La visión de la zarza | Las primeras palabras de Yavé a los hombres | Yavé se presenta e identifica ante Moisés | Yo soy yo | Ve y miente | Ve y roba | Los trucos baratos: la garrota | Retorno a Egipto | La posada del camino | ¿Intervino Yavé en la negociación? | Resumen
Éx. 3, 1-4: (1) Apacentaba Moisés el ganado de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Le llevó un día más allá del desierto; y llegando al monte de Dios, Horeb (obsérvese el parecido entre Horeb y Horus), (2) se le apareció el ángel de Yavé en llama de fuego en medio de una zarza. Veía Moisés que la zarza ardía y no se consumía (3) y se dijo: “ Voy a ver que gran visión es ésta y por qué no se consume la zarza”. (4) Vio Yavé que se acercaba para mirar, y le dijo de en medio de la zarza: “ ...no te acerques”
Y puesto que ya lo hemos leído, ahora debemos intentar interpretar esas palabras de los versículos dos, tres y cuatro.
Este episodio de la zarza ardiente, que por supuesto es de todos conocido, merece alguna puntualización; aunque sólo sea para que podamos efectuar una humilde, pero firme defensa, de aquel que se presentó ante los hijos de los hombres como YO SOY YO.
Según la mágica concepción de los levitas, Moisés se encuentra con un ángel en la llama de fuego de un matorral. Digo matorral para ir puntualizando, porque una zarza, lo que se dice una zarza —de moras, de endrinas, de majuelos, de frambuesas, etcétera—, por ser un arbusto rosáceo, ni siquiera milagrosamente se da en la montaña del Sinaí. Parecerá una estupidez polemizar por un asunto tan nimio e intrascendente, y tal vez sea una discrepancia ridícula, pero quizás no resultará inoportuno preguntarse: ¿por qué se dice que es una zarza si no es una zarza?; y además, ¿por qué se dice durante tres mil años?; y sobre todo, ¿por qué nunca, nadie, se ha preocupado por verificar, o al menos meditar, sobre lo que ocurrió en ese trascendente pasaje del Éxodo?
Pues, sencillamente, porque se ha leído millones de veces, y millones de veces se han limitado a decir AMÉN.
Pero claro, ¿cómo se van a preocupar por diferenciar un matorral de una zarza, unos individuos que, en ese mismo capítulo, afirman que Yavé es el Dios de los hebreos que ha venido para luchar contra otros hombres?; ¿como van a preocuparse por identificar un matorro, unos cronistas que aseguran que Yavé ordenó a Moisés mentir al faraón, y que aconsejó a los hebreos estafar a sus amigos y vecinos egipcios?
Sin embargo, si prescindimos de nomenclatura botánica de los levitas y olvidamos sus equívocas interpretaciones, nada nos prohíbe entender este suceso de una manera más natural, más racional, menos milagrosa, y por lo tanto, muy diferente de la divina versión.
Veamos si tenemos la posibilidad de explicar que tipo de fuego es ese que tanto asombra a Moisés.
De Éx. 3, 2-3, podemos resaltar dos puntos:
1. Una llama de fuego que no se consumía.
2. Un ángel que habla desde en medio del fuego del matorral.
Si entrelazamos y complementamos estos dos puntos, nos encontramos con un fuego que no consume combustible, que no se extingue, y que además se puede permanecer rodeado por él.
Y uno se dice: lo mismito, lo mismito, que una luz artificial o eléctrica.
Y entonces se nos presentan dos opciones: la milagrosa y la otra.
La milagrosa nos dice que un ángel de Yavé, tal vez el mismo Yavé, se ha metido dentro de un matorral ardiendo y se presenta a Moisés rodeado por un fuego que no se extingue.
La otra alternativa, la opción no milagrosa, nos habla de un encuentro, de una primera toma de contacto con un ser extraordinario y desconocido para los hijos de los hombres; con un “viviente” que se presenta rodeado de una luz —tal vez sólo una aureola, un radiante resplandor (ver Éx. 34, 29-35)—, que ilumina los matorrales y que habla a Moisés.
Yo soy capaz de creer en muchas cosas, de hecho, creo en la existencia de inteligencia extraterrestre, pero, aunque nos vendrían al pelo, y por mucho que lo intenté, nunca he logrado creer en los milagros; y menos todavía en los milagros privados; en esos milagros que únicamente son percibidos por una persona. Pero esta postura mía carece en absoluto de fundamento, porque díganme: ¿quién de nosotros no ha visto personas charlando tranquilamente en medio de un fuego?, ¿quién de nosotros no ha cruzado el mar andando a pie firme y con murallas de agua a derecha e izquierda? Todos lo hemos tenido esa experiencia al menos una vez en la vida.
De todas forma, con milagros públicos o privados, mi opción, siguiendo los consejos de Ockham, no es la primera: aquella luz no era el misterioso corolario de un milagro divino. Aquel era el resplandor o la iluminación de una luz artificial.
Es en ese momento cuando Moisés escucha una voz que le habla, y al mismo tiempo, ante él aparece una figura a la que es incapaz de identificar puesto que jamás ha visto nada semejante. La voz es muy clara y parece que procede de aquel ser que está dentro del resplandor de la luz, y que, según la versión sacerdotal hebrea, y para su consumo interno, le está diciendo: No te acerques Moisés.
En importante reparar en que, lo queramos o no, las primeras palabras que Yavé dirige a los hombres son éstas: No te acerques. No le dice, por ejemplo, la paz sea contigo o te saludo Moisés, incluso podía haber dicho: ¿passa tío?; pero no, no ocurre nada de eso; sólo le dice: No te acerques. Y esto, por fuerza tiene su significado. En su momento, cuando abordemos el tema de la Alianza, y sobre todo el “descanso” sabático, comprenderemos el significado de esas palabras y la intención de Yavé al no desear que los hombres se aproximen a él.
No te acerques. Descalza tus pies pues estás en un lugar santo. Moisés no se acerca, se despoja de las sandalias y se arrodilla.
Yo soy el Dios de tus padres,...
Cuando Moisés escucha que aquella voz se identifica como el Dios de Abraham, oculta su cara entre las manos. Apenas ha distinguido una borrosa figura pero no desea ver nada más. De todos es sabido que no se puede mirar a la cara de Dios. Pero, por otra parte, Moisés no está como para mirar a Dios. La conmoción y el temor que se apoderan de aquel hombre en ese momento, le han paralizado por completo, y si permanece allí postrado, es por la sencilla razón de que no puede moverse para levantarse y salir corriendo. Cualquier persona que deba enfrentarse a la experiencia que está viviendo aquel hombre, y teniendo en cuenta que una cosa es el miedo y otra el instinto de conservación, no tendrá más remedio que reconocer, que el impacto y la impresión de esos instantes deben ser como para cortar el aliento.
Transcurren unos instantes, y poco a poco, Moisés va recuperando el dominio de sí mismo. Todavía desde el aturdimiento, escucha la voz que le dice: He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto... Yo te envío al faraón para que saques de Egipto a los hijos de Israel.
En cuanto que sus procesos mentales van adquiriendo una relativa normalidad, el futuro profeta duda de lo que evidentemente es una realidad y piensa que está soñando: ¿cómo es posible que un ser que se identifica como Dios de los hebreos, pueda elegirle a él, que es el menos indicado para una misión que sería de gran dificultad para los ancianos y sabios? ¿Acaso Dios no sabe que está huido de Egipto donde le buscan por homicidio?
Pero no; aquello no es un sueño. Aquel ser insiste, y ha continuado hablando: ...yo estaré contigo (ver capítulo del bastón), y ésta será la señal de que yo soy quien te envía. Luego, Yavé añade: Cuando hayas sacado al pueblo vendrás hasta aquí para hacerme un sacrificio (Éx. 3, 12). Estas últimas palabras, como se verá más adelante, son una muestra más de la providencia, o mejor, de la previsión y organización de Yavé.
Y, si hasta aquí, la interpretación es bastante asequible, a partir de este momento los versículos resultan muy poco inteligibles, y ya no se sabe bien dónde empieza el error y dónde termina la mentira. Porque, lo que está claro es que, si exceptuamos el fondo de la cuestión, si apartamos la realidad que supone la presentación de Yavé ante Moisés, todo lo demás, o es una pésima interpretación de lo que sucedió o es una pura invención.
Moisés, como cualquier otro ser humano, que por supuesto no sea un iluminado, tenía muy poca experiencia en hablar con Dios. De hecho, ni tan siquiera sabía como debía llamarle para poder transmitir en su nombre el mensaje a los ancianos del pueblo y después al faraón.
¿Será ciertamente un dios?
No se atreve a preguntar a ese dios, si de verdad es un dios; por lo tanto, y tal y como consta en Éx. 3, 13, decide dar un rodeo:
Pero si voy a los hijos de Israel y les digo: El Dios de vuestros padres me envía a vosotros, y me preguntan cuál es su nombre, ¿qué, voy a responderles?
¡Este Moisés tiene cada cosa! Se encuentra con Dios, y se interesa por su nombre. Sólo le faltó saludar a Yavé al más puro estilo Stanley:
“El Dios Yavé, ¿supongo?”
Menos mal que sabemos que no sucedió así, y que todo este confuso episodio procede de una pésima interpretación levítica.
“El Dios Yavé, ¿supongo?”
Menos mal que sabemos que no sucedió así, y que todo este confuso episodio procede de una pésima interpretación levítica.
Al ser preguntado por su nombre, Yavé, con toda la lógica del universo, responde a Moisés diciendo que su nombre no importa en absoluto ––Yo soy el que soy...––; debería bastarte con saber que yo soy yo, y que por tanto, no necesito ningún nombre. Y también, con toda la lógica del universo, los masoretas adjudicaron el número PI a esa respuesta. Por eso consta en Éx. 3, 14: Yo soy el que soy. Así responderás a los hijos de Israel: Yo soy me manda a vosotros. O lo que es lo mismo:
Aquel que es quien es, aquel que no necesita nombre, me envía a vosotros...
Ésta, como he dicho, es una sensata y adecuada respuesta de aquel ser. Sin embargo, en una “distracción contradictoria” de los sacerdotes levitas, en el versículo siguiente, o sea en el 15, se dice: Y prosiguió: “Esto dirás a los hijos de Israel: Yavé, el Dios de vuestros padres... me manda a vosotros. Acaba de presentarse como Yo soy yo, y a continuación se nomina como Yavé-Dios. Este pequeño lío lo arreglaron de inmediato los sabios sacerdotes haciendo la siguiente interpretación: el significado de la palabra Yavé es Yo soy. (Yavé = Yo soy). Y añadieron: “Y Dios significa Dios”.
Y yo no lo niego. Incluso, en mi “tolerancia diez”, puedo admitir que Yavé signifique YO SOY. Pero la realidad es que, aquél ser extraordinario, ni se identificó como el dios de nadie, ni se dio a sí mismo el nombre de Yavé ni, por supuesto, ningún otro. Y lo que también resulta una gran verdad, es que a los levitas les interesaba enormemente que aquel interlocutor de Moisés fuese identificado como un dios, y más concretamente, como el dios de los hebreos.
Ahora bien, en estos versículos siguientes, mi “tolerancia diez” se transforma en la melindrosa y edulcorada TOLERANCIA CERO. Aquí no estoy dispuesto a transigir de ninguna manera, y debo intentar esclarecer el contenido del versículo 18 de Éxodo 3, donde Yavé dice: Ve a los ancianos para que te acompañen ante el rey de Egipto. Ellos te escucharán, y estarán a tu lado cuando hables al faraón y le digas: Yavé, el Dios de los hebreos, ha salido a nuestro encuentro. Deja pues que vayamos camino de tres días por el desierto, para sacrificar a Yavé, nuestro Dios.
Aunque estas palabras pueden proporcionar tema para varios y muy extensos tratados, y puesto que no es el objeto de este ensayo intentar aclarar, si tal y como afirma el texto bíblico, Yavé es el Dios de los hebreos, o es el Dios de alguien más, o es el Dios de nadie, aquí únicamente deseo poner de manifiesto que en las últimas frases, los piadosos sacerdotes levitas no anduvieron muy finos cuando afirmaron que Yavé había ordenado a Moisés que mintiese.
Al parecer, según el escéptico y descreído cronista, Yavé no tiene una gran seguridad en su capacidad para convencer al faraón a fin de que permita la salida del pueblo con todas sus pertenencias, y por lo tanto se ve obligado a recurrir a la mentira. Y, sino a la mentira, si a una "verdad políticamente correcta". Siendo evidente y conocido por todos que el pueblo hebreo tiene la intención de abandonar Egipto para siempre, Moisés solamente debe pedir permiso para una excursión de tres días. Una vez que la falacia consiga su propósito y el faraón conceda la necesaria autorización, los hebreos podrán ampliar indefinidamente la duración del picnic.
Pero con este “ve y miente”, no hemos acabado con la tortuosa interpretación levítica. Una nueva reflexión nos conduce directamente a los versículos veintiuno y veintidós del capítulo tercero del Éxodo. Dice Yavé: “Yo haré que halle el pueblo gracia a los ojos de los egipcios; cuando salgáis, no saldréis con las manos vacías, sino que cada mujer pedirá a su vecina y a la que vive en su casa, objetos de plata, objetos de oro y vestidos, que pondréis vosotros a vuestros hijos y a vuestras hijas, y os llevaréis los despojos de Egipto”.
¡Vale tío!
Yo agradecería que alguien me facilitase un calificativo para poder aplicar a un individuo que asegura, que un dios bondadoso y justo incita a los hombres para que timen y estafen a sus amigos y vecinos por el simple hecho de que pertenecen a otra raza. Hay cosas que son muy difíciles de entender pero existen otras que resultan absolutamente imposibles de admitir.
De todas formas, otorgando a Yavé el merecido respeto que el cronista de estos versículos le negó, pongamos toda nuestra mejor voluntad e intentemos interpretar razonadamente este asunto.
Yo no sé hasta que punto le puede importar a Yavé que Israel salga de Egipto con todas sus riquezas; realmente no lo sé, pues no me puedo imaginar al Señor del Cielo de los Cielos preocupado por la mísera peseta, aunque por supuesto, sí que le supongo partidario de que cada uno pueda disfrutar de lo suyo. Pero lo que yo sí sé, y también lo sabe mucha gente, es que Yavé-Dios no va a ordenar que los hebreos estafen, roben y abusen de la confianza de sus vecinos y amigos egipcios. Porque esa es la realidad; aquellas gentes que les prestan sus joyas y vestidos eran sus amigos. A menos, que por allí apareciesen unos milagrosos desconocidos, repartiendo regalos entre los hijos de Israel.
Claro que, siendo muy cierto que Yavé-Dios podía mostrarse indiferente en la cuestión crematística, está muy justificado que Moisés pretenda, a toda costa, que su pueblo abandone Egipto con la totalidad de sus pertenencias; con todas aquellas riquezas que ha conseguido ahorrar durante siglos de trabajo y de no pocos sinsabores, y que les van a ser de una indudable utilidad cuando intenten penetrar en los territorios del Jordán. Si es así, sí que podemos aceptar que Moisés, sabiendo que los hebreos han sido esquilmados en sus tratos y operaciones de ventas por unos egipcios que han visto la oportunidad de aprovecharse de las circunstancias, pueda justificar e incluso aconsejar ese abuso de confianza y esa estafa de los hebreos para con sus vecinos. Yo no creo ese comportamiento en Moisés, pero está dentro de lo posible. Sin embargo, lo que de ninguna manera puede admitirse es que se diga que Yavé animó, e incluso colaboró, a despojar a los egipcios, incitando a los hebreos a abusar de la confianza de sus amigos. Se puede condescender con muchas cosas extrañas, contradictorias y dudosas; vamos a ser transigentes y las admitiremos, pero no debemos consentir que un cronista equivocadillo ––adviertan mi tolerante y casi cariñoso calificativo–– ponga en boca de Yavé la incitación, no solamente al pecado, sino incluso al delito. ¿Cuál es la credibilidad que pueden merecernos unos individuos, que para conseguir sus propósitos, aseguran que su Dios ordena la mentira y el robo con abuso de confianza?
Al adentrarnos en el capítulo cuatro del Éxodo, de nuevo nos encontramos con otra bufonada levítica. Los primeros versículos de ese capítulo, desde el uno al cinco, creo que no merecen estar en los textos bíblicos. Me estoy refiriendo al asunto del bastón o cayado. A mí me resulta muy difícil imaginarme a un dios haciendo trucos de magia barata para impresionar y convencer a Moisés.
Y digo trucos, y no digo milagrosos milagros, porque después, con mayor o menor acierto, y tal y como consta en Éxodo 7, 11-12, también los ejecutan los magos y brujos egipcios. Con todo mi respeto para la digna profesión de magos e ilusionistas, me resulta excesivamente difícil imaginarme a Yavé haciendo magia con bastones, pañuelos, barajas, sombreros de copas, conejos y palomas.
Y aquí cierro esta larga reflexión, en la que he querido dejar constancia de mi oposición a unos individuos que han creado un dios que ordena la mentira; a un dios que alienta la expoliación y el robo a los amigos; y a un dios que, además de todo esto, se dedica a jugar con una garrota. Lo dicho, aquellos redactores eran unos equivocadillos.
No obstante, quiero hacer notar que este episodio de la mágica garrota, introduce una variable muy interesante para llegar a una correcta interpretación, que por su extraordinario interés, trataré más adelante en capítulo aparte y exclusivo que he titulado El Bastón.
Siguiendo con el relato junto a la “zarza ardiente”, Moisés, en una reacción que en mi opinión es bastante natural y juiciosa, efectúa un penúltimo intento para renunciar a la misión que le están encomendando. El profeta apela a su poca facilidad de palabra, lo que, a su parecer, le imposibilita para convencer a nadie. Está claro que Moisés no se considera un líder, pero todavía es más evidente que no se ve a sí mismo como orador, diplomático, negociador o tertuliano. Pero su interlocutor sabe bien lo que debe hacerse, y quien está capacitado para llevarlo a término. Por esa razón, y teniendo en mente al sacerdote Aarón, todavía anima a Moisés diciéndole: no te preocupes, alguien hablará por ti.
Moisés se está quedando sin argumentos. Como hombre prudente y cuerdo que es, lo único que tiene es un miedo terrible. Un espantoso temor a la responsabilidad que sabe deberá hacer frente en breve plazo, y que, de sus actos, tendría que responder ante ese mismo ser que le atemoriza con su sola presencia. Esta ansiedad le mueve a intentarlo a la desesperada, y simplemente suplica: Señor, por favor, manda a otro más capaz.
Se ha pretendido hacernos creer que Moisés padecía algún trastorno que le impedía hablar correctamente. Pero eso no es así. Yavé sabe que el pueblo desconfiará de alguien que no es de los suyos, y que será más conveniente que un hebreo hable al pueblo hebreo. Por eso le contesta: ¿No tienes a tu hermano Aarón, el levita?. Él es de fácil palabra. Él hablará por ti al pueblo. Yo estaré en tu boca y en la suya. El cayado que tienes en la mano, llévalo, y con él harás las señales.
Moisés abandona la montaña sagrada y regresa junto a su familia. Pide permiso de su suegro y jefe de tribu para poder abandonar Madián y regresar a Egipto.
Y así, en silencio, después de otra breve charla con Yavé, consciente de la delicada misión que le ha sido encomendada, una mañanita bien temprano, tal y como se afirma en Éx. 4, 20, acompañado de su esposa Séfora y su hijo, con la ayuda del asno, y bien apoyado en el útil y mágico garrote (garrote que todavía no he presentado al lector), Moisés inicia el viaje a Egipto.
En el camino desde Madián a Egipto, de conformidad con lo que consta en capítulo cuarto del Éxodo, y antes del llegar al monte de Yavé, nos encontramos con un incidente bastante confuso que ya hemos rozado de forma tangencial en el capítulo anterior, y que, en mi opinión, es muy típico y representativo de las pésimas y confusas traducciones e interpretaciones de los textos de las Escrituras que, como triste consecuencia, nos han arrastrado hasta relatos como el presente, que por resultar tan escasamente comprensibles, alcanzan la categoría de “misterios misteriosos”.
En su ruta hacia Egipto la familia de detiene en un oasis, campamento o aldea con la intención de pasar la noche. Y allí sucede algo que pone en peligro la vida de Moisés. Estos versículos 24, 25 y 26, como ya he dicho, son de difícil interpretación: Por el camino, en el lugar donde pasaba la noche, le salió Yavé al encuentro, y quería matarle; pero Séfora, tomando un cuchillo de piedra, circuncidó a su hijo, y tocó sus pies diciendo: “Ciertamente esposo de sangre eres para mí, y le dejó Yavé al decir ella esposo de sangre, por la circuncisión.
Y aquí debemos preguntarnos: ¿obtienen los sacerdotes algún beneficio del contenido de esos versículos?
Pues así de primeras, francamente no lo parece.
Y, habida cuenta de la escasa repercusión de estos versículos en las bolsas levíticas, estamos obligados a reconocer que algo extraño, importante y digno de ser recordado, sucedió en el camino desde Madián a Egipto; pero que ese algo, se encuentra oculto, disfrazado o distorsionado, y que por esa razón, la comprensión de este relato no es demasiado fácil, y da la sensación de que algo falta, o que, como debió ocurrir con frecuencia, se ha modificado tanto que se ha logrado conseguir que al final resulte completamente ininteligible.
Por supuesto, puede y debe haber varias interpretaciones, pero yo no recomendaría preguntar a los presuntos expertos, ya que, si después de tres mil años, es ésta la redacción a la que se atienen, no parece que estén en disposición de aportar una gran ayuda.
Aquí voy a exponer dos interpretaciones muy semejantes entre sí que, desde luego, no tienen ninguna solidez, que son simples sugerencias, y que además no aportan la deseada explicación a la importancia que se supone al episodio. Sin embargo, con todas sus carencias, son a mi entender más inteligibles y accesibles que esa redacción que dice: “Le salió Yavé al encuentro y quería matarle”.
A ver si lo entendemos: Yavé le manda a un recado y luego quiere matarlo. ¿Qué es eso de que Yavé quería matar a Moisés? Si Yavé quiere matar a Moisés, lo mata y se acabó.
Veamos si conseguimos entender.
Desde siempre, en nuestra cultura, con la intención de facilitar una explicación e incluso para proporcionar algún consuelo, se suele decir: Dios lo ha querido así..., así lo ha dispuesto Dios..., y algunas otras frases parecidas, Así mismo, es corriente afirmar: Ha muerto, así lo ha permitido Dios; pero lo que no se dice es: ha muerto... porque Dios quería matarlo. Si lo piensas bien, y teniendo en cuenta el poder atribuido a Dios, es casi lo mismo, pero..., pero no es lo mismo. Por eso entiendo que se debe intentar obtener alguna interpretación un poco más comprensible.
Y, una explicación a este episodio puede estar en las posibles discrepancias que, sin la menor duda, existieron entre Moisés y Séfora a causa de sus distintas religiones; también deberíamos tener cuenta, el poco gozo y la escasa alegría, con que la mujer de Moisés dejaba su tierra y su casa, para emprender una más que incierta y arriesgada aventura en Egipto; dicho en otras palabras: la “señá” Séfora iba de morros. Y, por supuesto, no deberíamos desestimar la más que probable obstinación de aquella buena mujer para impedir la circuncisión de su hijo.
En estas circunstancias, mientras Séfora intentaba que Moisés desistiese de la misión, pudo suceder algo, por ejemplo, la mordedura de una serpiente o cualquier otro accidente de los muchos que suelen ser frecuentes en la travesía por un desierto; un suceso que pusiese en grave peligro la vida de Moisés; algo, que adecuadamente interpretado, nos ayude a comprender ese confuso y oscuro versículo que dice: le salió Yavé al encuentro y quería matarle.
Cuando ese percance se produce, es cuando Séfora, en su desesperación, interpreta que con su actitud ha ofendido al dios de su esposo, y en desagravio, ella misma circuncida a su hijo rectificando así su anterior conducta y proclamando la divinidad de Yavé. Como resultado de ese piadoso comportamiento, y siempre según la interpretación de los sabios levitas, Moisés sale del peligro.
Otra posible explicación, todavía más vinculada al rito de la circuncisión, puede ser ésta:
Moisés y Séfora, llevando a su hijo, caminan en dirección a Egipto y hacen noche en unas chozas o cobertizos de los que suelen existir en un oasis o junto a un pozo donde los viajeros y las caravanas encuentran cobijo. Allí llega todo tipo de gente de las más distintas razas y países; hay egipcios, madianitas, caldeos, asirios, amalecitas, cananeos, etc. Por cualquier circunstancia, tal vez, porqué alguien pensara que podían ser espías enemigos, o por otro cualquier adverso incidente, ––recuérdese que, posiblemente, todavía estuviese acusado de homicidio––, Moisés es atacado, y dudando de su identidad pretenden darle muerte. Él se declara como un hebreo que ha vivido desde hace años en Madián de donde es su mujer. No le creen, su acento le identifica como egipcio. Entre amenazas y burlas, le conminan a que muestre su prepucio circuncidado. Moisés se niega, primero por dignidad, y segundo, porque él no se había sometido a ese rito —circunstancia muy comprensible en un niño educado por la hija del faraón—. Esto determina una situación limite. Es entonces cuando Séfora toma un cuchillo de sílex, y tal y como sabía que debía hacerse, circuncida a su hijo e invoca a Yavé como esposo o aliado de sangre. Ya nadie duda de su condición de hebreos; ninguna madre que no pertenezca por nacimiento o matrimonio al pueblo de Israel, circuncidaría a su hijo. Por mediación de Séfora, según la disparatada interpretación levítica, Yavé salva la vida de Moisés. Y digo disparatada, porque a nadie medianamente sensato se le puede ocurrir que, para que Dios salve la vida del padre, se deba circuncidad a su hijo. Para creer eso se debe tener una opinión muy disparatada de su Dios.
Insisto en que estos dos relatos carecen en absoluto del más mínimo fundamento, y que tan sólo pretenden ser un simple ejemplo de otras posibles interpretaciones, pero que al menos, son algo más comprensibles que el ambiguo: Yavé salió a su encuentro y quería matarle.
Y de todas formas, y pasando por encima de esa frase que dice: y tocó sus pies, ––frase que, a menos que quiera significar que la mujer se postra en el suelo en actitud suplicante, me resulta imposible de interpretar–– y reafirmando lo que se dijo en el capítulo anterior respecto a la circuncisión de un hijo por parte de su madre, si alguien prefiere entender que Yavé quería matar a Moisés, no veo que exista el menor problema en que continúe creyéndolo así. Con esa intención se fabricaron los misteriosos misterios.
Después de encontrarse con Aarón, que ha salido al camino para informale de la situación, los dos hombres se encaminan a Egipto.
Apenas ha pisado las tierras del Nilo, es cuando Moisés advierte que entre aquellas gentes tiene muchos seguidores que le consideran un líder. Estos incondicionales son, en su mayoría, jóvenes que se sienten oprimidos por el gobierno egipcio; hombres, a quienes la sangre nueva, les impulsa a la lucha por la reivindicación; muchachos, que en el transcurso de los años has escuchado una y otra vez que aquel hombre que ahora regresa, era un príncipe que luchó valientemente por Israel. Casi arrastrado por la vehemencia del joven Josué y sus compañeros, Moisés se presenta ante el consejo de ancianos.
Y siento decirlo, pero ahora es Moisés quien empieza a jugar con la garrota. Y cuando digo que lo siento, es porque lo siento realmente. No creo que aquellos ancianos del pueblo elegido, ni por supuesto de ningún otro pueblo, merezcan ser tratado como una especie de ignorantes palurdos que se dejan convencer por unos juegos de magia. Tampoco creo que Moisés deba aparecer como un cómico feriante y, por supuesto, nadie puede pensar que el inmenso poder de Yavé quede reducido eso. Es indignante que aquel copista o traductor o sesudo sacerdote se atreviese a tan inmensa falta de respeto.
Pero, a pesar de aquella prometedora frase —que por cierto, estudiaremos en el capítulo del bastón—, cuando en Éx. 3, 12, Yavé dice: Yo estaré contigo…, debo reconocer que yo no sé, y que posiblemente nadie pueda tampoco saberlo con seguridad, si Yavé intervino o no en las negociaciones encaminadas a obtener el permiso de salida para los hijos de Israel. Pero si de alguna forma participó en ellas, desde luego no fue de la manera en que se hace constar en los textos bíblicos. Me es muy difícil, por no decir imposible, imaginarme a Yavé-Dios, haciendo trucos de circo, para después enviar plagas y maldiciones a los egipcios, y al mismo tiempo advirtiendo: Yo endureceré su corazón para que no consientan vuestra salida del país. Éstas son interpretaciones realizadas hace muchos siglos, por unas mentes muy poco cultivadas, y que, en definitiva, en bastantes aspectos, eran muy distintas a las actuales. O tal vez, y según se mire, no eran tan distintas las mentes de entonces y las de ahora, si están atormentadas por el miedo, el rencor, la envidia y el odio.
Yo entiendo, que si Yavé hubiese decidido participar en la negociación, habría transportado al faraón hasta la astronave y le hubiera dicho: Majete: ya estas tardando mucho en firmar el visado de salida de los hebreos. Y el rey de Egipto hubiera firmado el permiso. ¡Vaya si lo hubiese firmado! Y con ello, el faraón se hubiera ahorrado un sin fin de quebraderos de cabeza, y todos los demás una considerable pérdida de tiempo. Y por otra parte, no lo duden, Yavé se habría olvidados de ranas, mosquitos y tábanos; hubiera actuado con el máximo respeto para los dos pueblos enfrentados, y hubiera obtenido unos resultados que hubieran dejado satisfechos a los dos bandos. Un ejemplo de este tipo de intervención, lo encontraremos en el momento de estudiar la auténtica y verídica travesía del mar Rojo.
Pero ciñéndonos al texto bíblico, resulta que Moisés, con o sin Yavé, decide iniciar las negociaciones. Y con este propósito grabado en su mente, aquel día decisivo, el mocerío compuesto por un hombre de ochenta años, otro de ochenta y tres y acompañados por ancianos de Israel, se presenta en el palacio del rey.
Y fue entonces cuando el gran faraón, en un error muy comprensible, le comentó a su primer ministro:
Seguramente las negociaciones serán breves; ninguno de estos hebreos está como para perder el tiempo.
Este episodio se ha leído millones de veces, y ni siquiera se han detenido a meditar sobre él.
No había zarza ardiente; sino un resplandor de una luz artificial o eléctrica.
Las primeras palabras de Yavé: No te acerques.
Yavé se identifica diciendo: Yo soy yo
Yavé no ordena la mentira.
Yavé no ordena el robo.
Yavé no hace magia con garrotas.
“Conversión” de Séfora en el misterioso misterio del suceso de la posada.
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