Capítulo IX - Las pruebas


Ahora, cuando vamos a tratar de comprender  determinados  "misterios" de la actuación y de las disposiciones  que aquellos extraordinarios visitantes, es el momento adecuado para recordar los últimos párrafos del primer capítulo de este trabajo. Entonces, al finalizar aquella breve reseña de los hijos de Israel, en unas pocas líneas se hacía un conciso esbozo de las tres principales singularidades que caracterizaban a un pueblo del que Yavé se hace cargo:
La muchedumbre de los hijos de Israel era monoteísta, poco numerosa y sin tierra.
O lo que es lo mismo, disfrutaba de tres señas de identidad que hacían de Israel:

Un pueblo fácil de ser aislado por undios”, en un reducido entorno o hábitat casi artificial. 
 En definitiva, hacía posible la teoría de los posibles : Al ser monoteístas, se descartaba la posible oposición por parte de otro u otros dioses; al ser poco numerosos, era posible conducirlos y cuidarlos; al no tener tierra de acogida, era posible ofrecerles un lugar donde refugiarse; un pequeño territorio aislado, sin posibilidad de contacto con otras etnias y donde habitarían durante un tiempo aproximado de un año.

¡De acuerdo! Vamos a conceder que pudo ser así. Pero entonces surge una lógica pregunta: esas características, ¿para qué las precisaba Yavé?
Para dar cumplimiento a la parte más importante de la misión de aquellos expedicionarios, o lo que es lo mismo:

Para efectuar un profundo estudio de una muestra  significativa de los hijos de los hombres; para, sin oposición de dioses ni de reyes, tener acceso al examen y análisis de unas gentes que podían  permanecer confinadas durante algo más de un año, en un limitadísimo territorio,  y con la imposibilidad  de establecer contactos con otras etnias.

Ya hemos visto que sacarles de Egipto, en el supuesto caso de que hubiera en ello alguna intervención de Yavé, no resultó muy difícil puesto que los egipcios estaban deseando deshacerse de ellos, y que, por otra parte, un numeroso grupo de hebreos estaba ansioso por abandonar el país. Para llevarlos al desierto solamente se precisaba de un líder que fuese su guía; sin embargo, para mantenerlos unidos durante un largo tiempo era absolutamente necesario el poder y la autoridad de un Dios. Entiéndase: un ser protector y de un inmenso poder.
Moisés, el hombre providencial, estaba allí; y la circunstancia de ser un pueblo monoteísta que estaba esperando el prometido retorno de su divinidad, facilitaría mucho la resolución del Señor del Cosmos. Una vez aislados por un desierto, protegidos de sus enemigos, cubiertas sus necesidades más esenciales, tratados con benevolencia y respeto, sanados de sus enfermedades y deslumbrados por la proximidad de su Dios, el pueblo hebreo se sometería agradecido y feliz a las pruebas y reconocimientos que se decidiesen desde la Gloria.
Todo esto es lo que había proyectado y decidido Yavé, y así lo ejecutó durante su estancia entre ellos.

Y, en mi opinión, y sólo en mi opinión ––puesto que en las Escrituras no he encontrado ningún argumento que de justificación a esta teoría––, las pruebas no finalizaron cuando Yavé se alejó; algunos experimentos requerían de una mayor duración. Por esta razón, se precisaba de un aislamiento que pudiese evitar, o al menos retrasar, el trato, el contacto, la mezcla de sangres con otros pueblos. Nadie pondrá en duda que Yavé sabía, con toda certeza, que las tribus cananeas se ocuparían de impedir, o al menos demorar, que los hebreos penetrasen en los territorio ocupados por otras étnias. Durante algunos años ––cuarenta según las Escrituras––, les sería negada la estancia e incluso el tránsito a través de sus tierras. Pero además, y para un mayor refuerzo y seguridad en las medidas tendentes al aislamiento, se decreta la endogámica legislación que se registra en Éx. 34, 11-16, y que termina con un versículo que, refiriéndose a los habitantes de los países en los que pretenden entrar, dice: No tomes a sus hijas para tus hijos, pues sus hijas se prostituirán con sus dioses y prostituirán a tus hijos con sus dioses.



Para el éxito del proyectado programa de experimentación, la intervención de Yavé estuvo encaminada, en primer lugar, a conseguir que aquella gente perdiese el miedo y superase la desconfianza que, sin la menor duda, sentían por él y por sus ángeles. Si los hebreos se acercaban confiados, los estudio no ofrecerían ni la menor dificultad. Para ello, para darles seguridad, además de protegerles de sus enemigos, lo más adecuado y conveniente era solucionar sus más básicas necesidades vitales: el pan, el agua y la salud. Como hemos visto, el maná facilitaría de forma considerable el logro de estas tres prioridades.

Ahora, con toda lógica, y por supuesto, con el mayor derecho del mundo, los lectores se podrán preguntar:
¡Vale tío!; pero, ¿de dónde has extraído esta interpretación?; ¿dónde está escrito todo eso de los experimentos?

Pues, como dirían todos los políticos profesionales y no pocos de los políticos aficionados, me alegro mucho que me haga usted esta pregunta:
La respuesta está ahí, en el libro del Éxodo. Naturalmente, que en ese texto no se menciona en absoluto la palabra experimento; sin embargo, en varias ocasiones sí que es mencionada la palabra prueba, e inmediatamente veremos que es una prueba.
Pero además, tengamos en cuenta algo que es de la mayor importancia:
Yavé solamente insistió ante Moisés en aquello que consideró como muy importante; únicamente le dio la orden de anotar lo que entendió como necesario para que fuese recordado por los hijos de los hombres, y que, en realidad, no fueron demasiadas cosas. Después, Moisés se ocupó con toda eficacia en procurar que la parte trascendente del mensaje de Yavé no cayese en el olvido. Por lo tanto, todo lo que sucedió en aquel desierto durante un año, pero que Yavé no interpretó como absolutamente necesario de recordar, o no quedó registrado o lo fue de una manera muy poco explícita y sin ninguna insistencia. Esto no significa, por supuesto, que Yavé actuase de "tapadillo"; todo fue hecho a las claras y por escrito, o sea, con luz y taquígrafos.

No obstante, destacado con mayor o menor intensidad, nos encontramos con  la utilización de una palabra clave, en nada menos que cinco versículos diferentes, repartidos entre cuatro capítulos, distribuidos en dos libros distintos (Éxodo y Deuteronomio). Esto nos obliga a reconocer, que alguna importancia sí que se concedió al asunto de las pruebas. Además, en otros versículos, como por ejemplo, Éx. 34, 10, aunque no se haga mención de expresa de la palabra prueba, debemos entender que cuando Yavé promete que hará prodigios para que el pueblo vea su obra, está diciendo que dará pruebas.

Incidiendo y complementando esta cuestión de las pruebas, disponemos de otros argumentos en los que fundamentar esta teoría. Para ello, leamos con atención distintos versículos del Pentateuco:
En Éx. 15, 13 consta: Guiaste con bondad al pueblo que rescataste, los condujiste con poder a tu santa morada.
Vamos a entenderlo:
¿Dónde, a qué sitio dice que los condujo con bondad?
Lo dice muy claro: los condujo a su santa morada.

Después, en Éx. 15, 25-26 se dice: Allí (en el desierto) dio al pueblo leyes y estatutos y le puso a prueba. …porque yo soy Yavé, tu sanador.

Aquellos que deseen disentir tienen todo el derecho; pero aquí, con bastante claridad se ha delimitado las tres etapas: primero les proporciona normas de conducta, después les somete a pruebas y por último les sana. Y aquel que no interprete correctamente esta aclaración, que se acerque a su médico con alguna dolencia. En primer lugar, le va a mandar someterse a unas pruebas (análisis, radiografías, etcétera); a continuación, el médico le facilitará y les prescribirá unas normas de conducta —Hipócrates decía: si no estas dispuesto a cambiar de vida, nada puedo hacer por ti—; por último, el galeno le sanará.
Bueno, en ocasiones, esto de que le sanará, es un decir.

En Éx. 16, 4 Yavé anuncia: ...para ponerle yo a prueba.
En Éx. 20, 20 dirigiéndose al pueblo, Moisés dice: “No temáis que para probaros ha venido Dios...
En Dt. 8, 2 se dice: ... para castigarte y probarte.
En DT. 8, 16, refiriéndose al maná se insiste: …castigándote y probándote para a la postre hacerte bien.
De estas últimas palabras se debe deducir, que aquellas pruebas al final resultaron beneficiosas.

En Ex. 19, 4 Yavé les recuerda: “Vosotros habéis visto... como os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí”.
En Éx. 23, 25-26: ... y alejará de en medio de vosotros las enfermedades... y vivirás largos años...
En Dt. 32, 11-13 se insiste: Él extendió sus alas y les cogió... y los llevó sobre sus plumas... Le subió (al pueblo hebreo) a las alturas de la tierra.

Y por último, una cita que es también muy significativa: Éx. 33, 7: Moisés tomo la Tienda y la plantó a cierta distancia fuera del campamento; la llamó la Tienda del Encuentro. El que tenía que consultar a Yavé salía hacia la Tienda del Encuentro, fuera del campamento.
Reparemos en esta frase: El que tenía que consultar a Yavé.
¿Saben ustedes que es lo que hacía el hebreo que tenía que consultar a Yavé?
Pues, sencillamente, tenía que ir a la consulta.

¿Y que tipo de consulta tenían que realizar con Yavé aquellos pastores hebreos?
Pues los hebreos que no tuvieran que ir simplemente a por recetas para la farmacia, y que posiblemente fuese la inmensa mayoría, se acercarían hasta el tabernáculo-ambulatorio para revisión médica. Lógico, Yavé ya lo ha dicho en Éx. 15, 26: “ … porque yo soy Yavé, tu sanador. El mismo Yavé se presenta como sanador. Y un sanador puede ser un médico, un cirujano, un especialista... y por supuesto, un “dios”.

Y ahora debemos ir por partes para tratar cada una de las citas bíblicas que se acaban de reseñar.
En la primera de las transcripciones que he efectuado, y que refleja el contenido de Éx. 15, 13, nos llama la atención que se haga constar que Yavé condujo al pueblo a su santa morada.

¿Cuál es esa santa morada?
Solamente existen dos santas moradas: La Gloria y el Tabernáculo.

¿Se podría interpretar que a unos los lleva hasta la nave y que a otros les dio cita en la Tienda de la Reunión?
Si, así se podría interpretar. Y desde luego, tendríamos todo el fundamento para una exégesis lógica.

Las cinco siguientes citas que han sido transcritas, contienen distintas formas de una misma idea o concepto: prueba (dos veces), probaros, probarte, probándote).
Vamos a detenernos un momento en estas palabras.
El vocablo prueba tiene, entre otros, los siguientes grupos de sinónimos:
1.- Ensayo, experimento, exploración, reconocimiento, test, examen, estudio, investigación.
2.- Evidencia, demostración, declaración, testimonio.
3.- Pena, fatiga, agobio, trabajo, desgracia, contratiempo.
4.- Intento, pretensión, aspiración.

Por otra parte, el verbo probar tiene estos distintos significados:
Ensayar, comprobar, experimentar.
Testimoniar, evidenciar, acreditar, demostrar.
Intentar, pretender, procurar.
 Todos estos, y algunos otros significados más, son sinónimos de prueba y de probar

Y ahora, por favor, presten un poco de atención, pues, aunque resulte excesivamente tedioso, sin duda tiene interés.
En Éx. 20, 20, consta: “No temáis, que para probaros ha venido Dios”.
¿Cómo debemos entender este versículo?
Pues, como es lógico en ellos, como es razonable para sus confundidas mentes, los “sabios sacerdotes” interpretaron que Yavé había venido a poner a prueba a los hebreos. Sin embargo, es mucho más razonable y sensato, entender: no tengáis miedo, Yavé ha venido para probaros —para daros pruebas—.
Esta interpretación, además de gozar de la lógica y del sentido común, que da reforzada, sobre todo, teniendo en cuenta el versículo nueve del capítulo diecinueve, donde dice: Yo vendré a ti en densa nube, para que vea el pueblo que yo hablo contigo, o lo que es lo mismo: Yo vendré a ti en densa nube para dar prueba al pueblo que yo hablo contigo. Lo más lógico, repito, es interpretar esas mismas palabras, para probaros ha venido, como que Yavé ha venido para darles pruebas, para hacer una demostración.

De todas formas, no debemos precipitarnos; la interpretación de este versículo nos presenta las tres opciones siguientes:

Primera: Que Yavé ha venido para realizar pruebas, reconocimientos e investigaciones, con la finalidad de estudiar a los hombres.

Segunda: Que Yavé ha venido hasta nuestro mundo, y se presenta ante los hombres, con la intención de aportar pruebas de la existencia de vida en el universo.

Tercera: Que Yavé ha venido para poner penas, fatigas y calamidades a los hebreos, y de esa forma probar el comportamiento y la conducta de aquellas gentes.

Ahora intentemos alejarnos y distanciarnos un poco, con el fin de tener una mayor perspectiva y una mejor visión del conjunto, y así poder conocer cuál de las tres es la interpretación correcta.

Los hebreos se encuentran inmovilizados en un desierto donde son cuidados, alimentados y protegidos por un ser con unos poderes extraordinarios; un ser que les ha defendido del "ejército" egipcio y de las tribus amalecitas; un ser, que con toda claridad les dice en Éx. 25, 15, que les va a dejar una prueba o testimonio: el testimonio que yo te daré. Ese ser, Yavé-Dios, después de dar pruebas de su extraordinaria sabiduría e inmenso poder, y al mismo tiempo que les facilita el alimento y el agua, les informa acerca de unas pruebas.

¿Qué resulta más fácil de entender y admitir?
A.- ¿Que lo que pretenden y van a conseguir ese dios y sus ángeles ––científicos e investigadores––, es estudiar, reconocer, examinar y realizar unas pruebas a ese pueblo?
B.- ¿Que van a entregarles unas pruebas, un testimonio que acredite su visita?
C.- ¿Qué van a ponerles a prueba; a imponer penas, fatigas, desgracias y adversidades a los hebreos?
Para mí resulta muy difícil aceptar que ésta última sea la intención de los Señores de la Gloria. ¿A quien se ocurre pensar que Dios necesita probar al hombre? Un dios, por muy poquito dios que sea, conoce perfectamente al hombre y no precisa someterle a prueba alguna. Y no digamos probar a todo un pueblo, donde cada individuo “sale” como su madre le parió.
Claro que, las ungidas mentes siempre han discurrido de otra forma, entendiendo que, en realidad, lo que Yavé pretendía era comprobar si los hebreos
Eran niños buenos, obedientes y piadosos, y por supuesto, que no se recreaban con pensamientos impuros.
Y es que sólo oírles pensar ya da miedo.

Por último, para cerrar estas reflexiones acerca de la palabra prueba, quiero traer aquí un versículo realmente interesante: Dt. 4, 34: Jamás probó un dios a venir a tomar para sí un pueblo de en medio de pueblos, a fuerza de pruebas, de señales y prodigios... como las que hizo por vosotros en Egipto Yavé...

Si uno cualquiera de los libros del Pentateuco, por sí sólo, tiene ya fundamento para proporcionar “sustento” a nuestras mentes durante siglos, resulta, que ya solamente en este versículo, encontramos “sustancia” suficiente para dar “sabor” a muchas “ollas” de meditación.
Pero no divaguemos. Aunque nos encontremos limitados por una deseable simplificación, no podemos ignorar que:

Jamás probó un dios a venir…
…a tomar para sí un pueblo de en medio de pueblos…
…a fuerza de pruebas, de señales y prodigios…


La interpretación correcta es solamente una, y en ella no cabe entender que un dios intentó venir a tomar a un pueblo y someterlo a pruebas (penas y sufrimientos). El versículo “únicamente” significa:

Jamás un dios (un ser muy poderoso) ha dado pruebas de sí mismo, viniendo a tomar para sí a un pueblo de en medio de pueblos, a fuerza de pruebas, señales y prodigios.

Y aquí lo dejamos. Ya no insistimos más, y ni siquiera nos preguntamos ni ¿de dónde vino a tomar para sí a un pueblo?; ni ¿por qué y para qué necesitaba dar pruebas y señales?

Pero todavía disponemos de algunas citas más.
En la primera de ellas, en Éx. 19, 4, consta: “Vosotros habéis visto... como os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí”. ¿Qué significado tiene esta frase? Presenta bastante semejanza con Éx. 15, 13. ¿Sería ilógico suponer que Yavé les recuerda que ha llevado o transportado por el cielo en su nave a un número indeterminado de hebreos?
Yo interpreto que sí; que sería muy lógico entenderlo así.

Para reforzar ese versículo Éx. 19, 4, nos encontramos otro que se puede interpretar como complementario. Es en Dt. 32, 11-13 donde se dice: Como el águila que incita a su nidada, revolotea sobre sus polluelos, así, Él extendió sus alas y los cogió. Y los llevó sobre sus plumas. Sólo Yavé les guiaba; No estaba con Él ningún dios ajeno. Le subió a las alturas de la tierra.

Se podrá argumentar que ésta es una cita poética, una metáfora, una alegoría; y es muy cierto que existe mucha y muy hermosa poesía en ese cántico. Pero yo no calificaría exactamente como una metáfora esas palabras que reseñan que los ha llevado sobre alas de águila. ¿Acaso hubiese sido una expresión menos metafórica y más esclarecedora para aquellos pastores, si Yavé les hubiese recordado, por ejemplo, que habían estado a bordo de una aeronave interestelar de la clase Gloria, impulsada por reacciones de atracción y con una autonomía de mil años luz? ¿Hubiera sido ésta, una información más adecuada? Y por otra parte, ¿desde cuándo la belleza de un poema está en oposición o contradice en algo la verdad de su contenido?; o dicho de otra forma, ¿no se puede poner de manifiesto una verdad utilizando palabras hermosas? Y además, que alegoría encontramos en la primera frase de Éx. 19, 4, cuando antes de afirmar que ha llevado a los hebreos sobre alas de águila, Yavé dice: Vosotros habéis visto lo que yo he hecho en Egipto… ¿Dónde está el lenguaje alegórico?

Por todo esto yo me pregunto: ¿qué se opone a la posibilidad de que Yavé transportase en su nave a hombres, mujeres y niños, mostrándoles desde las alturas de la tierra el aspecto del planeta que habitaban? No se trataba de hacer turismo, sino que, tal vez, fuese una parte de la prueba; o quizás, Yavé sólo pretendió realizar otro experimento maravilloso, sabiendo que aquellos hombres jamás lo olvidarían. ¿Por qué a Henoch y a Elías sí, y a otros no?

Los estudiosos, científicos e investigadores que trabajen en una cualquiera de las muchas ramas de la ciencia, se mostrarán de acuerdo conmigo al menos en esto: una parte muy importante del trabajo, una parcela esencial de la investigación es la constituida por la toma de notas, los registros de los cotejos, la reseña de los resultados provisionales y definitivos de sus ensayos, los apuntes de las observaciones y de los experimentos. Todo ello debe ser anotado cuidadosamente, con el propósito de ser después utilizado en el momento que se necesite.
Pues precisamente a esas anotaciones se están refiriendo Yavé y Moisés cuando dicen en Éx. 32, 32-33: Pero perdónales su pecado, o bórrame de tu libro, del que tú tienes escrito. Yavé dijo a Moisés: Al que ha pecado contra mí es al que borraré de mi libro.

Según la afirmación de Moisés y el asentimiento de Yavé, el Señor de la Gloria tenía un libro. Un libro, en el que, según se desprende de las palabras de Moisés, Yavé tenía inscritos o identificados a los hijos de Israel.

Si así lo deseamos, podemos entender que Yavé anotaba:
Isaac Bartolo Sinaítico: Varón. Asegura tener cuarenta años aunque representa más de cincuenta. Calvo. Bizquea del derecho. Buena persona. Si persevera en su comportamiento y es generoso con sus donativos a los sacerdotes, después de su muerte obtendrá su merecida recompensa.
Por supuesto que ésta es una forma de anotar e identificar como otra cualquiera, pero a mí no me convence del todo. ¡Vamos!, que no me parece la más adecuada. Yo me decanto por un sistema combinado de identificación espacial y genética, o sea, con una clave planetaria y una secuencia de ADN.
Posiblemente, aquella expedición estelar realizó análisis y recogió muestras biológicas, que después serían cuidadosamente estudiadas y, a continuación, los resultados de las investigaciones quedarían debidamente anotados en el libro de Yavé. Por supuesto, en ese libro, que posiblemente fuese un procesador de datos, no quedarían anotados solamente los hebreos, sino hombres, mujeres y niños de otras razas y pueblos de nuestro mundo y, lógicamente, de otros mundos visitados por los “divinos” expedicionarios.

En Éx. 23, 24-26 Yavé hace una promesa: “Servirás a Yavé, tu Dios, y Él bendecirá tu pan y tu agua, y alejará de en medio de vosotros las enfermedades... y vivirás largos años”.
Pues bien, si como acabamos de leer, Yavé-Dios sana a los enfermos y proporciona a los hombres una larga vida, dos cosas que nunca ha dudado nadie, ¿tenemos derecho a recelar de la posibilidad de que en aquellos duros momentos en el Sinaí, y al mismo tiempo que les ofrece seguridad, agua y alimento, Yavé y sus ángeles pudiesen examinar, estudiar, reconocer y realizar pruebas a los hebreos y demás pueblos que marchaban con ellos por el desierto, con la intención de saber sobre ellos y, en definitiva, para identificar, conocer, ayudar y sanar a una especie más de entre toda la inmensa variedad existente en el universo?

Supongamos que en un futuro más o menos próximo, y habiendo partido del planeta Tierra, una expedición de científicos posa su astronave en un lejano mundo de otro sistema solar. Allí encuentran a unos seres inteligentes con los que se puede establecer un fácil contacto, y que son capaces de entender y hacerse comprender por los miembros de la expedición. Aquellos seres presentan, al menos aparentemente, una constitución física muy semejante a la de nuestros expedicionarios, pero se advierte en ellos muchas taras, carencias, defectos y enfermedades. ¿Sería lícito y lógico que, con el mayor respeto y, por supuesto con su consentimiento, se intentase estudiar, investigar y reconocer a esos seres con el propósito de adquirir unos conocimientos, aportarles ayuda en sus necesidades y curar sus  enfermedades? O por el contrario, ¿sería más lícito y más lógico no hacer nada en absoluto, y sólo dedicarse a investigar los órganos reproductores de la víbora cornuda?
Yo sé la respuesta de algunos que no tienen un hijo enfermo: ¿Curarles? ¿Para qué?

Yavé da pruebas de su existencia y de su poder; los conduce hasta él; los sube sobre alas de águila; los transporta hasta las alturas de la tierra; los alimenta y calma su sed; los somete a pruebas examinándolos y reconociéndolos, y por fin, los sana de sus enfermedades y los proporciona una larga vida.

Eso si que es un dios como Dios manda, y no lo que anda por ahí que lo deja todo para después de la muerte.

Y además, todo esto fue hecho con el mayor y más exquisito respeto para con el ser humano, y por supuesto, y como ya he dicho, contando siempre con su asentimiento y con su colaboración.

Yo no puedo saber como interpretarán muchas personas esta deducción, pero si se medita sobre ello sin prevención y sin ningún complejo, entiendo, y además me parecería muy lógico admitir, que al pie de la montaña se formasen largas hileras de hombres angustiados por su enfermedad o la de sus seres queridos; personas ansiosas y esperanzadas en conseguir que Yavé les aliviara del sufrimiento y les devolviese la salud perdida. Y para poder hacerlo, era indispensable un estudio previo; era imprescindible someterles a pruebas.

Y así, de esta forma, cuidados y protegidos por el Señor del Cielo que está sobre los Cielos, y disfrutando de la más eficiente Sanidad Social, hubiéramos podido continuar durante muchos años. Pero eso sólo hubiera sido posible si los hombres hubiésemos respetado el pacto acordado en la alianza, conservado el arca y, por supuesto, si hubiésemos custodiado y protegido el Testimonio que nos confió. Ese Testimonio que contenía y contiene la clave de toda la sabiduría.



Yavé ha hecho ya una parte de las pruebas; ahora inicia una nueva fase dirigida a la prevención y profilaxis.

A veces, en la Escrituras nos encontramos con alguna cuestión que no entendemos que hace allí, ni de donde ha salido, ni de quien pudo ser la ocurrencia, y que, por lo tanto, ni siquiera sabemos como meterle mano. Esto, en principio, es lo que sucede en este caso.

Como cuarto apartado de este polémico capítulo, de éste más que problemático trabajo, me propongo realizar una interpretación, que goza de un suficiente fundamento. Vamos a tratar sobre una cuestión en la que se insiste bastante en el Pentateuco; me estoy refiriendo al más que llamativo precepto de los panes ácimos.
Y afirmo que se insiste bastante, porque, aparentemente sin ninguna justificación para tan extenso tratamiento, a este extraño asunto se dedican más de cuarenta versículos, y, si exceptuamos el Génesis, está reflejado en todos los libros de Moisés. En esos cuatro textos bíblicos nos encontramos con numerosas referencias a una materia, que en principio, puede considerarse como una nimiedad, pero claro, cuando en esa minucia se insiste una y otra vez, el asunto empieza a reclamar un poco de atención.

En este caso, la cuestión en concreto es citada en: Éxodo 12, 1 y siguientes; 13, 3 al 10; 23, 15 y 18; 29, 2, 23, 32 y 34; 34, 18 y 25. En el Levítico 10, 12, y 23, 5-8; En Números 28, 16-25; en Deuteronomio 16, 1-8. Y, posiblemente, algunos más que se me habrán pasado. Son cerca de cincuenta versículos ––que no son pocos––, en los que Yavé, al parecer, nos quiere decir algo en relacionado con de los fermentos.

Como he dicho, en principio el tema resulta extraño, incongruente, e incluso en ocasiones, como sucede en Éx. 13, 3, parece como traído por los pelos: Moisés dijo el pueblo: “Acordaos siempre del día en que salisteis de Egipto, de la casa de servidumbre, pues ha sido la poderosa mano de Yavé la que os ha sacado. No se comerá pan fermentado. Esta última frase del versículo tres, no viene a cuento; parece un evidente añadido, y da la sensación de que Yavé ha dicho: Puesto que os he sacado de Egipto, comeréis pan sin levadura.
Un poco forzado, ¿no?
Claro que, si por ejemplo, Yavé dice:
Quiero que recordéis, que de la misma forma que aquella noche de primavera salisteis de Egipto a toda pastilla para iniciar una nueva vida y comisteis pan ácimo, en lo sucesivo, todos los años en la primavera, os abstendréis de comer nada leudado.
Parece lo mismo, …pero no es lo mismo.

Es bastante evidente que esos versículos en los que se menciona la disposición de Yavé para que el pueblo coma el pan ácimo, o lo que es mismo, pan sin levadura, en nada benefician ni lesionan los intereses de los levitas, y por lo tanto, de conformidad con la regla de oro que se reseña en la introducción, debe entenderse que son palabras legítimas de Yavé.
Y es entonces, cuando se nos plantea la verdadera incógnita y nos preguntamos: ¿qué pretende conseguir el Señor del Universo cuando ordena que los hebreos se abstengan de comer pan con levadura?, o lo que en definitiva es lo mismo pero menos confuso: ¿por qué dispone que aquellas gentes hagan una dieta libre de fermentos?
Aquí me gustaría realizar una pequeña reflexión:
Si, como he dicho, este asunto de los ácimos no parece que sea una cuestión inventada por los levitas para  ser incorporada a su typical folklore, y, aunque uno no sea el mayor creyente, entiendo que, al menos, se debe tratar de respetar las decisiones de un “Dios”.
Yavé podía haber ordenado:  
Acordaos siempre del día salisteis de Egipto...no se comerá pan blando...no se comerá carne salada...no se beberá leche de cabra...etcétera.
Sin embargo, no mencionó nada de eso, sólo proscribió el consumo de levaduras o fermentos. Y yo, respetuosamente lo acepto, pero al mismo tiempo me pregunto: ¿por qué? Y, aunque he dudado mucho antes de decidirme a exponer mi interpretación, al final he optado por tratar este tema, porque si alguien toma la determinación de llevar a la práctica esta sugerencia de Yavé,  algo que yo no podría impedir, estoy seguro que no expone su salud al menor riesgo. De todas formas, y tal y como obliga la legislación, debo advertir que:
Lea el anuncio de este medicamento y consulte a su médico o a su farmacéutico.

Según lo había comunicado y prometido, Yavé ha realizado una serie de pruebas y ha efectuado unos estudios anatómicos, fisiológicos, patológicos, etcétera. Durante meses, y al mismo tiempo que les ha estado proporcionando un alimento-medicamento conocido como maná, en la nave se ha seguido una serie de investigaciones médicas y biológicas encaminados a conocer a los seres humanos, sus enfermedades, sus deficiencias, sus defensas, etc., etc. Como consecuencia de todas esas pruebas, los viajeros de la Gloria ya están en disposición de aportar ayuda en una medicina preventiva, informando sobre la higiene (santidad) y la dieta; y de esta forma, mediante la práctica de una adecuada profilaxis, evitar algunas enfermedades y endemias.
Y así lo hicieron.
Mientras permanecieron entre los hombres, Yavé y sus ángeles proporcionaron las soluciones a los diferentes problemas relacionados con la salud, y cuando se alejaron de nosotros, dejaron en manos de Moisés y de Arón un indeterminado número de procedimientos, métodos y recetas, con el propósito de que fuesen aplicados cuando fuese necesario y según los casos. Métodos y recetas que, sin la menor duda, Moisés dejó anotados en aquel libro que se menciona en distintos versículos. (Éx. 24, 4; Éx. 34, 27; Núm. 33, 2; Dt. 31, 9 y 24-25-26, y que incluso, conocido como el libro de Jaser, es citado en Jos. 10, 13 y en II Sam. 1, 18).
Pero al mismo tiempo, y mientras insistían en las normas de sanidad y santidad, Yavé y sus ángeles habilitaron un sistema preventivo que pudiera ser de gran efectividad.

Cualquier médico, y no digamos ya si es un especialista en nutrición y dietética, conoce perfectamente la importancia de la alimentación para la protección de la salud. Pues bien, a estos efectos, Yavé era “endocrino”. Como tal, como médico especialista en bromatología, y por supuesto como químico, Yavé sabía, con inmenso rigor científico, todo cuanto hay que saber acerca de las levaduras, los cuajos, los fermentos, las enzimas, las bacterias, los hongos, etcétera; y por supuesto, también sabía algunas cosas más.

Por otra parte, se puede afirmar con rotundidad, que en aquellos tiempos y en aquellos lugares, aquellas gentes comían todo lo comestible, y algo más escasamente comible. Por ejemplo, según se indica en Lev. 11, 22, comían langosta, mucha langosta. Pero que nadie se confunda; nada que ver con el exquisito producto del mar; consumían langostas de la “familia” de los saltamontes. De aquel mismo insecto que tanto atemorizó a los egipcios en la octava plaga, los hebreos se ponían hasta las cejas. Claro, que si bien es muy cierto que se almorzaban con buenas raciones de insectos, lo compensaban evitando los precocinados, los conservantes y los colorantes.



Como consecuencia de aquellas pruebas ––léase análisis, investigaciones y exámenes––, el Señor del Universo, en Éx. 12, 1-12 y 14-20, prescribe a los hombres una detallada dieta alimenticia.
Y, debemos recordar que, como primera providencia, Yavé había dejado ya muy claro, y desde el primer momento, que todas las ofertas consagradas a él, o sea, aquellas que estuviesen destinadas a ser consumidas por los hombres en memoria de su estancia entre nosotros, debían estar libres de levaduras y fermentos. Esta disposición, ya en sí misma, supone una rotunda declaración de intenciones; y además, propicia esta pregunta: ¿que tenían el la Gloria contra las levaduras?

A continuación, mucha atención a lo que Yavé ordena respecto a un régimen alimenticio que, por cierto, dejó bastante bien organizado:

¿Cuándo se hará el régimen?
Pues, comenzará al inicio de la primavera. Exactamente catorce días después del  principio de esa estación; o sea, durante los siete días comprendidos entre el 14 y el 20 del mes de Abib.
Es muy cierto que en el versículo dieciocho se habla de día veintiuno, y también es igualmente cierto que en realidad carece de importancia un día más o menos; pero si hablamos de siete días comiendo pan sin levadura, y si admitimos, tal y como afirma el versículo ocho, que el primer día es el catorce ––en ese día ya se consume el pan ácimo, aunque sólo sea en la cena––, no tenemos más remedio que aceptar que el último será el día veinte. Sin embargo, como he dicho, que sean siete o que sean ocho, no  resulta excesivamente trascendente.

¿Qué se comerá?
El primer día, o sea, el día 14, se comerá, mejor dicho, se cenará ––comerán la carne esa misma noche––, y además se cenará en abundancia: carne de cordero o cabrito macho (la hembra estaba destinada a la reproducción), sin enfermedades ni defectos, y de más de un año de edad. En el capítulo dedicado a la Alianza, se aclarará el motivo por el cual no deben comer reses de menos de un año.
También se comerá:
Pan sin levadura.
Hierbas o verduras amargas. Existe una gran variedad de verduras amargas; unos buenos ejemplos son la interesante acedera o el sugestivo diente de león y, por supuesto, la alcachofa silvestre, que es oriunda del este de África, que se encuentra dibujada en las tumbas egipcias, que posee excelentes cualidades como alimento y que resulta muy beneficiosa para la salud.
Me gustaría añadir, que esto de las verduras amargas puede ser solamente una manera de diferenciar las verduras de las frutas -verduras dulces y verduras amargas-.

Cuando he afirmado que se cenaba en abundancia, he querido decir eso precisamente: que se cenaba en abundancia.

¿Cómo estará preparada esta comida?
Cuatro días antes del sacrificio, la res debe estar en poder del consumidor.
Se comerá recién sacrificada.
Asada al fuego ––nadie duda que la manera más sana de preparar una carne es asada al fuego––.
No se cocerá ni se guisará; y por supuesto, no se comerá cruda. Además, con cita intencionada, se advierte que ni la cabeza ni las patas ni las entrañas se comerán de otra forma que no sea asadas.
No se quebrará ningún hueso.
No se sacará de la casa ningún trozo de carne.
No quedará nada para el día siguiente. Si algo sobrase, deberá ser incinerado. ––Yavé insiste: productos del día––.

¿Qué alimentos están prohibidos?
a) Sangre. —También en el capítulo de la Alianza se dará razón sobre este precepto––.
b) Todo tipo de comida o bebida que contenga levaduras y fermentos.
c) Vinos, cervezas y licores.

¿De qué manera se deberá comer?
Comiendo “deprisa”.
Con el calzado puesto.
Ceñida la cintura.
Con el bastón en la mano.
Un poco más abajo se expondrá la interpretación de estas cuatro normas.

Todo esto referido a la tarde-noche del día 14 de Abib, fecha en que se iniciaba la cuenta de los siete días festivos de los ácimos.
Para los seis días restantes ––del 15 al 20 de Abib–– el intencionadamente confuso texto de Éx. 12, me ha proporcionado dos distintas interpretaciones:

Primera: Esos días solamente se comerán ––posiblemente, no fuera almuerzo-comida sino cena–– panes ácimos.
Segunda: Además de los panes ácimos, podrían comerse verduras, frutas y leche fresca. Por supuesto, tampoco se podían beber ni vinos, ni cervezas, ni alcoholes procedentes de la destilación.

Aunque aquí haga constar estas dos interpretaciones, en mi opinión, Yavé ordenó la primera y más estricta de las dos dietas. Y, si bien es verdad que puede resultar una dieta bastante rigurosa, deberíamos tener en cuenta que ese régimen alimenticio mantenido durante seis días no representaba una excesiva severidad. Sobre todo, para unas gentes que muchos días apenas comían otra cosa que un trozo de pan. Y además, y para coger fuerzas, la noche del día catorce, primero de los siete días de la Pascua, habían comido para una semana, y el último día de esa semana también se daban un homenaje en forma de abundante banquete.
Deberíamos prestar mucha atención a lo dispuesto en Éx. 12, 16, donde se dice: El día primero tendréis asamblea santa, y lo mismo el día séptimo. No haréis en ellos obra alguna, fuera de lo tocante a aderezar lo que cada cual haya de comer, … Este versículo parece señalar que, únicamente en esos dos días 14 y 20, era cuando se podía matar el hambre; por lo cual es muy razonable deducir que, al no ser mencionados, durante los demás días solamente podían alimentarse de pan ácimo mojado en un buen tazón de abstinencia.
De todas formas, la última frase de ese versículo dieciséis, tiene un regustillo y un olor a sacerdote levitas que tira de espaldas. Si aquí se hace la salvedad de que en esos dos días de asamblea santa se podía preparar la comida, deberíamos entender que, al no constar esa misma coletilla en las disposiciones para la regulación de la festividad de los sábados, en esos días de reposo sabatino no se podría comer. Y eso no es así; el sábado no se podía encender fuego, pero se podía comer de todo. Como he dicho, el texto es deliberadamente confuso y evidencia mucho hambre sacerdotal. Por eso, al gusto del discreto lector queda la difícil decisión: O un régimen o el otro.

Vale; de acuerdo ––podrán admitir de nuevo los lectores más tolerantes––. Pero todo esto, ¿para qué?
Pues, según mi interpretación, Yavé nos dejó dicho, que al menos siete días al año, resultaría muy beneficioso para la salud abstenerse de consumir alimentos fermentados. Siete días son, al parecer, espacio de tiempo suficiente para que el organismo lo metabolice, lo asimile y reaccione.

En la más complaciente y flexible de las dos opciones reseñadas, durante una semanita no se puede comer esponjoso pan con levadura, ni quesos, ni yogur, ni cuajadas, ni carnes guisadas, ni carnes adobadas, ni alimentos en vinagres, ni pescados en salazón. Así se refleja en el libro de Josué, capítulo cinco, versículos diez, once y doce, donde se dice que únicamente se alimentarán de verduras, frutas y pan sin levadura.
Además, y esto algunos no me lo van a perdonar, Yavé también prohibió durante esos siete días el consumo de vinos, cervezas y productos alcohólicos. Recordemos que la cerveza nace de una fermentación, y que sin necesidad de añadir levaduras, en el vino se produce otra transformación.

De cualquier forma, tal y como él mismo hizo constar en el momento de anunciar el abastecimiento diario del maná, es evidente que el Señor de la Gloria era partidario del consumo de productos frescos.

Pero hay más.

Si continuamos con la interpretación de los versículos referidos a la institución de la fiesta de la Pascua, nos preguntamos: ¿y por qué iniciar la dieta el día catorce del primer mes del año?
También eso tiene su respuesta.

Sabemos que los hebreos, al salir de Egipto, adoptan un nuevo calendario. Y es algo muy lógico: ¿para qué van a seguir guiándose por la contabilidad egipcia de las estaciones del año?; ¿por que han de regirse por unas inundaciones que no van a disfrutar ni padecer? ¡Qué les importa a ellos la estrella Sirio!
Como una forma más de romper con el pasado, estrenan un sistema novedoso y distinto de precisar el inicio y el final del año. Y además, según yo lo veo, resulta una manera inmejorable para hacerlo. Con un óptimo criterio, y con toda seguridad aconsejados por Yavé, deciden que el año comience con la primavera y que finalice con el invierno. Y ciertamente, parece muy razonable. Sólo a nosotros, sólo a nuestra “juiciosa” cultura occidental, se nos ocurre empezar a contabilizar el ciclo anual con las heladas de uno de enero y finalizarlo con los bajo cero del treinta y uno de diciembre. Moisés, por orden de Yavé, decreta que la contabilidad de los días del año comience con la luna nueva del mes de Abib (ciclo de veintinueve días que comprendía parte de los meses de Marzo y Abril). Aquella luna nueva que resultase más próxima al equinoccio de primavera, o lo que es lo mismo, a esa fecha exacta en que el día y la noche presentan idéntica duración, y que en el Sinaí, igual que en todo el hemisferio norte, coincide con los días 20 y 21 de Marzo. El año, consecuentemente, termina con el último día de menguante de la luna del mes de Adar (Febrero-Marzo).
A continuación Yavé ordena:
Cuando haya transcurrido medio de mes lunar (catorce días) de esa prometedora primavera, o sea, en la fase de luna llena ––en las antiguas civilizaciones, la fase de luna llena facilitaba enormemente la celebración de veladas nocturnas y saraos––, en ese momento en que ya se han iniciado o se van a iniciar unos procesos biológicos muy característicos que identifican a esa renovadora y regeneradora estación, entonces, y durante siete días, para cooperar con la naturaleza y ayudar al renacimiento de la vida y a la purificación de la sangre:
Os ponéis a régimen y no me consumís ni un sólo producto fermentado.

¡Permiso! ¿Dónde se excluye la totalidad de los productos fermentados? La ley únicamente menciona el pan ácimo.
Eso es, precisamente, lo que han pretendido hacernos creer; pero no es así.
Éx. 12, 15: ... desde el primer día no habrá ya levadura en vuestras casas.
En esto mismo se insiste en el versículo diecinueve: Por siete días no habrá levadura en vuestras casas.
Y una vez más en Éx. 13, 7: ...y no se verá pan fermentado ni levadura en todo su territorio.
En alguna traducción de los versículos 19 y 20 de Éxodo 12 consta:el que coma algo fermentado…
Y en la Torah, en esos mismos versículos dice: …el que comiere cosa leudada (con levadura).
Incluso, en Lev. 2,11, refiriéndose a las ofrendas se dice: Toda oblación… ha de ser sin levadura, pues nada fermentado, ni que contenga miel…
Está bastante claro que se prohíbe la levadura, y nosotros deberíamos recordar: que la levadura no solamente se utiliza para fermentar el pan, sino que es usada para los quesos, leches cuajadas, yogures, las cervezas, etc., etc. Y tampoco olvidemos que la mayoría de los alimentos fermentan, se transforman, se alteran y se corrompen, sin necesidad de levaduras. Por eso dice Éx. 12, 8 y 10: Comerán la carne esa misma noche (recién sacrificada), la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No dejaréis nada para día siguiente ––al día siguiente ya se han iniciado los procesos de fermentación––.
Y para que no se olvide y no exista ninguna duda, Moisés ha insistido tres veces. Y esto de las levaduras puede parecer algo de escasa importancia, pero yo, percibiéndo la insistencia de Yavé, estoy seguro que no es asunto tan banal; ¿o debería decir: tan insípido?

Otra cosa.

Dice Éx. 12, 3, que la res viva debe estar en poder del consumidor desde cuatro días antes de ser sacrificada.
Con esta disposición, Yavé, como prudente legislador, pretende evitar que los vendedores desaprensivos, que siempre los ha habido, puedan facilitar reses muertas, moribundas, enfermas o portadoras de algún veneno; y resulta, que cuatro días es tiempo suficiente para observar si el animal está sano o enfermo, y además, en esos días se podía mejorar la alimentación del cordero o cabrito. Por otra parte, siendo muy cierto que la putrefacción se inicia nada más terminar la vida, los procesos químicos de fermentación no son importantes y apenas son perceptibles hasta horas después de la muerte.

Pasemos ahora a otro curioso apartado.

Y lo califico como curioso, porque que estos versículos que siguen a continuación no dejan de tener su miajita de chispa. Si nos detenemos a pensarlo un instante, el asunto no tiene más remedio que llamarnos la atención. Yavé, no se limita a prescribir una dieta alimenticia con indicación de aquello que debe comerse y de lo que deben abstenerse. Ni mucho menos. Yavé, además de señalar el día en que debe iniciarse el régimen, programa un sistema completísimo disponiendo: fecha de adquisición de los alimentos; día y hora cuando debe comerse; de que manera debe ser cocinado; incluso, cual es la guarnición que debe acompañarlo. Pero es que además, Yavé va más allá, y no olvidando ningún detalle, incluso dispone de qué manera y con qué vestimenta debe comerse. Y, como diría el popular cocinero, lo organiza “con fundamento”. Porque lógicamente, y como era de esperar, las disposiciones de Yavé tienen su preciso fundamento.

¿Cómo debe comerse?
Veamos lo que dice Éx. 12, 11: “Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies, y el báculo en la mano, y comiendo de prisa, pues es el paso de Yavé.”

¿Y esto que significa?
Pues, sencillamente, las cuatro órdenes de Yavé tienen la misma finalidad e idéntico y metafórico significado:
Ceñidos los lomos: Aquellas gentes, en el interior de sus moradas, y para una mayor comodidad, se despojaban de una parte sus ropas, o por lo menos, desabrochaban el cinturón o faja que ceñía sus túnicas. El mandato de Yavé tiene que entenderse como: debes comer vestido, con la túnica puesta y ceñida.
Calzados los pies: De igual manera que se despojaban o aflojaban sus túnicas, se descalzaban. En este caso, Yavé ordena que permanezcan con las sandalias, coturnos o borceguí en los pies.
El báculo en la mano: El bastón, el cayado, la vara y sobre todo el bordón, suponía un artículo imprescindible para abandonar la morada. E incluso, como consta en los intolerantes y poco solidarios versículos 20 y 21 de Éx. 21, el bastón también prestaba alguna utilidad dentro de la casa para poder establecer un contacto cálido, cercano y fluido con la servidumbre.
Comiendo de prisa: No significa que hubieran de tragarse la comida sin masticar y atragantándose. Es más sencillo. Quiere decir, que con el objeto de no demorar ni alargar el ritual de la comida, quedaba prohibida la sobremesa. De un plumazo, Yavé había liquidado el café, la copa y el puro; y no digamos, donde fue a parar la “belicosa” partida de Mus.

¿Y todo esto para qué?
Pues, todo el mundo…, bueno, casi todo el mundo, comprenderá que a Yavé de daba lo mismo que el señor Isaac se sentase a la mesa en pijama, descalzo y habiendo depositado el bastón en el paragüero. Lo que debe entenderse de este alegórico y oriental estilo de relatar, es que, apenas hayan acabado de comer, y puesto que ya están vestidos, calzados y con el bastón en la mano, deben ponerse en marcha y salir a pasear para ayudar a los procesos de la digestión. Recuerden que estamos hablando de una terapia.

Naturalmente, algunos sabios pensadores”, exprimiendo a tope su simpleza, han llegado a la elaborada conclusión de que todo esto es un rito para conmemorar las prisas en la noche en que se inicia el Éxodo. Y por supuesto, otros ungidos, afiliados a la célula de sobrevividores, también pueden interpretar que se debía comer deprisa, vestido, calzado y agarrando con fuerza el bastón, para atizar un garrotazo y defender el condumio, previniéndose para el caso de que otro comensal pretendiese arrebatarle una tajada.
Pero no les hagan ni caso; esa gente es como es.

Y quiero añadir algo más:
Al parecer, Yavé era más partidario de las cenas que de las comidas. Eso sí, las cenas debían efectuarse antes de anochecer. Y por lo tanto, de ahí nació el refran que dice:
"Después de la comida, sesteo;
despues de la cena, paseo"

Pero, ¿por qué?
Pues, vaya usted a saber.

Pero además, estas últimas recomendaciones de nuestro asombroso visitante, no quedaban limitadas a los siete días de la Pascua. Yavé, después de estudiar los procesos metabólicos de los hombres, apreciaba los beneficios que un ligero ejercicio puede proporcionarnos después del postre. Y eso, no sólo siete días al año.

De todas maneras, sobre estas cuatro recomendaciones de Yavé, se debe añadir que:
En eso del fajado ––ceñidos los lomos––, debemos recordar que hasta bien entrado el siglo XX la faja era una prenda absolutamente imprescindible para las gentes de los países templados y fríos. Aquellos hombres, ciñendo y ajustando sus túnicas, colocaban un fajín o ceñidor, del que sólo se despojaban en sus casas; y posiblemente, para los procesos digestivos, esa especie de faja resultase más beneficiosa de lo que ahora estamos dispuestos a reconocer.

En cuanto a la disposición de comer con el calzado puesto quisiera señalar que, una buena parte del año, la más calurosa, aquellas gentes no utilizaban ningún tipo de calzado, y sólo algunos privilegiados disponían de sandalias. Sin embargo, durante los meses de frío, envolvían sus pies con pieles que sujetaban mediante correas a semejanza de unas albarcas.

Y para que hablar del bastón y de su utilidad. Podemos jurar que en una comunidad de pastores viviendo en un desierto, nadie y por ningún concepto, salía de su tienda del campamento sin el garrote en la mano.

Lo único que me sorprende de la orden de Yavé, es la ausencia de una mención al tocado, al gorro, a la tiara, en definitiva a la boina. Claro que, por supuesto, eso puede tener una fácil explicación: nadie, ni uno sólo de aquellos expedicionarios acampados en el desierto del Sinaí, abandonaba la tienda con la cabeza descubierta. Tal vez no se efectúa ninguna referencia por la sencilla razón de que ni en el interior de sus casas descubrían la cabeza.

Otra cuestión que se puede plantear:

Según Éx. 12, 43-49, para seguir ese tratamiento, ¿se debe estar circuncidado?, o dicho de otra forma, ¿solamente funciona si eres hebreo?

Ni mucho menos. En realidad, la recomendación de Yavé estaba dirigida a todos los hombres del mundo. Pero, como resulta, que en contra de lo que a veces se nos quiere hacer creer, el pueblo no es tonto, con el tiempo, aquella gente advierte que los resultados son muy beneficiosos. Y también se percatan, que los pueblos vecinos, sus enemigos, pueden aprovecharse también de los consejos de Yavé. La primera iniciativa que se les ocurre es convertir la orden en un rito religioso sólo destinado a los hijos de Israel, a los firmantes del pacto de la Alianza. El extranjero que desee servirse de la sabiduría de Yavé debe aceptarle como único Dios.

Nueva cuestión.

Si resultaba tan beneficioso ese régimen alimenticio, ¿por qué fue abandonándose y terminó permitiendo durante esos siete días el consumo todo tipo de alimentos, limitándose únicamente a obligar el acompañamiento con pan sin levadura?
No creo que ningún lector necesite que se le recuerde la gran cantidad de reglas y normas de conducta que, siendo muy beneficiosas para los hombres, has sido desestimadas y olvidadas. En el presente caso existen al menos dos posibles razones.

Con el transcurso de los siglos, aquello de comer únicamente verduras y pan ácimo; abstenerse de las calderetas de cordero; prescindir de los buenos trozos de quesos; de los largos lingotazos de espumosa cerveza; estar obligado a renunciar a una placentera sobremesa y, para colmo privarse de la  partidita, no resultaría demasiado agradable y la tendencia más probable invitaría a la desobediencia de la orden de Yavé:  
Vamos a dejarnos de historias; lo mejor será comer de todo y, si acaso, respetaremos lo del pan ácimo. 
Y, de igual manera que sucedía al resto de sus hermanos hebreos en cuyas casas tenían el plato puesto todos los días, los pobres sacerdotes levitas también “padecían” aquella austera disposición de Yavé, por lo cual, ante la propuesta de relajar y hacer más tolerable la dieta, los glotones ungidos, con el ceño fruncido, pero con el corazón alborozado por un gozo indescriptible, asintieron con un rotundo amén. Debemos tener en cuenta, que poco tiempo después de que este régimen fuese instituido por Yavé, ya existirían las exenciones, las bulas y los indultos de ayunos y abstinencias. Nadie dudará del sacerdotal axioma que afirma:
Si para mi hay despensa, para ti hay dispensa.

Por otra parte, y como segundo sólido fundamento para no mantener aquella dieta completa ordenada por Yavé, nos encontramos con otra realidad:
Si algo podemos afirmar, sin en menor riesgo a incurrir en una falsedad, es que aquel pueblo, el linaje de los hijos de Israel, lo ha pasado muy mal en distintos momento de su historia. Los asedios, la esclavitud, las opresiones, los destierros y las expulsiones, no les son extraños en absoluto. Y en esos momentos, que podían abarcar meses e incluso años, el hambre, pero el verdadero HAMBRE, así con mayúsculas, suele hacer su aparición. Y nadie, pero nadie, nadie, puede reprochar a un hebreo hambriento y al borde de la muerte por inanición, que si puede hacerse con un trozo de pan, dé buena cuenta de él por mucha levadura que tenga y por mucha Pascua que se deba celebrar. Hay que estar muy loco o ser muy tonto, para ponerse voluntariamente a dieta durante un asedio.

De todas maneras, aquellas recomendaciones de Yavé recogidas por Moisés, no cayeron en saco roto. Aunque poco a poco se habían ido modificando y degradando, afortunadamente la Ley había quedado escrita. Y sucedió un buen día, que un magnífico rey de Judá, posiblemente el mejor monarca de la casa de David, supo poner fin y rectificar el rastrero y falsario comportamiento que en el transcurso de los siglos los sacerdotes levitas habían ido asentando en aquella sociedad. Durante el reinado de Josías se encontró el auténtico libro de la Ley, el verdadero libro de Moisés. Y aquel sabio rey, entre otras iniciativas de la mayor importancia, restableció la correcta celebración del originario rito de higiénica profilaxis que Yavé había recomendado en el Sinaí. Así consta en II Reyes 23-24 y II Par 35.

Claro que, con el tiempo, los sacerdotes, sacrificándose nuevamente, condujeron al pueblo para regresar a las andadas y trilladas sendas del sabroso papeo.

Resumen de la dieta:
Vigilar la calidad del producto a consumir.
No comer nada fermentado natural o artificialmente.
Comer las carnes asadas al fuego.
Consumir en el momento de cocinar.
No comer nunca pan con levadura; y menos, si menos, al mismo tiempo que se ingiere carne. En otras palabras, no mezclar —no asociar dice el texto bíblico—, los hidratos de carbono con los fermentos y con las proteínas. (Éx. 23, 18 y Éx. 34, 25). Él sabrá el porqué.
Comer verduras.
No beber vinos, cervezas o alcoholes procedentes de la fermentación.
Hacer la comida al atardecer.
Quemar las calorías haciendo un suave ejercicio después de las comidas.

Yo no sé cuál pueda ser el motivo de esa predisposición de Yavé en contra de los fermentos, ni sé si este régimen de comidas funcionaría o no, y por lo tanto ignoro si proporcionaba beneficios para la salud. Yo sólo sé que Yavé lo ordenó, y que en numerosos versículos habla de la posibilidad de una larga vida si el hombre acepta sus consejos.

Pero de todas formas, y puesto que estamos hablando de pruebas de Yavé, quisiera dejar constancia de una de estas pruebas o experimentos, que algunos lectores comprenderán fácilmente y que otros, sin embargo, y afortunadamente, lo entenderán con cierta dificultad.
Yavé, al prohibir los fermentos está potenciando la abstinencia del consumo de vinos, cervezas y productos alcohólicos durante siete días. Con ello nos propuso un test —recordemos que un test es también una prueba—, cuando insinuó:

Todos lo años, haz esta prueba:
Si durante siete días, y sin excesivas penalidades, puedes prescindir del consumo de alcohol, felicítate. Eso demuestra que no tienes ningún problema al respecto. Pero, si por el contrario, sufres de ansiedad, estas irritado y recuerdas continuamente la frasca, entiende que estás padeciendo un síndrome de abstinencia, y debes entender que:
Si todavía no estas cocido, ya has echado a hervir. Suelta la bota y pilla el botijo.

Con ello pretendió advertir a los hombres acerca de la seria amenaza que supone el alcohol, y sobre todo, intentó mostrar el engañoso comportamiento de la botella, que no avisa y que solamente cuando por cualquier circunstancia prescindes de ella, es el momento en el que percibes la dependencia. Tal vez, ésta, solamente sea una prueba más, pero una prueba, que en mi opinión, resulta mucho más importante que abstenerse y no recrearse en los pensamientos impuros. Que por cierto, también son ganas de confundir al personal con una falsa culpabilidad, cuando se pretende legislar sobre los pensamientos. Siempre les ha molestado que el hombre tenga pensamientos. Y muchos, no todos, por supuesto, estamos seguros que la humanidad hubiera avanzado mucho más, si en lugar del restrictivo y castrante reza y trabaja (ora et labora), hubiesen recomendado un estimulante y alentador piensa y trabaja. Porque, en definitiva, y puesto que el hombre, además de la posibilidad de rezar tiene la capacidad de pensar, ¿a ellos que les importan mis pensamientos?

Y con esta mínisedición contra los absurdos y cotillos sacerdotes, doy por finalizado este capítulo, en el que se ha tratado sobre unas pruebas que Yavé realizó a los hombres con la generosa intención de conocernos para ayudarnos.

En este capítulo he pretendido resaltar que, con la aceptable posibilidad de una alteración del genoma de algunas tribus o grupos étnicos; con el abastecimiento de un medicamento llamado Maná; con la prescripción de un régimen alimenticio libre de fermentos y con la promulgación de leyes endogámicas, además de proteger nuestra salud, Yavé se procuró una clave con la que poder identificar a los sufridos descendientes de aquellos hombres y mujeres con los que compartió mesa y manteles hace muchos años.

Y éstas son LAS PRUEBAS a las que Yavé sometió a los hijos de los hombres. Después, en el momento de tratar el tema de la presentación de la Gloria en la cima del Sinaí, se resaltarán las pruebas que Yavé dio de sí mismo.

Tres son las razones por las cuales los hebreos fueron elegidos: pueblo monoteísta, escaso en número y sin territorio. Yavé realizó pruebas, análisis y estudios a los hijos de los hombres. Con los resultados de esas pruebas, habilitó un sistema de prevención y profilaxis en defensa de la salud. Una parte muy importante de esa prevención quedó especificada en las dietas alimenticias de la Pascua.

Nota:
Desearía resaltar que, tal y como se afirma con suficiente insistencia en este trabajo, la descripción  y transcripción de los sucesos está sumamente alterada y se presenta babélica.
En el capítulo 12 del Éxodo, 'debidamente' mezclados y confusos, encontramos tres asuntos que presentan mucha relación entre sí pero que son distintos: Institución de la Pascua, Dieta de Ácimos y Ley de la Pascua.
Institución de la Pascua. Versículos: 1,2,3,4,5,6,8,8,10,14,18,24,25,41 y 42. 
Dieta de los Ácimos. Versículos: 11, 15,16,17,18,19,20, 24 y 25.
Ley de la Pascua. Versículos: 43,44, 45,46,47,48,49,50 y 51.
Los versículos 18,24 y 25 son compartidos por Institución y Dieta.
El resto de versículos que no he reseñado, o son invención para dar cobertura al asesinado de inocentes, o son piadosas añadiduras.






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ÉXODO 3-14