El alumbrado nocturno | La columna de nube y la columna de fuego | La nave cósmica de Yavé | ¿Cómo es la Gloria? | Breve reseña de Ezequiel | Aparece en el cielo, con la nube, brillante y resplandeciente, acompañada de fuego y de un ruido atronador | El ankh, el lazo de la vida | El becerro de oro | Él es la Roca | La vida eterna | Las batallas de Amalec y de Gabaón | Resumen
Desde aquel instante en que Moisés vio el fuego que no se consumía, o lo que es lo mismo, desde que advirtió el brillo de una luz junto a unos matorrales —circunstancia que propició su primer encuentro con Yavé—, en numerosas ocasiones a lo largo del relato bíblico se hace constar que Yavé, no continuamente, pero sí con gran frecuencia, se hallaba entre su pueblo. Así se dice, y así creo que sucedió. Pero… pero no desde el primer momento.
Me explico: Desde Rameses hasta Sucot —en los inicios del Éxodo—, nadie, ni siquiera Moisés, ha visto ni a Yavé ni a su Gloria.
Como hemos leído en los textos bíblicos, es en Sucot donde el cronista informa por primera vez, que la columna de nube y de fuego se ha hecho presente ante la asombrada mirada de miles de personas. Unos días después es cuando esa doble columna toma parte activa en la denominada Operación Mar Rojo. Así pues, entre Sucot y Etam, y no antes, o sea, ya en los dos versículos finales (veintiuno y veintidós) del capítulo trece del Éxodo, es donde y cuando Yavé hace su aparición ante el pueblo.
Y este detalle, aunque no lo parezca, tiene su importancia. En doce capítulos, en los que han sucedido multitud de acontecimientos, no se hace referencia a la presencia de Yavé entre los hebreos. Por lo cual, un razonamiento lógico nos dice, sin lugar a dudas, que Yavé no estuvo en Egipto; que ninguna ciudad tuvo ocasión de contemplar la Gloria, y que se limitó a recoger a los hebreos en la frontera. A menos, claro está, que desde el primer momento y durante todo el aciago tiempo de las plagas, Yavé anduviese paseando por allí y que tuviese la Gloria aparcada junto a las pirámides, pero que el cronista sagrado ni siquiera lo mencionó, o porque no lo dio la menor importancia o porque lo confundió con un turista más.
Éx. 13, 21: Iba Yavé delante de ellos, de día, en columna de nube, para guiarlos en su camino, y de noche, en columna de fuego, para alumbrarlos y que pudiesen así marchar lo mismo de día que de noche. (22) La columna de nube no se apartaba del pueblo de día, ni de noche la de fuego.
Es muy interesante, y al mismo tiempo muy esclarecedor, lo que nos dice ese versículo veintiuno: ... para alumbrarlos y que pudiesen así marchar lo mismo de día que de noche.
Y cuando afirmo que es esclarecedor, quiero decir que alumbraba a los hebreos en su camino por el desierto, pero al mismo tiempo, también quiero decir que puede iluminar a quienes, sin ser iluminados, queremos entender lo que en verdad nos dijo Moisés.
Si nos detenemos a meditar sobre ese versículo, hay algo que inmediatamente llama nuestra atención: ¿por qué debían marchar de día o de noche?, ¿tan grande y apremiante era la prisa de Yavé?
Es muy cierto, que tal y como narra Éx. 12, 33, salieron de Rameses azuzados por el pueblo egipcio, pero de esa urgencia no podemos interpretar que anduvieran día y noche, y que no hicieran pausas en el camino. De hecho sabemos, de conformidad con Éx. 12, 39, que se realizaban paradas entre las etapas y se aprovechaba para cocer el pan. Y además, por la mera posibilidad de que pudiese marchar lo mismo de día que de noche, tampoco se debe entender ni sacar la conclusión de que aquella muchedumbre estuviese siempre en movimiento. Posiblemente, y en buena lógica, lo que el escriba nos quiere decir es que, en ocasiones marchaban durante el día, y a veces hacían jornadas nocturnas. Y también puede significar, que unos grupos caminaban a unas horas y con una celeridad, y que otros, por ejemplo los que conducían el ganado, hacían la jornada durante otras horas distintas.
Pero de todas formas tenemos que preguntarnos: ¿por qué durante la noche?; ¿para qué ese alumbrado nocturno?
Existen varias posibles explicaciones:
Después de tener en cuenta que los hebreos abandonaron la ciudad de Rameses una noche de luna llena, la primera explicación es consecuencia del clima de aquellas tierras y de la época del año. Recuérdese que estamos en mes de Nisan o Aviv, que ya es primavera. Nos encontramos, aproximadamente, en los primeros días de Abril. Y en ese desierto, finalizado el mes de Marzo, el calor es sofocante, y lo que menos apetece al personal es salir de picnic. Yo no sé si Yavé y Moisés les obligarían a marchar durante la noche, pero sobre lo que no puede haber duda, es que, al menos durante las dos o tres horas correspondientes al medio día, aquella muchedumbre debía permanecer en reposo y cobijada para protegerse del agobiante calor. Y si resulta que no puedes utilizar varias horas de luz solar, o caminas antes de amanecer y después del ocaso, o las jornadas de viaje son demasiado cortas. Por lo tanto, el calor durante las horas de insolación es, efectivamente, un buen pretexto para justificar la iluminación nocturna y facilitar así los desplazamientos de los hebreos.
Pero también pudo ocurrir que Yavé fuese recogiendo grupos de hebreos de distintos pueblos y aldeas, pues, como es razonable pensar, no todos los israelitas vivirían en Rameses. Algunas de esas muchedumbres que fueron coincidiendo y agrupándose en Sucot, eran conducidas durante las horas de la noche.
Esta interpretación se refuerza por el contenido de Éx. 12, 51 donde se dice: Aquel mismo día sacó Yavé de la tierra de Egipto a los hijos de Israel por escuadras. Esta es la palabra: escuadras. Parece decir muy claramente, que salieron por grupos, tal vez por tribus. En ese caso, tiene bastante justificación que unas familias o clanes viajaran durante la noche y otros lo hicieran a la luz del día. En más manejable el desplazamiento de pequeños grupos, que el traslado de una gran muchedumbre.
Así mismo, es muy posible, que en ocasiones, Yavé apareciese delante de ellos durante el día, y que otras veces, el fuego que indicaba su presencia se pudiese observar en el transcurso de la noche. De que esto pudo ser así tenemos la evidencia en la travesía del mar Rojo, en la que Yavé estuvo durante toda la noche.
Y digo que, posiblemente Yavé apareciese en distintos momentos, porque es poco admisible que Yavé estuviese con ellos constantemente. Y, una demostración palpable de esta última afirmación, la encontramos en Éx. 16, 10: …apareció la gloria de Yavé en la nube. Es muy razonable admitir, que si la Gloria apareció fue porque antes no estaba. A menos, que los milagreros pretendan afirmar que no estaba, pero que si estaba; y que lo más probable es que la Gloria no fuese detectada por el radar hebreo.
Por otra parte es difícil admitir que, sin tregua ni descanso, ancianos, mujeres y niños caminasen día y noche en su doloroso éxodo, sólo por el mero hecho de gozar de una excelente iluminación procedente de la “columna de fuego”.
De todas formas todavía se mantiene la pregunta que se formulaba antes: ¿tan grande y apremiante era la prisa de Yavé?
Pues, sí. La respuesta es tajante. Yavé tenía verdadera urgencia por hacer llegar a toda aquella muchedumbre, lo antes posible, a un lugar, a un punto determinado y exacto, de aquella desértica península, a un paraje que él mismo había elegido ya desde el primer momento y con toda premeditación.
Vale, pero ¿por qué?
Por varios motivos diferentes. Uno de ellos, tal vez el más determinante, sería el abastecimiento de agua.
Admitamos que el poder de Yavé era prodigioso, pero desde luego no era milagroso. Y además, si podemos hacer las cosas sin recurrir a los milagros vamos a sentirnos mejor.
Como veremos en su momento, cuando tratemos el tema en el Agua de Horeb, la asombrosa técnica de la Gloria permitía abastecer de agua a toda una muchedumbre y en cualquier lugar; pero en buena lógica, el Señor del Cosmos ya había localizado un lugar donde el agua para hombres y animales estuviese garantizada por la naturaleza. Al parecer, Yavé, con el mejor criterio, decidió que los "milagros" los debía utilizar sólo como último recurso.
Todo esto a lo que acabo de referirme tiene sus más o menos sólidos fundamentos, y nos faculta para admitir que existen varias razones para justificar la marcha nocturna. Pero lo cierto es, y aquí es donde yo pretendía llegar, que ni a ustedes ni a mí debe importarnos en absoluto que aquella muchedumbre caminara durante el día o que lo hiciera por la noche. Sin embargo, lo que sí que debe interesarnos, puesto que resulta muy importante y, repito, “muy esclarecedor", es que lleguemos a reconocer la verdadera identidad de Yavé que se nos muestra a través de su tecnología y su planificación del Éxodo.
Porque de este asunto de la iluminación nocturna se deben obtener dos conclusiones:
Que Yavé disponía de unos potentes reflectores.
Que Yavé estaba condicionado por la urgencia, para conducir a esa muchedumbre a un lugar predeterminado.
Y además, debía conseguirlo sin hacer milagros. Porque si se piensa bien, resulta que para hacer milagros no se precisan focos, ni es imprescindible que el gentío se desplace a toda pastilla, y menos todavía llevarle a mata caballo. Cuando se hace un milagro, un milagro como dios manda, se transporta a la multitud milagrosamente y en un instante desde Egipto hasta la montaña del Sinaí; cuando se hace un deslumbrante milagro, tampoco se utilizan chorros de fuego para iluminar, sino que se prolonga la duración del día y se acorta el tiempo de la noche; así lo comprobaremos en este mismo capítulo cuando tratemos del milagroso milagro que tuvo lugar durante la batalla que mantuvo Josué contra los enemigos de Israel.
Como este capítulo está dedicado a la asombrosa Gloria de Yavé, veamos en primer lugar qué es esa columna de nube y fuego que, en ocasiones también se nos presenta, o al menos forma parte, de algo que se conoce como Gloria de Yavé. Y para ello, para identificar esa nube misteriosa, propongo efectúan una pequeña y muy sencilla modificación. Se trata de cambiar una sola palabra: la palabra columna. Vamos a sustituirla por la palabra chorro, o si se prefiere, por la palabra rastro. En ese caso nos encontramos con un rastro de nube y un chorro de fuego; o si se entiende mejor, un chorro de nube y un rastro de fuego. ¿Se advierte ya alguna diferencia? ¿Cómo, de qué manera, podría denominar un hombre primitivo la luz de un foco o reflector? ¿Tal vez como un chorro o columna de fuego?
Posiblemente.
Por supuesto, que esta permuta de una palabra por otra, no ha sido una licencia o un capricho sin fundamento que yo me haya permitido. En el diccionario, en una de las definiciones de la palabra columna, se puede leer: Forma más o menos cilíndrica que toman algunos fluidos, en su movimiento ascensional: columna de fuego o de humo. Y esto, en mi opinión, viene siendo lo mismo que un chorro de luz y un rastro de humo o de vapor condensado.
La Gloria y la nube, esta última también nombrada y conocida como la columna de nube y fuego, son dos palabras que en los textos bíblicos, en bastantes ocasiones, y todas muy interesantes, se presentan asociadas la una con la otra. Y yo entiendo que es así por muy buenas y acertadas razones.
Gloria tiene un significado bastante enigmático, y más que enigmático, confuso, puesto que a ella se refieren de distintas formas. Pero esto es algo muy normal y suele suceder con gran frecuencia, cuando la gente no sabe exactamente lo que está nombrando o desconoce el nombre concreto de aquello de lo que habla, y por lo tanto, no lo puede identificar con precisión. Y es muy razonable admitir, que aquellos hombres de hace más de tres mil años, no supieran como definir y ni siquiera que nombre dar a un objeto tan asombroso y tan ajeno a su cultura.
Sin embargo, ahora, en estos tiempos actuales en los inicios del siglo XXI, es cuando concurren unas circunstancias, que podemos calificar como muy favorables, más todavía, como absolutamente determinantes, para la comprensión de aquellos sucesos. Hace poco más de doscientos años, si hubiesen aparecido la Gloria y la nube, hubiera representado para nuestros tatarabuelos un suceso casi tan nuevo y sorprendente como hace más de tres mil años les pareció a aquellos pastores hebreos; y con toda probabilidad, lo hubieran definido como un globo de fuego y humo. Sin embargo, los avances tecnológicos logrados por el hombre a finales del siglo XIX, y sobre todo en el XX, ha facilitado mucho la comprensión de determinados “misterios y milagros”.
En la actualidad podremos comprender o no comprender, eso depende de lo que cada uno esté dispuesto a perder o a ganar; en aquellos tiempos, sencillamente, no podían comprender.
Nosotros, tres mil años más tarde, para intentar entender e interpretar que eran la Gloria y la nube, en principio, debemos tener bien presente tres argumentos que con toda seguridad nos ayudarán bastante:
Primera cuestión.
En hebreo, la palabra que significa gloria es kabod, (KA-VOHDH) y tiene su raíz en kbd que significa peso, solidez, volumen, masa, mole.
Segunda cuestión.
Gloria, siempre o casi siempre, va unida a la palabra nube, fuego, relámpagos, ruido de truenos y tinieblas. Desde luego, las palabras nube, relámpagos y ruido de truenos pueden ser sustituidas por otras de un significado muy parecido y, por supuesto, menos confusas. Nube se reemplaza por humo o vapor ––nube de humo o de vapor––; relámpagos, por luces deslumbrantes; y por último, ruido de truenos, por estampidos ensordecedores. Esto, ya por sí sólo, nos puede dar una idea bastante aproximada de lo que se pretende definir y nombrar con la palabra gloria.
Ciertamente, la primera consecuencia de estas sustituciones de unos nombres por otros y su consiguiente interpretación es evidente: Si hablamos de una nube, de relámpagos, de truenos y de tinieblas, estamos describiendo una tormenta, sin embargo, si se mencionan una nube de vapor o de humo, unas luces deslumbrantes y unos estampidos ensordecedores, esa tormenta ya no es tan evidente.
Por otra parte, el fuego no encaja en ese fenómeno atmosférico que conocemos como una tormenta. Rayos y relámpagos, sí que son propios de una tormenta, pero no el fuego en el cielo. Pero además, no parece muy justificado que se organice una tormenta cada vez que se presenta la Gloria, que por cierto, y durante un año, hizo acto de presencia en numerosas ocasiones. Y además, eso sí, siempre que la gloria se hacía presente, se organizaba una tormenta que se presentaba bien abastecida de relámpagos y truenos; pero al mismo tiempo, Yavé procuraba que no cayese ni una sola gota de agua. ¿Para que van a necesitar agua en un desierto?
También se ha pensado, teniendo en cuenta sobre todo, que la manifestación más notable e importante sucede en la cima de una montaña, que tal vez estemos ante una erupción volcánica. Bueno, todo puede ser. Según estas interpretaciones, cuando aparece la Gloria de Yavé sucede una de estas dos cosas: O se inicia una tormenta o se produce una erupción volcánica. Efectivamente, ¿por qué no? Al fin y al cabo, solamente sería un milagro más. Pero resulta que, si las tormentas con fuego son muy poco frecuentes, también ocurre, que en aquella zona no hay indicios de erupciones volcánicas. Y como eso también es muy fácil de comprobar con un estudio geológico, deberemos admitir, tímidamente, que la Gloria no es la manifestación de una tormenta ni de un volcán.
Tercera cuestión.
Que los judíos de los siglos I y II antes de nuestra Era Común, además de kabod, daban a la Gloria el nombre de sekinah, del verbo sekan que significa habitar. Con lo cual venían a identificar a la Gloria como una masa sólida (kabod), que es morada (sekinah) donde habita Yavé. Y además, aquellos antiguos hebreos denominaban con la palabra sekinah a un tipo de morada muy especial: los nidos de las aves.
Así pues, si recapitulamos brevemente después de estudiar estas cuestiones, nos encontramos que Gloria es algo sólido, robusto, consistente, pesado; que se desplaza por el cielo; que se presenta junto con una nube de humo o vapor; que ocasiona ruidos ensordecedores; que produce fuego; que ilumina la noche con luces deslumbrantes; y que al mismo tiempo, es el vehículo (el carro), el nido-casa-refugio y fortaleza de Yavé.
¿Alguien ha identificado ya lo que están queriendo describir aquellos hombres que vivieron hace unos tres mil trescientos años?
Efectivamente la Gloria es una aeronave.
Y de la cual, por cierto, hasta tenemos el color de la parte inferior; en Éx. 24, 10 se dice: ... y contemplaron al Dios de Israel; bajo sus pies había como un pavimento de baldosa de zafiro y semejante en claridad al mismo cielo. O sea, la parte inferior era de un azul grisáceo o acerado.
Pero tenemos más; para conocer e identificar a la Gloria tenemos mucho más; incluso podemos asegurar que tenemos información de sobra.
Cuando la gloria y la nube se sitúan sobre el santuario, nadie, ni siquiera Moisés, puede permanecer allí.
Aquí se debe hacer otra precisión: Si la nube y la gloria están sobre o encima del santuario, nadie puede acercarse (Éx. 40, 35), pero si la nube y la gloria se posaban a la entrada de la tienda, Moisés puede entrar y entrevistarse con Yavé. (Éx. 33, 9-11). La interpretación no reviste una gran dificultad y debería resultar asequible hasta para los ungidos levitas. Mientras la gloria esté en el aire, a nadie le es posible acercarse a ella; sólo cuando se posa en tierra puede aproximarse Moisés. ¿Quién se acerca, por ejemplo, a un reactor, a un helicóptero o a cualquier otro tipo de aeronave cuando se encuentra en el aire haciendo algún tipo de maniobra? En aquel tiempo, aquella gente podía estar más o menos informada respecto al peligro que suponía la proximidad de un aparato volador, pero locos no estaban, y su instinto de conservación les aconsejaba mantenerse alejados de aquella brillante mole que estaba rodeada de fuego y gases.
Cuando Moisés pide a Yavé: Muéstrame tu gloria (Éx. 33, 18), el profeta está rogando a su amigo que le permita acceder a su casa celeste; en otras palabras, le está pidiendo que le deje entrar en la aeronave. ¿Existe algo más lógico y natural que desear visitar la Gloria?
Aunque en distintas ocasiones se hace visible en la cima de la montaña del Sinaí, y en otros momentos hace su aparición en el desierto, es en el tabernáculo o sus proximidades, el lugar donde se presenta con más frecuencia, y donde se revela la Gloria. Así consta en Éx. 29, 42-44; 33, 8-11; 40, 34-38. Y como ya hemos visto, la Gloria realiza una misión decisiva durante la travesía del mar Rojo. Esa capacidad operativa, por si misma, también nos está informando de la clase de realidad es la Gloria.
Esa capacidad operativa a la que acabo de referirme, esa llamativa pericia que se puede admirar en el funcionamiento de la Gloria, muestra su evidencia en los tres versículos 9, 12 y 17, del capítulo primero del Libro de Ezequiel.
Aquí y ahora sólo, haré una brevísima reseña de ese texto bíblico puesto que, al finalizar el Testimonio del Sinaí, he incluido un escueto estudio ––Ezequiel debería ser objeto de una monografía mucho más extensa––, sobre una “aparición” descrita por aquel profeta, y que él define como una semejanza de la Gloria de Yavé.
En esos tres versículos que acabo de señalar, y que yo trascribo cada uno en tres distintas versiones, encontraremos debate para saciarnos e incluso para ser arrastrados hasta alguna tertulia; algo que, por respeto a los sabios y sabias tertulianas, yo no recomiendo:
1, 9: ...que se tocaban las del uno con las del otro. Al moverse no se volvían para atrás, sino que cada uno iba cara adelante.
1, 9: Sus alas estaban juntas unas con otras; al andar no se volvían de espaldas, sino que cada uno caminaba de frente.
1, 9: Con las alas se juntaban el uno al otro. No se volvían cuando andaban, sino que cada uno caminaba derecho hacia delante.
1, 12: Todos marchaban de frente, a donde les impelía el espíritu, sin volverse para atrás.
1, 12: Cada cual marchaba de frente. Iban donde el espíritu les impulsaba, sin volverse de espaldas en su marcha.
1, 12: Y cada uno marchaba derecho hacia delante; hacia donde el espíritu le movía que anduviesen, andaban; y cuando andaban, no se volvían.
1, 17: Marchaban hacia los cuatro lados y no se volvían al caminar.
1, 17: Al rodar iban en las cuatro direcciones, sin volverse en su movimiento.
1, 17: Cuando andaban se movían hacia sus cuatro costados; no se volvían cuando andaban.
Algún lector me podría preguntar:
Y todo esto, ¿qué dices tu que significa?
Yo no digo lo que significa; éso solamente puedes hacerlo tu.
Yo no digo lo que significa; éso solamente puedes hacerlo tu.
Yo me voy a limitar a dejar evidendencia, de que todos los cuerpos que tienen capacidad de movimiento ––hombres, animales, vehículos y máquinas–– giran su posición antes de cambiar de dirección; sin embargo, aquellos seres vivientes no lo hacían así.
A ver si me explico: si una persona camina en dirección norte y desea variar su ruta y encaminarse al oeste, debe girar noventa grados y volverse hacia la izquierda. Naturalmente, también puede optar por caminar de costado, pero eso resultaría un poco absurdo.
Los vehículos automóviles pueden ir marcha adelante o marcha atrás sin modificar la posición, pero no pueden moverse lateralmente. Existen muy pocas máquinas que gocen de esa especial forma de desplazarse descrita en los versículos anteriores, y que tengan capacidad para cambiar de dirección ––avanzar, retroceder o moverse a derecha o izquierda––, sin modificar su posición, o sea, sin volverse. Y esta “milagrosa" particularidad de la Gloria, unida a la triple insistencia de Ezequiel, se quiera o no se quiera, tiene un significado. Y además, un significado muy considerable.
Pero además de esa muy especial capacidad de maniobra, la Gloria goza de otras características que pueden ayudar a identificarla:
Pero además de esa muy especial capacidad de maniobra, la Gloria goza de otras características que pueden ayudar a identificarla:
En los últimos años del siglo XX, en los estudios realizados en la búsqueda de nuevos sistemas de navegación, para la consecución de una óptima propulsión con fundamentos en el par de fuerza, y también con la intención de paliar en lo posible los efectos de la falta de gravedad en el espacio, se ha formulado una potencial solución. Consiste este sistema en conseguir que la astronave rote sobre un eje de forma parecida a la rueda de un vehículo colocada de manera que gire con sus radios paralelos a un plano horizontal a la superficie del suelo. Bueno, pues sírvanse leer lo que el profeta Ezequiel dice respecto a la visión que tuvo de la Gloria de Yavé:
Ezequiel 1, 15-18: ...una rueda que tocaba la tierra... como si hubiese una rueda dentro de otra rueda... sus llantas estaban todo en derredor llenas de ojos... sobre la tierra se levantaban las ruedas.
El profeta, en su descripción, nos habla de una rueda que tocaba la tierra. Y uno se pregunta, ¿qué quiere decir con eso de que tocaba la tierra? Ya sabemos que las ruedas tocan la tierra. No obstante, si meditamos un poco, admitiremos que, además de rotando sobre su banda de rodamiento, existen otras formas de contemplar el movimiento de una rueda. Recordemos la rotación de la piedra de un molino. Supongamos, que en posición horizontal al suelo, ponemos una rueda dentro de otra mayor, y contemplamos su rotación suspendidas en el aire sobre nuestras cabezas. ¿Nos hacemos ahora una mejor idea de lo que está intentando describir aquel hombre? Sobre todo, si intentamos ver una rueda de las llamadas de rodamiento; de ese tipo de rueda de cojinetes que tienen capacidad para girar en sentidos opuestos.
Tampoco me resisto a transcribir el versículo veintidós de ese mismo capítulo: Sobre las cabezas de los vivientes había una semejanza de firmamento, como un portentoso cristal, tendido por encima de sus cabezas…
¿Qué podrá significar eso del portentoso cristal?
Pues la explicación es bastante evidente:
Ese portentoso cristal tendido por encima de sus cabezas, nos está mostrando una cabina o carlinga transparente bajo la que estaban protegidos aquellos extraños seres.
En otras traducciones de ese extraordinario Libro, ese portentoso cristal es calificado como una expansión, o sea, como una extensión o prolongación del cuerpo principal.
En otras traducciones de ese extraordinario Libro, ese portentoso cristal es calificado como una expansión, o sea, como una extensión o prolongación del cuerpo principal.
En el versículo nueve de capítulo segundo Ezequiel dice: Miré y vi que se tendía hacia mí una mano que tenía un rollo. Lo desenvolvió ante mí y vi que estaba escrito por delante y por detrás, y que lo que en él estaba escrito eran lamentaciones.
¡Lamentaciones! ¿Qué es eso de lamentaciones?
¡Lamentaciones! ¿Qué es eso de lamentaciones?
En primer lugar, Ezequiel no entendía ni media palabra del contenido de aquel documento que, según su propia versión, le entrega Yavé. En segundo lugar, Yavé no viene a la Tierra con un manuscrito lleno de quejas y lamentos; es posible que ni tan siquiera presentase a los hijos de los hombres una hoja de reclamaciones. En realidad, lo que sucedió fue, que aquellos seres entregaron a Ezequiel, o a quien fuese, un documento escrito por los dos lados. Y resulta, que según consta en el libro del Éxodo, el Testimonio de Yavé era un documento escrito por delante y por detrás.
En esta singular reseña de un encuentro en la tercera fase, el hijo de los hombres prosigue en el capítulo cuarenta:
…llevóme allá y un varón de aspecto como de bronce bruñido…
Un hombre revestido de "algo" de color metalizado. Tal vez un androide, o quizás un extraterrestre equipado con una especie de mono o buzo.
Después, el enigmático profeta dice en 43, 1-2:
Me llevó luego de nuevo a la puerta que da al oriente, y vi la gloria del Dios de Israel venir del oriente. Se oía un estrépito como el estrépito de caudalosas aguas y la tierra resplandecía del resplandor de la Gloria.
Estrépito de aguas y resplandor. Estruendo y fulgor.
¿Difícil?
Si resulta que el profeta no está intentando describir la sensación sonora y luminosa que produce una aeronave, es porque nos está dando información detallada de una mascletá valenciana.
Pero de estos textos y de sus pésimas interpretaciones, no se puede culpar a estos sacerdotes que, miles de años después, todavía no han comprendido ni siquiera el primer versículo del libro de Ezequiel. Esos sabios y documentados individuos, no han advertido que, cuando habla de treinta años, no se está refiriendo a los años de cautividad, ni mucho menos a los años durante los cuales el profeta recibe la palabra de Yavé, simplemente, Ezequiel informa que tiene treinta años.
Vale; y eso, ¿lo declara para alguna revista del corazón?
No; sencillamente hace constar que ya ha cumplido treinta años, y que por lo tanto, según las leyes levíticas, ya podía ejercer el oficio de sacerdote. Eso es lo que significa; ¡ni más ni menos!
Y recordando que todo y algo más, se encuentra descrito al final de este trabajo, cerremos este paréntesis y dejemos a nuestro entrañable vidente “treintañero” disfrutando:
Con aquellos artilugios que no se giraban para cambiar la dirección de su marcha.
Con aquellas ruedas concéntricas que se levantaban de la tierra, que se desplazaban por el cielo, y que presentaban sus llantas llenas de ojos.
Con aquella asombrosa cúpula de cristal que cubría sus cabezas.
En definitiva, nos alejamos de la “semejanza de la Gloria”.
Nosotros, por nuestra parte, regresamos al Pentateuco; y de esos libros procuraremos no salirnos, hasta que Henoch nos permita acompañarle durante unos minutos en su fascinante viaje.
Es en Éx. 14, 17 cuando la palabra Gloria aparece por primera vez, y lo hace en boca del mismísimo Yavé: “...y haré brillar mi Gloria sobre el Faraón y sobre todo su ejército”. Seguidamente dice: “...hagan resplandecer mi Gloria”. Según se puede deducir de estos versículos, la Gloria brilla y resplandece. Y, puesto que la Gloria no es la Real Academia Española, debemos intentar identificar un objeto que brilla y resplandece en el cielo.
En el cielo. Ahí es donde aparece.
Éx. 16, 10: Mientras hablaba Arón a toda la asamblea de los hijos de Israel, volvieron éstos la cara al desierto y apareció la gloria de Yavé en la nube.
A ver si nos entendemos: en una nube de vapor, de gases, de humo, aparece la Gloria.
Éx. 20, 22: “...vosotros mismos habéis visto como os he hablado desde el cielo”.
Éx. 24, 16: La gloria de Yavé estaba sobre el monte Sinaí y la nube la cubrió.
Brillante y resplandeciente.
Éx. 14, 4: “...y haré brillar mi Gloria sobre el Faraón...”
Ez. 1, 4: Una nube densa, en torno a cual resplandecía un remolino de fuego, que en medio brillaba como bronce en ignición.
Acompañada por el fuego.
Dt. 5, 23-24: Cuando oísteis su voz en medio de las tinieblas estando la montaña toda en fuego... Yavé, nuestro Dios, nos ha hecho ver su gloria.
Éx. 24, 17: La gloria de Yavé parecía a los hijos de Israel como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña.
Con un ruido atronador.
No solamente se ve la Gloria, también se escucha su estruendo.
Éx. 20, 18: Todo el pueblo oía los truenos y el sonido de la trompeta y veía las llamas y la montaña humeante;
Además, sabemos que la Gloria aparece y desaparece en el cielo, o sea, que es algo que tiene movilidad. De eso se obtienen dos opuestas conclusiones:
La mía propone que es un objeto volador.
La interpretación, cuando existe interpretación, de los sabios sacerdotes o de algún iluminado ––yo diría alucinado–– amigo suyo, resulta un poco diferente. Ellos aseguran que es un volcán que se desplaza milagrosamente por el cielo.
Especialmente descriptivos son los versículos comprendidos entre el quince y el veintitrés de Números nueve. Allí se afirma que la nube cubría el tabernáculo como un fuego; que la nube se alzaba (se elevaba); que se paraba; que estaba sobre el tabernáculo; que cuando la nube se alzaba, partían los hijos de Israel y en lugar donde se paraba, allí acampaban los hijos de Israel; que en ocasiones se detenía poco tiempo, y en otras, permanecía durante bastantes días.
Son tantas y tantas las descripciones de la astronave Gloria, de su operatividad, de su modo de maniobrar, que si bien el lenguaje puede resultar poco adecuado y confuso para la comprensión del hombre de hoy, de todas maneras, nos resulta realmente difícil no identificar ese objeto que es descrito por unos hombres que vivían inmersos en una cultura muy primitiva.
Antes de introducirnos, más de lleno, en la forma, apariencia y representación de la Gloria, y con el único objeto de resaltar el maravilloso despiste que ha existido en la interpretación de lo que aquellas gentes vieron, entiendo como muy necesario recordar a los lectores, que las investigaciones realizadas sobre la ciencia, la cultura, los dioses y los símbolos sagrados, presentan, junto a formidables hallazgos que nunca podremos agradecer bastante, algunas interpretaciones y deducciones que, si no fuesen origen de grandes errores, podríamos calificarlas como graciosillas.
Me explico. Si alguien inmerso en un mundo de tristeza quiere salir de allí y comenzar a divertirse, debería leer las hipótesis y conjeturas de las más famosas y acreditadas mentes. Son razonamientos de hombres cultos, estudiosos, de reconocido mérito y de inmenso talento que, sin embargo, han dejado para la posteridad las más descabelladas creencias y “dogmas” —léanse, por ejemplo, las teorías cosmológicas (geocéntricas) de Platón, Aristóteles o Tolomeo––, sabios que, no obstante y en paralelo, han aportado logros importantísimos en el avance de la humanidad.
Con este razonamiento he pretendido dejar constancia de que todos los humanos, naturalmente, con la excepción de los iluminados, estamos sujetos a los errores más estridentes. Pues bien, como en las demás ciencias, algo así sucede en la egiptología. Y conviene recordar que las crónicas del antiguo Egipto, aun careciendo de inspiración divina, están muy relacionadas con la Biblia.
Como todo el mundo sabe, un buen número de signos jeroglíficos con sus distintos significados son representaciones de objetos muy comunes, o al menos bastante conocidos en el Egipto de aquel tiempo ––pájaro, serpiente, león, río, etcétera––. Sin embargo, y paradójicamente, uno de los signos convencionales más frecuente y fundamental, el lazo de la vida, el Ankh, parece que no representa nada en concreto; o al menos, no se sabe con seguridad de donde ha sido extraído ese símbolo.
¡Curioso! ¡Muy curioso!
Existen varias teorías, algunas del tipo freudiano, que nos hablan del ankh como una representación combinada de los atributos sexuales masculinos y femeninos.
¡Curioso! ¡Muy curioso!
Pero lo que todavía es más sorprendente, y llega a resultar pasmante, es que algunos distinguidos egiptólogos afirmen que ese signo no es otra cosa sino la representación del típico lazo de las sandalias. Naturalmente, estuvieron meditando durante mucho tiempo para no incurrir en el error de confundir el nudo de las sandalias con el nudo de la corbata o del lazo de las llamadas de pajarita. Desde luego, sentido del humor no les falta, y ese detalle de pretender obtener nuestra sonrisa, y aunque los tristes ungidos no lo sepan apreciar, siempre es muy de agradecer. Y de todas formas resulta,
¡Curioso! ¡Muy curioso!
Por fin, otras doctas elucubraciones lo presentan como un logotipo de la vida eterna. Y, éstas últimas, hasta cierto punto, sólo hasta cierto punto, tienen un punto de razón.
Sin embargo, después de reírnos un ratito de las ocurrencias de unos y otros, y una vez calmada nuestra hilaridad, si razonamos con sensatez advertiremos:
Que Ankh es un nombre egipcio que significa vida.
Que presenta una notable semejanza con un lazo.
Que, incluso, es denominado como lazo de la vida.
Si enlazamos estas tres cualidades características del ankh y buscamos una conclusión, parece mucho más racional, más lógico, e incluso más inteligente, entender que el ankh representa el lazo más importante de la vida del hombre:
El lazo-nudo del cordón umbilical.
Aquella gente ––me estoy refiriendo sobre todo a los faraones––, que jamás se hartaba de presumir de su ascendencia divina, posiblemente conservase durante toda la vida aquellos cincuenta o sesenta centímetros de su cordón umbilical, debidamente curtido, momificado y embalsamado. Y deberemos reconocer que, embalsamar y momificar, sabían. ¡Vaya que sabían!
Con él, con esa especie de zarajo, estaban diciendo a su celestial progenitora:
No olvides que este lazo nos une.
De esta forma, en el transcurso de toda su existencia, tenían bien a mano, su lazo de unión con la diosa madre. Era el amuleto para establecer el contacto con sus divinos ancestros.
No olvides que este lazo nos une.
De esta forma, en el transcurso de toda su existencia, tenían bien a mano, su lazo de unión con la diosa madre. Era el amuleto para establecer el contacto con sus divinos ancestros.
Posiblemente, algunas personas dudarán de esta afirmación mía. Y además, dudarán mucho. Son personas que no recuerdan que, desde los primeros faraones, aquellos hijos de los dioses paseaban su placenta haciendo ostentación de su linaje. ––Ver maza del rey Escorpión––. Y recordar que la placenta y el feto están unidos por el cordón umbilical.
¡Y, lo que son las cosas! Representaciones de objetos de hace miles de años, adquieren ahora una notoria actualidad. Recientes investigaciones están incidiendo en la placenta y el cordón umbilical, como partes anatómicas determinantes en el proceso de gestación, con unas funciones complementarias y diferentes a las admitidas por la ciencia hasta este momento. Posiblemente por su abundancia en vasos sanguíneos, sea ahí donde los mamíferos placentarios encontremos alguna fuente del ansiado repuesto de células madres. O lo que es lo mismo, "la vida eterna".
Tal vez esta hipótesis, sea solamente una más de las conjeturas descabelladas con las que, con toda seguridad, se pueden tropezar en este trabajo. Como acabo de afirmar unas líneas más arriba, hasta los sabios tienen sus paridas ––obsérvese lo apropiado del calificativo––. Y si los sabios, en ocasiones beben en las fuentes de las teorías más absurdas, mi ignorancia y yo podemos nadar e incluso bucear en esas charcas. Y ustedes, con todo derecho, pueden burlarse de mi. Claro que, si es autor de este trabajo estuviese en lo cierto, resultaría una prueba evidente de que hace varios miles de años, el hombre gozaba, o al menos intuía, unos conocimientos que sólo ahora está vislumbrando la ciencia. Ellos sabían de la importancia de la placenta y el cordón umbilical pero, puesto que su tecnología no les permitía el uso de los modernos bancos o depósitos frigoríficos, se decidieron por la momificación.
Y aquí cierro este paréntesis que, como ya he dicho, sólo pretende resaltar las disparatadas interpretaciones, que sobre asuntos muy importantes han sido realizadas por los más doctos hijos de los hombres para “iluminar” a sus hermanos.
Escudados y obligados por el asombroso absurdo de las interpretaciones, que con frecuencia los sabios han ofrecido al resto de los mortales, vamos a tratar sobre un tema en el que, como se verá, las explicaciones no han sido nunca muy esclarecedoras, y que incluso se puede decir que desde el primer momento, además de pretender confundir al personal, se intentó, y por supuesto se consiguió, ocultar su verdadero y extraordinario simbolismo. Me estoy refiriendo al Becerro de Oro.
Hemos leído en las escrituras, que la Gloria aparece en el cielo, que brilla, que emite un ruido atronador, etcétera. Pero, en realidad, sólo por la descripción del profeta Ezequiel, tenemos alguna idea de la forma que pudo tener y cuál era su apariencia a los ojos de aquellos hombres. Y si bien es muy cierto, que su forma y aspecto no fueron descritos en los textos, no es menos cierto, que la Gloria fue modelada y representada. Y además en oro.
¿Y eso?
Veamos:
Puesto que del interior de la Gloria no conseguiremos más información hasta que, al tratar del Testimonio, se haga una brevísima incursión en el libro de Henoch, vamos ahora a intentar describir su exterior. Para ello, debemos detenernos en el capítulo treinta y dos del Éxodo; porque muy relacionado con la Gloria, con su presencia y con su forma externa, está ese llamativo asunto del Becerro de Oro.
Si leemos con atención, y después meditamos unos instantes en el citado capítulo del libro del Éxodo, nos encontramos con algo muy extraño. Algo que para mí ha sido motivo de asombro, y que ha llamado poderosamente mi atención durante años.
El asunto sucedió poco más o menos de la forma siguiente:
Resulta que Arón, junto con sus hijos Nadab y Abiú y setenta principales del pueblo (ancianos) que, para adorar desde lejos, han acompañado a Moisés hasta la cima de la montaña del Sinaí, descienden de la cumbre donde han contemplado la Gloria de Yavé. Así consta en Éx. 24, 10.: ... y vieron al Dios de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de baldosas de zafiro, brillantes como el mismo cielo.
Han visto a Dios, pero habida cuenta de la prohibición recientemente pactada, no hacen ninguna descripción de su figura, de la que sólo mencionan los pies. No obstante, sí que se permiten describir la superficie que se muestra bajo esos pies. Bien, de momento ahí lo dejamos, aunque, prometiendo, que este asunto de las prohibiciones de las santas representaciones se retomará cuando tratemos el tema de los querubines.
Pocos días después, Moisés y Josué, según Éx. 24, 12-18, suben de nuevo a la montaña, y allí se quedan.
Transcurrido algo de tiempo ––unos cuarenta días––, y aprovechando la ausencia de Moisés y de Josué, y con el tolerante consentimiento de Arón, Nadab, Abiú y de los setenta ancianos, el pueblo de Israel funde en oro una imagen, que según ellos mismos afirman, debe ser la representación del Dios de Israel. Así lo dicen: ... un dios que vaya delante de nosotros (Éx. 32, 1).
De la lectura de ese versículo, y considerando que, tal y como consta en Éx. 24, 10: ... y vieron al Dios de Israel, es bastante lógico suponer que van a modelar y mostrar algo de lo que acaban de ver. Pero no, no sucede así. Resulta, que según el mencionado capítulo, lo que representan es un becerro. Bueno, un becerro o un toro o un buey.
Recapitulemos:
Suben a la montaña; ven a Dios; descienden de la montaña; deciden hacer un dios; y como consecuencia de toda esa movida, construyen un becerro de oro.
Original, ¿no?
Cualquier persona queda como mínimo sorprendida, cuando no atónita, ante esa extraña y poco consecuente actuación.
¿Qué significa todo esto? No parece muy congruente.
Sin embargo, todo ese proceso es bastante sencillo.
Lo primero que significa es que, por muy claro que lo diga el versículo diez del capítulo veinticuatro, aquellos hombres no vieron a Yavé. Y no le vieron, porque como se afirma en numerosas ocasiones: nadie puede ver el rostro de Yavé y seguir con vida. Ni siquiera, como veremos más adelante, está asegurado que el propio Moisés contemplase la faz de Yavé.
Lo segundo que nos dice esa imagen del becerro, es que Arón, sus hijos y los ancianos que subieron a la montaña, sólo observaron y distinguieron, desde una autorizada y prudente distancia, la Gloria de Yavé (Éx. 24,2); de la cual solamente describen la parte inferior ––sobre la que se posan los pies–– y que es de color azulado.
Lo tercero que podemos deducir, es que esa Gloria de Yavé, que unos pocos privilegiados pudieron admirar con notable nitidez, es algo idéntico a aquello que los demás hebreos estaban también contemplando desde la base de la montaña, y que no era otra cosa que la astronave de Yavé.
Eso es lo único que vieron, y fue eso precisamente, lo que pretendieron modelar en una imagen fundida en oro. No intentaron siquiera representar a Yavé, sólo quisieron reproducir la apariencia de su Gloria, o para decirlo con mayor exactitud, trataron de recrear la imagen de la nave Gloria.
De acuerdo ––pueden consentir y conceder algunos de los más tolerantes lectores––, vamos a aceptar que no intentaron mostrar una imagen de Yavé, y que sólo pretendieron representar la nave Gloria. Pero entonces surge la pregunta: según esto, ¿debemos entender que la astronave Gloria es un toro, o para decirlo con más propiedad, tiene forma de toro?
Ni mucho menos.
Lo que ocurre es que la narración nos ha llegado así, porque de esa forma interesó a quienes viven de la confusión y de la mentira. Ya entonces, en el momento en que faltó Moisés, se pretendió y consiguió ocultar la verdad. Bastó para ello quitar un versículo, una frase, una palabra. Todos sabemos que el intento de confundir no es nada nuevo. Pero lo cierto es, que la Gloria de Yavé ni es un toro, ni tiene con ese recio animal la menor semejanza.
Veamos la explicación.
El toro, en muchas culturas, y por supuesto en la caldea y en la egipcia, era la representación del vigor, de la fortaleza y de la potencia. Solamente eso. Los carros de guerra, los carretones de transporte, los arados, los grandes bloques de piedra, eran arrastrados por la espectacular fuerza de los toros. El toro que modelaron los hebreos en el Sinaí, únicamente significaba y representaba la inmensa fuerza, el enorme poderío sobre el que se asentaba la Gloria. ¿Y alguien puede señalar en que lugar, en que parte de su anatomía es más evidente y temible la fuerza del toro?
Efectivamente, entre las astas.
La primordial y más importante representación que hicieron aquellos hombres, no era el toro. Lo esencial y fundamental era aquel objeto que estaba entre los cuernos del becerro. Lo que aquellos hebreos desearon resaltar y representar en el campamento al pie de la montaña del Sinaí, fue aquel brillante y deslumbrante disco de oro que el becerro presentaba y lucía entre sus cuernos. Aquel era el carro de Yavé, que como dice Éx. 32, 1, debía marchar delante de ellos.
Naturalmente que podrán asegurar que no había tal disco, pero todos sabemos que sí que lo había, y que en muchas ocasiones así se ha representado. Podrán también afirmar que, efectivamente, sí que había un disco, pero que era una imagen y representación del sol. Claro que lo pueden decir. Podrán sostener mil distintos disparates con el objeto de defender su milenario error, y para añadir más confusión a todo lo que han estado manteniendo siempre. Pero como es lógico, como es natural, como es normal, aquellos hombres representan lo que acaban de ver. Y lo que han visto, unos desde más cerca y otros desde el pie de la montaña es, esencialmente, un gran disco brillante como el sol, que desprende nubes, relámpagos y truenos (vapores, humos, luces deslumbrantes y tremendos ruidos), que hace demostración de una enorme potencia y que, como el sol navega por el cielo. Eso es lo que han visto, y eso es lo que representan transportado por la formidable fuerza de un toro.
Y por cierto, ese disco no les es del todo desconocido, puesto que ya lo habían admirado en innumerables ocasiones en Egipto, entre los cuernos del buey dios Apis, de la vaca diosa Hator. Ese es el motivo por el cual ellos lo representan de la misma manera, toro y disco. Y por esa misma razón, y para que no existiese la menos posibilidad de confundir la Gloria de Yavé con los ídolos egipcios, desde el primer momento los sacerdotes levitas ocultaron, o al menos disimularon, la parte más importante de la imagen: el dorado disco colocado entre las astas. Claro que, con el tiempo, no pudieron reprimirse:
En una construcción redonda, en bronce y sobre doce toros, que llamaron Mar de Bronce, representaron la Gloria a la puerta de la Casa del Arca de Yavé (II Par. 4,2)
Y éste es un buen momento para insistir en otra evidente demostración del mensaje de Yavé: El Señor de los Cielos que están sobre los Cielos, nunca se proclamó Dios. De hecho, tal y como se puede advertir en este episodio, el pueblo, en contra de las advertencias de Yavé, seguía adorando a sus dioses egipcios (Apis y Hator en forma de becerro o de vaca). Y además, lo hacía en el Monte Horeb (Monte de Horus).
Claro que algunos sesudos investigadores de la religión egipcia, en dura pugna con los sabios del nudo de las sandalias, también han interpretado, y así lo hacen constar, que de forma semejante a lo que representa el escarabajo, ese disco es una imagen simbólica del sol. Pero, tanto el acorazado escarabajo sagrado, como el brillante disco transportado por el toro, no son otra cosa sino la reproducción de la nave gloria. Y además deberíamos recordar, que Atón no significa sol, sino disco. Y que un disco metálico y brillante, es algo muy, muy parecido a un platillo volante. Y posiblemente, muchos años antes del Éxodo de los hebreos, y cuando digo muchos años, quiero decir varios milenios, aquellos egipcios del imperio antiguo pudieron gozar de la "celestial visión" de otra nave Gloria y de otros ilustres visitantes.
Con esto, yo no trato de afirmar que en Egipto nunca se representase el astro solar. Por supuesto que en muchas ocasiones, lo que pretendieron plasmar fue el dios sol. Lo que yo intento hacer constar es que, no siempre, no en todas las ocasiones, fue así, y que por ejemplo, el “hereje” faraón Akhenatón, lo que representó fue un disco volador que él mismo interpreta como una reproducción a distinto tamaño de aquella otra rueda de fuego que brilla en los cielos.
Pero toda aquella confusa interpretación, aunque errónea, es sumamente lógica. A los ojos de aquellas gentes, aquel disco brillante no podía ser otra cosa mas que una imagen y personificación del gran padre sol que había descendido a la Tierra. Es una muestra de un razonamiento muy natural y comprensible de los egipcios, que no obstante, se quiebra cuando en su cultura religiosa se asegura que el alma del hombre es un pájaro; que un faraón es un dios; que un muerto bien conservado y con alimentos a su disposición vivirá eternamente y que el lazo más importante en la vida del hombre es el nudo de las sandalias.
Así pues, la forma externa de la Gloria es la de un disco. Un círculo que los hebreos intentaron representar en oro, de igual manera que otros pueblos en aquellas y en otras épocas, intentaron plasmar en tierra, madera o piedra en los henges (Stonehenge, Hoodhenge, Durrington Walls), en los túmulos del Tassili, en las grandes piedras circulares de las culturas precolombinas (Piedra del Sol), e incluso en algo mucho más próximo al Sinaí, en el asombroso Altar Mayor de Sacrificios de la ciudad de Petra.
Y por cierto, existen un par de peculiaridades que no deberían pasar desapercibidas:
Que su mismo nombre de Stonehenge, en inglés arcaico, al parecer significa roca que gira.
Que las piedras del circulo interior son de color azul; al menos, ese es el color que adquieren cuando se mojan con el agua de la lluvia; y posiblemente, esa característica fue la que motivó el transporte de esas losas desde los montes de Preseli en Gales, a unos 400 kilómetros de la llanura de Salisbury.
Y, reconociendo que el nombre de roca que gira es muy significativo, tampoco queda a la zaga el color azulado de esos trilitos, porque resulta que la Gloria de Yavé ––al menos la parte inferior–– tenía un color semejante al zafiro; así consta en Éx. 24, 10: …como un pavimento (parte inferior) de baldosas de zafiro, brillantes como el mismo cielo.
ÉL ES LA ROCA (Dt. 32,4)
Pero de todas formas, si de verdad, de verdad, alguien quiere conocer la forma externa de la nave Gloria; si alguien desea admirarse con sus dos colores, bronce y azul, y contemplarla en un tamaño muy semejante al real, puede acercarse a Jerusalén y detenerse un buen rato para admirar la incomparable armonía de la resplandeciente Cúpula. ¡Una construcción sorprendente!
Asentado en una destacada y emblemática loma, tal y como “casualmente” se presentaba en el Sinaí; sobre una base que, “casualmente” es de color azul; coronado por una bóveda que, “casualmente” es de color del bronce muy bruñido, se encontrará, “casualmente”, con la extraña visión que proporciona un templo que, “casualmente” es conocido por un nombre que muchos siglos antes se había dado a la Gloria de Dios: LA ROCA.
¿La Roca?
Sí, la Roca.
¿Qué Roca?
La Roca-Gloria de Dios.
Y, desde luego, esa magnífica bóveda de Jerusalén, que al igual que todas las demás cúpulas pretende transmitir una sensación de ingravidez, no lleva tal nombre por la piedra existente bajo su radiante casquete semiesférico.
Aunque poseemos antecedentes de edificaciones anteriores muy semejantes, de todas se diferencia y entre todas resalta. No sabemos con certeza qué libro, manuscrito, dibujo o diseño tuvo a su disposición el califa omeya Abd el Malik, cuando ordenó la construcción de ese monumento; pero, sin la menor duda, y teniendo bien presente el simbolismo de su rito de circunvalación o rotación en torno a un eje central, y recordando también, que las construcciones octogonales -al menos desde Arquímedes-, han sido siempre relacionadas con la transferencia del polígono al círculo, sería interesante realizar un estudio de su auténtico simbolismo.
Y ahora que la hemos contemplado de cerca, alejémonos unos centenares de metros para obtener una perspectiva suficiente; después, deleitémonos en la contemplación de Cúpula de la Roca. ¡Merece la pena! Admiremos esa maravilla la durante un buen rato; luego, quizás podría preguntarse: ¿qué imagen trae a mi recuerdo?, ¿a qué se asemeja? Cierre sus ojos unos segundos.
Posiblemente, su mente reciba una información que le ayude a identificar lo que está viendo:
Un disco que brilla como bronce y que presenta una base azulada. Un plato de unos cincuenta metros de diámetro que se ha posado sobre una loma.
Entonces comprenderá, que aquello es algo muy semejante a lo que Moisés y varios miles de personas, contemplaron en distintas ocasiones, cuando la “nube” descendía sobre la montaña en el Sinaí, o cuando se mostraba levitando sobre el tabernáculo. Algo, a lo que calificaron y denominaron como La Roca o Gloria de Yavé. Y también, algo muy semejante a lo que detalló Ezequiel, cuando se refiriéndose a la Gloria de Yavé, nos describe:
Una rueda de bronce dentro de rueda turquesa; con ojos; y que se levantaban del suelo; o lo que es lo mismo, a un círculo de bronce dentro de otro círculo azul, con ventanillas, y capaz de desplazarse por el cielo.
Y no olvidando estas “ligeras semejanzas”, deberíamos fijarnos en otra faceta del mismo asunto:
Si bien es verdad que desconocemos de qué documento obtuvo Abd el Malik el boceto para la edificación de la Cúpula de la Roca, también es verdad que no sabemos ––con independencia de las noticias que nos aportan los susurros del viento––, de dónde, de que libro, han nacido las ideas plasmadas en la arquitectura del Santuario del Libro del museo de Israel en Jerusalén––. Observen el exterior, la magnífica fuente ––recordemos Éx. 17, 1-7––, y los túneles o pasillos interiores que comunican sus diferentes dependencias. Luego mediten y contesten a esta pregunta: ¿Qué quieren transmitirnos esas imágenes? ¿A qué se asemejan?
Podríamos seguir insistiendo, pero, ¿para qué? Quien no lo haya entendido ya, no va a entenderlo nunca.
En lo que respecta al comentario efectuado antes, sobre la supuesta vida eterna de los faraones egipcios, y haciendo otro brevísimo paréntesis, yo no niego que la ciencia en un futuro, tal vez no muy lejano, pueda regresar o reintegrar en el mundo de los vivos a un ser que vivió y murió hace mucho tiempo. Teniendo pleno convencimiento y absoluta seguridad en esta posible resurrección, aquellos faraones, y después los nobles, los sacerdotes y finalmente pueblo llano, aguardando el regreso de los dioses, decidieron conservar sus cadáveres en las mejores condiciones posibles, y además, en el caso de algunos faraones, dejarlos depositados en unas tumbas-pirámides “bien a la vista”. Pero de eso, a participar en la creencia de una resurrección de los muertos facilitada por el dios sol, existe una pequeña diferencia. Como todo en la vida, y en este caso en la muerte, hay cosas que sí, pero hay cosas que no.
De cualquier manera, en el último capítulo de este trabajo se efectúa una muy breve reflexión sobre unos insólitos sucesos que se produjeron en Egipto durante el reinado del faraón Amenofis III, y que años después derivaron en una interesante evolución teológica, cuando ascendió a trono su exótico, excéntrico y extravagante hijo Amenofis IV, conocido como Akhenatón.
Pero, en la identificación y coincidencia entre la Gloria y el disco solar, hay más. Como ya he dicho, para identificar la Gloria de Yavé, tenemos material de sobra.
Sin la más mínima duda, todos sabemos, y aquellos que no lo sabían antes lo van a saber ahora mismo, que en los textos bíblicos, el orden, la cronología y la identificación de los lugares y de los acontecimientos resultan un “poco especiales”. Para que nos entendamos:
En esos compendios de verdades muy verdaderas y verdades escasamente verdaderas, se identifican lugares que están en diferentes sitios en el mismo momento, y se relatan algunos acontecimientos que sucederán ayer y otros que sucedieron mañana.
Auxiliado por esa realidad incuestionable, he podido identificar en las Escrituras otro episodio que es también muy revelador en cuanto a la apariencia exterior de la Gloria.
Ese suceso al que estoy aludiendo, está muy relacionado con la batalla contra los amalecitas de Éx. 17, 8-13, y sin embargo se describe fuera del Pentateuco, en el libro de Josué, exactamente en el capítulo diez, al relatar la famosa batalla de Gabaón.
Conviene no confundir esta batalla de Josué en Gabaón, con otra batalla de Gabaón que tendrá lugar siglos después, en las guerras entre Saúl y David. Y digo que hay que procurar no confundirse, porque lo que sucede es que, si en un país muy pequeño ––recordemos que los territorios de Israel tienen una superficie muy similar a la de nuestra Comunidad Valenciana––, en muy diferentes épocas, hay mucha gente que se quiere pegar entre sí, y además entienden que deben pegarse muchas veces, es muy lógico que en ocasiones estén obligados a repetir y que deban atizarse en el mismo escenario.
Veamos primero el relato del Éxodo.
Éx. 17, 8: Amalec vino a Rafidim a atacar a los hijos de Israel, (9) y Moisés dijo a Josué: “Elige hombres y ataca mañana a Amalec. Yo estaré en el vértice de la colina (reparemos en la palabra colina) con el cayado de Dios en la mano”. (10) Josué hizo lo que había mandado Moisés y atacó a Amalec. Arón y Hur subieron con Moisés al vértice de la colina. (11) Mientras Moisés tenía alzada la mano, llevaba Israel la ventaja, y cuando la bajaba prevalecía Amalec. (12) Moisés estaba cansado y sus manos le pesaban; tomando, pues, una piedra, la pusieron debajo de él para que se sentara, y al mismo tiempo Arón y Hur sostenían sus manos, uno de un lado y otro del otro, y así no se le cansaron las manos hasta la puesta del sol, (13) y Josué derrotó a Amalec a filo de espada.
En el relato del otro episodio, en el libro de Josué 10, 12-24, se describe la batalla de Gabaón; y me gustaría que advirtiesen que Gabaón significa ciudad de la colina. Las Escrituras dicen así:
Aquel día, el día en que Yavé entregó a los amorreos en las manos de los hijos de Israel, habló Josué a Yavé, y a la vista de Israel dijo: “Sol detente sobre Gabaón; Y tú, luna, sobre el valle de Ayalón; (13) Y el sol se detuvo, y se paró la luna, hasta que la gente se hubo vengado de sus enemigos”
¿No está esto escrito en el libro de Jaser? (¿de Jaserot?). El sol se detuvo en medio del cielo, y no se apresuró a ponerse, casi un día entero. (14) No hubo ni antes ni después, día como aquel en que obedeció Yavé a la voz de un hombre, porque Yavé combatía por Israel.
Y ahora, díganme que no son unos relatos maravillosos. Pero bueno, no estamos aquí para resaltar la indudable belleza de la Biblia.
Se debe señalar que Jaser tiene un evidente parecido con Jaserot; que a su vez, Jaserot, presenta una gran semejanza con Jecirat (isla); y tengamos en cuenta que por aquellos lugares de la costa, fue donde Moisés escribió aquel libro ordenado por Yavé.
Ahora veamos tres puntos de estos dos sucesos:
Uno. Josué es el caudillo en los dos episodios. Sin embargo, se han modificado el enclave, el momento histórico y el enemigo.
Dos. En el libro del Éxodo, Moisés sube a la colina; y recordemos que Gabaón significa ciudad de la colina; que Moisés tiene el cayado de Dios en la mano, y que permanece durante muchas horas con los brazos levantados al cielo. El motivo por el cual Moisés tiene en sus manos el cayado se explicará en el capítulo titulado: El Bastón de Yavé. Sin embargo, aquí podemos preguntarnos: ¿por qué tiene los brazos elevados hacia el cielo?, ¿por qué no consta que Moisés hablase con Yavé? En mi opinión, y sin la menor duda, los brazos suplicantes de Moisés hasta la puesta del sol, se dirigen hacia la Gloria de Yavé. No constará que hablasen, pero, por supuesto, Yavé escuchó la súplica de Moisés.
Tres. En el libro de Josué, es éste, es Josué, quien a la vista de los hijos de Israel habla a Yavé. En ese libro, textualmente consta: (12) ... habló Josué a Yavé... y le dijo: “Sol, detente sobre Gabaón”. (13) Y el sol se detuvo. El sol se detuvo en medio del cielo ––el más asombroso “solsticio”, si recordamos que solsticio significa sol inmóvil––. (14) ... obedeció Yavé a la voz de un hombre. (Ver también II Reyes 20, 9-11)
Y ahora, tres deducciones que son de lo más evidentes:
1. Que Josué le llama sol a Yavé. (...habló Josué a Yavé y le dijo: Sol detente...)
2. Que el sol se detiene.
3. Y que Yavé obedeció. ––con más propiedad, se debería decir que Yavé aceptó o consintió––.
Conclusión: Yavé y el sol son lo mismo. O para ser más exactos, Yavé parece o se asemeja con un disco solar. Naturalmente, cuando se dice Yavé o sol se quiere decir Gloria de Yavé, que como ya se ha hecho constar, tiene una forma de disco brillante y que se mantiene suspendido en el cielo. Igualito, igualito que el sol.
Solamente con lo que todavía se queda en el tintero –– en la puerta del Tabernáculo, un Mar de Bronce de forma circular sujeto por formidables toros––, se podrían llenar muchas páginas e incluso varios volúmenes, pero creo que ya debería ir dando fin al tema Gloria.
Si en el cielo, volando a mayor velocidad que las águilas o detenido sobre nuestras cabezas, vemos un objeto que en hebreo se denomina kabod y que significa peso, volumen, masa; que también se conoce como sekinah, lo que se traduce como la casa y el carro de Yavé; que se presenta en medio de una nube de humo, de vapor, de gases; que es brillante y resplandeciente como bronce en ignición; que despide fuego; que produce un ruido atronador; que asusta y que hace imposible la permanencia de cualquier persona en su proximidad; si vemos eso, podemos llamarlo Gloria, podemos llamarlo roca, nube, casa, poder, incluso, tal y como ya se ha hecho, podemos nominarlo como ostra, tortuga o escarabajo; podemos darle el nombre que se nos antoje, pero en realidad nos estamos refiriendo a un disco volador de color del metal dorado y azulado, y que deberíamos identificar y reconocer como una aeronave.
En cuanto a sus dimensiones, y si aceptamos que la Gloria se posaba dentro del atrio, deberemos reconocer que sería un disco con un diámetro de unos quince metros. En mi opinión, una aeronave demasiado pequeña para tan enorme viaje espacial. Y esto nos lleva a otra conclusión: la Gloria es una unidad modular, dependiente de una nave nodriza de mucho mayor tamaño, que tal vez nunca penetró en el espacio de la gravedad terrestre.
Y en lo que se refiere a la Nube, no parece que necesite demasiadas explicaciones. Esa nube, esa columna de nube, es causada por la astronave, que en ocasiones parece que permanece oculta dentro de ella, pero que no obstante, todos saben que la Gloria está allí. Y si alguien siente curiosidad y quiere ver la columna de nube, sólo tiene que levantar la cabeza y mirar al cielo cuando escuche el tronar de un reactor.
La Gloria o Roca de Yavé es una astronave que tiene forma de disco. Es brillante y resplandeciente; de color dorado y con base azul; emite fuego y humo; ocasiona un ruido atronador.
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