La mesa de los panes | Los errores de los escribas | La “presunta” mesa | La absurda y rebuscada utilidad de la “mesa” | ¿Es Yavé un diseñador de mesas de banquetes? | El gran reborde afiligranando | Resumen

Éx. 25, 23-30: (23) Harás de madera de acacia una mesa de dos codos de largo, un codo de ancho y codo y medio de alto. (1 m. x 0,50 m. x 0,75 m.) (24) La revestirás de oro puro, y harás en ella una moldura de oro todo en derredor. (25) Harás también un reborde de un codo de alto en torno, enguirnaldado de oro. (26) Le harás también cuatro anillos de oro y los pondrás en los cuatro ángulos, cada uno a su pie, (27) y por debajo de la moldura de oro, para meter por ellos las barras para llevar la mesa. (28) Las barras para llevar la mesa las harás también de madera de acacia, que cubrirás de oro. (29) Harás también sus platos, sus navetas, sus copas, sus tazas para las libaciones, (30) y tendrás sobre la mesa perpetuamente ante mí los panes de la proposición.
Éx. 26, 35: La mesa la pondrás delante del velo, y frente a la mesa, el candelabro. Este, del lado meridional de la morada; la mesa, del lado del norte.
Éx. 37, 10-16: Hizo la mesa de madera de acacia, de dos codos y medio de largo, un codo de ancho, y codo y medio de alto. (11) La revistió de oro puro; e hizo la moldura todo en derredor. (12) Hizo el reborde de oro, de un codo de alto, y en él una moldura de oro, todo en derredor. (13) Fundió para la mesa cuatro anillos de oro y los puso a los cuatro pies de ella. (14) Los anillos estaban cerca del reborde y servían para recibir las barras con que transportarla. (15) Hizo las barras de acacia y las revistió de oro; servían para llevar la mesa. (16) Hizo todos los utensilios de la mesa, sus platos sus cazoletas, sus copas y sus tazas para las libaciones, todo de oro puro.
Éx. 40, 4: ...llevarás la mesa y disponrás lo que en ella se ha de proponer;
Éx. 40, 4: ...llevarás la mesa y disponrás lo que en ella se ha de proponer;

Abundando en lo que se dijo al referirnos a la verdad, la mentira y el error, y reforzando los comentarios realizados en el subtítulo de Las trampitas sacerdotales recogido en el inicio del capítulo del Arca, creo que ahora es el momento justo para ampliar un poco aquellas afirmaciones:
Cuando en los textos bíblicos se encuentren palabras o frases que resulten de difícil e incluso de imposible comprensión, la solución no está en calificar el asunto como “misterio”. Tampoco hay porque recurrir a una supuesta incapacidad humana para comprender las intenciones, decisiones e inescrutable caminos de Dios, y por supuesto, no debemos quedar en espera de la divina revelación. Lo más probable es, que si aquello no se entiende, no sea, ni por decisión ni por intención de Yavé, sino que tal y como afirmaba el poeta de Monóvar, es sólo el triste resultado de la actuación de los hombres. Lo más lógico, es pensar que Yavé no incurre en el error, ni en la ocultación, ni en el misterio, y que lo único que sucedió fue que el cronista, redactor, escriba o copista se equivocó. Algunas veces, incluso involuntariamente.
En uno de los volúmenes de la Biblia que estoy consultando, en Éx. 25, 23, refiriéndose a esta hipotética mesa de los panes, se hace constar unas medidas ––dos codos de largo, un codo de ancho y codo y medio de alto––, sin embargo, en ese mismo volumen, en Éx. 37, 10, y por supuesto, aludiendo también a la mesa, aparece otra medida distinta ––dos codos y medio de largo, un codo de ancho y codo y medio de alto––. Como se puede apreciar existe una diferencia de medio codo de largo. A continuación, en Éx. 37, 25, y refiriéndose al altar incensario, en otra evidente confusión, se sustituye la palabra cuernos por la palabra cuerpos, en indudable oposición a como consta en Éx. 30, 2. Y todo esto, a pesar tratarse de una obra de impecable edición. (Sagrada Biblia. Decimoquinta edición. Biblioteca de Autores Cristianos. Nácar-Colunga)
Si estos casos que ahora se perciben como errores sin la menor importancia, hubiesen sucedido hace unos dos mil quinientos años, hubieran podido causar una interminable serie de reuniones y consultas entre los quisquillosos sacerdotes y rabinos de las distintas sectas de fariseos, seduceos, esenios, etcétera, que al no llegar a un acuerdo, hubieran hecho una declaración conjunta haciendo constar algo parecido a esto:
No existe coincidencia en las medidas, por la sencilla razón de que Yavé mandó construir dos mesas con distintas dimensiones. En cuanto al altar del incienso, hemos sido iluminados por la divina revelación y hemos comprendido, que en ocasiones, los cuernos se transformaban en diferentes cuerpos.
Y después de alumbrar su flamante engendro, se hubieran quedado tan satisfechos, no como el moderado sacerdote que se come un pavo, sino como aquellos feroces ungidos, que en la fiesta de su consagración, se engullían un novillo y dos carneros. (Éx. 29, 1)
Por esta razón, y basándose en estas chapucillas, no lo duden ni un instante, existen en el Pentateuco dos episodios casi idénticos, incluso se podría afirmar que son calcaditos: Agua de la roca de Horeb en Éx. 17, 1-7 y Aguas de Meriba en Núm. 20, 1-13. Son dos relatos que comparten demasiados elementos, y entre todos ellos el más decisivo: los dos fueron pésimamente interpretados por los sabios ungidos. Sin duda, aquellas gentes se dijeron: tenemos el mismo relato narrado de diversa forma, situado en lugares diferentes y en tiempos muy distintos, pero, ¿cuál es el problema? Hagamos de él dos sucesos, los titulamos de la misma o similar manera y el asunto queda zanjado. Y lo mismito ocurre con los episodios de las codornices de Éx. 16, 13 y Núm. 11, 31, y en algunos otros más.
He querido hacer esta puntualización, sólo como introducción y anuncio de una incógnita que nos encontraremos al tratar, unas líneas mas abajo, acerca del majestuoso reborde que nos muestra esta Mesa de los Panes.

De la misma forma que en los tres anteriores capítulos referidos al Tabernáculo, Arca y Propiciatorio, en éste, tampoco existe ni la menor duda de que constituye un mandamiento de Yavé. En esta ocasión se trata de la construcción de una mesa. En realidad, deberíamos referirnos a ella como una aparente o presunta mesa.
Por supuesto, en su descripción se detecta con suma facilidad que algunos de esos versículos, casi siempre los finales, fueron añadidos con posterioridad. En Éx. 25, los versículos veintinueve y treinta, son las típicas inclusiones de los sacerdotes reseñadas como quinto sistema de las trampitas sacerdotales. Lo mismo sucede con el versículo dieciséis de Éx. 37, con el cuatro de Éx. 40, y de forma exactamente igual, son incorporaciones posteriores ordenadas por los levitas, los versículos comprendidos entre el cinco y el nueve de Lev. 24.
Pero todo este postizo carece de importancia, puesto que si el lector decide ojear esos versículos advertirá, sin la menor dificultad, que no es otra cosa sino una consecuencia del conocido afán de los sacerdotes por asegurarse y mejorar su existencia, y podemos pensar que, “aparentemente”, en nada se desvirtúa el contenido del texto.
Pero sólo he dicho que "aparentemente" podría carecer de importancia, puesto que, como ya se hizo constar en el apartado de Las trampitas sacerdotales en el capítulo diecisiete, si a un utensilio lo complementas con unos artilugios que disfrazan su utilidad, lo único que se consigue es crear confusión e inducir a error en cuanto al verdadero uso y auténtico empleo de ese objeto. Error y confusión, que en el caso de este mueble y del “altar” de holocaustos, han dado origen a un interminable repertorio de ritos destinados a llenar las insaciables barrigas sacerdotales.

Como hemos visto, Yavé ha ordenado a Moisés que sea construida una mesa de unas características bastante peculiares. La meditada lectura de los versículos en negrita incluidos en el inicio de este capítulo nos ha sugerido varias preguntas:
¿Cuál es la misión o la posible utilidad que tiene esa mesa? Pan y vino, ¿para quién? ¿Es Yavé un diseñador de mesas de banquetes? ¿Cuál es el complemento de una mesa? ¿Por qué debe quedar en la pared norte del lugar Santo? ¿Para qué precisa anillas y barras de transporte una mesa tan liviana? Y por último, ¿para qué necesita una mesa ese reborde enguirnaldado tan enorme y desproporcionado?
La más sincera de las respuestas que a estas siete preguntas ha facilitado el gremio sacerdotal durante más de tres mil años es sólo ésta: misterioso misterio.
De acuerdo muchachos; seguid así. No obstante, con vuestro permiso y si no os importa, nosotros procuraremos comprender las intenciones de Yavé. Y por cierto, no resulta muy difícil.
¿Cuál es la misión o utilidad de esa mesa?
La primera respuesta que encontramos es la que consta en los textos bíblicos: la mesa está destinada a depositar sobre ella los panes y el vino.
¡También es manía lo de los sacerdotes con el pan y el vino! Pero bueno, como nosotros no tenemos nada en contra del pan, y todavía menos contra el vino, asentimos y consentimos diciendo: ¡Vale tío!
Pero claro, esa sacerdotal respuesta nos lleva a otra pregunta:
Panes y vino, ¿para quién?
En el texto bíblico también encontramos la contestación. Exactamente en Éx. 25, 30, al parecer Yavé ha dicho: ...y tendrás sobre la mesa perpetuamente ante mí los panes de la proposición.
Nosotros, por supuesto con muchísimas dudas, también damos nuestro asentimiento. De momento, naturalmente, y desde luego, quedando bien sentado que por el mero hecho de colocarlos ante Yavé no debemos interpretar, sin la menor vacilación, que esos panes y ese vino fuesen para él. Y aunque no esté muy claro, al menos podemos admitir que no deja de ser una posibilidad. Y, como evidente secuela de esa opción, resulta, que si el pan y vino eran para Yavé, ya tendríamos la utilidad de la mesa:
Cuando Yavé, procedente del cielo descendía en su Gloria, entraba en el Tabernáculo, se aproximaba a la mesa y allí bebía vino y comía pan.
Como se ve el asunto está muy claro y no precisa de una mayor explicación. O al menos no la necesitaría, si no advirtiésemos que esa interpretación está muy lejos de presentar algún viso de realidad.
Y está muy alejada de la verdad, porque, por mucho prestigio que pudiesen tener los “caldos” de las afamadas bodegas del Sinaí, y por mucha que fuese la calidad de aquella flor de harina y el excelente horneado que hiciera célebre aquel pan, Yavé no descendía del cielo para beber y comer.
Y está muy alejada de la verdad, porque, por mucho prestigio que pudiesen tener los “caldos” de las afamadas bodegas del Sinaí, y por mucha que fuese la calidad de aquella flor de harina y el excelente horneado que hiciera célebre aquel pan, Yavé no descendía del cielo para beber y comer.
Esto nos conduce a otra posibilidad y nos lleva directamente a una explicación que, a pesar de su “inexplicación”, ha perdurado durante siglos y siglos. Según nos cuentan, resulta que Yavé descendía de la Gloria, entraba en el santuario, se dirigía a la mesa y no tomaba ni una miga de pan ni bebía un sólo sorbo de vino, para con ello demostrar que no bebía ni comía.
¿Alguna duda? ¿Alguna tímida sugerencia?
Vale.
Entonces, cabe preguntarse: si ese refrigerio no era para Yavé, ¿para quien era?, ¿quién o quienes podrían ser los abnegados sufridores, obligados a comer y beber?
Pues, ¿para quién va a ser? Para “ellos”, sin la menor duda.
La explicación sobre la utilidad de la “mesa” no se atrevieron a incluirla en el libro del Éxodo, pero si lo hicieron en el Levítico. Allí, en el capítulo veinticuatro, en los versículos del cinco al nueve, encontramos la respuesta. Al tratar acerca de los panes de esa mesa se dice: ...los colocarás (se refiere a los panes) sobre la mesa de oro delante de Yavé... Cada sábado, de continuo, lo dispondrás así ante Yavé... Serán para Arón y sus hijos, que los comerán en lugar santo...
¡Bueno hombre! ¡Menos mal! ¡Ya está todo aclarado!:
Cada sábado sabadote, túnica limpia y…, bocata para el sacerdote.
Naturalmente, todos entendemos que cuando dice delante de Yavé, quiere decir delante del arca de Yavé.
Pero de todas formas, ni por esas. ¡Vaya!, ¡que no nos convencen! Aunque los sacerdotes levitas lo juren por la salud de su cocinero, no creeremos que Yavé ordenó la construcción de aquel mueble con esa finalidad.
Como evidente demostración de que esta utilidad de la mesa no es mas que una chapucera añadidura sacerdotal, obsérvese, que contraviniendo lo dispuesto en Lev. 2, 11 cuando dice: Toda oblación que ofrezcáis a Yavé, ha de ser sin levadura…, aquí, en este capítulo veinticuatro, en ningún versículo se insinúa siquiera, que aquellos panes fuesen ácimos.
Bueno, pues ya está aclarado. Ya sabemos, según la sacerdotal versión, para quienes eran aquellos panes. Y además, esto es bastante coherente con su reconocida voracidad. Había doce panes, uno por cada tribu, y los sacerdotes los renovaban con una frecuencia semanal comiendo los antiguos y dejando los recientes.
Prefiero no imaginar siquiera, que los sacerdotes, sabiendo que Yavé no comía, acosados por la tentación de un momento de debilidad, e incluso, como consecuencia de ser sometidos a una prueba divina, pudieran haber pensado que no resultaba muy sabio, ni siquiera medianamente inteligente, comer el pan duro semana tras semana. No puedo creerme que dejasen siempre los mismos panes viejos y consumiesen los recientes. Mi malicioso recelo no llega a tanto. No, no se debe ser tan mal pensado.
Pero resulta que aquí, además, sucede otra cosa que nos induciría a mal pensar, y que por otra parte no deja de tener su gracia. Verán ustedes:
El capítulo veinticuatro del Levítico es solamente una espléndida pifia sacerdotal integrada por cuatro brillantes chapucillas: Las lámparas del santuario (repetición), los panes de la proposición, el castigo a un blasfemo y la pena contra los homicidas. Por lo tanto, y según afirmaba aquella gentecilla, en ese capítulo, Yavé ordenó a Moisés la ley del Talión (fractura por fractura, ojo por ojo), la muerte a pedradas de un blasfemo, la manduca sabática de los levitas, y la “conservación y mantenimiento” del candelabro.
Y aquí llegamos a la cómica y provechosa ocurrencia levítica:
Como una demostración de la óptima organización sacerdotal en cuestiones de catering y refrigerio, y como una exhibición de su acreditada cara dura, en ese mismo capítulo veinticuatro del Levítico, en los versículos inmediatamente anteriores a los de los panes, o sea, en Lev. 24, 2, se dice: “Manda a los hijos de Israel que traigan para el candelabro aceite puro de olivas molidas... Y considerando que estos versículos solamente son una reiteración de Éx. 27, 20-21, en los que consta casi exactamente lo mismo, se pueden obtener estas dos conclusiones:
O ese candelabro gastaba más aceite que un coche viejo, o los sacerdotes se ponían ciegos de pan con aceite.
O ese candelabro gastaba más aceite que un coche viejo, o los sacerdotes se ponían ciegos de pan con aceite.
Aquellos que así lo deseen, y haciendo legítimo uso de su libertad, puede mirar para otro lado; pero aquellas otras personas que intenten comprender usando de la lógica, habrán advertido que en un mismo capítulo y en versículos continuados (Lev. 24, 2-9), existe una supuesta orden de Yavé para que se abastezca a los ungidos sacerdotes de pan y de aceite, o por respetar la misma disposición de versículos, aceite y pan. —Un pan con levadura, que por cierto, debían comer los sacerdotes todos los sábados—. Las autoridades religiosas levíticas podrán ser acusadas de muchas cosas, pero jamás de incurrir en un abuso de sutileza.
Y de nuevo, yo pregunto: ¿alguna duda?
Ninguna duda.
Y además, posiblemente, cada sacerdote era portador de unos ajillos, un tomate y una pizca de sal. ¿Alguien cree que el pantumaca era un manjar desconocido para aquellas gentes? Con frecuencia se ha dicho que la necesidad agudiza el ingenio. Entonces en el Sinaí y después en la Tierra Prometida había verdadera necesidad, y algunos hicieran lo posible por aliviar el hambre:
Un día a la semana: pan y aceite.
¡Algo es algo!; y tampoco es como para mirarles mal. Estoy seguro que nuestra comprensión de aquellos sucesos y de aquellas gentes, sería mucho más fácil y nosotros mucho más tolerantes, si tuviésemos presente sus necesidades más elementales y nos pusiésemos en su lugar. Lo único que ocurre es que yo, personalmente, no siento ni el menor deseo de ser tolerante con unos individuos que, por el solo hecho de gozar de una situación de privilegio, aliviaban su penuria a costa de los demás. Por esta razón, desde aquí, y a quien corresponda,
Suplico humildemente disculpas por tener razón.
Un día a la semana: pan y aceite.
¡Algo es algo!; y tampoco es como para mirarles mal. Estoy seguro que nuestra comprensión de aquellos sucesos y de aquellas gentes, sería mucho más fácil y nosotros mucho más tolerantes, si tuviésemos presente sus necesidades más elementales y nos pusiésemos en su lugar. Lo único que ocurre es que yo, personalmente, no siento ni el menor deseo de ser tolerante con unos individuos que, por el solo hecho de gozar de una situación de privilegio, aliviaban su penuria a costa de los demás. Por esta razón, desde aquí, y a quien corresponda,
Suplico humildemente disculpas por tener razón.
De igual forma que todas las semanas sustituían el pan, también lo hacían con el vino. Y aquí nadie tiene ni la menor duda de que, siempre con gran humildad y devoción, los ascéticos sacerdotes procurarían que no se avinagrase. Si hay que hacer un sacrificio se hace, y además se mantiene en un decoroso silencio y no se presume por ello.

Sin embargo, y de todas formas, esta 'iluminada' versión del Pentateuco, en la que se hace constar que la mesa, los panes y el vino era para los sacerdotes, tampoco puede satisfacernos ni debe convencernos. Ni un poquito siquiera. Entendámonos, los panes, el aceite y el vino, por supuesto, y sin la menor duda, eran para ellos, eran para los ungidos; pero lo que me parece absolutamente inadmisible, es esa 'luminosa' ocurrencia impuesta por los 'iluminados' sacerdotes hijos de Arón, que nos asegura, que Yavé, al descender de los cielos, se preocupó y en definitiva se ocupó, primero en diseñar y después en ordenar la construcción de una mesa para que los sacerdotes comieran y bebieran en ella. ¡Vamos!, que ni en este caso, ni en el que luego veremos del “altar” de los holocaustos, me puedo imaginar al ser más poderoso del universo, desvelado por el mueble de las meriendas y de los refrigerios sacerdotales. Y como estamos en lo que estamos, aquí sí que puedo decir con toda propiedad, que no me lo creo ni harto de vino.
Pero continuemos, que hay más.
Otra cosa que también ha llamado mi atención:
¿Cuál es el complemento de una mesa?
¿Cuál es el complemento de una mesa?
Efectivamente: una silla. Y por otra parte, si algo define la autoridad y dignidad de un monarca, por encima de la corona y del cetro, es el trono. Pues bien, allí, en la supuesta morada del Ser Supremo, hay un baúl, un candelero, una barbacoa, una mesa y un velador, pero no hay trono, no hay sillón, no hay silla, y por no haber, ni siquiera hay un taburete.
¿Y saben la razón?
Pues sencillamente, porque allí sólo se podían encontrar unos objetos, unos utensilios, que habían sido diseñados por Yavé para que realizasen una función y un cometido muy precisos., y por cierto, muy alejados de la función papeo sacerdotal. Y resulta, que una silla, una cama o un perchero, no le servían para nada. Ni siquiera ordenó la colocación de algo tan sumamente necesario en las frías noches del Sinaí como sería un brasero.
Pero es que hay más.
¿Por qué en la pared norte?
Una vez adjudicada al lugar santo, la mesa no se puede colocar en el centro de la habitación, ni en uno cualquiera de sus laterales; la mesa debe estar situada exactamente en la pared norte, de la misma forma, que tal y como veremos en el capítulo siguiente, el candelabro debe colocarse en la pared de enfrente. Y, como yo no creo que fuese capricho, mejor dicho, como yo sé más allá de cualquier duda, que no es una cuestión de antojos, es por lo que no dudo de la existencia un motivo que lo justifique. Motivo, que en breve será explicado; pero, de cualquier forma, nadie dirá que Yavé no cuidó los detalles.
Para qué son las anillas y las barras?
Y ahora nos encontramos con otra cuestión bastante llamativa: me refiero al asunto de las anillas y de las barras de transporte.
En el ajuar funerario de las tumbas descubiertas en Egipto, encontramos un buen número de mesitas, pero ninguna de ellas está dotada de barras para el transporte. Y por otra parte, y según la detallada descripción de la mesa de los panes, debemos considerar que este mueble era bastante liviano, y que no justifica la necesidad de unas anillas y unas barras. Sin embargo, esas barras tendrían su utilidad, si esa mesa tuviese “algo” que fuera en extremo delicado y que aconsejase que el transporte se efectuase con los mayores cuidados y la máxima precaución.
Y con esto hemos llegado a la última consideración, a la incógnita por excelencia en el tema de la mesa de los panes.

Si todo lo que he señalado hasta este momento referido a la mesa de los Panes de la Proposición, es como mínimo, curiosamente extraño y desconcertante, nos quedamos absolutamente asombrados cuando se hace constar que esa mesa debe tener un reborde de entre veinticinco y cincuenta centímetros de altura.
Harás también un reborde de un codo de alto.
La rodearás con un reborde de un palmo.
Una corona o guirnalda estrellada, de cuatro dedos de alto
Harás para ella una moldura (reborde) del alto de un puño.
De todas estas formas, con esta exquisita variedad, he encontrado redactado el versículo veinticinco de Éxodo veinticinco. Y esto es, precisamente, lo que justifica aquel comentario que realicé al principio de este capítulo. Éste es uno de esos versículos en los que debemos tener muy presente los errores de los copistas y las distintas interpretaciones de los ungidos. Además de que se menciona con diferentes nombres ––reborde, moldura, corona y guirnalda––, en unos textos son señaladas unas medidas, y en otros, las magnitudes son muy diferentes. Porque nadie pretenderá afirmar que un codo, un palmo, cuatro dedos y un puño son la misma medida ––palmo, dedo y puño que, como medidas de longitud, solo son utilizadas en ese versículo––. Por eso nos preguntamos: aunque todas las medidas sean desproporcionadas para el reborde de una mesa, ¿cuál es la correcta? Pero sobre todo, y como cuestión determinante: ¿a santo de qué se precisa un reborde en una mesa? ¿Tan torpes eran los sacerdotes cuando comían?
Para mí, sin la menor duda, ese reborde tenía una altura de un codo, o sea, medio metro. Y dejemos algo bien claro:
De esa mesa y de su pretendida utilidad, lo que resulta verdaderamente importante es aquello que cita el versículo 25: “Harás también un reborde de un codo de alto en torno, enguirnaldado de oro ”. Ese reborde es el que justifica la existencia de la mesa-plataforma.
Y aquí no estaría de más hacer otra reflexión:
La altura de un codo y medio, ¿alude a la mesa en sí, o en esa medida se ha incluido el espectacular, aparatoso e inexplicable reborde?
Si consideramos esa altura de un codo y medio, desde el suelo hasta la parte superior o corona del reborde, y tenemos en cuenta que el reborde mide un codo de alto, resulta que la mesa propiamente dicha mide medio codo de altura (unos veinticuatro centímetros). En ese caso, nos encontramos con una preciosa mesita, que hubiese resultado muy adecuada para que, mientas aguardaban el despertar de Blancanieves, unos encantadores y simpáticos enanitos sacerdotes comiesen su pan con aceite. Y entonces sí; en este caso, la mesita no precisaría de ninguna silla; ni siquiera del mencionado taburete.
De cualquier forma, se mire por donde se mire, más allá de todas las certezas que se puedan haber proclamado sobre la utilidad de esa mesa, nos asalta una lógica duda:
Para depositar el pan y el vino; para que se coma y se beba; para que ni se coma ni se beba; con independencia de la identidad de los usuarios, ¿para qué se precisa que una mesa tenga un reborde con una altura de medio metro?
Nunca, nadie, en ningún sitio, ha visto ese tipo de mesa.
¿Y porque no se ha visto ese tipo de mesa?
Pues, sencillamente, porque no era una mesa. Allí, al menos mientras que vivió Moisés, nunca se depositó ni un trozo de pan ni una jícara de aceite ni un vaso de vino. Simplemente, parecía, se asemejaba, tenía el aspecto de una mesa. Y sucede, que si ponemos ante los ávidos sacerdotes algo que parezca una mesa, para ellos no ofrecerá ni la menor duda de que aquello es una mesa; y, naturalmente, acto seguido, ya se ocuparan de pedir donativos y limosnas para poner “algo comestible” sobre ella.
Y además, ¡que caramba!, tenemos que darles la razón cuando aseguran que el proceder de Yavé, a veces no está al alcance de los hombres, porque veamos:
Yavé-Dios desciende hasta el pueblo hebreo y,
A. Diseña y ordena la construcción de una mesa para que los sacerdotes, todos los sabadotes, tomen unos vinitos con un tente en pie. Y digo tente en pie, porque allí no había donde sentarse.
B. Adjudica un lugar exacto para la colocación de esa mesa: Tienda de la Reunión; lugar Santo; pared norte.
C. Ordena que sea dotada de anillas y barras para su transporte.
D. Diseña para ella un reborde descomunal.
La inmensa mayoría de las personas, a pesar de las explicaciones tan "lógicas" que los sacerdotes nos han suministrado durante estos últimos tres milenios, no sabrá todavía para qué puede servir esta mesa, y por lo tanto, la misteriosa actuación de Yavé, en ocasiones, puede resultar incomprensible para los hombres que no tienen más remedio que pensar: A Dios, no hay dios que le entienda.
Sin embargo, en contra de las doctas opiniones de los ungidos personajes, y aunque después en lugar más preciso y adecuado, encontraremos un capítulo que está dedicado a detallar la utilidad de esta mesa, así como la misión de cada uno de los muebles relacionándolos con el resto, permítanme que ahora intente aclarar estas últimas cuestiones referidas a este utensilio.
Primero. La presunta mesa, no era una mesa. Era una plataforma con cuatro patas sobre la que debe colocarse en todo su perímetro superior, una afiligranada y enguirnaldada rejilla de finas varillas de cobre o bronce de medio metro de altura.
Segundo. Su colocación en la pared norte del lugar Santo, si nos atenemos a la descripción levítica, tiene al menos tres evidentes justificaciones:
En la pared este se encuentra la puerta de acceso al tabernáculo. En la pared oeste, tenemos el velo de separación y el altar de los inciensos. En la pared sur, como se verá después, inexcusablemente debe ser emplazado el candelabro. Y, puesto que ya no queda otra pared, la pared norte resulta el lugar idóneo para la instalación de esa rejilla de finas varillas de cobre o bronce.
La conclusión solamente puede ser ésta:
La importancia, la justificación, la razón de ser de esa “mesa”, se encuentra en ese extraño, inmenso y de todo punto de vista desproporcionado, reborde enguirnaldado.
Y no olvidemos algo realmente muy importante:
Durante milenios, “algunos” han intentado, y en muchos casos lo han conseguido, ocultar, disfrazar y camuflar la verdadera intención de Yavé. Pero yo, pertinaz, insisto una y otra vez, y nunca me parecerá suficiente: Yavé no pretendió ocultar nada; Yavé se esforzó para lograr que el hombre pudiese comprender. Y además, el hombre podía haber comprendido porque tenía capacidad y estaba dotado para ello. Lo que ocurrió es que Yavé sólo habló con unas pocas personas y el resto fue informado por medio de ellas.
La consecuencia fue doble:
Por una parte, después de Moisés, los sacerdotes, que tenían como algo muy cierto que la información y el saber facilitan el acceso al poder, optaron por el secretismo y acordaron informar sólo a su discípulo y sucesor, que por otra parte, casi siempre era su su propio hijo y descendiente.
Y por otro lado, el hombre no quiso saber, y prefirió que otros entendieran e interpretasen por él.
Y por otro lado, el hombre no quiso saber, y prefirió que otros entendieran e interpretasen por él.
En su momento, cuando finalice el capítulo dedicado al candelabro, aclararé la utilidad de esta plataforma y de su gran reborde enguirnaldado; pero hasta ese momento, y por el “inmenso respeto” que debo a los ungidos, seguiré manteniendo que ese mueble es una mesa diseñada por Dios para que los sacerdotes coman y beban.
Y con esto se da fin a la descripción del cuarto utensilio.

La mesa de los panes no era una mesa ni estaba destinada a que fueran depositados los panes. Era una plataforma con cuatro patas, bordeada en su parte superior por una rejilla enguirnaldada de varillas de cobre de medio metro de altura, que debido a su extrema sensibilidad, hacía aconsejable el uso de barras de transporte para los desplazamientos de esa plataforma.
Veamos a continuación un objeto realmente asombroso que nos ha llegado bajo la denominación de candelabro de los siete brazos.

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