Como complemento a las teorías aquí expuestas, y cumpliendo la promesa -algunos dirán ejecutando la amenaza- realizada al tratar sobre el tema de la Gloria de Yavé, he creído conveniente aportar algunos exegéticos comentarios sobre el Libro de Ezequiel.
Lo primero, lo primerísimo, antes de adentrarnos en el estudio y comentarios de ese bíblico libro, es dejar constancia de que, en mi opinión, aquel “iluminado” sacerdote hijo de Buzi, no tuvo ninguna visión prodigiosa; y, que si acaso hubiese tenido alguna percepción “milagrosa”, solamente fue síndrome evidente de una inquietante patología.
No obstante, a esta declaración estoy obligado a añadir, que no todo lo que relata Ezequiel es el resultado una morbosa alucinación. El hecho de que no fuesen presenciadas por él, no significa que las descripciones de aquello que denomina como la “semejanza” de la Gloria de Yavé, no contengan una cierta autenticidad.
La explicación de esta aparente contradicción, la encontraríamos si consideramos la posibilidad de que aquel sacerdote y profeta tuviese a su disposición alguna copia del verdadero Libro de Moisés. Es muy probable que Ezequiel, como levita de casta, tuviera acceso a un duplicado de aquel extraordinario documento que, sin alteraciones ni subjetivas interpretaciones sacerdotales, había sido celosamente guardado por Salomón en el mismo momento de la consagración del famoso templo. Un texto que permaneció oculto durante más de tres siglos, hasta que durante el reinado de Josías, en 633 antes de la Era Común, ––y aproximadamente, quince años antes del nacimiento de Ezequiel––, fue hallado mientras se estaban realizando unas obras en el mencionado templo de Jerusalén. (II Rey. 22-24 y II Par. 35)
Con ese formidable documento en su poder, el conjunto del cuerpo sacerdotal en el exilio, o Ezequiel por su cuenta y riesgo, optaron por utilizar la aparición de la Gloria descrita por Moisés. Esta iniciativa se proyectó con el loable propósito de elevar la moral a unas gentes que se encontraban cautivas de los caldeos. Y con esa intención se decidió, que lo más adecuado era dejar bien patente que Yavé no había olvidado a su pueblo y que regresaba en su ayuda.
No obstante, creo que también es mi obligación resaltar, que siendo muy probable que esa finalidad alentadora motivara la actuación de aquel sacerdote levita, hemos de reconocer que el profeta no afirma en ningún momento que aquello fuese la Gloria de Yavé, sino que en el último versículo del primer capítulo dice muy claramente:
Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová.Ésta era la apariencia de la imagen de la gloria de Yavé.Esta visión era como la imagen de la gloria de Yavé.
Y deberemos admitir que existe una pequeña diferencia entre un objeto real, una semejanza y una apariencia o imagen de ese objeto.
Para verificar y reafirmar esta teoría de la “iluminada inspiración” que aquel profeta obtuvo del Pentateuco, basta cotejar el capítulo primero del Libro de Ezequiel con algunos versículos de los capítulos 14, 16, 19, 20, 24, 33, 34 y 40 del libro del Éxodo, donde, con mayor o menor detalle, se describe la Gloria de Yavé.
Así pues, quede muy claro que mi tesis es que:
Ezequiel no vio la “Gloria de Yavé”, sino que interpretó a su manera, aquello que había sido contemplado y descrito por Moisés unos siete siglos antes.
Ezequiel no vio la “Gloria de Yavé”, sino que interpretó a su manera, aquello que había sido contemplado y descrito por Moisés unos siete siglos antes.
Y aquí cabría preguntarse, ¿Y cual es el fundamento para admitir que Moisés contempló la Gloria y Ezequiel no?
La respuesta es demasiado extensa como para ser siquiera esbozada en este estudio; y, aunque existan varios y muy determinantes argumentos que nos aconsejan desestimar absolutamente que la Gloria de Yavé se presentase en el campamento de unos deportados en Caldea, sí que podríamos detenernos unos segundos para señalar un par de razones:
Primera. Ezequiel, Jeremías y Baruc comparten, cronológicamente, unos cuarenta años de sus vidas. Y parece extraño, o al menos es llamativo, que siendo sacerdotes los tres, ni Ezequiel haga la menor referencia a los otros dos, ni esos dos mencionen a Ezequiel. Y todavía es mas sugerente, que Baruc, que inicia su ciclo profético en Babilonia el mismo año en que lo comienza Ezequiel, no efectúe la menor alusión a un suceso de tal magnitud como la presencia de la Gloria de Dios entre los deportados.
La segunda de las razones, en mi opinión, resulta determinante:
Primera. Ezequiel, Jeremías y Baruc comparten, cronológicamente, unos cuarenta años de sus vidas. Y parece extraño, o al menos es llamativo, que siendo sacerdotes los tres, ni Ezequiel haga la menor referencia a los otros dos, ni esos dos mencionen a Ezequiel. Y todavía es mas sugerente, que Baruc, que inicia su ciclo profético en Babilonia el mismo año en que lo comienza Ezequiel, no efectúe la menor alusión a un suceso de tal magnitud como la presencia de la Gloria de Dios entre los deportados.
La segunda de las razones, en mi opinión, resulta determinante:
La experiencia vivida por Moisés, acompañado por Arón y Josué, fue también compartida por varios miles de personas más. Sin embargo, la visión relatada por Ezequiel fue sólo privada y personal; sin testigos ni espectadores; exclusiva y excluyente.
Y, por principio, debemos desconfiar de los milagros de índole privada; sobre todo, si la intención evidente y declarada del “aparecido”, es la de transmitir un mensaje para todo un pueblo.
Y, por principio, debemos desconfiar de los milagros de índole privada; sobre todo, si la intención evidente y declarada del “aparecido”, es la de transmitir un mensaje para todo un pueblo.
Un sacerdote lo plasmaría así:
“Te lo digo a ti solo y a escondidas; luego tu se lo cuentes a todo el mundo”.¡Vale tío!. Pero, ¿por qué no te apareces ante todo en pueblo?“Vas a saber tu más que yo? ¿Para que crees que están los milagros, las pruebas de fe y los ocultos designios?”
De todas formas, y sin desestimar en absoluto la hipótesis que acabo de formular, y relacionadas directamente con la personalidad de aquel “vidente”, deberíamos tener en consideración alguna de estas tres posibilidades:
1ª. Que aquel profeta fuese una persona cuyo equilibrio mental estuviera en severo peligro de extinción.2ª. Que su capacidad para expresarse mantuviese dura pugna con su precaria cordura.3ª. Que siendo un hombre sensato y elocuente, gozase de un inmenso talento para liar las descripciones.
Y, ¿en que fundamento estas afirmaciones?
Pues verán ustedes:
Un individuo que proclama que se ha comido un libro; que afirma que ha permanecido trescientos noventa días en la cama acostado sobre el lado izquierdo, y que después, cambiando de postura, permanece otros cuarenta días sobre el otro lado; que nos relata que ha estado hablando con los secos huesos de miles de cadáveres; que nos cuenta que comía pan cocido en el rescoldo de excrementos humanos, y que en el transcurso del libro nos obsequia con algunas otras lindezas por el estilo, ese individuo, repito, nos está suplicando que le pidamos cita con el psiquiatra.
Pero si no fuese así, si resultase que ninguna de las tres propuestas resultase correcta, y si lo cierto fuese que Ezequiel gozaba de una salud mental excelente; que estaba facultado para exponer sus ideas de una manera brillante y fácilmente inteligible; y que en ningún momento procuró la confusión en sus descripciones, nos veríamos obligados a quedar a la espera de que algún sacerdote levita explicara, con esa meridiana claridad que les caracteriza, que es lo que está relatando el primer capítulo del Libro de Ezequiel.
De cualquier manera, y desconfiando mucho de las aclaraciones sacerdotales, creo que estamos obligados a seguir las investigaciones por nuestros propios medios. Y para lograrlo, deberíamos tener sumo cuidado en no perder de vista que las descripciones que nos han llegado del reseñado texto, además de sumamente confusas, son contradictorias.
Por poner algunos ejemplos:
1.- En una de las traducciones que estoy manejando, el texto se inicia con estas palabras: “Por espacio de unos treinta años fue dirigida la palabra de Yavé a Ezequiel...” ; sin embargo, otro texto dice: “Aconteció en el año treinta, el mes cuarto, el día cinco del mes...”
Supongo que nadie, por muy sacerdote que sea, puede afirmar que esas dos frases tienen el mismo o parecido significado.
2.- En los primeros capítulos habla de seres vivientes; después se refiere a ellos como querubines.
Y, retóricamente debemos preguntarnos: si son querubines ––y como tales ya estaban suficientemente identificados desde el asunto del Arca de la Alianza––, ¿por qué los denomina seres vivientes?
Y puesto que era una pregunta retórica, voy a contestarla ahora mismo:
Porque no eran ni seres vivientes ni querubines. Ruego al lector un poco de paciencia.
3.- En el versículo 1,8 dice literalmente: “Debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos de hombre.” Luego, en 10,21, esas manos de hombre se convierten en, literalmente,: “Figuras de manos de hombre...” Y también debemos preguntarnos, ¿son manos de hombre o tienen figura de manos de hombre?
La respuesta tampoco es excesivamente difícil:
Ninguna de las dos descripciones es correcta. Y no lo es, porque no eran manos de hombre, y ni siquiera tenían figura de manos de hombre, simplemente, por su utilidad, por la función que realizaban, tenían alguna semejanza con manos de hombres.
A estas contradicciones propias de Ezequiel, debemos añadir el inmenso cúmulo de variaciones sobre un mismo tema que, con el consentimiento de los sacerdotes, fueron introducidas por esos mismo sacerdotes:
Por ejemplo:
La expansión se transforma en un portentoso cristal o en un firmamento.
Las llantas de las ruedas son denominadas aros.
Todas estas matizaciones referidas a la personalidad de Ezequiel, nos lleva a una cuarta posibilidad que añadir a las tres antes reseñadas:
Que el profeta era un hombre equilibrado, gran comunicador y que exponía sus ideas con toda transparencia, pero... pero que los textos de su libro fueron manipulados y alterados una y otra vez, de una manera abusiva, por los incorruptibles y celosos guardianes de la integridad de las Sagradas Escrituras.
Y, si estas reflexiones sobre la personalidad de Ezequiel constituyen la primera consideración a tener en cuenta, la segunda precisión que no debemos perder de vista es la siguiente:
Aquello que más llamó la atención del profeta, queda remarcado y resaltado mediante la triple reiteración.
Esta triple reiteración se nos muestra en los versículos 9, 12 y 17, que repiten, insistentemente, que aquel objeto que describe y que tenía semejanza con la Gloria de Yavé:
Se desplazaba en todas direcciones sin girarse.
Se desplazaba en todas direcciones sin girarse.
Los versículos 19, 20 y 21 repiten también, insistentemente, que:
La potencia que daba vida a todo aquel conjunto de objetos movientes, ruedas y portentoso cristal, estaba en las ruedas.
La potencia que daba vida a todo aquel conjunto de objetos movientes, ruedas y portentoso cristal, estaba en las ruedas.
Los versículos 4, 7 y 27 resaltan:
El brillo metálico.
El brillo metálico.
Los versículos 4, 13 y 27 reiteran:
La presencia del fuego.
La presencia del fuego.
Si resumimos los versículo en los que encontramos una triple reiteración, nos encontramos que:
Con la presencia del fuego, unos objetos de brillo metálico, impulsados por la potencia de unas ruedas, se desplazaban en todas direcciones sin girarse.
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