El descanso sabático | ¿Cuándo se instituye el sábado? | ¿Progreso laboral? | ¿Estaban muy cansados? | Los fundamentos de este mandamiento | Las pruebas y la supervisión de los trabajos del tabernáculo | Tres motivos para la precaución | De orden de Moisés a mandamiento de Yavé | ¿Hubo muchas sentencias de muerte? | El “recogimiento” de las fiestas de guardar | Otras precauciones | El día de las citas | Resumen
La palabra sábado, como casi todo el mundo sabe, procede del hebreo Sabbath y significa descansar. Pero al mismo tiempo, y les advierto que esto tiene un valor añadido, sabbath no sólo equivale a descansar, sino que además puede interpretarse como cesar, parar e incluso, inmovilizar. Y afirmo que tiene su valor añadido, porque existe una notable diferencia entre descansar y cesar o parar. Aunque pueda parecer lo mismo, no es lo mismo.
He querido resaltar esa palabra por tres diferentes motivos:
Uno. Con la intención de señalar que ese día gozaba de nombre propio.
Dos. Que ese nombre propio tenía su significado.
Tres. Que ese significado tiene diferentes acepciones.
Y si según parece, en el idioma de aquellas gentes en los tiempos del Éxodo, los días de la semana no tenían nombre y se conocían como día primero, segundo, etcétera, deberemos entender que la existencia de un día con nombre y significado propio, debe tener su razón de ser; y que esta razón de ser, debe tener su adecuada interpretación.
La institución del Sabbath siempre ha resultado un verdadero quebradero de cabeza para los levitas, que nunca han conseguido aclarar, porque no han sabido, o porque lo han olvidado, cual es el verdadero motivo que da fundamento a este ocioso y hogareño mandamiento. Nadie, nunca, ha comprendido muy bien la razón por la cual un dios regulaba hasta el descanso de sus fieles. Esta desorientación y su consiguiente falta de información, con el transcurso del tiempo, obligó a los británicos a inventar la semana inglesa y al resto del mundo a mejorar esa preciada conquista con los ajetreados y “movidos” fines de semana.
Y digo que siempre ha resultado un verdadero quebradero de cabeza para los doctos expertos, porque al ignorar los motivos de la orden de Yavé para que se produjese un cese de toda actividad un día a la semana, los ungidos levitas fueron acumulando, una sobre otra, todas las necedades que se les iba ocurriendo, y de esta forma, asómbrense, llegaron hasta la prohibición del despioje en sábado por considerarlo una cacería. Y créanme, porque esto no pretende ser una chanza; ésta es la más grotesca y patética realidad.
Con la intención de que todo vaya quedando más claro, conviene precisar, ya desde el primer momento, que ésta disposición del Sabbath no es una ley decretada con el propósito de que los hebreos descansen un día a la semana. Olvídenlo, porque de eso nada de nada. La ley nace, únicamente, como una norma restrictiva y prohibitiva, con el propósito de que aquellos hombres acampados en un desierto, un día de cada siete, permaneciesen junto a sus jaimas y, por supuesto, dentro de los límites del campamento. Pronto sabremos la razón.
Éx. 35, 1-3: Moisés reunió a toda la comunidad de los israelitas y les dijo: “Esto es lo que Yavé ha mandado hacer. Durante seis días se trabajará, pero el día séptimo será sagrado para vosotros, día de descanso, completo en honor de Yavé. Cualquiera que trabaje en ese día morirá. En ninguna de vuestras moradas encenderéis fuego el día de sábado.”
Advirtamos la opción que se plantea: descanso o muerte. De momento, sería conveniente que meditásemos sobre esta disyuntiva que ya en sí misma es enormemente esclarecedora.
Inmediatamente después de estos versículos, o sea, en Éx. 35, 4 y siguientes, se detalla aquella colecta que se pregonó para la obtención de materiales destinados a la construcción del santuario y su mobiliario.
Y aquí deseo anticipar algo, que después, en su debido momento, quedará suficientemente comentado. Cuando utilizo la palabra santuario no me estoy refiriendo a un templo, ni siquiera a una capilla, a un oratorio o a una solitaria ermita; solamente estoy aludiendo a un espacio bien delimitado, cubierto, higiénico y purificado; en concreto, a un lugar santo. Y tengamos presente que santo tiene el mismo significado que limpio y pulcro.
Como es lógico, antes de llegar al Sinaí, los hebreos no gozaban de la institución del Sabbath. Figúrense ustedes que un hebreo se hubiera presentado ante el capataz de la fabrica de adobes, allí en Egipto, para decirle que había decidido no trabajar los sábados. Si cuando se solicitaron los pertinentes permisos para pasar tres días de romería en el desierto, aquellos desalmados patrones egipcios se habían puesto exagerados, imaginemos cual podría haber sido su reacción ante la exigencia de más de cincuenta jornadas de asueto dentro del calendario del año laboral. Así pues, es absolutamente seguro que el sábado fue instituido por Yavé en el Sinaí. Así consta en numerosos versículos, y además, así lo recuerda Moisés en Dt. 5, 2-3.
Es mi opinión, y así deseo hacerlo constar para una mayor precisión cronológica, Yavé instituyó el “descanso” sabático, en el mismo momento en que ordenó a Moisés la construcción del tabernáculo y de la totalidad de su muy especial mobiliario. O sea, en el mismo instante en que decreta los diez mandatos.
He dicho en mi opinión, y es así; pero no por eso debe entenderse que es solamente mía. En la Torah, en los comentarios al capítulo treinta y cinco de Nombres (Éxodo), se puede leer: ”Al comenzar la construcción del Tabernáculo, la Torah nos recuerda la observancia del sábado para decirnos que a pesar de que la construcción del santuario es un precepto divino, no se permite por ello profanar la santidad del Sabbath”.
Como acabamos de ver, el “descanso” del sábado debe ser respetado, hasta tal punto, que incluso los artesanos que han de trabajar en el santuario obedeciendo unas órdenes del mismísimo Yavé, en ese día no pueden realizar su labor. Por otra parte, en Éx. 31, 12-17, en el momento de hacer una reseña de los trabajos a efectuar, y cuando se designan los artífices, también se insiste en el “descanso” sabático. Esto viene a significar que Yavé les dice:
Señores productores: adviertan ustedes que el paro total del sábado, es tan solemne y tan inquebrantable, que en ese día no pueden, ni siquiera, realizar esos trabajos que yo mismo les he ordenado. Puedo decírselo más alto, pero no más...
Esta continua e insistente llamada de atención también es muy significativa y, por supuesto, resalta la importancia que Yavé concedía a ese precepto.
Esto del “descanso” sabático es un mandamiento muy especial. Y lo es en primer lugar, por constituir, según nos han contado, una cláusula de la Alianza. Una opinión que yo no comparto en absoluto, puesto que entiendo, y así lo he expuesto en el capítulo anterior y lo complementaré en el capítulo XV, que una cuestión es el pacto, otra el código y una tercera los mandamientos de Yavé.
Pero además de no constituir una cláusula de la Alianza, el “descanso” sabático no parece imprescindible para las relaciones de los seres humanos entre sí ––a otras enemistades, acabo de añadirme el odio eterno de los “marchosos vierneros”––, y desde luego, a partir de un determinado momento, tampoco fue necesario para regular el trato y las conexiones entre los hombres y Yavé.
Por otra parte, es éste un precepto que llama mucho la atención. Produce la sensación de que un Yavé sindicalista, se preocupa especialmente de la clase trabajadora y les procura un “descanso” que, al ser obligatorio, elimina la opción voluntaria y los exime de la dura labor un día a la semana.
Y esto no es así. Y no es así, porque además de instituirse con igual obligación para asalariados, autónomos y patronos, si tuviese su fundamento en una reivindicación social, posiblemente existirían algunas otras más , destinadas a convenir las horas laborables —si te imponen una jornada laboral de quince horas diarias, poca conquista supone que te den exento el sábado—; tampoco encontramos exigencias sobre jornales y sueldos mínimos; sobre la edad de jubilación, el subsidio de enfermedad o desempleo, etcétera. Por esa razón, después de comprobar que ninguno de estos logros de la clase trabajadora está contemplado entre los demás mandamientos y preceptos, debemos admitir que Yavé, cuando ordenó el “descanso” sabático, no estaba propiciando un avance social, y que su intención debía ser otra. Además, y por otra parte, aunque sé que sobre esto muchos discreparán conmigo, opino que resulta inadmisible castigar con la pena de muerte la transgresión de un patrón explotador o de un obrero excesivamente celoso y cumplidor de su trabajo. A mí eso me parece un poco fuerte, y entiendo, que por muy antipáticos que puedan resultar en unas determinadas circunstancias, eso de matar a los esquiroles no está nada bien.
Pero esta ley del Sabbath se hace todavía más incomprensible si observamos que ese “descanso” impuesto para un día determinado de la semana, resulta excesivamente limitador y represor. Es restrictivo, hasta tal punto, que se hace constar que durante el sábado no se puede recoger el maná; no se puede hacer fuego; no es posible abrevar el ganado; no está permitido que un asno mueva una noria, e incluso, como he dicho antes, no se pueden “cazar” piojos. Algunas de estas prohibiciones, tan manifiestamente excesivas, y que se conocen como jukim, ni siquiera han sido entendidas por las autoridades sacerdotales; y esto no deja de ser muy significativo, sobre todo, si tenemos en cuenta la gran capacidad de estos sabios personajes para comprenderlo todo, e interpretarlo convenientemente. Todo, o casi todo, les había sido revelado a los sacerdotes levitas para que pudiesen ejercer con absoluta competencia la desinteresada y sagrada misión de adoctrinar a las masas de fieles creyentes, pero de la explicación del “descanso” sabático, ni una sola palabra.
No obstante, aparte de que los sacerdotes lo comprendan o no, la realidad es que así, a simple vista, este mandato de Yavé parece demasiado limitativo, excesivamente restrictivo; y, si tan siquiera puedes salir de casa, más que un “descanso” se asemeja mucho a un confinamiento. Con esta palabra nos quedamos: confinamiento.
Un confinamiento, en cuanto supone y significa una pérdida de libertad de movimiento de quien disfruta de ese día de descanso; un confinamiento, que facilita el control sobre aquellos afortunados que están solazándose en esa feliz inactividad; un confinamiento, que faculta al hebreo para que pueda gozar de ese placentero estado, que solamente el genio italiano pudo definir con tanto acierto:
Il dolce far niente.
Así pues, y para ir concretando en la institución del sábado, nos encontramos con:
1. Un mandamiento que ordena un “descanso” obligatorio para unas gentes que apenas hacen nada, puesto que están viviendo en un desierto, donde, al parecer, incluso se les facilita el alimento.
2. Que deben descansar todos el mismo día.
3. Que no pueden moverse de sus tiendas.
4. Que no pueden encender el fuego.
5. Que ese día no hay maná.
6. Que se instituye en el momento mismo de ordenarse la construcción del Tabernáculo y su mobiliario.
7. Que su infracción se castiga con la pena de muerte.
Veamos ahora, si por una de esas circunstancias inesperadas que se dan en la vida, el lector y yo tenemos un punto de afinidad:
Si a usted le fuerzan a quedarse en su casa un día de fiesta; sin encender fuego; sin comer caliente; con la obligación de salir a la puerta de la calle y ponerse de rodillas cuando suene una trompeta; y todo ello bajo pena de muerte, ¿diría usted que está descansando?
De acuerdo, de acuerdo; está usted en todo su derecho; y además, usted sabe que yo respeto su opinión; si usted entiende que eso es descansar, yo no tengo nada que decir.
En el decálogo que nos han “contado”, y del que se hará una extensa referencia en el capítulo dedicado a los Diez Mandamientos, los dos primeros mandatos se refieren directamente a Dios. El primero dice: no tendrás otro Dios que a mí, y el segundo ordena: no harás esculturas ni te postrarás ante ellas. Luego, en tercer lugar, antes siquiera de establecer como mandato divino el respeto y amor a los padres y, por supuesto, antes de decretar la prohibición de matar, robar, adulterar, etcétera, se impone y obliga el “descanso” del sábado.
¡Curioso! ¡Muy curioso!
Si seguimos repasando los textos bíblicos encontramos este mandato en otro versículo; Éx. 20, 8-11: “Acuérdate del día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás tus obras, pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yavé, tu Dios y no harás en el trabajo alguno, ni tu, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que esté dentro de tus puertas, pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yavé el día del sábado y lo santificó.
Ya antes, en Éx. 16, 28: Yavé había dicho a Moisés: “¿Hasta cuando rehusaréis guardar mis mandamientos y mis leyes? Mirad que Yavé os ha dado el sábado, y por eso el día sexto, os da pan para dos días. Que se quede cada uno en su puesto, y no salga de él el día séptimo”.
Es muy conveniente reparar en el párrafo anterior que he señalado en letra cursiva con subrayado.
Cada uno en su casita y sin moverse de ella.
Los sacerdotes podrán afirmar lo que les dé la gana, pero eso no es un descanso; eso es un confinamiento, una reclusión en toda regla.
También en Ex. 31, 12 a 17: Renovación de la Ley del Sábado, Yavé insiste para que se respete el sábado y dice a Moisés: "No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es entre mí y vosotros una señal para vuestras generaciones, para que sepáis que soy yo, Yavé, el que os santificó. Guardaréis el sábado porque es cosa santa para vosotros. El que lo profane será castigado con la muerte; el que en él trabaje será borrado de en medio de su pueblo. Se trabajará seis días pero el día séptimo será día de descanso completo, dedicado a Yavé. El que trabaje en sábado será castigado con la muerte”.
Está muy claro: hay pena de muerte para quien no descanse el sábado. Y, desde luego, no es fácil de comprender que Yavé ordene que se tenga que estar inmóvil por obligación. No, no es fácil. A menos que se medite y que se alcance a vislumbrar, que para ello existe una lógica razón.
Estamos hablando de un dios que dice: o descansas o te mato. Repito, fácil, fácil, lo que se dice fácil de entender, no parece. Lo puedes adornar como quieras, y si lo deseas puedes pensar que el castigo no es impuesto por no descansar, sino de conformidad con el manoseado invento sacerdotal, se decreta por desobedecer a Yavé. Sin embargo, debemos tener en cuenta que Yavé no da ordenes sin un fundamento lógico. Y que además, lo hace sin misterios y con una fácil comprensión para el hombre. Por eso reinsisto: no es sencillo de comprender.
Hasta ese momento, nunca, nadie, ningún dios, había ordenando descansar; y menos bajo pena de muerte. Y recordemos que abundaban los dioses que ordenaban la muerte con menor motivo.
Pero es que además, si de verdad meditas sobre ello, te tienes que preguntar: ¿descansar de qué?, ¿cuál era ese trabajo que tanto les fatigaba? Según se desprende de las escrituras, cuando Yavé decreta ese mandamiento en el desierto del Sinaí, el trabajo no debía de ser agobiante. No trabajaban la tierra; no se dedicaban al pastoreo, —había más personas que animales—; no curraban en la construcción —en el Sinaí no hay pirámides, ni mastabas, ni grandes templos; y tengamos en cuenta que los hoteles, las urbanizaciones y los puertos deportivos de las playas del mar Rojo, son muy posteriores—; tampoco se ocupaban de la minería; si cavaban un pozo o una cisterna, con ocho o diez personas era suficiente. Por todo esto es por lo que nos preguntamos: ¿qué era aquello que tanto les cansaba? Durante los últimos tiempos pasados en Egipto, el hebreo se quejaba del trabajo agotador en la fabricación de adobes y de la presión de los capataces. Entonces sí que les hubiera venido al pelo la institución del sábado. Pero ahora, en el desierto, aunque el pueblo protesta por multitud de desventuras, no se le oye ni una vez lamentarse del exceso de trabajo. Pues bien, es ahora y no antes, cuando le imponen un “descanso” que, por supuesto, no es opcional y que su incumplimiento está castigado con la más severa de las penas.
¡Me lo cuenten!
¡Me lo cuenten!
Toda esta reiteración en la que tenazmente he insistido más que de sobra, sólo pretende resaltar que en este mandamiento hay algo que no encaja, y que el asunto del Sabbath, por fuerza, debe tener una explicación.
Y la tiene. Por supuesto que tiene explicación. Y además no solamente una, sino dos explicaciones; aunque la segunda razón nace de una utilización interesada de la primera. Y cuando hablo de utilización interesada, los más sagaces lectores ya habrán adivinado, sin necesidad de oráculos proféticos, a quienes me estoy refiriendo.
Para intentar comprender la razón por la cual Yavé impuso esa obligación del “descanso” sabático, debemos realizar una pequeña y elemental “prueba”. Para ello, lo único que se precisa es leer, detenidamente, los siguientes versículos:
Éx. 3, 4: Vio Yavé que (Moisés) se acercaba para mirar, y lo llamó de en medio de la zarza diciendo: “Moisés, Moisés”. Y él respondió: “heme aquí.” Yavé le dijo: “No te acerques. Quita las sandalias de tus pies, que el lugar en que estás es tierra santa.”
Éx. 19, 10-25: Después dijo Yavé a Moisés: “Ve al pueblo y santifícalo hoy y mañana, haz que laven sus vestidos. Que estén de este modo preparados para el día tercero, porque el tercer día descenderá Yavé sobre la montaña del Sinaí a la vista de todo el pueblo. Tu señalarás al pueblo un limite alrededor diciendo: Guardaos de subir vosotros a la montaña y de tocar el límite, porque quien tocare la montaña, morirá. Nadie pondrá la mano sobre él, sino que será lapidado o asaetado. Hombre o bestia, no ha de quedar con vida. Cuando las voces, la trompeta y la nube hayan desaparecido de la montaña, podrán subir a ella.” Bajó de la montaña Moisés a donde estaba el pueblo y le santificó, y ellos lavaron sus vestidos. Después dijo al pueblo: “Aprestaos durante tres días y nadie toque mujer”. … Moisés hizo salir de él (del campamento) al pueblo para ir al encuentro de Dios, y se quedaron al pie de la montaña. … y llamó a Moisés a la cumbre y Moisés subió a ella. Yavé dijo a Moisés: “Baja y prohíbe terminantemente al pueblo que traspase el término marcado para acercarse a Yavé, no vayan a perecer muchos de ellos. Que aun los sacerdotes, que son los que se acercan a Yavé, se santifiquen, no los hiera Yavé. Moisés dijo a Yavé: “El pueblo no podrá subir a la montaña del Sinaí, pues lo has prohibido terminantemente, diciendo que señalara un límite en torno a la montaña y la santificara. Yavé le respondió: “Ve, baja y sube luego con Arón; pero que los sacerdotes y el pueblo no traspasen los términos para acercarse a Yavé, no los hiera. Moisés bajo y se lo dijo al pueblo.
Éx. 24, 1: Y dijo a Moisés: “Sube a Yavé tú y Arón, Nadab y Abiú, con setenta de los ancianos de Israel, y adoraréis desde lejos. Sólo Moisés se acercará a Yavé, pero ellos no se acercarán, ni subirá con ellos el pueblo”
Éx. 34, 3: Que no suba nadie contigo, ni parezca nadie en ninguna parte de la montaña, ni oveja ni buey paste junto a la montaña.
Bien, ya lo hemos leído. ¿Qué deducciones se pueden extraer de la lectura de estos versículos?
Pues al menos podemos obtener tres conclusiones:
La primera, que Yavé no siente una gran ilusión porque la gente se acerque a él. Y eso desde el principio y desde el primer encuentro; las primeras palabras que dirige a Moisés son: No te acerques.
La segunda conclusión nos dice que la comparecencia de Yavé entre nosotros no fue virtual, sino que era presencia física auténtica, y como tal, entrañaba algún tipo de riesgo. Una imagen virtual está expuesta a muy pocos peligros.
La tercera, señala que ya empezamos a tener una explicación de lo que nunca se ha debido dudar: Yavé lo hizo todo con un motivo, con una finalidad muy bien meditada, y por supuesto, nada impuso por puro capricho, y menos todavía para jugar a los misterios. No fue el producto de una manía o de un antojo cuando ordenó:
Un día a la semana, concretamente el sábado, no os quiero ver por ahí danzando. Todos y cada uno os quedaréis en casita y sin encender el fuego.
A partir de un determinado momento, una vez que el campamento hebreo ha sido instalado al pie de la montaña del Sinaí, la intención y el objetivo de Yavé es doble:
Por una parte, los estudios, investigaciones y reconocimientos ––las ya reseñadas pruebas––.
Por otra parte, la construcción del tabernáculo con sus utensilios.
Por una parte, los estudios, investigaciones y reconocimientos ––las ya reseñadas pruebas––.
Por otra parte, la construcción del tabernáculo con sus utensilios.
Y, puesto que acerca de esas pruebas y estudios realizados a los hombres, ya se ha tratado en este trabajo, quedando resaltada su utilidad; después de hacer notar que ese proceso de exámenes y reconocimientos se prolongó durante casi un año; y que durante ese tiempo Yavé y sus ángeles, con una frecuencia semanal, se personaron en el “ambulatorio” en las proximidades del campamento hebreo, ya no insistiré más en ello. ¿O alguien quiere que continúe?
De acuerdo, entonces lo dejo.
Ahora, de aquí en adelante, únicamente trataremos del segundo objetivo de Yavé: el tabernáculo y su mobiliario. O lo que es lo mismo. EL ÁNGEL.
Y lo primero, lo primerísimo que debemos que admitir, y con esa intención deseo resaltarlo, es que tanto Yavé como Moisés, consideraron que el tabernáculo, y sobre todo su extraño mobiliario, eran sumamente importantes.
Tal y como se verá en multitud de ocasiones en los capítulos de la Segunda Parte, Yavé ha ordenado al pueblo de Israel que construya un barracón con un insólito ajuar. Quiere que todo se realice de una forma y manera determinadas y adaptándose a unos modelos o diseños que él ha mostrado a Moisés. En efectuar todos esos trabajos, en los que se invierte un notable capital en metales, telas, pieles y maderas, se va a tardar un tiempo considerable ––unos diez meses––. Tiempo, durante el que Yavé tiene la intención de comprobar y contrastar de que forma se está realizando el trabajo; y para ello, también se ve en la necesidad de descender al campamento.
Hasta ese momento Yavé se limitaba a ordenar a Moisés: Sube al Monte..., Trae las tablas..., Sube hasta mí..., etcétera, etcétera; pero ahora ya no puede requerir a Moisés que suba al monte del Sinaí con los tablones del tabernáculo, o con el candelabro que pesaba alrededor de cuarenta kilos, o con el arca, que tampoco era una cajita de cerillas. Además, Yavé quería verificar y revisar “in situ” todas las labores, e incluso experimentar en determinados trabajos que no fueron ejecutados por los propios hebreos, sino que fueron efectuados por quienes podemos denominar personal de mantenimiento de la aeronave y, familiarmente conocidos como ángeles. Por esta razón, es Él mismo, quien baja a inspeccionar las tareas. Y es aquí donde se presenta el problema.
Todos sabemos, y si no lo sabemos con absoluto rigor al menos lo podemos imaginar, como es la muchedumbre; cual suele ser con frecuencia su comportamiento, y lo complicado, y a veces peligroso, que puede resultar el manejo y la contención de una masa de gentes que se ha puesto en movimiento. Al principio, las primeras veces que descendiese la Gloria con la nube, el pueblo, atemorizado, se mantendría en la lejanía; pero luego, en el transcurso de las semanas, primero los niños y después todos los demás, se irían aproximando al tabernáculo. Y ya hemos visto que Yavé no desea que aquellas gentes se acerquen a él, y que las órdenes que ha dado a Moisés están encaminadas a que el pueblo se mantengan a distancia.
Aquí voy a mostrarme especialmente reiterante, y esto, considerando que en ocasiones puedo resultar excesivamente pesado, ya alcanza la categoría de alarmante. Pero lo hago así, porque creo que después de tres mil años de intentar ocultarlo, tenemos derecho a insistir, una y otra vez, afirmando, que Yavé tuvo un comportamiento de fácil interpretación. Por esta razón reitero y "reinsisto" reafirmando, que si hay algo que se comprende muy fácilmente, es que:
Yavé no deseaba, ni consentía, la proximidad de los hombres. Sólo permite la presencia cercana de su amigo Moisés.
Yavé no deseaba, ni consentía, la proximidad de los hombres. Sólo permite la presencia cercana de su amigo Moisés.
Y naturalmente, esa actitud del Señor de esos Cielos que están sobre el Cielo, propicia una lógica y sensata pregunta: ¿Por qué?
La contestación a esta pregunta es más difícil y, por supuesto, más delicada de comentar. Aunque no suponga precisamente el desarrollo de una evidencia, a mi juicio existen, al menos, tres posibles respuestas.
La primera sería, tal y como ya he anticipado en el capítulo de la Alianza, que aquellas gentes salidas de Egipto estaban viviendo en un desierto, apenas sin agua, y en unas condiciones de casi total y absoluta falta de higiene, siendo, por lo tanto, portadores de todo tipo de gérmenes de enfermedades contagiosas e infecciosas. Esta circunstancia les hacía extremadamente peligrosos para aquellos seres, que procedentes de otros mundos, acompañaban a Yavé.
La segunda razón es de otra índole, pero también viene derivada de un riguroso control de seguridad. Recordemos, que entre aquella muchedumbre había gentes que, como queda patente en Éx. 12, 38, en Éx. 32 y en Núm. 11, 4 (el vulgo advenedizo), eran enemigos de Moisés, y de lo que éste significaba como representante de Yavé. Esas gentes, incluidas en el lote de los expulsados de Egipto, eran posiblemente fanáticas de otros dioses, siendo muy probable que pudieran albergar la intención de atacar a Yavé o a sus ángeles si se presentaba la ocasión propicia. Eran por tanto, potenciales enemigos, y además extremistas peligrosos. Para estos hombres, la sanción al delito debía ser lo más intimidatoria posible. ¡Vamos!, que castigarles sin postre, no les asustaba ni disuadía de sus intenciones. Por lo tanto, la condena por la transgresión debía ser la pena de muerte.
Por esa razón era muy importante limitar al mínimo la capacidad de maniobra de esa gente, obstaculizando su acercamiento al tabernáculo. Esta prudente actitud queda de manifiesto en Éx. 33, 11, donde se dice: ...el joven Josué, hijo de Nun, no se apartaba de la tienda. Estas palabras, con independencia de la imprecisa alusión a la edad de Josué, solamente significan que en el momento de ser anunciada la proximidad de la Gloria, el atrio era acordonado por una brigada de jóvenes levitas encargados de la custodia y defensa del tabernáculo. Y esa guardia no era retirada hasta que Yavé desaparecía en el cielo; en ese momento, sólo quedaba un retén para protección del recinto.
De todo esto, de ninguna manera se debe entender que Yavé albergase algún temor, pero sí que es cierto que trató de evitar verse en la necesidad de repeler una agresión y causar daños físicos a los hombres. El ataque por parte de algún grupo insurgente era una posibilidad a tener muy en cuenta, y el comportamiento de Yavé muy de agradecer. Antes de ocasionar lesiones o verse obligado a castigar, decidió dificultar la comisión del delito.
La tercera respuesta, que para mí es la menos probable, puede extraerse de los versículos finales del Éx. 34, cuando Moisés desciende de la montaña con la faz radiante. Quiero decir con esto, que tal vez, los grados e índices de contaminación radiactiva o de otra índole en las proximidades de la nube y de la Gloria fuesen muy elevados, y que por lo tanto, Yavé procurase que los hombres no se acercasen y así alejar la posibilidad de ser contaminados.
Indudablemente, además de los milagrosos, existirán otros muchos motivos, pero yo, en mi condición de no iluminado, sólo he reparado en estos tres.
Si la razón que determinó a Yavé a imponer distancias entre el pueblo y él, está comprendida dentro de las dos primeras posibilidades, se entiende que decidiese que el pueblo no se acercara, pero si predomina la tercera causa, y lo que pretendía era evitar que aquel pueblo pudiese recibir contaminación procedente de la astronave, la solución era bien sencilla: dejar la nave en la cumbre de la montaña y descender él; o también, posar la nave a unos centenares de metros del campamento y acercarse hasta el tabernáculo. Tampoco hubiese representado un enorme problema; actualmente, en las ciudades nos vemos obligados a aparcar el coche a mucha mayor distancia. Claro que ese considerado y complaciente comportamiento, le “garantizaba” que apenas hubiese descendido de la Gloria, se encontraría rodeado de aquella multitud.
Yo entiendo que Yavé evitó el trato directo con los hombres, a causa de las posibles enfermedades y males que éstos podían transmitir, y también, por tener la seguridad de que mezclado con aquel pueblo, había gente que no hubiese dudado en atacar a los extraños extranjeros.
Con esto, y cumpliendo mi promesa, he dado respuesta, mi respuesta, a las cuatro primeras preguntas formuladas en el anterior capítulo: ¿Por qué deben lavarse? ¿Por qué un pueblo no puede aproximarse a su dios? ¿Por qué no pueden acercarse a la montaña? ¿Por qué el castigo es la muerte? Pero restan otras dos preguntas: ¿Por qué los verdugos serán los propios hebreos? Y ¿por qué no se puede poner la mano sobre el infractor a quien se apedreará o se asaeteará?
La respuesta a la primera de estas dos últimas cuestiones es de carácter casi protocolario. La ejecución de los posibles infractores no podía ni debía ser llevada a cabo por los extranjeros. Eso hubiese podido ocasionar tensiones, recelos y odios hacia el Señor de los Cielos. Además, como ya hemos visto, Moisés y Josué disponían de una fuerza de orden, una brigada que cuidaría y mantendría la seguridad en el campamento y que podría encargarse de ese cometido. Lo mismo ocurre en la actualidad, y cuando un alto cargo o dignatario extranjero visita otro país, aunque le acompañe un servicio de protección, son los cuerpos de seguridad del país anfitrión, los que se ocupan de proteger la vida del visitante; y si se produce algún incidente, los responsables son juzgados y castigados en ese país.
La segunda interrogante, la que se refiere a la prohibición tajante de tocar al transgresor, expresada en Éx. 19, 13, puede tener a su vez, otras tres posibles respuestas:
Primera: Si alguien resultaba muerto por intentar acercarse a Yavé, sería declarado maldito de la divinidad, y nadie debería tocar el cadáver, ni siquiera para enterrarlo; su cuerpo debería ser pasto de los animales salvajes.
Segunda: Los tripulantes de la Gloria, como sistema de defensa, como cordón de seguridad, pudieron disponer un área “minada”. Este perímetro podría estar contaminado de alguna forma, que sin ser letal, tuviese la facultad de transmitir un dolor, una molestia que ocasionase trastornos de algún tipo. Por lo tanto, los vigilantes levitas no debían ser expuestos a ser afectados en el caso de que penetrasen en esa zona en persecución de un transgresor.
Tercera: Tal y como ha demostrado la Historia, en muchas ocasiones han sido los mismos pretorianos quienes han agredido al César. Si los guardias penetran en los terrenos prohibidos, resulta que tienen un acceso más directo a Yavé. Para evitar “accidentes”, se decide prohibir a los encargados del orden que pongan la mano sobre el transgresor.
La conclusión de todo esto es que, por encima de todo, se debía evitar que la gente pudiera aproximase a Yavé.
Y, ¿cuál es el mejor método para que nadie se acerque al tabernáculo?
Pues al parecer, y según consta en el Éxodo, se optó por un sistema doble:
En primero lugar, y así lo leemos en Éx. 33, 7, determinaron alejar la Tienda de la Reunión.
En segundo lugar, decidieron que lo más eficaz era prohibirlo:
Nadie se acercará al santuario mientras la nube y la Gloria estén en sus proximidades.
En principio esas parecen ser las soluciones adecuadas y suficientes, pero...
Pero la gente cada vez tiene menos temor. Una gran mayoría ya han sido examinados en los servicios de Atención Primaria del Tabernáculo, y han comprendido, sin la menor duda, que nada deben que temer de Yavé. Al contrario, junto a él se sienten más protegidos y seguros. Y al mismo tiempo que desaparece el miedo, se incrementa la curiosidad y el deseo de acercarse a los visitantes. Eso les va a permitir rondar por los alrededores y acercarse, con mil pretextos, hasta las proximidades de la tienda de la reunión. Unos aseguran que van a recoger leña; otros van buscar hierbas o raíces alimenticias; algunos más deciden ir a vigilar el ganado; unos pocos han agarrado el mariposero y andan a la captura del rico saltamontes, y así un exagerado e interminable etcétera. Es fácil imaginar la enorme dispersión de toda aquella gente con sus mil quehaceres, auténticos o inventados, rondando las inmediaciones de la tienda de la reunión mientras cantan aquella Auténtica y dolorosa canción que dice pasaba por aquí.
Entonces, como solución a todo aquel trasiego, se aplica un precepto inquebrantable: no será una orden civil; no será una decisión de Moisés o de su consejo de ancianos; será un mandamiento de Yavé.
Un día a la semana, un día que llamaremos "stop", nadie puede efectuar ningún trabajo. Más aún, nadie puede alejarse de su tienda. Este “divino” mandamiento, por otra parte, para que no exista la menor duda, y puesto que muchos no lo comprenderían fácilmente, se reitera varias veces y en diferentes lugares. Además, ese día no hay maná.
Esa insistencia para que no se aproximen a la Tienda de la reunión, cuenta además con el refuerzo “desinteresado” de los levitas. En Núm. 18, 22-24, según aseguran los hijos de Arón, Yavé ha dicho: Los hijos de Israel no han de acercarse ya más al tabernáculo de la reunión, no lleven sobre sí su pecado y mueran. Serán los levitas los que harán el servicio del tabernáculo de la reunión... pues yo les doy por heredad las décimas que los hijos de Israel han de entregar a Yavé...
Con esto los levitas dicen al resto de las tribus:
No tenéis derecho de acercaros al tabernáculo, pero, como estáis obligados a mantenernos, nosotros mismos recogeremos los diezmos. ¡Muy propio!
No tenéis derecho de acercaros al tabernáculo, pero, como estáis obligados a mantenernos, nosotros mismos recogeremos los diezmos. ¡Muy propio!
Este comentario me viene al pelo para hacer un sobrio retrato de la asombrosa cara dura de los levitas:
Cualquier lector que desee meditar sobre el tema, admitirá sin la menor reserva, que Yavé no dejó ningún patrimonio, ninguna propiedad, ninguna herencia material a las tribus de Israel, y que todo lo que pudieron conseguir hasta la diáspora ordenada por Roma, fue a costa de lágrimas, de sudor y de sangre. Pues bien, los levitas lo interpretaron a su manera y dijeron a sus hermanos de las once tribus restantes:
Como podéis comprobar, mientras que a vosotros Yavé os ha dejado grandes territorios y prósperas ciudades, a nosotros, los pobres levitas, nos ha excluido del beneficioso reparto. Para compensarnos, el dios de los hebreos ha decidido que, además de mantenernos, cada uno de vosotros debe entregarnos la décima parte de lo que obtenga.
Típico comportamiento seguido y preconizado por los devotos seguidores del venerado San Guijuelo.
Como podéis comprobar, mientras que a vosotros Yavé os ha dejado grandes territorios y prósperas ciudades, a nosotros, los pobres levitas, nos ha excluido del beneficioso reparto. Para compensarnos, el dios de los hebreos ha decidido que, además de mantenernos, cada uno de vosotros debe entregarnos la décima parte de lo que obtenga.
Típico comportamiento seguido y preconizado por los devotos seguidores del venerado San Guijuelo.
Podríamos discutir largamente sobre conveniencia de matar a los trabajadores que no respetasen el día de descanso, pero como jamás nos pondríamos de acuerdo, entiendo que la solución más correcta es la empleada por los hebreos: legislar castigando con pena de muerte y dejar en suspenso la sentencia. Digo esto, porque, si bien es muy cierto que el castigo era la pena de muerte, esa condena debió de aplicarse con un criterio bastante benévolo y muy restrictivo, y las ejecuciones por esa causa fueron muy escasas.
Y, ¿en qué me baso para efectuar esta afirmación?
Pues esta apreciación está fundamentada en Núm. 15, 32-36, donde se da cuenta del castigo de un infractor al “descanso” sabático. Si advertimos que allí se relata una transgresión a la ley del sábado; que aquel delito ocasionó un juicio y una sentencia; que en el transcurso del proceso existieron unas más que razonables dudas; y que, aunque finalmente prevaleciese la decisión más drástica y se aplicó una ejecución, es casi inevitable entender que fue un caso excepcional, y que no se produjo ninguno más. Si hubiese habido alguna otra ejecución, ¿por qué no se menciona? Además, después de la partida de Yavé, el asunto no presentaba una excesiva gravedad, y podía haberse prescindido de él sin mayor problema.
Yo no pretendo afirmar que una condena de muerte dictada por currar un sábado no resulte una pasada, sólo deseo resaltar que el asunto del castigo se llevó con bastante transigencia y que, de cualquier manera, una sentencia siempre es menos que dos sentencias. Claro que, fuera una o fueran dos, si lo miras bien, no deja de tener su gracia que unos individuos que pasearon su "salero" por este mundo ungidos por santos óleos, dando consejos e invitando a sus hermanos a ser niños buenos, afirmaran con toda su cara, que Dios había ordenado la ejecución a pedradas de un hombre porque un sábado había salido a recoger leña.
Ahora vamos en busca del segundo fundamento de la restrictiva ley del “descanso” sabático. Una razón, que podría dar tema para un inmenso volumen titulado: Los interesantes intereses.
A los levitas les interesaba, y además les interesaba mucho, la vigencia del precepto sabático como mandamiento de Yavé.
¡No es nada!, un día completo dedicado en exclusiva a la divinidad; o como dirían algunos:
Un día para la oración y el recogimiento.
Y todos sabemos que es la oración, y todos sabemos en que consiste el recogimiento; pero también entendemos perfectamente que es aquello que los sacerdotes interpretan que significa la palabra recogimiento. Para ellos, para el gremio de los aceitosos ungidos, recogimiento no es el acto de recogerse en sí mismo, retirarse y meditar; para la inmensa mayoría de los rapaces pedigüeños, recogimiento es, sin la menor duda, el acto de recoger. De recoger limosnas, donaciones, ofrendas, diezmos, primicias, etcétera. El sábado era un día en el cual, el pueblo en pleno, sin excusas ni pretextos, y bajo la amenaza del más severo castigo al infractor, se ponía a la disposición de los sacerdotes como representantes de su dios.
Y los sacerdotes hacían su apostólica alocución, acompañada de piadosa postulación y colecta.
¡No es nada!, un día completo dedicado en exclusiva a la divinidad; o como dirían algunos:
Un día para la oración y el recogimiento.
Y todos sabemos que es la oración, y todos sabemos en que consiste el recogimiento; pero también entendemos perfectamente que es aquello que los sacerdotes interpretan que significa la palabra recogimiento. Para ellos, para el gremio de los aceitosos ungidos, recogimiento no es el acto de recogerse en sí mismo, retirarse y meditar; para la inmensa mayoría de los rapaces pedigüeños, recogimiento es, sin la menor duda, el acto de recoger. De recoger limosnas, donaciones, ofrendas, diezmos, primicias, etcétera. El sábado era un día en el cual, el pueblo en pleno, sin excusas ni pretextos, y bajo la amenaza del más severo castigo al infractor, se ponía a la disposición de los sacerdotes como representantes de su dios.
Y los sacerdotes hacían su apostólica alocución, acompañada de piadosa postulación y colecta.
A estos efectos, quiero recordar la primera iniciativa de Arón, en el momento en que, por ausencia de Moisés, se hace cargo del “negocio”. Estamos en Éx. 32, 2-5, cuando el Sumo Sacerdote dice a los hebreos: Traed los arillos de oro que tengan en las orejas vuestras mujeres..., y traédmelos... Al ver esto Arón alzó un altar ante la imagen y clamó: Mañana habrá fiesta en honor a Yavé.
Como acabamos de ver, el levita Arón efectúa un piadoso recogimiento, monta el chiringuito en forma de altar, organiza una colecta y una fiesta de guardar. Y para colmo, cuando es reprendido por Moisés, el Sumo Sacerdote Arón, con el más depurado estilo parlamentario, responde en Éx. 32, 22-24: Tu sabes cual inclinado al mal es este pueblo... Yo les dije: Que los que tienen oro se despojen de él. Me lo dieron, lo eché al fuego, y de él salió ese becerro. Así de fácil. Coge unas sortijas, las echa al fuego y sale un ternero. ––¡Lo que son los milagros!––. Claro que esto ya lo había advertido Yavé cuando en Éx. 4, 14 le dijo a Moisés: “¿No tienes a tu hermano Arón, el levita?. Él es de palabra fácil”. Como se puede apreciar, el Señor de los Cielos ya le había calado: Un piquito de oro.
Ya sabemos los fundamentos sobre los que se basa el “descanso” sabático. También hemos visto el estudio y elaboración de la Ley; veamos ahora como se desarrolla su reglamento.
En la obligación del “descanso” sabático se insiste un buen número de veces. Además de los versículos reseñados al inicio de este capítulo, encontramos otros muy significativos y relacionados con este mismo tema, cuando en Éx. 33, se dice: (7) Moisés cogía la tienda y la ponía fuera del campamento, a cierta distancia; le dio el nombre de tienda de reunión, y todo el que buscaba a Yavé iba a la tienda de la reunión, que estaba fuera del campamento. (8) Cuando Moisés se dirigía a la tienda, se levantaba el pueblo todo, estándose todos a la puerta de sus tiendas...
Como ha podido advertirse en estos versículos, en primer lugar, Moisés tomaba la precaución de instalar la Tienda de la Reunión bastante alejada del campamento; y en segundo lugar, consta muy claramente que el personal se situaba bien a la vista, con la indudable finalidad de que nadie pudiera ocultarse. Era una especie de revista-control, y con toda probabilidad, los de la tienda más próxima estaban obligados a vigilar y contar los componentes de la contigua.
Continúan el capítulo 33: ...y seguían con sus ojos a Moisés, hasta que éste entraba en la tienda. (9) Una vez que entraba en ella Moisés, bajaba la columna de nube, y se paraba a la entrada de la tienda, y Yavé hablaba con Moisés. (10)Todo el pueblo, al ver la columna de nube parada ante la entrada de la tienda, se alzaba, y se prosternaba a la entrada de sus tiendas.
Las palabras son muy reveladoras: ...se prosternaba a la entrada de sus tiendas. El pueblo quedaba postrado a la entrada de sus tiendas. No se podía adorar desde el interior:
Todos debían estar bien a la vista de todos.
Todos debían estar bien a la vista de todos.
Sigue el capítulo 33: (11) Yavé hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre a su amigo. Luego volvía Moisés al campamento, pero su ministro, el joven Josué, hijo de Nun, no se apartaba de la tienda.
Se debe suponer, interpretando el adverbio luego, que Moisés abandonaba la tienda de la reunión, después que Yavé se hubiese alejado. Pero de todas formas, de vigilancia y para evitar que el pueblo penetrase en el santuario, allí quedaba Josué acompañado de una escogida y selecta guarnición de guerreros levitas.
Aquí, en Éx. 33, 7-11, hemos encontrado una muestra más de lo que resulta muy fácil de advertir y comprender:
La evidente relación que se establece entre el restrictivo y controlador Sabbath y la presencia de la Gloria en el tabernáculo.
No existe, o al menos no debe existir, ni la menor duda. El sábado es un control, una sólida medida de prevención. El pueblo debe estar recluido dentro del campamento. Apenas pueden alejarse de sus tiendas más allá de unos pocos pasos y, por supuesto, los sábados no se puede hacer fuego que, como se ve en Taberá, (Núm. 11, 1 a 3 y Dt. 9, 22), puede resultar muy peligroso en aquél apiñamiento de tejidos y de pieles; que además puede suponer un arma de considerable efectividad, en el caso de que algún loco o fanático, intente una agresión, o que un grupo de disidentes decida impregnar con aceite y prender un fuego que rodee la tienda de la reunión.
La evidente relación que se establece entre el restrictivo y controlador Sabbath y la presencia de la Gloria en el tabernáculo.
No existe, o al menos no debe existir, ni la menor duda. El sábado es un control, una sólida medida de prevención. El pueblo debe estar recluido dentro del campamento. Apenas pueden alejarse de sus tiendas más allá de unos pocos pasos y, por supuesto, los sábados no se puede hacer fuego que, como se ve en Taberá, (Núm. 11, 1 a 3 y Dt. 9, 22), puede resultar muy peligroso en aquél apiñamiento de tejidos y de pieles; que además puede suponer un arma de considerable efectividad, en el caso de que algún loco o fanático, intente una agresión, o que un grupo de disidentes decida impregnar con aceite y prender un fuego que rodee la tienda de la reunión.
Y ya he dicho antes, y lo repito ahora con el objeto de que tengamos constancia de la excelente disposición de los visitantes para con los hombres:
La orden de Yavé no proviene del temor a ser atacado. Su poder era tan enorme, que le garantizaba una absoluta inmunidad. Lo que Yavé pretendió, y lo que en definitiva consiguió al tomar estas precauciones, fue evitar la posibilidad de verse obligado a repeler una agresión en la que pudiese resultar herido algún hombre.
La orden de Yavé no proviene del temor a ser atacado. Su poder era tan enorme, que le garantizaba una absoluta inmunidad. Lo que Yavé pretendió, y lo que en definitiva consiguió al tomar estas precauciones, fue evitar la posibilidad de verse obligado a repeler una agresión en la que pudiese resultar herido algún hombre.
En cumplimiento de ese mandamiento, los hebreos se quedan quietos en las puertas de sus tiendas, están contentos por ser un día de fiesta ––algo que siempre es de agradecer––, y Yavé puede descender al tabernáculo sin la incertidumbre de la proximidad de las gentes. Solo atendía de uno en uno, y bien custodiados.
En mi opinión no existe ninguna otra explicación para obligar a todo un pueblo a permanecer todo un día en reposo; sin poder comer caliente; sin la posibilidad de cocer el pan y pasando un frío considerable.
Y digo que pasaban frío, porque en el desierto del Sinaí, durante la noche, en determinadas fechas, hace frío; y cuando no hace frío, es porque hace mucho frío. Como en cualquier otro lugar de nuestro hermoso planeta donde exista un clima desértico, temperaturas que descienden hasta los cero grados centígrados son relativamente frecuentes en esa península. Claro que, si en lugar de acampar en ese inhóspito desierto, los hebreos hubiesen instalado el campamento en los parajes que yo me permito recomendarles en la introducción a la segunda parte; localizaciones, que distan unos cincuenta kilómetros del tradicional y aleatorio enclave en el Yebel Musa, en ese caso, aquel intenso frío se hubiera convertido en un tolerable fresquito. Pero, como son muy suyos, estoy seguro que no me harán ningún caso.
Por supuesto que el sábado, como día de “descanso” dedicado a la divinidad, tuvo otras utilidades con posterioridad al alejamiento de Yavé. La más señalada es que esa fiesta será el día acordado como cita para la comunicación entre Yavé y Moisés. En la Torah, en el libro que el pueblo hebreo denomina y conoce como Shemot, en el capítulo veinticinco, versículo veintidós, hablando del propiciatorio se dice: Y allí me encontraré contigo en tiempos señalados, y hablaré contigo desde encima del propiciatorio.
Quedémonos con esto: “en tiempos señalados”.
Y aprovechando que esta frase se parece mucho a una cita, yo a mi vez les cito a ustedes para el capítulo del Propiciatorio, donde intentaremos aclarar estas palabras.
Y ya no hay más que rascar. Ésta es mi explicación sobre la institución del llamativo mandamiento del “descanso” sabático. Una explicación obtenida mediante la lógica, las razonables deducciones y las adecuadas interpretaciones de las Escrituras. Pero, como digo con frecuencia: no veo razón alguna para modificar nuestras creencias y dejar de pensar lo mismo que siempre se ha creído. Algo que decidieron mantener en vigor los socios de los iluminados, después que el Señor del Cosmos hubiera partido para proseguir su viaje. Según ellos, Yavé Dios:
Fue el inventor del fin de semana más tedioso y restrictivo que se pueda uno imaginar. Y lo peor de todo, un día completo sin poder salir de casa, aguantando a los niños y a la suegra.
Fue el inventor del fin de semana más tedioso y restrictivo que se pueda uno imaginar. Y lo peor de todo, un día completo sin poder salir de casa, aguantando a los niños y a la suegra.
La ley del sabbath no pretende el descanso del pueblo. Es una orden de Yavé para evitar problemas y complicaciones cada vez que visitaba el campamento. Los sacerdotes levitas lo utilizaron después para obtener los lucrativos beneficios que les aportaba un día de fiesta dedicado a un Dios.
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