recientemente, habían estado en grave peligro en Azoto, decidió que se hiciera un duplicado. De esa forma, si los originales eran dañados, destruidos o robados, al menos quedarían su réplica. Esta sería la lógica y adecuada actuación de un rey que no ha pasado a la historia con fama de lerdo ni de político profesional.
Así pues, tenemos el Testimonio y el libro de Moisés originales que, bajo la tutoría de los sacerdotes, han sido depositados, uno dentro del Arca y otro junto al Arca, en el Santo de los Santos. Por otra parte, desconociendo donde quedó ocultó el Testimonio, sí que sabemos que una copia del libro de Moisés ha sido cuidadosamente escondida en los sótanos del templo.
Y, ¿por qué sabemos que la copia del Libro de la Ley quedó oculta en los sótanos del templo?
Porque de esta manera consta en II Reyes 22 y 23. Y es muy interesante todo lo que se relata en esos dos capítulos donde se describen las reacciones y consecuencias que derivaron del hallazgo del Libro de la Ley, pero, debido a la extensión de esos episodios, no pueden ser incluidos en este ensayo.
Y, ¿por qué sabemos que la copia del Libro de la Ley quedó oculta en los sótanos del templo?
Porque de esta manera consta en II Reyes 22 y 23. Y es muy interesante todo lo que se relata en esos dos capítulos donde se describen las reacciones y consecuencias que derivaron del hallazgo del Libro de la Ley, pero, debido a la extensión de esos episodios, no pueden ser incluidos en este ensayo.
El libro de la Ley de Moisés, aquel que había quedado a disposición de los sacerdotes en el Santo de los Santos, sufrió innumerables modificaciones en su interpretación. Por el contrario, y puesto que estuvo oculto hasta el reinado de Josías, rey de Juda, aquel otro libro que ordenó copiar y esconder Salomón, se mantuvo inalterable.
Por su parte, el Testimonio depositado en el Arca ––en el caso de que allí siguiera, que esa es otra,––, por resultar de difícil o casi imposible comprensión, no padeció alteración alguna.
Por su parte, el Testimonio depositado en el Arca ––en el caso de que allí siguiera, que esa es otra,––, por resultar de difícil o casi imposible comprensión, no padeció alteración alguna.
Y aquí deseo efectuar una breve llamada de atención dirigida a ese lector que siempre desea algo más:
Si Yavé, tal y como indica Éx. 25, 16; 31, 18; 32, 15, 16; 34, 28 y 29, escribió las Tablas del Testimonio donde constaba una pequeña parte de su inmenso saber.
Si Moisés, tal y como dice Éx.24, 4: Escribió todas las palabras de Yavé...
Si Moisés, tal y como dice Éx.24, 4: Escribió todas las palabras de Yavé...
Si Salomón, tal y como consta en 1 Re. 8, 9, ha comprobado el contenido del Arca y ha echado una ojeada a las Tablas del Testimonio.
Si Salomón, tal y como ordena Moisés en Dt. 17, 18, ha hecho la correspondiente copia del Libro de la palabra de Yavé.
Y, si Salomón, tal y como de todos es sabido, era un hombre sabio y previsor, es muy, muy posible, que hiciese una copia del Testimonio, al mismo tiempo que intentaba por todos los medios a su alcance llegar a comprender la información que Yavé plasmó en las Tablas del Testimonio. Y, tal vez, algo sí que logró comprender; y tal vez, fue ahí donde Salomón consiguió su proverbial sabiduría.
Y después de esta llamada de atención dirigida al lector más exigente, y recordando que al Templo de Yavé en Jerusalén -en realidad la Casa del Testimonio- le fue cambiada la calificación y la titularidad y que ha sido siempre conocido como el Templo de Salomón, ahora deseo formularle esta dos preguntas:
Primara: ¿Ha oído usted hablar de unas Tablas que contenían la sabiduría del universo y que son conocidas como las Tablas de Salomón?
Segunda: ¿Adivina usted dónde las obtuvo Salomón?
Segunda: ¿Adivina usted dónde las obtuvo Salomón?
Seguro que si.
Y para terminar con este episodio del rey sabio, sólo voy a añadir una puntual cuestión:
¿Sabe usted, mi amable lector, quien fue la última persona que tuvo la ventura de contemplar las Tablas de Testimonio escritas por Yavé?
Pues sí, efectivamente; el último fue el rey Salomón. Después de él, nadie volvió a verlas nunca más. Quien no lo crea, que consulte las Escrituras.
Y para terminar con este episodio del rey sabio, sólo voy a añadir una puntual cuestión:
¿Sabe usted, mi amable lector, quien fue la última persona que tuvo la ventura de contemplar las Tablas de Testimonio escritas por Yavé?
Pues sí, efectivamente; el último fue el rey Salomón. Después de él, nadie volvió a verlas nunca más. Quien no lo crea, que consulte las Escrituras.
Éx. 34, 29: Cuando bajó Moisés de la montaña del Sinaí traía en sus manos las dos tablas del testimonio, y no sabía que su faz se había hecho radiante...
En los comentarios a pie de página de los textos bíblicos que he consultado, se afirma que este fenómeno de la faz radiante es consecuencia de la permanencia de Moisés junto a la gloria de Dios. Y yo me pregunto, ¿en la vez anterior, en la reflejada en el capítulo 24, no estuvo Moisés junto a la gloria de Dios? En los textos sagrados consta que sí, puesto que aseguran que la Gloria de Yavé estaba en la montaña y que Moisés penetró en la nube quedando allí cuarenta días. Y entonces surge otra pregunta: ¿por qué la primera vez no desciende con la faz radiante?
Como veremos muy pronto, todo tiene su explicación.
Antes de iniciar los comentarios sobre la última frase de este versículo 29, recordemos por un momento, algo que es muy llamativo y que, por supuesto, es conocido e identificado por todos los hombres:
Siempre que ha sido posible para el artista, en las piadosas representaciones que se han hecho de las divinidades y de seres más o menos “iluminados”, se les ha rodeado de una aureola, un resplandor, una irradiación, incluso de una fosforescencia.
¿Por qué? ¿Cuál es la lógica explicación de esa iluminación?
En mi personal apreciación, esa aureola nos está recordando y mostrando algo que un gran número de hombres, posiblemente desde una considerable distancia, tuvieron la oportunidad de contemplar hace muchos siglos en el Sinaí. Adviértase, que antes de la llegada de Yavé, las divinidades aparecen más o menos ostentosas pero nunca aureoladas. Basta comprobar la magnifica exhibición de los dioses egipcios sin halos de iluminación. Desde entonces, generación tras generación, de padres a hijos, fueron transmitiendo entre asombrados y temerosos aquella visión. Yavé, sus ángeles, e incluso durante algún tiempo el propio Moisés, unos en la lejanía y otros en la proximidad, sin ser unos “iluminados”, se presentaban radiantes y rodeados de resplandor.
La respuesta a estas preguntas sobre la faz radiante del profeta está relacionada con la más que probable entrada y posterior estancia de Moisés en la Gloria. Abundando en una cuestión planteada anteriormente, cuando me he referido a los cuarenta días que Moisés había permanecido en la montaña, y cumpliendo una promesa que ya he comprometido en un par de ocasiones, ahora vamos a tratar de interpretar que es lo que sucedió. Y es un episodio bastante interesante:
En un momento de gran confianza y evidente comunicación entre Yavé y Moisés, el profeta pide al Señor del Cosmos que le permita ver la Gloria. Este importantísimo episodio, que ruego lean muy detenidamente, es relatado de esta absurda e incomprensible manera en Éx. 33, 18-23:
(18) Entonces Moisés dijo a Yavé: “Déjame ver tu gloria”. (19) Él le contestó: “Yo haré pasar ante tu vista toda mi bondad y pronunciaré delante de ti el nombre de Yavé; pues concedo mi favor a quien quiero y tengo misericordia con quien quiero.” (20) Y añadió: “Pero mi rostro no podrás verlo, porque nadie puede verme y seguir con vida”. (21) Yavé añadió: “Aquí hay un sitio junto a mí; ponte sobre la roca. (22) Al pasar mi gloria, te meteré en la hendidura de la roca y te cubriré con mi mano hasta que yo haya pasado. (23) Luego apartaré mi mano, para que veas mis espaldas; pero mi rostro no lo verás.”
Y después de haberlo leído con mucha atención, yo pregunto a los lectores: ¿alguno de ustedes ha pillao?
Nadie, absolutamente nadie en estos últimos tres mil trescientos años, ha podido entender estos versículos. Y cuando hablo de entender, estoy hablando de entender, y prescindo absolutamente de la “fe, la revelación, los misterios insondables y los ignotos designios de la divina providencia”.
Veamos ahora, si nosotros conseguimos algo. Y para empezar, vamos a poner este nuevo ejemplo parabólico:
In illo tempore…, en aquel tiempo..., usted pidió a un amigo que le mostrase su casa. Pues bien, deléitense recordando la respuesta que recibió de su amiguete, que pasando de pasota, llegó al grado de desganao desaborío cuando le contestó:
¿Queres ver mi casa? Pues, te voy a mostrar mi bondad y voy a pronunciar mi nombre; por que yo hago misericordia con quien me da la gana. Ahora súbete en una roca para contemplar mi tránsito, pero no te hagas ilusiones, porque no podrás verme puesto que cubriré tus ojos, después, cuando termine de pasar, puedes mirar mi espalda.
Usted, si todavía posee alguna capacidad para reaccionar, sólo puede exclamar:
Vale tío, me encanta como te explicas; pero, ¿me vas a enseñar tu casa o no?
Sin embargo, la interpretación de esas distorsionadas palabras de Éx. 33, 18-23, no resulta demasiado difícil.
Primero, recordando el capítulo titulado La Roca de Horeb, ya sabemos que es la Roca. Después, comencemos de nuevo:
Moisés se dirige a su amigo Yavé con este ruego: permíteme entrar en tu casa, en tu fortaleza, en tu roca; muéstrame tu gloria.
Yavé responde: yo te haré pasar y mostraré ante tus ojos toda su bondad —bondad presenta virtud como uno de sus sinónimos, y virtud, según el diccionario en su primera definición significa: actividad o fuerza de las cosas, para producir o causar sus efectos—, te enseñaré todo su poder y te revelaré sus secretos. Y lo haré, porque eres una persona a la que aprecio. Sin embargo, a mí no puedes verme. Esa es la condición, y en ello te va la vida. Ven aquí junto a mí. Yo te señalaré la puerta. Entra por la abertura de la roca-fortaleza. Cúbrete los ojos, y cuando yo haya pasado y no puedas ver mi rostro, sígueme.
¿Fácil?
Fácil.
¿Comprensible?
Si, muy comprensible. Pero, ¿de donde te has sacado esta interpretación?
Pues de tres sitios distintos: de los textos bíblicos, del sentido común y del libro de Henoch.
De los textos bíblicos:
Dt. 32, 4: Él es la Roca.
II Sam. 23, 3: La Roca de Israel me ha dicho…
Recordemos que según los mismos índices bíblicos, roca es una fortaleza, un castillo, una fortificación de Yavé; que gloria es algo que tiene peso, que es sólida y que además es el carro de Yavé.
Del sentido común:
Debemos advertir que una hendidura en la roca, puede perfectamente significar una puerta en la fortificación, puesto que, al fin y al cabo, una hendidura no es otra cosa que un resquicio, un orificio, una abertura, un boquete. Y abertura tiene la misma raíz etimológica que abrir y boquete que boca.
Y por otra parte, cuando se le dice a una persona: sitúate detrás de mí, o ponte a mi espalda, sencillamente, lo que se está diciendo es: sígueme.
El sagaz lector habrá advertido que en este trabajo apenas se citan ni se hacen referencias a publicaciones o libros ajenos a los Textos Canónicos, pues bien, toda regla debe tener su excepción.
En el insólito Libro de Henoch nos encontramos la asombrosa narración del momento en el que el respetable patriarca y escriba, padre de Matusalén, penetra en la morada del Ser Supremo. Y tengamos muy en cuenta al leer aquel extraño relato, que aquellas gentes, en aquellas épocas, no habían tenido la oportunidad de ver ningún tipo de construcción que no fuese de madera, piedra o adobe, y, desde luego, estaban muy poco habituados a visitar naves interestelares.
En el mencionado libro, en su capítulo XIV, aquel forzado mediador y embajador de los hijos de Dios, es conducido por una nube que le hace volar y le lleva a lo alto de los cielos; que llega a un muro (una estructura) de piedras de granizo (placas metálicas) y lenguas de fuego (toberas de reactores); que entra en una gran casa (en una construcción o armazón) cuyos muros eran como un mosaico de piedras de granizo y el suelo era de granizo (paredes y suelo metálicos).Que su techo era como el camino de las estrellas (hileras de luces) y como rayos (reflectores) y su cielo era de agua (de cristal).
¿Qué les parece? ¿Dónde creen ustedes que ha sido transportado aquel hijo de los hombres?
Por supuesto, si se desea, se puede pensar que Henoch es llevado en volandas hasta un inmenso iglú dotado de estrellas, rayos y agua en el techo; si se desea se puede interpretar que el Ser Supremo vive en un palacio de hielo; si se desea, se puede…, pero la interpretación lógica nos está mostrando otra cosa.
Concretando, y aludiendo al ejemplo parabólico, si en lugar de la desquiciada versión sacerdotal reflejada en Éx. 33, 18-23, usted ha recibido la respuesta sugerida en este ensayo, debería comprar una botella del mejor vino, porque sin la menor duda, su amigo, que indudablemente tiene “sus cosas”, le está invitando a entrar en su casa y, lógicamente, usted va a estar en la Gloria. Eso sí, yo en su lugar, no le miraría a la cara; simplemente, por si acaso.
Y ésta es la interpretación de un suceso que, siendo absolutamente extraordinario, resulta lógico y normal en el contexto de aquellos sucesos, y que relata el momento en que Moisés penetra en la Gloria de Yavé. Una narración, que la dispersa y con frecuencia ausente inteligencia levítica, convirtió en unos, que más que oscuros, resultan tenebrosos e incomprensibles versículos.
Y ahora seguimos con el asunto de la faz radiante de Moisés.
Si, tal y como acabo de interpretar y describir, Yavé accedió a mostrarle su Gloria, el líder hebreo se encontró dentro de otro mundo; en un ambiente artificial que gozaba de una atmósfera muy distinta a la suya, y en la cual, podía existir algún tipo de radiaciones. Posiblemente, Moisés fue introducido en un hábitat que resultaba beneficioso e incluso imprescindible para Yavé y sus ángeles, y que formaba parte del ambiente vital que impregnaba a quienes estuviesen inmersos en él. En el capítulo correspondiente, cuando se aborde el tema del misterioso timiama, se realizará un breve apunte sobre este acogedor acondicionador de ambiente.
Nadie puede dudar, al menos yo no albergo ni la menor duda, que el día de mañana, a modo de inhaloterapia preventiva, los hombres podamos instalar en nuestras viviendas, oficinas, fábricas, medios de transporte, etcétera, un sistema de ambientación, que adecuando el grado de humedad y aportando una enriquecida atmósfera artificial, facilite nuestra respiración, nuestro bienestar, y que incluso como antioxidante, proporcione beneficios para nuestra salud.
¿Qué no? ¡Al tiempo!
Sea de la forma que fuere, resulta que esas radiaciones ambientales, preventivas o curativas que envolvían el cuerpo, tardaban algún tiempo en disiparse o desaparecer, y por esa razón, cuando Moisés descendió junto a su pueblo permanecía aún impregnado en ellas.
Sin embargo, y a pesar de todas estas deducciones, hay algo que todavía no ha quedado nada claro. Y eso ocurre, porque en los versículos 33, 34 y 35 del Éx. 34, parece que el redactor, cronista, copista o traductor, ayudado por su magnífica incapacidad, se hace un pequeño lío y monta un descomunal embrollo.
Primero dice: (33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro. De estas palabras se desprende que, ante Arón y la gente del pueblo, que era con quienes estaba hablando, Moisés se mostraba con el rostro descubierto.
A continuación, en el versículo siguiente, asegura: (34) Al entrar Moisés ante Yavé para hablar con él, se quitaba el velo hasta que salía; después salía para decir a los hijos de Israel lo que le había mandado.
Lo cierto es, que no se entiende muy bien para qué utiliza Moisés ese velo, pues al parecer, ante los hombres se muestra sin él y después se lo quita para entrar ante Yavé. Naturalmente que siempre podemos recurrir a la explicación misteriosa y absurdo-sacerdotal que dice: Ante el pueblo, Moisés se mostraba sin velo, pero después, para variar, ante Yavé hacía lo mismo. Solamente se cubría la cara cuando estaba solo.
Pues vale.
Esta desconcertante paradoja queda reforzada en el versículo siguiente; en él, viene a decir, que ante los hijos de Israel se mostraba con la faz radiante, pero que por el contrario, ante Yavé también.
Veamos ese versículo: (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo hasta que entraba de nuevo a hablar con Yavé.
Yo no sé como lo vería Aarón, pero yo les pregunto: ¿Cómo lo ven ustedes?
Yo no sé como lo vería Aarón, pero yo les pregunto: ¿Cómo lo ven ustedes?
Para intentar comprender estas misteriosas y disparatadas contradicciones, deberíamos considerar estos dos pequeños detalles:
Primero. Que según consta en Éx. 33, 8-11, esto sucedió durante todo el tiempo que duró la construcción del tabernáculo y su mobiliario; periodo en el cual Yavé descendía con su Gloria para hablar con Moisés y revisar los progresos en los trabajos.
Segundo. Que ese velo no es lo que se pudiera entender como una gasa transparente que oculta el rostro de Moisés, sino más bien un pañuelo, un lienzo o una venda, que puesta sobre los ojos le impide la visión. Está claro, que para presentarse ante los suyos no necesita ese pañuelo, pero sí que está obligado a utilizarlo ante Yavé, a quien no puede mirar desde cerca. Debemos recordar que en ese mismo capítulo, pocos versículos antes de la descripción de la faz radiante, exactamente en Éx. 33, 19, Yavé había dicho a Moisés: “...pero mi faz no podrás verla, porque no puede verla hombre y vivir”. Es muy cierto que Moisés hablaba con Yavé cara a cara, como un amigo con otro amigo, pero con los ojos vendados. Y yo supongo, que dos amigos no pierden su amistad, porque uno de ellos, por la razón que fuere, no desee mostrar su rostro. A Moisés nunca le fue permitido ver la faz de Yavé, y por esta razón, cuando entra en el tabernáculo se vela el rostro (los ojos) y cuando sale junto a los suyos se quita el velo.
Yo entiendo que la confusión, que por supuesto existe, es debida a que un par de palabras no están en su sitio. La redacción debió ser así:
(33) Cuando Moisés hubo acabado de hablar, se puso un velo sobre el rostro para entrar ante Yavé y hablar con él. (34) Después se quitaba el velo cuando salía para informar a los hijos de Israel lo que le había mandado. (35) Los hijos de Israel veían la radiante faz de Moisés, y Moisés volvía después a cubrir su rostro con el velo al entrar de nuevo a hablar con Yavé.
Todo este lío debió montarse cuando a un cronista o sumo sacerdote, celosillo él, se le ocurrió pensar que era un menosprecio para Moisés tener que velar su rostro ante Yavé. Pero el celosillo estaba equivocadillo: Moisés no perdía ni un ápice de su inmensa categoría humana por atender a un deseo y a una orden de su amigo Yavé.
No es mi intención afirmar que ésta sea la única interpretación correcta de los versículos comprendidos entre el 33 y el 35 del capítulo 34 del Éxodo, lo que sí deseo hacer costar es que, al menos, esta redacción es lógica, coherente y comprensible.
De cualquier forma, aún nos queda un magnífico interrogante: ¿cuál puede ser la razón por la que Yavé no consentía en mostrarse ante los hombres?
Pues yo no sé la respuesta, pero supongo que estará relacionada con las indudables diferencias que debía existir entre Yavé y los hijos de los hombres. Y, el Señor del Cosmos ya sabía entonces, que nosotros, los hombres, recelamos de aquello que es diferente; que lo distinto y lo extraño nos alarma, nos asusta, o por lo menos nos incomoda. De todas formas, en el último capítulo de este trabajo, cuando se trate acerca del físico de Yavé, se efectuará un breve, y ¿cómo no?, polémico comentario.
Y aquí finaliza este extenso capítulo, en el que se ha intentado aportar alguna explicación a las confusas interpretaciones levíticas relacionadas con la tercera piedra angular del proyecto de Yavé: Las Tablas de Piedra del Testimonio.
Yavé, depositado en un arcón, dejó un documento grabado en piedra. Ese documento era un mensaje destinado a los hijos de los hombres de generaciones muy posteriores a la de Moisés.
Ese es el Testimonio del Sinaí.
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