Capítulo XXIII - Las vestiduras sacerdotales


El capítulo veintiocho del Éxodo, si no hubiesen existido el veintiséis y el veintinueve, sería, posiblemente, el más soporífero de todos y, por supuesto, resultaría uno de los más absurdo de los cuarenta en que está dividido ese prodigioso segundo libro del Pentateuco. Baste decir que está dedicado, exclusivamente, al tema más tedioso que muchos hombres y no pocas mujeres puedan imaginar:
 Un desfile de modas para sacerdotes.
Así consta en el segundo versículo de ese capítulo donde, al parecer, Yavé ha dicho a Moisés:
Harás para Arón, tu hermano, vestiduras sagradas que le den majestad y esplendor. En otro texto consta: para gloria y ornamento.
¡Ahí queda eso!
Posiblemente, y esta vez sin mala intención, añadiendo cuatro palabritas de nada, los sacerdotes escribas modificaron aquel versículo, que en realidad solamente decía: Harás unas vestiduras especiales.
Y digo esto, porque nadie dotado con un mínimo de sensatez, puede creer que Yavé estuviese interesado por la majestad, esplendor, gloria y ornamento de un emigrante pastor hebreo.



Señoras y señores:
Me complace brindarles el más cordial saludo de recibimiento a este 'iluminado' capítulo, que nos conducirá al 'glorioso reino' de los... de la moda. Bienvenidos a la Pasarela Sinaí.
En esta presentación exclusiva, se ofrece una prodigiosa muestra del más extraordinario vestuario, ideal para lucir en las más diferentes ocasiones, pues, como inmediatamente comprobarán, no faltarán en esta colección las prendas ligeras de entretiempo, fáciles y cómodas de llevar en todo momento. Sin embargo, esta deseable comodidad no ha conseguido que olvidemos el propósito declarado de esta pasarela, en la que, bajo el lema majestad y esplendor, hemos tratado de presentar a ustedes el atavío más idóneo para las grandes y destacadas solemnidades. Por esa razón, en esta Pasarela mostraremos los más suntuosos trajes de fiesta; ropas de 'mucho vestir', que son universalmente conocidas como vestimentas de 'campanillas'. Así, literalmente, de campanillas”.
Y como no podría faltar en un selecto desfile de novedades, y para deleite de nuestra distinguida clientela, también haremos una breve, pero muy representativa exhibición de lencería y de ropa interior. Y entre ellas no faltarán las más delicadas transparencias.
Y, por supuesto, dentro del asombroso surtido de esta casi exhaustiva y prestigiosa Pasarela, no hemos olvidado un variado y colorido muestrario de toda clase de complementos, tales como cinturones, adornos y tocados. Y entre todos ellos, por su indiscutible utilidad, y como auténtica novedad y primicia, presentaremos ante ustedes un asombroso efod.
Para finalizar, ofreceremos a nuestros queridos amigos y fieles clientes, los más deslumbrantes artículos de joyería y pedrería, entre los que resaltará 'con luz propia' la joya de la corona: El pectoral del Juicio.
Y todo esto, evidentemente, con en buen gusto, con la calidad y el reconocido prestigio, que desde hace milenios ha caracterizado el arte de nuestro diseñador exclusivo: Yavé de la Gloria.

Así podría comenzar este capítulo. Y podría hacerlo de tal manera, porque ésta es la primera impresión que produce todo este disparate. Hasta tal punto ha llegado la insensatez levítico sacerdotal, que estando seguro de que muchos lectores van a resistirse a creerlo, quiero informarles que en éste desfile de modas, tal y como ha sido anunciado, encontraremos una sobria muestra de ropa interior; y por si fuese poco, nos sorprenderán con unas delicadas transparencias. ¿No lo creen? Ya lo verán. Y por favor, que nadie imagine que esto es una invención mía; todo está ahí, en...



Es muy cierto que he calificado éste capítulo de las Vestiduras Sacerdotales como aburrido y absurdo, pero como casi todo en este asombroso libro del Éxodo, nos encontramos con que esa apariencia es sólo la superficie y la primera impresión, porque después, cuando en la búsqueda de la verdad se escarba y araña un poco en esa oscura costra de ignorancia que se ha ido acumulando en el transcurso de los siglos, resulta que este capítulo no tiene nada de tedioso, y que de absurdo y disparatado menos todavía. Y es entonces cuando comprendemos que toda esta insensatez, que toda esta engañosa incongruencia, es simplemente el resultado de dos evidentes realidades:
La primera es que Yavé tuvo muy presente que, en aquel momento de la historia y de la  rudimentaria cultura del hombre, todo lo que él pudiera explicar sobre el uso de aquellos componentes resultaba inútil e innecesario, y por lo tanto, tampoco quiso ser más explícito y conciso. Porque veamos: ¿acaso es necesario leerle a un niño el prospecto de la medicina que van a suministrarle? Por supuesto que eso no es preciso, a menos que lo que pretendas sea perder el tiempo e irritar al pequeño, que con un cierto fundamento, comenzaría a sospechar sobre la capacidad mental de los mayores.
Por otra parte, e incidiendo en la enigmática oscuridad de estos versículos, debemos tener muy presente que según la tradición hebrea más antigua, la totalidad del capítulo veintiocho fue revelada por Yavé a Moisés de una manera absolutamente secreta, al mismo tiempo que le advertía de lo innecesario de insistir en esclarecer las explicaciones. Y esto tampoco es una interpretación mía, sino que así consta en la Torah, en los comentarios del capítulo octavo del Levítico.
La segunda evidencia puede considerarse como una lógica consecuencia de la primera. Puesto que Yavé no había sido exhaustivo en sus explicaciones, el escriba, cronista o redactor no comprendía nada de lo que estaba escribiendo. Después, con el transcurso de los años, quienes recitaban los versículos tampoco tenían ni la menor idea acerca de lo que estaban hablando; y por supuesto, aquellos que escuchaban, por muy buena voluntad que pusiesen en el tedioso empeño de comprender aquellas palabras, se veían asaltados constantemente por un insuperable aburrimiento, siendo muy posible, que la lectura de este excepcional pero extraño documento, estuviese recomendada para combatir el insomnio.
Todo esto desbarajuste concluyó en un muy comprensible y predecible resultado:
Es muy fácil admitir que en esas condiciones se menospreciasen e incluso se despreciasen estos versículos.
Pero verán ustedes: a pesar de esa tediosa y absurda apariencia, Éxodo 28  es tal vez el más interesante, o al menos, el más revelador y prometedor de los quince últimos capítulos de ese maravilloso libro. No quiero dejarme llevar por el entusiasmo, que sin la menor duda siento por esta fascinante sección de las vestiduras sagradas, pero no puedo por menos de manifestar que, en mi opinión, Yavé nos muestra aquí algunos hallazgos y soluciones, que si ahora, tres mil años después, ya existen —algo que yo no sé con toda certeza—, están todavía en una fase casi experimental.
Es en Éxodo 28 cuando Yavé, después de haber ordenado la construcción del Tabernáculo y de la totalidad de su extraño mobiliario —con todos sus utensilios—, por unas razones que entonces resultaron absolutamente incomprensibles, encarga a Moisés que se confeccionen unas vestiduras para uso exclusivo del Sumo Sacerdote.
Estos ropajes son:
Un efod, un pectoral, una sobretúnica o manto, una túnica, una diadema, una tiara, dos cinturones o ceñidores y unos calzoncillos.
De estos nueve artículos sólo tres son propiamente vestiduras: sobretúnica o manto, túnica y calzoncillos; los otros seis: el efod, el pectoral, la diadema, la tiara y los dos cinturones, son lo que ahora se denominarían como complementos.
De las ropas, únicamente lo de los calzoncillos tiene su guasa. Pero adviertan lo que les digo ahora en el momento de iniciar este capítulo, incluso esos calzoncillos, aunque cueste creerlo, son parte de ese importante conjunto de vestimentas y, como después quedará bien de manifiesto, resultan más útiles y necesarios de lo que en principio se pudiera suponer. Créanme, este capítulo, con independencia de su innegable tedio, tiene su intríngulis.
En primer lugar, y antes de iniciar su estudio, deberíamos meditar unos instantes e intentar razonar, a poder ser valiéndonos de la cordura y de las reflexiones lógicas. Y si utilizamos la inestimable sensatez, lo primero que tenemos que reconocer, sin la menor duda, es que todo aquello que ordenó Yavé tenía un motivo, un fundamento y tendía a la consecución de una finalidad. De esta forma, como consecuencia de este lógico y respetuoso razonamiento sobre el muy juicioso proceder de Yavé, y desestimando las absurdas interpretaciones secerdotales, lograremos obtener una explicación que justifique y que nos haga comprender la utilidad y la finalidad de cada uno de esos atavíos.
¿Qué son y para que pueden servir un efod, un pectoral, unos urim-tummim ––que esa es otra, los accesorios o componentes nominados como urim-tummim––, una faja cinturón, un poncho con campanillas, una diadema, una túnica a “cuadros”, otro cinturón, un gorro y unos calzoncillos?
La tarea que esto representa no es ni mucho menos sencilla. A mí, sinceramente, me ha costado mucho tiempo llegar a comprender que eran, en que consistían y para que servían todas estas “vestimentas sagradas”. Pero créanme, cada uno de esos ropajes y complementos tiene una función lógica y una finalidad muy precisa y determinada. Incluso las ausencias, como la falta de cualquier tipo de calzado, nos están diciendo algo.
Y para comenzar, ruego al lector que admita una sugerencia que le resultará de extraordinaria utilidad:
Cuando lea vestimentas sagradas, entienda equipamiento necesario.



Y ahora, una vez más, ruego a ustedes que disculpen y consientan mi indignación, cuando les digo que ha habido mucho incompetente y mucho inepto; porque, como verán a continuación, las vestiduras y complementos tienen tal importancia y son de tal trascendencia, que resulta de todo punto incomprensible, y por supuesto imperdonable, el escaso respeto y consideración que se les ha concedido durante más de tres mil años. Bueno, en realidad sí que es comprensible:
Es difícil interesarse, y más difícil todavía respetar, aquellos asuntos que no se entienden.
Por esto he calificado a esos supuestos expertos como sabios ignorantes.
Y la ignorancia, no siendo un bien a codiciar, es al menos pasadera y en ocasiones absolutamente disculpable, en quienes no tienen la obligación de saber. Nadie medianamente sensato, puede pretender que un ingeniero, un mecánico, un camarero e incluso un astrónomo, acrediten una sólida preparación teológica. Bastante tienen con saber de sus propias especialidades. Pero "ellos", los sabios sacerdotes, han vivido años y años presumiendo de lo que no era otra cosa mas que su propia incompetencia. "Ellos", los sumos sacerdotes y también los menos sumos, eran los encargados de comprender e investigar el legado de Yavé. Pero en lugar de eso, se dedicaron a imaginar patrañas e historietas; inventar milagros y misterios; llenar sus panzas; presumir de sabios y dominar y humillar a los hombres de quienes recibían el poder y que abastecían sus despensas.
De todas formas, deseo hacer constar que:
Si hay algo verdaderamente repugnante en la actuación de los hombres, es la cobarde revancha amparada en el anonimato de las viles masas; rastrera conducta, auspiciada, o al menos consentida, por la damagógica tolerancia de una autoridad falsamente democrática.

Yo, por supuesto, no deseo para "ellos" ningún mal. Pero también es muy cierto, que el indigno comportamiento de algunos de los representantes de los dioses, su intolerancia y los terribles castigos que impusieron a los no creyentes, les hace merecedores de las más despiadadas burlas y del más absoluto desprecio. Y no lo siento por ellos; lo siento por nosotros.
Aquí cierro este quejumbroso paréntesis.



Para iniciar este estudio nos detendremos en cuatro de los reseñados artículos: El efod, el pectoral, la sobretúnica y la diadema. ¡No he dicho nada!; es asombroso lo que pueden ocultar o disfrazar cuatro palabras.
Para tratar estos cuatro utensilios es preciso leer los correspondientes versículos del capítulo veintiocho del Éxodo. Y para una mejor comprensión, creo que debemos realizar una subdivisión y abordarlos en dos tandas: primero efod y pectoral ––que siempre y a todos los efectos deben estar juntos––, y después estudiaremos la sobretúnica y la diadema.

Veamos lo que dice el texto bíblico sobre el efod y el pectoral. Luego, ya me dirán si no estoy sobrado de razón, cuando digo que estos versículos resultan una tediosa maraña. Pero de todas formas, y por muy fastidiosa y aburrida que pueda resultar su lectura, háganse un favor: lean detenidamente estos párrafos; disfrazada y camuflada entre su absurdo y confuso mensaje, se encuentra oculta la palabra de Yavé. Y reitero mi ruego:
Sustituyan en su mente las palabras vestimentas sagradas, por equipamiento necesario.

Así consta en los primeros cinco versos de Éxodo veintiocho:
(1) Y tu (Yavé habla con Moisés) haz que se acerque Arón, tu hermano con sus hijos, de en medio de los hijos de Israel, para que sean mis sacerdotes: Arón y Nadab, Abiú, Eleazar, e Itamar, hijos de Arón.
(2) Harás a Arón, tu hermano, vestiduras sagradas, para gloria y ornamento. (según los levitas, Yavé se preocupa del look sacerdotal).
(3) Te servirás para ello de los hombres diestros que ha llenado el espíritu de sabiduría, y ellos harán las vestiduras de Arón, para consagrarle, y que ejerza mi sacerdocio.
(4) He aquí lo que han de hacer: un pectoral, un efod, una sobretúnica, una túnica a cuadros (esto de la túnica a cuadros tiene premio especial a la traducción), una tiara y un ceñidor. 
Adviértase que no se cita la dorada diadema, ni se hace mención de los enigmáticos urim y tummim.
¿Y eso por qué? —pueden preguntarse algunos lectores—.
Pues, sencillamente, porque el versículo dos se inicia con la palabra “harás”, y ni Moisés, ni Arón, ni aquellos hombre llenos del espíritu de sabiduría, podrían “hacer” ni la diadema ni los urim-tummim.
Y, por cierto, sería más correcto decir Tummim-Urim.
(5) Se emplearán para ellas oro y telas tejidas en jacinto, púrpura y carmesí, y lino fino.
Conviene también concretar un poco este último versículo en el que se indican los materiales a emplear:
Si bien es muy cierto que se usaron todos los tejidos y materiales anunciados, también es verdad que no fueron utilizados en todas las vestiduras, y que su distribución y empleo es, como mínimo, “caprichosa”. Porque veamos: la lámina ––la famosa diadema––, es sólo de oro; en el efod, en el pectoral y en el ceñidor es utilizado el hilo de oro entretejido con lino; sin embargo, en la sobretúnica, en la túnica, en la tiara y por supuesto en los calzones, no se emplea el oro. Es cierto que en la sobretúnica se usa el oro para las campanillas, pero no para el entretejido.
Y ¿qué conclusión se debe obtener de esto?
Pues solamente dos, pero ambas muy interesantes:
Primera: Que al contrario de lo que podríamos suponer en unas vestiduras de lujo, el cordoncillo de oro no se emplea para elaborar el tejido de las ropas; y si consideramos que tienen por finalidad la gloria y el ornamento (majestad y esplendor), resulta muy extraño que la magnífica sobretúnica, que se supone el ropón más destacado y aparente, no contenga hilos de oro.

Segunda conclusión: Que el oro, si exceptuamos las risueñas campanillas y, por supuesto, la diadema, es utilizado solamente para el entretejido de aquellos artículos en los que se precisa un componente metálico.
Sí, eso he dicho:

Para el entretejido de aquellos artículos en los que se precisa un componente metálico.



(6) El efod lo harás de oro e hilo torzal de lino, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí, artísticamente entretejidos. (7) Tendrá dos hombreras para unirse la una con la otra banda, dos por extremo, y así se unirán. (8) El cinturón que llevará para ceñírselo será del mismo tejido que él, de lino torzal, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (9) Toma dos piedras de ónice y graba en ellas los nombres de los hijos de Israel, (10) seis de ellos en una y seis en la otra, por el orden de su generación. (11) Las tallarás como se tallan las piedras preciosas, y grabarás los nombres de los hijos de Israel, como se graban los sellos y las engarzarás en oro, (12) y las pondrás en las hombreras del efod, una en cada una, para memoria de los hijos de Israel; y así llevará Arón sus nombres sobre los hombros ante Yavé, para memoria. (13) Harás también engarces de oro (14) y dos cadenillas de oro puro, a modo de cordón y las fijarás en los engarces.



(15) Harás un pectoral del juicio artísticamente trabajado, del mismo tejido del efod, hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (16) Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho, (17) Lo guarnecerás de pedrería en cuatro filas. En la primera fila pondrás una sardónica, un topacio y una esmeralda; (18) en la segunda, un rubí, un zafiro y un diamante; (19) en la tercera, un ópalo, un ágata y una amatista; (20) y en la cuarta, un crisólito, un ónice y un jaspe. (21) Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabarán en cada una el nombre de una de las doce tribus. (22) Harás para el pectoral cadenillas de oro puro, retorcidas a modo de cordón, (23) y dos anillos de oro, que pondrás a dos de los extremos del pectoral; (24) pasarán los dos cordones de oro por los dos anillos fijados en los extremos del pectoral; (25) y las otras dos extremidades las unes a los engarces de la parte anterior de las dos piedras de los hombros del efod. (26) Harás otros dos anillos de oro, que pondrás a los dos extremos inferiores del pectoral, en el borde interior que se aplica al efod, (27) y dos anillos de oro que pondrás en la parte superior de las hombreras del efod, por delante, cerca de la unión, y por encima del cinturón del efod. (28) Se unirá el pectoral por sus anillos a los anillos del efod con una cinta de jacinto, para que quede el pectoral por encima del cinturón del efod, sin poder separarse de él. (29) Así, cuando entre Arón en el santuario, llevará sobre su corazón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio, en memoria perpetua ante Yavé. (30) Pondrás también en el pectoral del juicio los urim y tummim, para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.
Nota: Advertir que se ha subrayado el adverbio "también". Este versículo 30 es un añadido o postizo obra del levita de turno. Si se observa, se verá que "sobre el corazón", el sumo sacerdote llevará también los urim y tummim, y que en el versículo anterior, el sumo  ya llevaba el pectoral sobre el corazón. Esta simple chapuza de añadido modifica la interpretación correcta del pectoral. 

Pero con independencia de chapuzas y añadidos, cualquier sufrido lector, que en un alarde de paciencia y buena voluntad haya leído, palabra por palabra, los treinta primeros versículos de este capítulo veintiocho del Éxodo, yo tenía mucha razón cuando hablaba de verdadera maraña. E incluso, algunos me dirán: ¡y te quedabas muy corto!
Pues bien, admitido el reproche,  y ocultando ladinamente, que todavía quedan otros trece versículos, estoy en la obligación de informar al lector, que esta parte del  capítulo veintiocho que acaba de leer, es tan importante y reveladora, que tal vez no puedan serlo más. A las páginas siguientes me remito.

El oscuro y confuso contenido de ese capítulo veintiocho puede tener su explicación en alguno de estos dos posibles motivos:
Primer posible. Que tal, y como ya he dicho, aquel cronista no había visto jamás ni el efod ni el pectoral; que además, no entendiese ni media palabra de lo que le dictaban;  y que, por lo tanto, no tenía ni la menor idea de lo que estaba describiendo.
Segundo posible. Que el tío fuese un gran experto en liar las descripciones. ¡Que todo puede ser!

Nosotros intentaremos desliar este auténtico enredo y, con la mejor voluntad, comenzaremos con el efod.
Y lo primero que haremos, para ir aclarando este asunto, será intentar explicar que fue, o que pudo ser, el misterioso efod. Para ello, y como cuestión básica, debemos empezar haciendo constar algo que ahora mismo, en el momento en que iniciamos su estudio, puede resultar insólito e incluso desconcertante:

El efod, por si mismo y como tal efod, no servía para nada en absoluto y resultaba completamente inútil. 

¡Toma ya! ¡Anda que empezamos bien!
Pues es la verdad. De ahí, de esa casi fútil característica, deriva el hecho de que nunca se ha sabido con precisión que tipo de objeto era exactamente, y para que pudiera emplearse. Sin embargo, siendo muy cierta la incertidumbre respecto a la función del efod, que nadie se engañe, aquel utensilio era muy importante y absolutamente imprescindible. El efod es una pieza, una parte de un conjunto, que tiene su razón de ser en función de la existencia del pectoral.
Ejemplo al canto: la cadena o correa de un reloj de pulsera sólo tiene utilidad y resulta comprensible y justificable por la existencia ese reloj. Si no hay reloj, ¿para que nos sirve la correa? Como luego podrán comprobar, este símil no es malo del todo; sobre todo si recordamos que efod tiene su raíz etimológica en sejetar, atar o asir.

La segunda cuestión a resaltar es, que el pectoral y no el efod, es el utensilio verdaderamente más importante de todo ese muestrario de vestiduras sacerdotales —recuerde: equipamiento necesario—, y que por ser el objeto principal de todo el conjunto, es por lo que fue citado en primer lugar en la relación. Éx. 28, 4: He aquí lo que han de hacer: un pectoral, un efod, una sobretúnica… Después, con una lógica muy aceptable, se describe primero el efod y a continuación el pectoral.
Y casi no me atrevo a decirlo, pero lo diré:

El pectoral, mejor dicho, el contenido del pectoral, es el utensilio más importante, no sólo de las vestiduras sacerdotales, sino de todos los componentes y utensilios del Tabernáculo. 
Ya está; ya lo he dicho.



En tercer lugar, creo muy conveniente que tengamos en cuenta, pues resulta algo de extraordinaria importancia, que según Éx. 28, 25-28, el efod y el pectoral deben estar siempre en contacto el uno con el otro. Y reparen en esta particularidad que intento resaltar:
Los dos están trenzados y entremezclados en un torzal (en una trenza, en un cordoncillo) de hilos de oro y lino; y que por lo tanto, son semi metálicos.

Y esto sucede así, porque de esta manera está ordenado expresamente en Éx. 28: (15) Harás un pectoral... del mismo tejido del efod...
Por último, y en cuarto lugar, quiero destacar que, habida cuenta que el efod y el pectoral deben estar siempre unidos, resulta muy práctico, como luego se verá, que las dos piedras de ónice con los nombres por orden de edad de los hijos de Jacob ––para memoria––, queden engastadas en las hombreras del efod.

Teniendo estas cuatro consideraciones muy presentes, veamos si podemos ir definiendo cada uno de estos dos “complementos”; y para eso, vamos a estudiarlos en el orden en que están descritos en el texto bíblico.



En hebreo, efod es una palabra enigmática; pero por muy enigmática que resulte la palabreja -que por cierto, tiene su raíz en atar o asir-, no lo es más que el objeto que designa, y del cual nunca se ha sabido con certeza que pudiera ser.
Pero, cuando afirmo que no sabían con seguridad que podía ser el efod, no pretendo decir que aquellos absurdos sacerdotes no se inventasen alguna utilidad para el cachivache. Y si bien, puede ser disculpable la ignorancia para identificar ese objeto, lo ya no resulta tan disculpable es que recurran a la invención de su utilidad. Pero créanme, la ineptitud y la torpeza de aquellos antiguos sacerdotes era como para escribir un libro. Y por cierto, en eso estamos.
Así pues, hemos quedado en que, haciendo ostentación de una ignorancia muy digna y justificada, nunca conocieron ni siquiera se sospecharon, su posible utilidad.
¿Y cual fue la consecuencia de esa muy digna y muy justificada ignorancia?
Pues, también hemos quedado en que, al no saber para que pudiera servir todo aquello, procedieron a inventarse una utilidad. Para ello, unieron efod, pectoral, urim y tummim, y se dijeron contentos y alborozados:
Vamos a jugar a las adivinanzas. Metemos los urim y los tummim en un saquito que llamaremos pectoral; lo colgamos del efod; y con todo ello, jugamos a los oráculos y hacemos preguntas a Dios.
Y es que son como niños.

Siempre se ha afirmado que el efod es una pieza más del culto, y que pudiera ser una especie de peto, una pechera o un delantal rígido y consistente, con el que se revestía el sumo sacerdote en el momento de penetrar en el Santuario. Sin embargo, aquella gente sólo continuaba en su línea de fracasos puesto que no acertaron en nada:

El efod no era una pechera, ni un peto, ni un delantal rígido.

Y además,

Para poder entrar en el santuario, no era preciso portar el efod ni el pectoral; ni, por supuesto, la sobretúnica.

Aclaremos esta precisión:
Cuando, por ejemplo, el sacerdote accedía todas las mañanas y todas las tardes al tabernáculo para quemar el incienso y acondicionar el candelabro, no era necesario que estuviese revestido con la sobretúnica, ni precisaba, en absoluto, portar el efod y el pectoral; y tampoco necesitaba de la tiara ni de la diadema. Sin embargo,

Para lo que resultaba completamente imprescindible e inexcusable el efod, la sobretúnica del efod y, por supuesto, el pectoral y  la diadema, era para acercarse al arca y escuchar la voz de Yavé. 

En esos importantísimos momentos de comunicación con Yavé, era cuando el sumo sacerdote, además de la diadema, debía ser portador del efod y del pectoral; y también debía estar revestido con la sobretúnica o manto. Ésta es la razón por la cual a ese manto se le conoce como la sobretúnica del efod.
Todo esto puede parecer complicado, pero en realidad, y como pronto entenderemos con un poco de buena voluntad por ambas partes, no lo es tanto. Sobre todo si recordamos lo que ya he sugerido en  varias ocasiones: No son vestiduras sacerdotales sino equipamiento necesario.
Y siendo cierto que no resultará complicado, no es menos cierto que lo encontraremos extraordinariamente importante.

A diferencia de lo que ocurre con el arca que es citada con bastante frecuencia, el efod sólo es mencionado en el momento de su manufactura. Y esto, también es muy lógico. De la utilidad del arca, si bien no tenían una idea exacta, al menos sabían que era una caja que servía de contenedor del Testimonio; y también sabían que allí, entre los dos querubines de la tapa, Yavé hablaba a los sumos sacerdotes. Sin embargo, del efod, además de no saber para que servía, se encontraban que ni siquiera sabían como era.
Y algún lector podría preguntarse:
¿Cómo es que no sabían como era el efod? ¿Acaso nadie veía al sumo sacerdote cuando se presentaba investido con las ropas sacerdotales?
Pues sí, al sumo sacerdote si que le veían, pero lo que no veían era el efod y el pectoral. Y esto es así, porque una de las cosas que tampoco se ha interpretado correctamente, es el orden en la colocación de esas ropas. En su momento “vestiremos” al sumo sacerdote y se dará la explicación.

Como digo, después de su confección, se alude muy escasamente al efod, y por supuesto, en ningún momento se hace aclaración a cerca de su posible utilidad. Sin embargo, esto no quiere decir que desaparezca de los textos, puesto se menciona en varias ocasiones en el interesantísimo libro primero de Samuel.
Naturalmente, que este cicatero silencio en la mención de aquel artefacto es muy significativo, y nos está hablando muy claro y muy alto de lo que sucedió:

No se había concedido al efod la importancia que sin duda merecía.
 
Acabo de afirmar que nunca se efectuó una aclaración acerca de su posible utilidad, y ésta es una declaración muy cierta. Y ¿saben por que razón no se indica su utilidad?
Por supuesto; acertó usted; ese y no otro es el motivo. No explican para qué puede servir, porque no tenían ni la más ligera idea de su posible empleo o finalidad; allí estaba, pero no sabían ni cómo ni para qué se podía usar.
De todas formas, dentro de su confusión, aquellas gentes si advirtieron  la existencia de una innegable relación entre el arca, el pectoral y el efod.
Y, hasta tal punto es estrecha la relación existente entre arca y efod, que en algún momento, como sucede en el libro I de Samuel, (1 Sam. 14, 3 y 18; 21, 9-10; 23, 6-9), produce la sensación de que se confunden arca y efod, y, a primera vista, da la sensación de que el autor sagrado, como es muy habitual en ellos, se encuentra enfangado en un charco de confusión, y que para él, efod y arca ––que era el verdadero oráculo––, son palabras que denominan al mismo objeto. Pero eso no es así. Y además, sería muy difícil entender o intentar justificar ese error, puesto que en el Éxodo, que todos conocían perfectamente, no existe la menor posibilidad de confundir el arca con el efod, de igual manera que no se puede confundir el candelabro con el propiciatorio. El libro del Éxodo lo interpretaron y entendieron pésimamente, pero sabérselo, se lo sabían de memoria.
Pero es que además, y por otra parte, David, que había estado en varias ocasiones en Silo ––ciudad que custodiaba el tabernáculo––, y que fue el rey que después transportaría el arca desde allí hasta Jerusalén, sabía perfectamente qué y cómo era el arca, y por lo tanto no podía confundirlo con el efod. Así pues, debe existir otra explicación.
Y claro que existe.

Admitamos que resultaría muy lógico que, a través del arca, el rey David pretendiese hablar con Yavé. Pero resultó que ese arcón, desde que fue capturada por los filisteos, había quedado inservible para su misión de hacer llegar hasta los hijos de los hombres la voz de Yavé y, por lo tanto, el rey no recibe contestación alguna.



Acabo de mencionar que el arca estaba inservible para su misión. Pues bien, con la intención de dar cumplimiento a la promesa realizada en el capítulo titulado El Arca del Testimonio, creo que al menos debo intentar explicar esa afirmación, y para ello, estoy obligado a la apertura de un amplio paréntesis.
Todos recordamos que el arca tenía dos cometidos distintos: guardar el Testimonio y hacer llegar la voz de Yavé hasta los hombres. Esta segunda función es la que había quedado inutilizada.
Poco más o menos, sucedió así:
Consta en los capítulos cuatro, cinco, seis y siete del primer libro de Samuel, que el enemigo está acosando a los hebreos. Éstos, viendo muy mal el asunto, y para gozar de la protección divina, deciden traer al campamento el arca que se encontraba en el Tabernáculo de Silo. Y el arca, como era de esperar, además de no aportar ninguna solución en las luchas  decididas entre los hijos de los hombres, para colmo, es apresada por los filisteos.
Según la única versión de que disponemos ––que lógicamente es la hebrea––, meses después de ser aprehendida, y a causa de las muchas desgracias que al parecer ha causado entre los captores, y puesto que nadie desea hacerse cargo de ese conflictivo mueble, el arca es devuelta a los hijos de Israel. También consta en el texto bíblico que, con la pretendida intención de que los irritados hebreos aceptasen una disculpa, la devolución fue acompañada de unos obsequios consistentes en varias piezas de oro. Como una prueba de buen gusto por mi parte, no hago detalle de esos regalos.
Y ahora llegamos a la interpretación de las consecuencias de aquellos sucesos:
Puede ser, aunque yo albergo las más serias y razonables dudas, que ese arcón que han devuelto los filisteos sea el mismo que capturaron. Y afirmo que lo dudo, porque si tenemos en cuenta que aquel precioso cajón es un botín de guerra; que está revestido de oro por dentro y por fuera y que representa al dios de sus enemigos, es muy sensato admitir, e incluso apostar, que posiblemente, aquel arcón, el auténtico arca del Sinaí, fuese desguazado.
Naturalmente, y prescindiendo de otras razonadas soluciones milagrosas, siempre se podrá esgrimir como argumento que no sucedió así, porque además de no ser de oro sino de bronce, los filisteos cuidaron muy bien del arca para obtener por él un buen rescate. Yo no lo creo, pero como uno es tolerante ––afiliado a la exquisita tolerancia diez––, no tengo ningún inconveniente en aceptar que pudiera haber sucedido de esa forma, y que, desde el primer momento, y haciendo una demostración de auténtica previsión, los filisteos, olvidando y enterrando el odio que sin la menor duda sentían por la representación del dios de sus enemigos hebreos, cuidaron con esmero del arca de Israel con la ilusa intención de reintegrarlo después a sus legítimos dueños, a cambio de unas teóricas y ventajosas compensaciones.
Pero incluso admitiendo que ese arca devuelto fuese el original que había sido construido unos doscientos años antes en el taller-tabernáculo en el desierto del Sinaí, resulta que ya no posee las cualidades y propiedades para las que fue fabricado.
¿Y eso?
Pues sencillamente porque, si haciendo notoria ostentación de mi generosa tolerancia, puedo admitir que el arcón fuese conservado en las mejores condiciones posibles con vista a ese hipotético rescate, lo que ya no podría conceder, por resultar absolutamente ilógico, incomprensible e incluso disparatado, es que los filisteos, después de tener el arca en su poder durante siete meses, la reintegrasen a Israel sin haber siquiera levantado su tapa e inspeccionado el contenido de su interior. Y resulta, que mediante esta simple operación de apertura, además de lograr atraer sobre sí un buen número de enfermedades e incomprensibles accidentes, habían descompuesto e inutilizado el oráculo del arca.
Por lo tanto, y sea como fuere, el arca no funciona.
Y no existe mejor momento que éste, para efectuar otra aclaración respecto a esas enfermedades que, según el libro de Samuel, originó el arca entre los filisteos, y que motivó su retorno a Israel. Yo no creo de ninguna manera que el arca pudiera ocasionar epidemias. Ese no es, ni mucho menos, el estilo de Yavé. Y esta opinión mía, se ve reforzada por el contenido I Sam. 6, 9, donde los mismos filisteos exponen sus serias dudas acerca de la autoría de aquellas desgracias. Pero además, todos somos conocedores del poder de la sugestión: si los hebreos se dedicaron a pregonar ante aquellas supersticiosas gentes, la multitud de calamidades que podía ocasionar el arca cuando era retenido contra su voluntad, ya tenemos una posible explicación. Sin embargo, lo más probable es que Israel, mediante pago, trueque o entrega de prisioneros, lograse que el arca le fuese devuelta. No importaba que estuviese desguazada o simplemente abierta. Y posiblemente, con el arca, también recibiría las Tablas del Testimonio. Al fin y al cabo, ¿qué utilidad proporcionaban a los filisteos aquellas dos piedras?
Pero fuese como fuese, abierta o desguazada, el arca ya no funcionaba como oráculo de Yavé. 

Años después de estos episodios, el rey David, pretendiendo obtener la misma utilidad de oráculo que sabía que había tenido el arca, y como si se tratasen de artilugios adivinatorios, recurre a los Urim y Tummim que se encontraban en el pectoral, y que, lógicamente, estaba unido al efod. Y es aquí donde, por supuesto aparentemente, sí que parece que el rey encuentra una respuesta.
El sistema adivinatorio era el siguiente:
Demostrando que el bingo es un juego muy antiguo, introducían los urim y los tummim en una bolsa, y según se extrajeran unos u otros, así interpretaban la respuesta. Esto no debía resultar demasiado difícil, puesto que si lanzas una moneda al aire, y por un verdadero milagro no hay por allí un sacerdote que impida que el dinero llegue al suelo, y si la moneda no cae de canto, o es cara o es cruz. En el caso que nos ocupa en este momento, como es lógico, no es la palabra de Yavé, que tal y como David había oído contar, que se escuchaba entre los querubines del propiciatorio, pero sí que puede ser la escueta respuesta de un oráculo a una pregunta concreta: ¿Bajará o no bajará? ¿Sí o no? ¿Cara o cruz? Cara. Sí.
El rey David, que recordemos era pastor, y por lo tanto es de suponer que no fuese un erudito como lo fue después su hijo Salomón, había sido pésimamente informado por sus consejeros, los poderosos sacerdotes levitas. Y digo que había recibido una óptima desinformación, puesto que el efod, el pectoral y los urim y tummim, tenían otras misiones y fueron diseñados para una utilidad muy distinta a la de simples instrumentos al servicio del arte adivinatorio al estilo de los equívocos oráculos; mágica artimaña, de muy frecuente uso para timo de las crédulas gentes de aquellas épocas.
Quiero recordar a quienes pueda interesar, que en aquellas incultas edades ya existían y estaban muy de moda los oráculos. Por supuesto, nuestros antepasados no se deleitaban en la enorme proliferación de ridículos brujos, ignorantes y farsantes astrólogos interpretes de los más ambiguos horóscopos, “carteristas” del tarot y despistadas pitonisas, que en la actualidad se aprovechan de la ignorancia y de la superstición de la gente de nuestros días. Y afirmo que no existía la asombrosa sobreabundancia de la que disfrutamos en estos tiempos, porque entonces, aquellos profesionales del fraude de la adivinación, no disponían de licencia para el ejercicio libre de la profesión. Eran exclusivamente los sacerdotes levitas, los únicos autorizados para jugar a las adivinanzas, puesto que, en un contundente decretazo, se habían apresurado a suprimir toda posible competencia: No dejarás con vida a la hechicera (Éx. 22, 17). Los taimados levitas eran fieles a su divisa:

Aquí no tima nadie que no sea sacerdote.

Con el permiso, o sin el permiso, del diáfano e inteligible Nostradamus, deberemos reconocer que los sacerdotes levitas al menos sirvieron para algo.

Pero a lo que vamos:
Como hemos podido observar en el Libro Primero de Samuel, pocos siglos después del Éxodo, y suponiendo que alguna vez hubieran sabido para qué servían, ahora ya no se tenía ni la menor idea de la utilidad del arca, del efod, del pectoral y de los urim. Y esta divina ignorancia fue asentándose y arraigando con fuerza en el transcurso de los años, de los siglos y de los milenios.
Y, ya que estamos hablando del final del arca, no puedo cerrar este paréntesis, sin, de una forma muy breve, dar mi opinión sobre un tema que desde siempre ha interesado a millones de personas:

¿Que ocurrió con el arca?
Sólo quiero hacer constar tres realidades y un par de teorías.

Primera. El arca del Sinaí, el auténtico y original, estuvo varios siglos en el Tabernáculo que se instaló en Silo, hasta que fue capturado por los filisteos en Eben-Ezer, y destruido poco después en Ozoto. (I Sam. 5, 1)

Segunda. Aquel otro arcón, después de reconstruido, se dejó depositado en casa de Abinadad en Quiriat-Jearim (I Sam. 7, 1). Transcurrido algún tiempo, fue recogido por David y llevado a Jerusalén, donde su hijo Salomón le custodió en el Templo, pero, al no ser el arca de Yavé, servía para poco, para muy, muy poco. (II Sam. 6, 1-19 y I Rey. 8, 6-9).


Tercera. Si bien es muy cierto que ese arcón ya no tenía ninguna utilidad para escuchar a Yavé, no es menos cierto que tenía un valor incalculable y un enorme simbolismo para los hebreos. Por esa razón, cuando se estaban acercando las tropas enemigas que destruirían el templo de Salomón y llevarían esclavizado al pueblo hebreo a Babilonia, el profeta Jeremías, por propia iniciativa, o quizás obedeciendo a un soplo de Yavé, escondió el arca, según cuentan, en una cueva del Monte Nebo. (II Mac. 2, 1-8).

Y podemos tener la absoluta certeza, de que una maniobra de ocultación no resultaba totalmente descabellada. Quien dude de esta afirmación sólo tiene que leer las Escrituras para comprobar, con que gran frecuencia, el tesoro del Templo fue empleado para garantizar armisticios, sufragar ejércitos, pagar rescates, etcétera, etcétera. Con muy buen criterio, Jeremías, al parecer lo escondió en la cordillera montañosa de la margen oriental del mar Muerto. Y miren ustedes lo que son las cosas, el profeta, según cuentan los más viejos del lugar, lo sepultó, precisamente, frente a las famosas cuevas de Qumram. Y en ese lugar, posiblemente se encuentre todavía. Inservible, pero allí está.
¿Inservible?
Bueno, si en su interior aún contiene las dos maravillosas piedras del Testimonio del Sinaí, desde luego, yo no diría que está inservible. Ni mucho menos.
Estas son las tres posibilidades obtenidas por interpretación de los textos bíblicos: Permanencia en Silo y custodia en Quiriat-Jearim; traslado al Templo de Salomón; ocultación en una cueva del monte Nebo.

Sin embargo, y como no podía ser de otra forma, yo también tengo un par de teorías, que me inclinan por una posibilidad muy posible:

Primera teoría: Nadie, en este codicioso mundo, esconde un tesoro e informa del lugar aproximado en el que se encuentra. Si resultase que hay algo de cierto en el relato de Jeremías y el pozo del Monte Nebo, sólo sería debido a un lógico intento por parte del profeta, de confundir y despistar a los posibles buscadores de tesoros, y por lo tanto, ese es uno de los pocos sitios en los que se debería desestimar la búsqueda. En mi opinión, el reconstruido arcón  conteniendo las tablas del testimonio, no abandonó jamás el Templo de Salomón. Y no salió de allí, porque Arca y Templo (Tabernáculo), están indisolublemente unidos (2 Crónicas  7,15).  Allí, en sus bóvedas subterráneas, en algún lugar sólo accesible para quien supiese con toda certeza que era lo que estaba buscando, permaneció el Arca más de dos mil años. Ni babilonios ni griegos ni romanos dieron con ese inestimable tesoro. Un tesoro que, en principio, es propiedad de los hebreos que fueron sus receptores y depositarios, pero que en definitiva, es herencia de los hijos de los hombres.
Y aquí, relacionado con el Arca y el Testimonio, me hubiera gustado referirme a unos sucesos ocurridos en los primeros años del siglo XII (1111-1122); pero a estas alturas de la historia de esa reliquia, tal vez ya no sea necesario, pues, como consta en el libro de Jeremías, en su versículo 16 del capítulo 3: ...no se acordarán de ella, se les irá de la memoria, la olvidarán y no harán otra.

Segunda teoría: Esta especulación, porque sólo es una especulación, está muy relacionada con la Tablas del Testimonio, que son, en realidad, lo único verdaderamente importante de este tema del arca.
La última vez que se abrió el arca y fueron vistas las dos Tablas de Yavé, fue en la inauguración y consagración del primer templo de Jerusalén. Desde aquel momento, nadie, nunca las volvió a ver.

Y, ¿saben ustedes quien fue el último que las vio?
Pues fue el rey Salomón.
Y saben ustedes quien es el principal sospechoso cuando desaparece un objeto valioso?
Pues el más sospechoso es el último que ha tenido contacto con él.
Y por otra parte, ¿alguien ha oído hablar de las Tablas del rey Salomón? Unas tablas que son un compendio de la más profunda sabiduría. Pues ahí lo tienen:

Entra el hijo de David en escena, desaparecen las Tablas del Testimonio, aparecen las Tablas de Salomón y hace acto de presencia la sabiduría.

Y sólo quiero dejar una invitación:

El gran rey sabio nos dejó el mapa del protector refugio de aquellas asombrosas piedras. Busquemos en su anillo-sello.

Pero es, ya es otra historia.

Y ahora sí; aquí se cierra este largo paréntesis, en el que hemos reflexionado sobre el oculto destino del Arca de Yavé y de las Tablas del Testimonio.



Veamos por fin que es el efod:
El efod es un arnés. Y un arnés es un cincho. Y ambos, cincho y arnés son, poco más o menos, un conjunto de piezas metálicas o semimetálicas, que se adaptan a un cuerpo mediante correas y hebillas, y cuya utilidad suele ser la de sujetar algo. ¿Recuerdan el ejemplo de la correa del reloj?, pues, tal cual. En concreto en este caso, el efod no posee ni una sola correa, y es algo muy semejante a un chaleco o a una cota de malla semimetálica. Y afirmo que es una cota de malla semimetálica, puesto que estaba confeccionado con hilos de oro y de lino, y como todo el mundo sabe —y "ellos" los primeros—, el oro es un metal.
Las dos partes de este arnés, o sea, la delantera y la trasera, o lo que es lo mismo, el pecho y la espalda, estaban unidas por unas hombreras que, por supuesto, eran del mismo tejido. Este arnés se sujeta, se ajusta y se comprime contra el cuerpo del sumo sacerdote, por medio de un cinturón o ceñidor confeccionado con los mismos materiales.
En cada una de las dos hombreras de este efod ––para recuerdo y memoria––, se acopla, mediante un engaste en oro, una piedra de ónice; y en cada una de esas dos piedras, se graban seis de los nombres de los hijos de Israel. Así pues, son dos hombreras, son dos piedras de ónice, y por consiguiente, son doce nombres. Quedemosnos con este número: DOCE.
Los nombres están cincelados por orden de edad, y quedarían así:
En la primera piedra: (1) Rubén; (2) Simeón; (3) Leví; (4) Judá; (5) Isacar; y (6) Zabulón.
En la segunda piedra: (7) Dan; (8) Neftalí; (9) Gad; (10) Aser; (11) José; (12) Benjamín.
En realidad, y según consta en Gén. 29 y 30, si desestimamos que sean hijos de esposas o hijos de sirvas, el estricto orden de nacimiento será: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Dan, Neftalí, Gad, Aser, Isacar, Zabulón, José y Benjamín. A este respecto, se debe tener muy en cuenta que en diferentes relaciones de los nombres de los hijos de Jacob, se dan distintos ordenes de colocación. Ver: Gén. 29, 32-35; Gén. 30, 1-24; Gén. 35, 22-26; Éx. 1, 2-4; Lev. 1, 5-15; Lev. 1, 20-42.
Pero sea de la forma que fuere, para nosotros lo que en verdad tiene importancia, es el hecho de que en cada una de esas dos piedras de ónice, estaban grabados, por el orden de su generación, seis de los nombres de los hijos del patriarca Jacob-Israel. Y que el total de nombres es de DOCE.

Estas piedras tienen la misión de recordar los nombres de los hijos de Jacob, así como su posición por nacimiento de mayor a menor, o lo que es lo mismo, su número de orden.

Quedémonos de momento con las cuatro conclusiones siguientes:
A) Que el efod es un arnés; una cota de malla semimetálica elaborada con oro, lana y lino.
B) Que mediante un cinturón del mismo entretejido, se ajusta y se comprime al pecho del sumo sacerdote.
C) Que como unas anotaciones para memoria y recuerdo, o sea, como “chuletas”, y con el objeto de ser consultadas, sobre las hombreras de este arnés se han colocado dos piedras de ónice que contienen los nombres de las DOCE tribus en orden de nacimiento.
D) Que esos DOCE nombres nos proporcionan DOCE números.

Bueno, pues ya está; después de algunos siglos, ya sabemos que es el efod. Y también sabemos que esa cota de malla daba pocas respuestas, aunque la pregunta procediera del mismísimo rey David. Y si ya sabemos que es el efod, en breve sabremos con toda precisión para qué sirve.
Pero antes debemos conocer el componente verdaderamente fundamental de todo el asombroso proyecto tabernáculo; un maravilloso y enigmático artilugio, del cual el efod es complemento; un utensilio que ha llegado hasta nosotros bajo la denominación de El PECTORAL.


Pues, si al empezar a desentrañar la función del efod, se dijo que nunca se supo su utilidad, ahora, lo primero que debemos hacer, es aclarar y puntualizar que este utensilio fue denominado como pectoral, por la única y sencilla razón de que va sobre el pecho y colgado del cuello. Pero claro, deberíamos tener en cuenta, que todo lo que se coloca sobre el pecho ––collares, condecoraciones, medallas e incluso escapularios––, no tiene porque ser un pectoral.
Dentro del ajuar funerario de Tut Ank Amón encontramos varios pectorales: el del escarabajo, el de la diosa Nut, el de los cartuchos, etcétera;  de igual manera, en otras culturas también hallaremos objetos muy semejantes. Esos sí que son pectorales, pero lo que Yavé diseñó en el Sinaí no era un pectoral propiamente dicho. "Aparentemente", aquel objeto sólo constituía un adorno que presentaba a la vista un llamativo conjunto de piedras de colores, colocadas en cuatro filas de tres piedras cada una, y que sujeto al efod, estaba situado a la altura del corazón del sumo sacerdote. Y, como casi todo el mundo sabe, cuatro filas de piedras con tres piedras en cada una suman DOCE piedras.
Ya tenemos DOCE nombres que nos proporcionan DOCE números; y tambien tenemos DOCE piedras.
He remarcado estas características del pectoral con el propósito de que no pasen desapercibidas dentro de este misterioso capítulo del EQUIPAMIENTO NECESARIO, un equipo interesantísimo, que aquellos druidas levitas entendieron e interpretaron como Vestimentas Sagradas.

Ahora, con mucha atención, reparemos en el siguiente detalle:
Teniendo en cuenta que, como acabo de afirmar, el pectoral se ajustaba sobre el pecho a la altura del corazón del sumo sacerdote, y reconociendo que todos los sumos sacerdotes no están obligados a tener la misma altura ni idéntica corpulencia, el pectoral debía, inexcusablemente, ser regulable en sus amarres. Y efectivamente así es: los cordones o cadenillas de oro, a través de unas anillas, facilitaban el ajuste necesario a la altura adecuada. Así consta en Éx. 28, 28.

Hechas estas precisiones, y teniendo en cuenta la lógica del comportamiento de Yavé, alguien puede preguntar:
¿Qué es entonces el pectoral? ¿Para qué sirve?
Como ya mencioné en otra ocasión, ésta es la agradecida reacción que, con frecuencia, manejan los políticos profesionales:
Me alegro mucho que me haga usted esa pregunta.
Vamos a por la respuesta.



El pectoral constaba de dos partes: el contenedor y el contenido. Por supuesto, lo más interesante, en realidad lo único interesante, es el contenido. Sin embargo, en primer lugar trataremos sobre el contenedor.

Éx. 28 15-16 dice: (15) Harás un pectoral del juicio artísticamente trabajado, del mismo tejido del efod, hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. (16) Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho,... 

Así era el contenedor del pectoral: cuadrado y doble. O sea, que constaba de dos mitades iguales. Y posiblemente, fuese una bolsita.
No obstante, ¿qué más da? ¿Qué diferencia existe entre una o malla cosida y rematada como una bolsa —base y dos laterales—, o si está simplemente doblado en dos partes iguales? Lo importante y lo práctico es:
Que el contenedor del pectoral sea una malla o red, entretejida de hilo de lino y cordón de oro; del mismo tejido que el efod.
Que esa malla sea capaz de contener y resguardar, un utensilio donde estén engastadas una serie de piedras de colores.
Que esa malla sea poco tupida, de forma que permita una transparencia que facilite poder distinguir ese utensilio portador de las piedras de colores.
Que esa malla esté sujeta a la altura del corazón.

Ahora, para subir nota, intentemos responder a estas tres preguntas:
Uno. Si resulta que no era una bolsita, ¿cómo quedaba contenido y resguardado ese utensilio que contenía esas piedras engastadas en oro?
Pues, sencillamente, porque el contenedor del pectoral está firmemente sujeto y comprimido contra el pecho. De esta manera, la seguridad y protección del contenido está a garantizada. Por eso he afirmado que no resulta indispensable que sea una bolsita.
Dos. ¿Qué es ese utensilio, "el contenido", en el que estaban engastadas las piedras?
Pues, plagiando nuevamente a los políticos profesionales, contestaré, que también me alegro mucho que me haga esta pregunta, pero que, si usted me lo permite, la contestaré más adelante.
Tres. ¿Qué son los urim y tummim?
Pues, aunque se tratará con más extensión en el momento adecuado, ahora, con el propósito de no perdernos más,  y también con la intención de recuperar aquellos lectores que ya se han perdido, en este momento sólo haremos una breve incursión en el mundo de los urim y tummim.

Primer acercamiento a los urim tummim:

Sucede, que el texto bíblico, de los urim y tummim no explica lo que eran; ni para que servían; ni que forma presentaban; ni que tamaño tenían y ni siquiera dice cuántos eran. Y precisamente, por no insistir diciendo 'cuántos eran, sabremos 'cuántos eran'. De todas formas, por estas enigmáticas ausencias empezamos a entrever, y así se puede afirmar sin mentir demasiado, que todo este asunto del pectoral, en principio, muy sencillo, muy sencillo, no es. Pero de todas formas, y como he dicho, de momento intentaremos subir nota y efectuaremos una descripción sumaria de su funcionalidad, con el propósito de, al menos, buscarles una colocación dentro de ese contenedor del pectoral.
Y quiero recordar, que todo este asunto no es sencillo porque, como ya he dicho, Moisés no fue muy exhaustivo en sus explicaciones, y el cronista de este capítulo, cuando se refiere exactamente al efod y al pectoral, está tratando de describir algo que nunca ha visto y sobre lo que ha recibido una información muy limitada y más que confusa.
Y, ¿por qué Moisés no fue muy exhaustivo en sus explicaciones?
Pues, porque así lo decidió Yavé. Unas páginas más adelante, en el apartado LAS COMBINACIONES, se facilitará una explicación.

Esos utensilios, los enigmáticos urim y tummim, tal y como afirma el versículo treinta, quedaban dentro del cuadrado y doble contenedor del pectoral, que se sujetaba y comprimía contra el pecho (corazón) del sumo sacerdote mediante el efod y el cinturón. Así es como consta en las Escrituras cuando dice en Éx. 28, 30: Pondrás también en el pectoral del juicio los urim y tummim, para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.

Y ahora, si releemos con atención este versículo treinta, no sólo subiremos nota, sino que iremos a por matrícula.
Pondrás también. Ese adverbio, también, puede tener el mismo significado que además, que así mismo o que igualmente. Y esto nos informa que en ese contenedor del pectoral había algo más.
Pero, por otra parte, debemos aclarar algo:
¿Qué es lo que debe estar sobre el corazón de Arón? ¿El pectoral o los urim y tummim?
Hagan el favor de leer una vez más los versos anteriores.
Sin la menor duda, el contenedor del pectoral debe estar sobre el pecho, pero son los urim y tummim los que tienen que estar sobre el corazón. Para que estén sobre el corazón. Estén, así, en plural. Y también hemos advertido que en ese versículo, son dos las veces en que se ordena que esos artilugios estén sobre el corazón. Recordemos esto que como he dicho tiene su recompensa.
Y de momento, aquí dejamos a los enigmáticos urim y tummim. Pero tienen mi promesa que los volveremos a encontrar más adelante.

Indulgente lector:
Como ya he dicho en otras dos ocasiones, yo sé que todo esto, debido principalmente a la reiteración, es bastante aburrido; pero créame, la culpa no es mía. De esta misma manera ha sido y ha permanecido desde hace más de treinta siglos, y tal vez, sea éste el motivo por el cual estos temas todavía permanecen desconocidos. Por otra parte, los trabajos de investigación y deducción, aunque en las películas de intriga pueda parecer lo contrario, suelen ser bastante tediosos. Sin duda resultan apasionantes, pero al mismo tiempo muy necesitados de una irritante meticulosidad, y con frecuencia, producen la sensación de ser una burla para el investigador. Supongan ustedes, que una persona cualquiera, intentando saber, pretendiendo alcanzar la comprensión de algunos de los infinitos misterios que nos rodean, ha decidido leer la Biblia. La abre al azar y se encuentra con este capítulo veintiocho del Éxodo. El más paciente, el más moderado, el más comprensivo de los hombres, sólo puede exclamar: ¡están locos!; estoy buscando algún indicio de explicación para todos estos "misterios" y me meten en una boutique. Y menos mal que no ha pasado al siguiente capítulo; allí se encontraría inmerso en un matadero de reses, con su sala de despiece de carnes y finalizaría en un selectivo y elitista restaurante parrilla.
Ante esa justificada indignación, sólo puedo argumentar: ¿Por qué no tenemos un poco de paciencia? Las respuestas, además de estar escritas en el viento ––como decía Dylan––, pueden encontrase en la luz, en los colores, en los números, en los tonos de los sonidos y en otros muchos sitios; y, ¿por qué no en una boutique?
He considerado apropiado hacer aquí esta amarga, aunque esperanzadora reflexión, solamente para advertir que las siguientes páginas, en las que vamos a tratar sobre las piedras del pectoral, son todavía más tediosas.
¡Ánimo!



Este asunto de las piedras del pectoral es sumamente complejo y, por supuesto, en principio, tampoco resulta nada fácil de interpretar.
Obsérvese que he dicho, en principio, pues como después se verá, y tal y como era de suponer en una iniciativa de Yavé, el asunto, en su significado más amplio, es bastante evidente y muy lógico. Sin embargo, lo que sucede es que lo han liado tanto y durante tanto tiempo, que en el primer momento hasta da miedo mirar la enredada madeja. Naturalmente, para aquellos que creen que Yavé ordenó que el pueblo hebreo regalase al Sumo Sacerdote una joya de oro y piedras preciosas, para que éste se la colgase del cuello los días de fiesta, para esas personas, no existe liada madeja.
Y quiero advertirles ya, desde estos primeros momentos, que allí, en el pectoral, no había ninguna joya. Al menos, ninguna joya según nuestra clásica apreciación de joya. Lo que sí había era una auténtica y asombosa 'maravilla'. Una maravilla que contenía doce colores; una maravilla que nos dejaron aquellos viajeros y que, convenientemente distorsionada por la ignorancia, ha llegado hasta nosotros como Tummim y Urim.

Por ceñirme a una sola enumeración de piedras, y puesto que existen algunas diferencias entre las distintas traducciones de las escrituras, he decidido utilizar la relación de la Torah que es la siguiente:
Éxodo (Shemot) 28, 17-21: (17) ... y lo engastarás con un engaste de pedrería, o sea, cuatro órdenes de piedras. Una hilera será: rubí, (sardónica, cornalina) topacio y esmeralda; esta será la hilera primera. (18) Y la hilera segunda: carbunclo (rubí, rubí,), zafiro y diamante. (19) Y la hilera tercera: ópalo, ágata y amatista. (20) Y la hilera cuarta: crisólito, ónice y jaspe. Engastadas en oro estarán en sus engastes. (21) Y las piedras estarán arregladas conforme a los nombres de los hijos de Israel: doce, según los nombres de ellos; con grabados como de sello, cada una con su nombre, corresponderán a las doce tribus.
Entre paréntesis he incluido las piedras descritas en otros textos bíblicos, puesto que los distintos traductores muestran sus discrepancias en las piedras citadas en el número uno: Rubí, Sardónica, Cornalina, y en las mencionadas en el número cuatro: Carbunclo, Rubí, Rubí. No obstante, se llamen como se llamen, se aprecia inmediatamente, que todas las piedras de esos dos engastes (uno y cuatro) tienen en común el color rojo, más o menos intenso.
Como se puede advertir, en cada una de las cuatro hileras o filas encontramos tres piedras, o sea, tres, tres, tres y tres. O sea, DOCE.
Y aquí comienzan las incógnitas, porque, la sumamente ambigua redacción del texto bíblico, nos permite al menos dieciséis interpretaciones, dependiendo de que su descripción se inicie por arriba o por abajo; por su dirección (derecha-izquierda o izquierda-derecha); por su horizontalidad o verticalidad.
Todas ellas son unas variantes muy dignas de ser tenidas en cuenta, puesto que, en aquellos tiempos y en aquellas culturas, nos encontramos con signos trazados, indistintamente, de arriba abajo, de abajo arriba, de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.
Pero esto no es todo, porque estas variantes se ven incrementadas si consideramos la posibilidad de una distinta secuencia o sucesión de las hileras con la modalidad de bustrofedon o surco de arado. Por lo tanto, así de primeras, nos encontramos con dieciséis posibles interpretaciones para el orden de la disposición de las piedras del pectoral.
Y, ¿ entonces?
Todo a su debido tiempo. De momento sólo he pretendido destacar, que por la descripción de hilera, no llegamos a ninguna parte. Posiblemente, la respuesta esté en otro sitio.

Y ahora un precioso interrogante:
¿Para qué sirven esas piedras preciosas?
Como era de esperar, y como ha sucedido en el transcurso de los siglos, “ellos” contestan:
¿Qué pregunta es esa? ¿Acaso no lo dice bien claro el texto bíblico? ¿Para qué va a servir la pedrería de una joya? Pues, simplemente, para proporcionar belleza a ese pectoral que el sumo sacerdote lucirá sobre su pecho en las grandes ceremonias. Según "ellos", ese objeto está fabricado con la evidente intención de que esas piedras sirven para adorno. En realidad, según su hortera apreciación, todo el conjunto de vestiduras, tal y como consta en el versículo dos de ese capítulo veintiocho, son para eso: Harás a Arón, tu hermano, vestiduras sagradas, para gloria y ornamento.
Pues ya lo ven ustedes; aquí tenemos la respuesta sacerdotal:

Todo el conjunto estaba destinado a que el sumo sacerdote apareciese guapo y elegante. Y es muy lógico, porque nadie ha dudado jamás, y todos podríamos jurarlo, que la intención de Yavé al descender del cielo hasta los hombres, no era otra que tener la posibilidad de diseñar arcones, mesas, lámparas, cocinas, ropas, complementos y joyas para los levitas. Y por otra parte, todo el mundo sabe de sobra, Petronio y Brummell los primeros, que no existe nada más elegante que un cincho o un arnés; tu te pones un arnés bien sujeto al pecho y fijo que vas de rompedor.
Pues vale.
No obstante, por si diera la pequeña casualidad de que esa sacerdotal respuesta no fuese la más correcta, yo he buscado otra explicación. Y para ello, lo primero será intentar establecer,



Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabará en cada una el nombre de una de las doce tribus. (Éx. 28, 21)

Pues resulta que, si con las hileras tuvimos unas incógnitas; si con la utilidad de las piedras se nos presentaron unos interrogantes; ahora, con la correspondencia entre piedra y tribu ya tenemos el lío.
Aquí nos encontramos, sino con el mayor enredo, sí con una más de las complicadas y obscuras interpretaciones que acompañan al pectoral, y por supuesto, con la cuestión que ha propiciado la más imponente de las confusiones, cuando dice: …se grabará en cada una (se está refiriendo a las piedras) el nombre de una de las doce tribus.

En Éx. 28, 9-10 consta: (9) Toma dos piedras de ónice y graba en ellas los nombres de los hijos de Israel, (10) seis de ellos en una y seis en la otra, por el orden de su generación. Está bastante claro, los nombres se grabaran de mayor a menor, o sea, se comenzará por Rubén y finalizará en Benjamín; o lo que es lo mismo, pero mucho más significativo, a Rubén se le adjudicará el número 1 y a Benjamín el 12.
Pero claro, resulta, que en estos versículos estamos hablando de las dos piedras de ónice colocada en las hombreras del efod, y esas piedras, evidentemente, no son las doce del pectoral. Y nos encontramos que, refiriéndose al pectoral, en Éx. 28, 21, solamente se dice: Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabará en cada una el nombre de una de las doce tribus. Como se puede apreciar, al contrario de lo que se dispone para las dos piedras de ónice, aquí no se menciona ningún orden de numeración en los doce nombres. Como diría un aficionado al basquet: El 'listo' del entrenador se ha limitado a dar el nombre de todos los integrantes de la plantilla, pero no ha facilitado la alineación.

En el pectoral nos encontramos con DOCE piedras preciosas o semipreciosas,  DOCE colores y DOCE nombres de tribus. Y al mismo tiempo, en las dos piedras de ónice que se colocan en las hombreras del efod, reencontramos los DOCE nombres de las tribus, que por estar colocados por orden de nacimiento nos facilitan DOCE números. Seis nombre y seis números en cada una de las dos piedras.
La tentación es evidente: Adjudicar a la primera piedra del pectoral el primer nombre de los hijos de Israel, y así sucesivamente, hasta la piedra doce y el último nombre.

Pero no; no se dejen seducir.
Y no deben hacerlo, porque si esa hubiese sido la intención de Yavé, Moisés lo habría dejado convenientemente anotado. Y, por supuesto, porque existen otras razones que desaconsejan esa ordenación de piedras y nombres.
Doce en número según el número de los hijos de Israel. La insuperable dificultad surge cuando intentas encontrar una concordancia entre las doce piedras y las doce tribus de Israel; cuando, como un iluso despistado, tienes la pretensión de hallar alguna correspondencia entre unas y otras con el propósito de adjudicar a cada una de las gemas el nombre de una de las tribus hebreas.
He dicho bien: insuperable dificultad.

Como un iluso despistado, como un ingenuo más, en primero lugar intenté encontrar alguna relación entre los nombres de las piedras y los nombres de los hijos de Israel. Y claro, no encontré ninguna. Pero además, ninguna, ninguna. En segundo lugar me puse a buscar alguna correlación entre el color básico de las piedras y algo que se identificara o coincidiese de alguna manera con los significados, con las bendiciones, con los territorios, etcétera, de cada una de las doce tribus. En esta otra tentativa tampoco pude hallar esa pretendida reciprocidad. Y debo admitir que resultó bastante desalentador porque dediqué mucho tiempo y no escatimé esfuerzos ni consultas en libros de gemología e incluso de joyería arcaica.
Después, en realidad mucho después, advertí que cualquier iniciativa estaba condenada a resultar fallida.

Y eso por tres razones.
La primera, porque si exceptuamos el innegable parecido gráfico y fonético que en castellano encontramos entre Rubén y Rubí y que, como comprenderá el lector, no es más que una absoluta, disparatada y “milagrosa” coincidencia ––a menos, que con intención maliciosa, y buscando la confusión, 'alguien' sustituyera el carbunclo o el granate por el rubí––, no existe ni la menor posibilidad de relacionar los nombres hebreos de las piedras con los nombres de los hijos de Israel. Y créanme, no es que yo no haya podido encontrar esa relación, es que no existe. Y además, y para mayor guasa, nos encontramos con la realidad de que no hace ni la menor falta que exista coincidencia alguna. Ya lo verán.
La segunda razón concluye en el mismo desalentador y al mismo tiempo esperanzador resultado:
Aprendí, que cada una de las piedras preciosas existentes en el mundo, presenta tan gran variedad de colores y tonalidades, que resulta prácticamente imposible asegurar, salvo muy señaladas excepciones, que una gema se corresponda e identifique con un color determinado. Fue entonces cuando me enteré, que además de los típicos azules, hay zafiros rosas, zafiros violetas, zafiros amarillos, verdes e incluso incoloros. Los mismos diamantes, las gemas por excelencia, además de los incoloros, muestran una enorme variedad ––amarillos, incoloros, azules, verdes, rosados––, y los más famosos del mundo, desde la Estrella del Sur, el Hope o el Gran Mogol, son una auténtica exhibición de las más diferentes tonalidades cromáticas. Y muy parecido, y a veces más llamativo, es lo que sucede con el resto de las piedras. Por eso, insisto, es casi absurdo pretender identificar o relacionar una gema con un color.

NOTA: Antes de seguir adelante con esta joya de tema, debo hacer contar que, como todo el mundo sabe, gema no es sinónimo de piedra preciosa. Gema es todo mineral o material fósil que, una vez pulido, se puede usar en joyería. En realidad, las piedras preciosas, mejor dicho, las gemas preciosas, según muchos expertos, sólo son cinco: diamante, rubí, esmeralda, zafiro y aguamarina.
Fin de la nota.

La tercera razón que justifica la imposibilidad del intento, se deriva de otra realidad incuestionable: los nombres de las piedras, su identificación y clasificación, ha variado enormemente en el transcurso de los siglos, resultando, por ejemplo, que el crisolito, piedra número diez del pectoral, era conocida en la antigüedad como topacio, piedra número dos, y que en algunos lugares, denominan granate al rubí, topacio azul al aguamarina y lapislázuli al ópalo.
Así pues, mi fracaso en hallar una concordancia entre piedras preciosas y los hijos de Israel tenía una triple justificación.
Después advertí otra cuestión que llamó mucho mi atención. Me refiero a la ausencia en el pectoral de una gema tan característica y conocida en esa zona como es la turquesa. La turquesa es una piedra azul o verde azulada, muy apreciada en la antigüedad. Y resulta que se extrae en Egipto, y muy concretamente, en la península del Sinaí. Lo llamativo del asunto, es que deben colocarse doce piedras, y la más conocida por todos, la más abundante en esa zona, esa, aparentemente, se desestima.
Otra omisión de gemas muy frecuentes y conocidas en aquellos parajes se advierte con el lapislázuli, que también aparece en la máscara de Tut Ank Amón; con el berilo puro que es incoloro; con el berilo rosa y con el berilo azul o aguamarina o la malaquita, que bien pulida y con un color verde intenso se utiliza como gema. Y resulta, que cada una de estas piedras es bastante corriente en aquella zona.
Todo esto me hizo pensar que resultaba bastante extraño, que entre las piedras del pectoral no encontrásemos algunas de las gemas más conocidas y apreciadas por aquellos hebreos-egipcios. En realidad, casi ocurre lo contrario, las piedras más conocidas no están incluidas en la relación.
Este cúmulo de pruebas evidentes, y los no menos evidentes fracasos en mi intención de prosperar en la investigación, fueron los que me proporcionaron el camino de la solución. Y como siempre sucede en estos maravillosos textos del Éxodo, la explicación estaba allí. No había que buscarla en otro lugar, se encontraba allí mismo. Y sólo era yo, quien, confundido, andaba buscando por un lado y por otro. Claro que estoy seguro de no haber sido el primer individuo, que en estos últimos tres mil años ha intentado encontrar una relación entre los nombres de las doce tribus y las doce piedras del pectoral.
Lo cierto, la auténtica realidad, es que no se debe buscar conexión alguna entre el color o el nombre de las piedras preciosas y los nombres de las doce tribus. Y no se debe buscar porque no existe. Y no existe, porque todo es mucho más fácil:

La única relación existente entre las piedras y los hijos de Israel es, que tanto las primeras como los segundos, son doce.
Eso es todo. Así de simple, así de elemental y así de sencillo.
Yo había insistido durante muchos meses, pensando, estudiando, consultando libros de piedras preciosas, que si bien es cierto que no he llegado a ser un experto en gemología, sí que conseguí alcanzar el grado de enterao en piedras y pedruscos. Pero, al final, resultó que todo había sido absolutamente innecesario, y que yo solito me había complicado la vida con mis interpretaciones. Con una frecuencia casi diaria, yo tenía bien presente, queYavé no engaña;  queYavé, en contra de los que aseguran los sacerdotes, no es inaccesible; Yavé hace las casas muy comprensibles y fáciles para la razón; y por supuesto, que los caminos de Yavé no son inescrutables. Pero nada, yo me había obcecado en encontrar una relación entre piedras y nombre de los hijos de Jacob y no me apeaba del burro.
Claro que, siendo muy cierto que Yavé no engaña, también es muy cierto que los sacerdotes se ocuparon de liar el asunto.
Leyendo y releyendo, percibí la solución:
Éx. 20, 9: Seis días trabajarás... pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra...
Núm. 14, 34: Tantos como fueron los días de la exploración de la tierra, cuarenta, tantos serán los años que llevaréis sobre vosotros vuestras rebeldías: cuarenta años, año por día;
Y por último, una cita muy significativa que nos aporta Éx. 24, 4 cuando Moisés coloca doce pedruscos: ... y alzó al pie de la montaña un altar y doce piedras, por las doce tribus de Israel.
Fue entonces cuando lo comprendí. Aquella era, simplemente, una manera de hablar; una costumbre; una forma de relacionar dos números o dos sucesos; una especie de regla nemotécnica. Seis días trabajarás... pues en seis días hizo Yavé los cielos y la tierra. Cuarenta días…, cuarenta años. ...doce en número, según el número de los hijos de Israel…

Después de establecer que la única afinidad entre piedras y nombres es que ambos eran doce, realicé una concisa síntesis y me encontré con:
Doce piedras, doce colores, doce nombre y doce números.


Sabiendo ya, que no existía ninguna relación o conexión de dependencia entre las piedras y los nombre de los hijos de Israel, pase a la siguiente fase:
Localizar piedras de diferentes coloraciones.
Y como un niño, me puse a buscar piedrecitas de colores. Porque si queremos complicarnos la vida, buscaremos piedras preciosas y semipreciosas de todos los colores, pero si somos prácticos y lógicos, utilizaremos cualquier tipo de piedra. Bueno, en realidad no todo tipo de piedra, sino que buscaremos un mineral, que además de ser sumamente abundante en la naturaleza, tiene unas  cualidades muy, muy especiales.
Y, ¿por qué desestimar las piedras preciosas y semipreciosas?
Pues, porque en ninguna parte dentro de la descripción del pectoral, se especifica que deben ser piedras preciosas. El versículo diecisiete dice únicamente: lo engastarás con engastes de pedrería, o sea, cuatro órdenes de piedras...
¿Dónde consta que deben ser piedras preciosas?
En ningún sitio.
Pero es que, además, y para remate, ¿en qué obra especializada figura el jaspe, ónice o la amatista como piedras preciosas? En ningún tratado de gemología.
Y estas premisas nos conducen directamente al Teorema de los Guijarros Preciosos:
Si por una parte no se dice que deban ser piedras preciosas; si por otra parte, se hace constar que en ese pectoral hay piedras que no son preciosas; y si por último, resulta que no se necesita para nada que sean piedras preciosas, ¿de dónde hemos sacado que debemos identificar piedras preciosas?

Claro que, contra este Teorema de los Guijarros siempre cabe afirmar que,  junto con rubíes, zafiros, diamantes y esmeraldas, se habían engarzado unos cuantos cascajos. ¿Por qué no? Sólo sería otro misterioso misterio.
Y ese Teorema nos lleva de la mano al Corolario del Sacerdote Presumido:
Aquellos cronistas levitas, que muchos años después del Sinaí se decidieron a describir el pectoral, eran personas normales y corrientes como las de hoy, y se expresaban de una manera muy semejante a la nuestra. En un momento determinado, se encuentran con un utensilio con doce piedras de diferentes colores, y optan por describirlas de esta manera: Rojo, rubí; amarillo, topacio; verde, esmeralda; azul, zafiro, y así, hasta los doce colores o combinación de matices cromáticos. Nuevamente habían utilizado una regla nemotécnica. Después, transcurrido el tiempo, "alguienes" decidieron suprimir los colores y dejar únicamente los nombres de las piedras. Observaron que había doce “piedras de colores” y se dijeron en voz bien alta para que todo el mundo pudiera oírles: sin la menor duda son rubíes, topacios, esmeraldas, diamantes, zafiros y ópalos. Y dicho y hecho; desde ese mismo instante, valiéndose de los milagrosos milagros, la bisutería quedó transformada en alta joyería.

Por otra parte, si razonamos un poco, tendremos que admitir que en una comunidad tan elemental como era aquella del Sinaí, posiblemente, ni siquiera los sacerdotes, que según ellos afirman son los más listos, sabrían identificar los nombres de unas piedras preciosas o semipreciosas. Sin embargo, los colores, los colores del agua, del fuego, etcétera, serían conocidos por todos los hebreos. Aquellos que no fuesen ciegos o daltónicos, aquellos hebreos que no padeciesen de un impedimento físico, conocerían y diferenciarían los colores.
Desde ese momento:
Me olvidé de las 'piedras preciosas', y sólo me centré en los colores; en los nombres de los hijos de Israel; y en la correlación de esos nombres con los números que nos proporciona su orden de generación.

Y hecha esa reducción, se presentaron dos alternativas.



Primera. Que el pectoral era un utensilio que contenía doce piedras, posiblemente cuarzos, de diferentes colores.
Segunda. Que el pectoral era un utensilio que mostraba doce teclas, botones o pulsadores de diferentes colores.

La primera alternativa tiene su justificación en el hecho de que el cuarzo es un mineral muy interesante, y que, posiblemente, debido a su gran abundancia en la naturaleza, presenta en sus múltiples variedades, todos los colores y algunos más, de los matices que muestran las piedras descritas en el pectoral, y por supuesto, con unos tonos vivos y limpios. Son cuarzo, por ejemplo, la cornalina, la sardónica, el falso topacio, el ágata, la amatista, el ónice y el jaspe; siete de las piedras del pectoral. Y si, por una pequeña casualidad, las otras piedras reseñadas como rubíes, esmeraldas, zafiros, etcétera, resultase que no eran tales piedras preciosas sino piedras de esos colores, nos encontraríamos, también por casualidad, que el cuarzo presenta las mismas tonalidades cromáticas. Y además, si  bien es verdad que no son preciosas, sí que son bonitas.

Sin embargo, esta primera opción relacionada con los cuarzos, únicamente se ha expuesto como una posibilidad que va más allá de mi escasísima competencia, y por lo tanto, sólo dejaré constancia de una certeza científica:
El cuarzo, por su característica piezoeléctrica, se comporta de una manera muy llamativa:
Si le es aplicado un voltaje entre sus caras, se modifica y se comprime; y viceversa, si es comprimido, genera una tensión eléctrica bastante notable. 
Y, aunque esta peculiaridad es algo excepcionalmente útil para regular las frecuencias de las ondas de radio, no se va a insistir sobre ella y nos ocuparemos de la segunda opción:



Ahora, antes de nada, sería muy conveniente recordar que a las misteriosas piedras del pectoral se las aplicaba en nombre de Piedras de Fuego. Y también deseo hacer notar, que para aquellas primitivas culturas, el fuego y la luz tenían un significado bastante parecido, y que, si las piedras gozaban de algún tipo de luminosidad o fulgor, podían ser calificadas como piedras de fuego.
Hecha esta llamada de atención, tengamos en cuenta que, con las excepciones señaladas, todos los hombres somos capaces de distinguir y diferenciar los colores,  y, si una persona cualquiera, y me estoy refiriendo a un individuo que no sea un lúcido sacerdote levita, desea adjudicar un color a cada uno de los diez signos numéricos del 1 al 0, posiblemente procederá de esta manera:
Para los primeros siete números, elegirá cada uno de los siete colores del arco iris: rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, añil y violeta.
Para los tres números restantes se optará por

El blanco, el negro y el transparente o incoloro.

Y ya tenemos los diez.
Pero si resulta que, en vez de diez, los números son doce, las dos tonalidades restantes las buscaremos en una sencilla combinación de colores:

Así, nos decidiremos por el listado en blanco y negro de la piedra de ónice, y el circular de distintos colores de la piedra de ágata.
Y, ya tenemos los doce.

Y, ¡Oh, casualidad! ¡Oh, milagroso milagro!:

Todos y cada uno de estos colores y combinaciones cromáticas las encontramos en el pectoral.

Y ahora, retrocediendo un poco sobre la primera opción:
Si no se dice que deban ser piedras preciosas; si en el pectoral nos describen piedras que son puras rocas; si no sabemos ni siquiera a que piedra se refieren; si de todos los colores encontramos un amplio muestrario entre los cuarzos; que varios (siete) de los cristales citados en Éx. 28 son cuarzos; si además, el cuarzo nos resulta mucho más útil que los otros minerales, parece que lo más sensato es olvidarse de las otras piedras y admitir el cuarzo. A menos que…
A menos que nos decidamos por aquella segunda opción que nos decía, que en aquel pectoral no había ni una sola piedra, ni un solo cristal, y, simplemente, constaba de unos botones o pulsadores de doce diferentes colores, más o menos luminosos o reflectantes.



Vamos a leer con detenimiento el versículo siguiente: Éx. 28, 21: Las piedras estarán arregladas conforme a los nombres de los hijos de Israel: doce, según los nombres de ellos; con grabados como de sello, cada una con su nombre, corresponderán a las doce tribus.
Insisto y pregunto: ¿dónde consta el orden de adjudicación?
Todavía es más evidente en otra redacción de ese mismo versículo: Todas estas piedras irán engarzadas en oro, doce en número, según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos, así se grabarán en cada una el nombre de una de las doce tribus. Adviértase: doce en número, según el número. En cada una el nombre de una de las doce tribus. Y nada más.

Admitiremos, que si se piensa bien, tampoco era tan difícil de entender:
Hay doce piedras, teclas, pulsadores o botones de colores, en los que se deben esculpir doce nombres.


Una vez elegidos y ordenados los colores, con independencia de donaciones tribales, o de cualquier otra circunstancia que pretenda ligar nombre, color y gema, 


En el más absoluto secreto y sin mantener ningún método o sistema,

a cada una de las piedras, o mejor dicho, a cada uno de los colores, se le debe asignar y grabar el nombre de uno de los hijos de Jacob. Por lo tanto, la sola pretensión de adjudicar los nombres de las tribus por orden de su generación, a cada una de las piedras en la disposición en que son reseñadas en el texto bíblico, carece del menor fundamente. Más bien, podemos asegurar que, de la enorme cantidad posible de combinaciones, esa colocación ordenada es la única desechable.
Y debemos tener bien presente que esa dificultad, que al final deriva en una auténtica imposibilidad, está ahí porque esa fue la voluntad y decisión de Yavé.
Así debió ser, y así tuvo que ser. Y precisamente en razón de esa adjudicación del nombre al puro azar y en riguroso secreto, nosotros no tenemos posibilidad de saber que relación se estableció entre nombre y color, y por lo tanto, nos es de todo punto imposible saber que patronímico se esculpió en cada piedra (en cada pulsador de color).

Y siendo esto así, nosotros, por seguir en este “juego”, y AL MAS PURO AZAR, adjudicamos el nombre y número de orden reseñado en las piedras de ónice, a cada una de las piedras y colores del pectoral. Así nos resulta:
RUBÉN.- Nombre número 1 de las dos piedras del efod, queda grabado en el zafiro; piedra colocada en el quinto espacio del pectoral; color AZUL.
SIMEÓN.- Nombre número 2 de las piedras del efod, queda grabado en la esmeralda; piedra colocada en el tercer espacio del pectoral; color VERDE.
LEVÍ.- Nombre número 3 de las piedras del efod, queda grabado en el diamante; piedra colocada en el sexto espacio del pectoral; color AMARILLO PÁLIDO.
JUDÁ.- Nombre número 4 de las piedras del efod, queda grabado en topacio; piedra colocada en el segundo espacio del pectoral; color ANARANJADO.
ISACAR.- Nombre número 5 de las piedras del efod, queda grabado en la amatista; piedra colocada en el noveno espacio del pectoral; color VIOLETA.
ZABULÓN.- Nombre número 6 de las piedras del efod, queda grabado en el rubí; piedra colocada en cuarto espacio del pectoral; color ROJO BRILLANTE.
DAN.- Nombre número 7 de las piedras del efod, queda grabado en el ágata; piedra colocada en el octavo espacio del pectoral; color BANDAS CONCENTRICAS
NEFTALÍ.- Nombre número 8 de las piedras del efod, queda grabado en el sardio; piedra colocada en primer espacio del pectoral; color ROJO SANGRE.
GAD.- Nombre número 9 de las piedras del efod, queda grabado el ópalo; piedra colocada en el séptimo espacio del pectoral; color BLANCO TRASLÚCIDO.
ASER.- Nombre número 0 (10) de las piedras del efod, queda grabado en el ónice; piedra colocada en el decimoprimer espacio del pectoral; color NEGRO.
JOSÉ.- Nombre número 11 de las piedras del efod, queda grabado el crisolito; piedra colocada en el décimo espacio del pectoral; color VERDE PÁLIDO.
BENJAMÍN.- Nombre número 12 de las piedras del efod, queda grabado en el jaspe; piedra colocada en el duodécimo espacio del pectoral; color ROJO CON BANDAS NEGRAS.

Por favor, que nadie se confunda; recordemos que esto no supone ninguna regla ni sistema; que la adjudicación es aleatoria; que esto es un mero ejemplo; y que, por supuesto, podíamos haber tallado los nombres en las piedras de otra forma cualquiera.

Y ahora es el momento de enfrentarnos a una pregunta muy lógica, y por supuesto, ineludible:

¿Que hemos conseguido con esta coordinación entre nombres, colores y números?

Pues si releemos los versículos del nueve al doce de ese capitulo veintiocho transcritos más arriba, nos encontraremos que algo sí que hemos conseguido.


Nombre y número en las piedras de ónice del efod.
Nombre y color en las piedras del pectoral.
Por lo tanto, las tres variables son:
nombre, número y color.

Conviene que recordemos que los versículos referidos a las piedras de ónice, y que aparecen en la descripción del efod, dicen dos veces: de recuerdo y por memoria, y tengamos presente que cuando en el Éxodo un texto se refuerza con una reiteración, no es por un mero capricho. De hecho, y como evidente declaración de intenciones, cada uno de los capítulos dedicados al mobiliario está duplicado. O sea, que los capítulos comprendidos entre el treinta y cinco y el cuarenta sólo son una reiteración de los que van desde el veinticinco al treinta. Tan importantes son los asuntos tratados en esos capítulos, que Yavé y Moisés entendieron como imprescindible que los segundos fuesen la reproducción casi exacta de los primeros. No se duplicaron los capítulos de la zarza, ni las plagas, ni la travesía del mar Rojo, ni del maná, ni los Diez Mandamientos, ni siquiera la apoteósica presentación en la cumbre de la montaña de Horeb, sin embargo, Yavé o Moisés ––eso sólo Dios lo sabe––, dispuso una obligada repetición de todos estos capítulos del Tabernáculo del Ángel.

El número de combinaciones posibles entre doce colores o doce números o doce nombres es, por supuesto, astronómico. Claro que eso es lo que deseaba y decidió Yavé, puesto que si hubiera pretendido algo más simple, en lugar de recordar a los doce hijos de Jacob, hubiera citado a los tres hijos de Noé o a los dos hijos de Isaac.
Nosotros, 'también al azar', vamos a tomar un conjunto de, por ejemplo, cuatro número. Y para ello elegimos estos: 2-3-8-0
Estos cuatro números, consultadas las dos piedras de ónice, nos proporcionan cuatro nombres: (2) Simeón; (3) Leví; (8) Neftalí; (0-10) Aser.
Estos nombres, según nuestra adjudicación en el pectoral, nos proporcionan estos colores: verde, amarillo, rojo y negro.
Esos, y en ese orden, son los botones de colores elegidos.
Como se ve, de cuatro números hemos logrado cuatro nombres; estos a su vez, que nos han proporcionado cuatro colores.

Y ahora, algún lector se preguntará:
Y todo este rollo, ¿para qué?
Pues, como ya he mencionado al inicio del presente capítulo, en los comentarios a Levítico VIII de la Torah, y tratando sobre este tema del pectoral, consta textualmente: “La tradición dice que estas cosas constituyeron un secreto revelado solamente a Moisés”. Y resulta, que este caso, yo estoy completamente de acuerdo con esa afirmación. Yavé sólo facilitó la clave a su amigo Moisés. Esa fue su voluntad.

Y esa voluntad obedecía a una doble intención:
Yavé sólo se comunicaba con Moisés o con la persona por éste designada y autorizada, y para ello proporcionó un PIN (número de identificación personal).

Al mismo tiempo que esa clave facilitaba la necesaria identificación,

También proporcionaba una combinación de números que permitía lograr una exacta de frecuencia de radio, con la que se podía conseguir la más estable resonancia.
Y, si esa fue la intención y la decisión de nuestros visitantes, nosotros, el resto de los hombres, posiblemente no tengamos ni la opción ni la potestad a conocer ese secreto. Todos estamos en nuestro derecho para deducir e interpretar, pero hasta aquí hemos llegado. Si Yavé deseó que aquello quedase oculto, así será por los siglos de los siglos. Y recordemos que este trabajo no pretende descubrir secretos sino resaltar evidencias.
Pero lo que también resulta muy cierto, es que desde unos números hemos obtenido unos nombres, y desde estos, hemos identificado unos botones de colores.

Y tal vez alguien quiera preguntar: Y, ¿por qué esta secuencia numero-nombre-color?:
Sencillo:
Si una persona se viera en la necesidad de comunicarse con un individuo que hablase un idioma desconocido, y tuviese, inexcusablemente, que mencionar un nombre, o un color, o un número,  cuál elegiría de las tres opciones?
Con toda seguridad optaría por el número.
¿Por qué?
Porque, si por ejemplo, quiere señalar el número cinco, le bastaría con dar cinco golpes; todo aquel que le escuchase sabría lo que estaba señalando. Sin embargo, ¿como comunica e identificar un nombre o un color?

Yavé, con las pausas y los tiempos bien señalados, marcaba los números. A continuación, el sumo sacerdote consultaba las piedras de ónice y con esos número obtenía los nombres. Después, buscando en el pectoral, esos nombres le indicaban los colores.
De esta manera, quedaba establecida la combinación y la clave de la óptima frecuencia. 

Y ahora, una nueva 'coincidencia'; un nuevo 'puntazo' de los sutiles masoretas: 
Si reconocemos y admitimos que la más evidente realidad nos muestra que el libro del Génesis no tiene relación alguna con Moisés, también tendremos que reconocer y admitir que la Torah sólo consta de cuatro libros: Éxodo [nombres], Levítico [llamó (Yavé a Moisés)], Numeros [números] y Deuteronomio [palabras].
Pues bien, la traducción y correcta interpretación de las palabras iniciales de esos cuatro libros es ésta:


"Con nombres y números llamó Yavé a Moisés para darle su palabra".

Y también quiero reseñar, que no es absolutamente exacto que ese número que he señalado en el ejemplo haya sido escogido al azar. Ese número, el 2380, en Megahercios, es la frecuencia de radio que fue elegida el 16 de Noviembre de 1974, para emitir el famoso mensaje de Arecibo. Un mensaje, que desde aquel día, en un viaje de 25.000 años, se dirige hacia la constelación de Hércules.

Y si el lector lo desea, a continuación también podremos observar algo muy curioso:
Estábamos intentando referirnos a una transmisión de radio o un radioteléfono con sus frecuencias de las ondas, y ¡Oh, casualidad!, resulta que nos encontramos con un precioso conjunto de pulsadores de diferentes colores. Vamos a contemplar una vez más ese pectoral que contiene esos doce colores. Doce colores, que al parecer, han ser colocados horizontalmente en cuatro hileras de tres. Sabemos que a cada uno de esos colores le corresponde una piedra o cristal y un nombre; que por otra parte, cada uno de esos nombres, según el efod, tiene adjudicado un número. Ahora olvidamos nombres de piedras preciosas, nombres de cristales de cuarzo y nombres de tribus de Israel. Sólo vemos doce colores, y en cada color, un nombre, y en cada color-nombre un número.
Y, ¿qué es lo que se presenta ante nuestros ojos?
Pues nos encontramos, sencillamente, que esa especie de adorno de pedrería, el llamado Pectoral, se parece asombrosa y sorprendentemente a un mando a distancia, a un control remoto de un aparato electrónico, a un transmisor-receptor de radio, y también, por supuesto, al dial de un teclado numérico de un teléfono. Cierren los ojos y “dibújenlo” en su mente

01 - 02 - 03
04 - 05 - 06
07 - 08 - 09
10 - 11 - 12



No será un teclado alfanumérico, pero teniendo en cuenta que a través de los nombres, a cada color le corresponde un número, sin duda es un teclado "cromonumérico".
Por supuesto, podemos sustituir los tres últimos números (10, 11 y 12), que tal vez no posean utilidad alguna, por los pulsadores: ON (inicio de contacto); número CERO; OF (fin de contacto).
Resulta que estamos hablando de una radio y nos aparece un dial —un dispositivo que regula las distintas ondas de sintonía y las diferentes frecuencias—; que estamos hablando de un radioteléfono, y se nos ofrece un teclado numérico; que estamos hablando de un teléfono móvil y nos encontramos con un PIN. En definitiva, estamos hablando de telefonía y nos encontramos un fabuloso y exacto sintonizador.
Curioso, ¿verdad?
Yavé da una clave en números. Cada uno de esos números tiene adjudicado un nombre; cada uno de esos nombres tiene asignado un color.
¿Dónde está el problema?

En el mundo de Yavé, de igual forma que en los tiempos actuales en nuestro planeta, debía estar de moda regalar móviles. El Señor de los Cielos nos obsequió uno —¿acaso no es móvil un teléfono instalado en una tienda de campaña?—. Para su manejo, sólo está autorizado Moisés o la persone que él designe. Solamente ellos, mediante un mando a distancia, y con una clave, pueden poner en funcionamiento el aparato.
Parece mentira que en estos primeros años del siglo XXI, cuando cada hijo y cada hija de los hombres lleva en el bolsillo un móvil, nos sea todavía difícil aceptar que Yavé regaló uno a Moisés.

Yo no puedo asegurar que la utilidad del pectoral sea exactamente ese que yo acabo de describir, y pudiera suceder, que la versión buena sea la otra. Que la verdadera y correcta interpretación sea esa explicación que dice, poco más o menos, que Yavé descendió de los cielos y se dedicó a diseñar las ropas y las joyas de los sacerdotes levitas. Y que lo hizo con la decidida intención de que el sumo sacerdote se presentase guapo, elegante y muy “aparente” ante el resto del pueblo. Esta es la “iluminada” explicación que los administradores y representantes de los dioses nos han  suministrado durante milenios.

Después de localizar en el Tabernáculo del Sinaí unos altavoces o bocinas, unas antenas y un generador de energía, hemos encontrado además, un utensilio que, aparentemente, tiene una cierta semejanza con un teclado de doce colores relacionados con doce nombres y doce números, que fue depositado. Utensilio que quedó semi oculto en una labor de malla de lino y oro.
Claro que, por el contrario, y puesto que en esta vida todo tiene un precio, hemos perdido un hermoso baúl con sus angelotes en la tapa; una preciosa farola; una mesa dotada de una fastuosa guirnalda y  muy bien surtida de panes, de aceite de oliva y de vinos; una formidable barbacoa y un colgante de pedrería. Posiblemente, los triperos ungidos tendrán la sensación de que hemos salido perdiendo en el trueque, pero yo no pienso así; yo creo que hemos salido muy beneficiados. Y, de todas formas, en una muestra más de mi respeto por ellos, les tranquilizo y les recuerdo que, si bien han perdido el pan y el aceite, siempre les quedarán ajo y agua.



Y ahora, mientras los sacerdotes se deleitan con un estimulante refresco hidroliliáceo, y cumpliendo una de las promesas efectuadas, retomamos el asunto de los Urim y Tummim.

Puesto que, cualquier aparato eléctrico necesita una fuente de energía, vamos a intentar encontrar algo que nos sirva.
Sabemos que el pectoral no puede separarse del efod, al que debe estar unido en todo momento. Sabemos que el efod llevaba sobre los hombros los nombres de las doce tribus para recuerdo y memoria. Sabemos que el pectoral, grabado en cada piedra, lleva uno de esos mismos nombres. Y también sabemos, que el pectoral contiene los urim y los tummim que deben estar sobre el corazón.
Insisto: sobre el corazón.
Y ¿cuántas veces se hace constar?
Efectivamente, dos veces. Éx. 28, 30: Pondrás también en el pectoral del juicio los Urim y los Tummim, para que estén sobre el corazón de Arón cuando se presente ante Yavé, y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yavé el juicio de los hijos de Israel.
Yavé conoció a los hombres y “comprendió”, que lo más aconsejable era repetir las cosas, al menos dos veces.

Recordemos que el efod, su cinturón y el pectoral, son confeccionados con los mismos materiales: cordón hilo de oro entretejido y trenzado con cordones de lana y de lino.
Recordemos que el pectoral va sujeto al efod con cadenillas de oro que se enganchan en anillas; pero además, pectoral y efod se ciñen el uno contra el otro mediante el cinturón o ceñidor también confeccionado con hilos de oro.
Recordemos que el hilo de oro trenzado con lino, con lana o con otro tejido cualquiera, resulta un excelente conductor de la electricidad.
Recordemos que al estar elaborados con los mismos componentes y al permanecer unidos entre sí, el efod y el pectoral harán un buen contacto eléctrico.
Recordemos que el pectoral contiene los urim y los tummim que se colocan sobre el corazón.
Recordemos que el corazón produce energía eléctrica.
Y ahora ya no recordemos, ahora sólo admitamos que:

Yavé dejó un pequeño transmisor de radio.

Para hacerse una idea de las reducidas dimensiones de ese pequeño aparato, baste comparar las voluminosas primeras radios que salieron al mercado en la primera mitad del siglo XX, con los últimos modelos de teléfonos móviles existentes en la actualidad. Después de reparar en sus diferencias, tengamos en cuenta la asombrosa tecnología que Yavé tendría a su disposición.
Como medida de seguridad, Yavé decidió dotar al aparato de radio de un sistema autónomo e independiente para hacerlo funcionar. La radio, con su teclado de colores, estaba siempre sobre el pecho del sumo sacerdote y junto a su corazón. Y además, sólo él conocía el PIN.
Y ahora, ya no recordemos ni admitamos; sólo reconozcamos como algo indiscutible que el asunto no estaba mal pensado.

Y recordando que el corazón produce energía eléctrica, y admitiendo que Yavé  nos dejó  un pequeño transmior de radio, no deber resultarnos difícil llegar a una conclusión:

La energía necesaria para el funcionamiento del pectoral como radioteléfono y “control remoto”, la proporcionaba la electricidad generada por el corazón.
 
Al inicio de este capítulo efectué una breve reflexión reconociendo que algunas de las técnicas utilizadas por los Señores del Cosmos, o no existían todavía, o eran novísimas. ¡Vamos!, que resultan sistemas de última generación. Y ahora pregunto: ¿alguien puede dudar que en el futuro, tal vez ya en la actualidad, la corriente eléctrica que se genera en el corazón pueda ser utilizada para accionar una célula electrónica?
Pues bien, esa energía eléctrica era captada por unos "electrodos-pilas", que se recargaban mediante la electricidad del corazón y que fueron conocidos como los urim y tummim.

Salvando las distancias, el funcionamiento de los urim y tummim, posiblemente tuviese alguna semejanza con los electrodos de esos aparatos utilizados en electromedicina, que colocados sobre el pecho y mediante un cincho o malla ––recordemos el efod––, o bien, ceñidos contra el corazón, recogen sus impulsos eléctricos en el test de esfuerzo, y por supuesto, en los electrocardiogramas. Por otra parte, estos electrodos conocidos como urim y tummim, tienen también una gran analogía con nuestros actuales marcapasos.
Los marcapasos son unos aparatos o dispositivos —unos utensilios, diría Yavé—, emisores de impulsos eléctricos, destinados a regular el ritmo cardíaco. Los urim y tummim eran unos electrodos, unos componentes electrónicos, que en lugar de ser emisores, mejor dicho, que antes de ser emisores, eran receptores, captadores y amplificadores de los impulsos eléctricos producidos por el ritmo del corazón, y que realizaban la misma o parecida función que ahora tienen las “pilas” de un mando o control remoto. Claro que gozaban de una ventaja: aquellas pilas estaban muy logradas, y no se descargaban nunca mientras permaneciese junto a un corazón y comprimido contra él. Un corazón que estuviese latiendo, por supuesto.

Al final, y dedicado a ese lector que se ha perdido, o con más probabilidad, que se ha quedado traspuesto, le recuerdo que nos hemos encontrado con un invento llamado pectoral, que está dotado de las siguientes particularidades:
Que hace contacto metálico con un cincho conocido como efod, que en cada hombrera tiene dos piedras de ónice con los nombres por orden de las doce tribus.
Que el pectoral y el efod, que están elaborados con hilos de oro y de lino, además de estar unidos por cadenillas de oro, están comprimidos contra el corazón mediante un cinturón-ceñidor, también de hilos de oro y lino.
Que contiene unos electrodos conocidos como urim y tummim.
Que los urim y tummim deben presionar contra el corazón.
Que a través de los urim y tummim, debe recibir los impulsos del corazón.
Que ese pectoral presenta doce sectores.
Que esos doce sectores están distribuidos en cuatro filas.
Qque cada fila contiene tres piedras o cristales o botones de distintos colores.
Que cada una de esas piedras de cristales de colores tiene grabado un nombre.
Que para recuerdo y memoria, a cada uno de esos nombres, puestos en relación con las piedras de ónice del efod, le corresponde un número diferente entre el uno y el doce.

Por todo esto, uno se pregunta:
¿Para qué puede necesitar Yavé una urdimbre semimetálica que contiene un aparato, donde, en sus cápsulas —ésta es la palabra exacta que se utiliza en Éx. 39, 14 de Sagrada Biblia de Nacar-Colunga—, quedan engarzados doce cristales de cuarzo, y que al mismo tiempo sujeta unos utensilios denominados urim y tummim que recibe energía eléctrica del corazón?
Como suele decirse:

Ustedes mismos…

Y para dar fin a este engorroso, pero también curioso y prometedor asunto del pectoral o racional, debemos hacer una breve observación sobre su propio nombre: Pectoral del Juicio.
Sobre la palabra pectoral, ya se dijo en su momento que, en realidad, aquel objeto no era un pectoral tal y como se entendía en Egipto (metálico, rígido y cincelado), sino que simplemente estaba situado sobre el pecho. Veamos ahora la otra palabra: Juicio.

Tenemos dos opciones.

La primera está ligada a la “diadema”. En Éx. 28, 38 y refiriéndose a la “diadema” consta: Arón llevará las faltas cometidas. Y según yo entiendo esta cuestión, para determinar y calificar esas faltas, es indudable que debía de existir un juicio previo.
Como siempre han hecho en sus piadosas interpretaciones, los contritos y apesadumbrados ungidos, transubstanciaron la relación entre Yavé y los hombres; modificando aquellas conversaciones, las convirtieron en una especie de confesión y reconocimiento de pecados, delitos y faltas. Esa gente, siempre con su complejo de culpabilidad; muy justificado, por cierto.

La segunda opción para que ese pectoral fuera denominado del juicio, es de otra índole. Se debe prestar mucha atención a las traducciones, y sobre todo a la semántica, a los diferentes y a veces muy distintos significados de una misma palabra. Y resulta, que la palabra juicio tiene un buen número de sinónimos y equivalencias tales como opinión, decisión y resolución. Si por ejemplo, escuchamos que alguien ha emitido un juicio, con toda lógica podemos entender que ha dado una opinión de lo ha juzgado como más conveniente; que ha tomado una decisión; o que se ha decidido por una opción. Para mí personalmente, pectoral del juicio no significa nada, pero Pectoral de la Decisión o Pectoral de la Opción, que es lo mismo que Pectoral del Juicio, sí que puede tener una perfecta adaptación a ese enigmático complemento; un complemento, en el que cada combinación de nombres, cristales, piedras, colores o números, suponía una opción.
Pero es que, además, este utensilio es conocido por otro nombre: el racional.
¿El racional?
Efectivamente: el racional. O sea, perteneciente o relativo a la razón; arreglado conforme a la razón o dotado de razón. Me figuro que nadie, aparte de los representantes de los dioses y violadores de la razón, pretenderá para este caso derivar la palabra racional de ración.
Así, pues, tenemos un utensilio diseñado por el Señor de los Cielos, y que relaciona el juicio y la razón. Lo malo de todo esto, es que el juicio y la razón son dos conceptos muy alejados de las mentes sacerdotales, que solamente entienden de revelación e 'iluminación'; y por lo tanto, los ungidos han sido incapaces de entender justa y razonadamente, la utilidad del pectoral. Para ellos,  el Pectoral era un divino adorno.

De cualquier manera, es obvio que el nombre carece de importancia, y que lo esencial, no era la denominación sino la función como radioteléfono. Al teléfono móvil, o al mando a distancia de tu “tele” familiar, llámalo como quieras, pero procura hacerte con él.
Y sabiendo en que consistía, y para que se utilizaba el enigmático y prodigioso Pectoral, pasamos ahora a otra prenda:



Éx. 28, 31-35: (31) Tejerás el manto del efod todo él de púrpura violeta. (32) Habrá en su centro una abertura para la cabeza; esta abertura llevará en derredor una orla, tejida como el cuello de una cota, para que no se rompa. (33) En todo su ruedo inferior, harás granadas de púrpura violeta y escarlata, de carmesí y de lino fino torzal; y entre ellas, también alrededor, pondrás campanillas de oro: (34) una campanilla de oro y una granada; otra campanilla de oro y otra granada; así todo el ruedo inferior del manto. (35) Arón lo llevará en su ministerio y se oirá el tintineo cuando entre en el Santuario, ante Yavé, y cuando salga; así no morirá.
Éx. 39, 22-23: Se hizo la sobretúnica del efod, toda de una pieza, tenía en medio una abertura semejante a la de una cota y con un reborde todo en torno para que no se rasgase.

Puesto que en el libro del Éxodo cada palabra tiene su especial importancia, y pretendiendo resaltar el sobrenombre de esta prenda, nos preguntamos:
¿Cómo es denominado ese manto o sobretúnica?
Pues a la vista está; ese mantón es nombrado como manto o sobretúnica del efod.
Y, ¿qué se puede pretender al adjudicar ese nombre?
Con esta especificación, el cronista pretendió resaltar la evidente relación entre el manto o sobretúnica y el efod. Y recordemos que en aquellos tiempos y para aquellas gentes, efod y pectoral significaban lo mismo.
Además del nombre de la prenda, manto o sobretúnica del efod, a continuación debemos reparar en el hecho de que en su urdimbre no hay hilos de oro, sino que está tejido en púrpura violeta y escarlata,... de carmesí y de lino fino torzal.
¿Y a que puede ser debido?
Pues se debe, sencillamente, a que este manto no precisaba entramado semimetálico porque no estaba diseñado para mantener ningún contacto eléctrico.
Recordemos nuevamente, que se debe sustituir vestiduras sacerdotales o sagradas por equipamiento necesario.

Después del nombre y del tejido, dos cosas llamaron mi atención cuando estudié esta cuestión: la forma o hechura de ese ropaje y las campanillas en alternancia con las granadas.
Veamos primero la hechura, la forma de esa prenda.
De la redacción del texto se desprende que la sobretúnica era muy semejante a una casulla, a un capote-poncho, o sea, una prenda del tipo sobretodo que se introducía por la cabeza.
Y cabe preguntarse: ¿por qué?, ¿por qué legislar también sobre le hechura y la apariencia de la ropa?, ¿qué pretendía Yavé al ordenar esa forma para el manto?
Puesto que era una orden de Yavé, el asunto debía tener una explicación.
Y la tenía; y la tiene.

Por dos veces repite el texto la palabra abertura. No se reitera la descripción de las campanillas y las granadas, pero sí se incide otra vez sobre la abertura. Por lo tanto, no puede existir la menor duda: la sobretúnica debía tener una abertura para la cabeza. Y, lógicamente, tenía que ser una abertura reforzada para que no se desgarre.
Y lo único que puede justificar esa especial hechura del manto del efod, es la posible intención de Yavé, de que el efod, y por supuesto, el pectoral, permaneciesen ocultos. Y para conseguir eso, el pecho del sumo sacerdote debía quedar vedado a la vista del pueblo; y resulta, que una túnica 'corriente', abierta por la parte delantera no servía para el caso. Sin embargo, la túnica del efod, con esa característica hechura era ideal.
Esta deducción nos conduce a una conclusión: El efod y el pectoral no se colocaban sobre el manto o túnica, sino que, lógicamente, se encontraban debajo de él, tapados y cubiertos por él.
Con esta interpretación se da respuesta a una pregunta planteada cuando se inició el tema del efod. Ahora ya sabemos la razón por la cual, nadie sabía como era el efod. Siempre que el sumo sacerdote lo llevaba puesto, permanecía oculto bajo la sobretúnica o manto del efod. De todas formas, al final de este capítulo, tal y como se prometió al principio, vestiremos al sumo sacerdote.
Veamos ahora el asunto de las campanillas.

Aquellos lectores que hayan contado las veces que en el texto bíblico que se repite la palabra campanilla, han podido pensar dos cosas: o que estaba leyendo Peter Pan, o que este asunto de las esquilillas de oro de la sobretúnica tenía su importancia.
Esos cencerrillos de la sobretúnica, según se ha dicho en comentarios a los textos bíblicos, son la reminiscencia de una antigua superstición, por la cual, aquellas gentes creían que las campanillas espantaban a los malos espíritus. Según esto, y teniendo en cuenta que fueron ordenadas por Yavé, deberíamos entender que el Señor de la Gloria era supersticioso. Y como eso no es ni serio, debemos suponer que tenían otra significación, o sea, una distinta utilización.
Y como siempre, el proceder de Yavé tiene una sensata explicación.
Para mí, en principio, la sobretúnica, y además de un “sobretodo” que oculta el efod y el pectoral, es simplemente un avisador acústico; si se prefiere, es una especie de “chivato”. Y se oirá el tintineo.
Lo cierto es que a mí no me parece muy importante si Arón se pone unas campanillas en el manto o entra en el santuario tocando las castañuelas y acompañandose de una pandereta. ¿A nosotro s qué más nos da? Pero no nos engañemos, en estos textos de las escrituras no hay nada que carezca de importancia, y si realmente resulta una simpleza es, o porque no hemos sabido interpretarlo o porque no es obra de Yavé, sino que es la consecuencia de alguna reflexiva congregación de sacerdotes levitas que no sabían ni lo que decían.
El asunto era así:
Puesto que Yavé había aconsejado la máxima discreción en lo que se refiere al efod y al pectoral, —ésta no es una interpretación mía, sino que tal y como ya he citado, así consta en los comentarios al capítulo octavo del Levítico—, cuando el sumo sacerdote salía de su tienda y se encaminaba al Tabernáculo revestido con los atuendos sagrados ––con el equipamiento necesario––, debía ir advirtiendo de su presencia. Las campanillas informaban que el sumo sacerdote se dirigía al santo recinto. Posiblemente, en esas circunstancias, el pueblo debería permanecer postrado y sin levantar los ojos.
Por otra parte, además de Moisés y de los hijos de Arón, a la Tienda de la Reunión —no al Santísimo—, también tenía acceso Josué, los príncipes de las tribus, los ancianos, los jefes de millar e incluso otras personas requeridas por Moisés. Pues bien, nadie excepto Moisés podía estar presente cuando el Sumo Sacerdote, en el ejercicio de su importantísimo cometido y revestido con la sobretúnica, penetraba en el Tabernáculo. Arón avisaba con las campanillas de su capa y el recinto quedaba despejado.
De esas granadas que alternan con las campanillas, yo no he logrado extraer deducción alguna.

Pasemos ahora al punto siguiente, y tengamos en cuenta, que esa especie de corona resulta especialmente interesante.



Éx. 28 (36) Harás una lámina de oro puro, y grabarás en ella como se graban los sellos: “Santidad a Yavé”. (37) La sujetarás con una cinta de jacinto a la tiara por delante. (38) Estará sobre la frente de Arón, y Arón llevará las faltas cometidas en todo lo santo que consagren los hijos de Israel en toda suerte de santas ofrendas; estará constantemente sobre la frente de Arón ante Yavé, para que hallen gracia ante él.
Lo primero que deseo resaltar es la inscripción. Según el texto bíblico esa lámina tenía grabadas estas palabras: Santidad a Yavé.

Bueno, ¿por qué no? Nadie va a discutir la importancia de la palabra santidad. Pero, lo que sí debemos hacer, nuevamente, es destacar su verdadera acepción. Santidad significa limpieza, decencia, honradez e integridad. Esa inscripción de la chapita quería aconsejar: juega limpio con Yavé; o lo que es lo mismo, Yavé reconoce e identifica tu integridad; o lo que también y en definitiva significa: no intentes mentir a Yavé; o al menos, no lo hagas mientras sobre tu frente lleves ese polígrafo detector de mentiras.

Se afirma, y así lo he visto en comentarios a las Sagradas Escrituras, que esta diadema es un añadido muy posterior a la época del Sinaí y que constituye una clara referencia y sintonía con la corona real. Bien, eso es lo que se dice, pero también es cierto que se han dicho muchas cosas, y que según se iban perfeccionando, eran cada vez más absurdas y disparatadas. Y, posiblemente, en este caso, alguna casa reinante quiso arrimar el ascua a su sardina.
No obstante, lo indiscutible es, que en el Éxodo consta que esa lámina se fabricó porque Yavé así se lo ordenó a Moisés en la montaña del Sinaí. Y yo así lo creo, y además tengo mis razones. Y no debemos olvidar que aquellos pastores, por aquellos tiempos, no tenían ningún rey, y que tuvieron que sufrir más de doscientos años para disfrutar de los beneficios que les reportaría la monarquía.
Así pues, de referencia y sintonía con la realeza, nada de nada.
Lo siguiente que se debe resaltar, es el hecho de que esta “diadema” no es citada en Éx. 28, 4, cuando se hace relación de las vestiduras y complementos que se han de elaborar. Y con sinceridad, no sabe uno cual pueda ser la causa de esa omisión. Claro que, siempre nos quedará la opción de interpretar que esa lámina estaba considerada como parte integrante de la tiara. Y la tiara sí que se cita; aunque sólo se describa con un mezquino:“también de lino”.
A continuación recordemos, el ya muy citado versículo dos del capítulo veintiocho del Éxodo, donde refiriéndose a las vestiduras de los sacerdotes, y según las distintas versiones o traducciones, se hace constar que fueron creadas para honra y hermosura, o para gloria y ornamento o para majestad y esplendor. Como se puede apreciar, aquellos levitas seguían inspirados por la más honrosa, hermosa, gloriosa, ornamental, majestuosa y esplendorosa ignorancia. Según ese versículo, y tal y como ya se ha mencionado, la intención del Señor de los Cielos no era otra sino que adornar y acicalar al sumo sacerdote. Y no me digan que el asunto no presenta una gran vis cómica: Un “dios” desciende a la Tierra y se entretiene vistiendo y adornando un muñeco. Desde luego, la interpretación levítica tiene delito, y es muy comprensible e incluso justificable su sentimiento de culpabilidad.
Y además, si ése hubiese sido el propósito de Yavé; si la pretendida intención del Señor del Cosmos era adornar al Sumo Sacerdote, cabe preguntarse: ¿por qué no ordenó que se hiciesen otras joyas?; ¿por qué no encargó al joyero Besalel que fabricase un báculo, un abanico de oro y pedrería, unos brazaletes, unas pulseras, unas ajorcas para los tobillos, un collar, una gargantilla, unas sortijas, unos pendientes o unas narigueras? ¿Por qué no? Hubiera quedado muy propio. Sin embargo, no sucedió así. Después del pectoral, Yavé únicamente ordena que se fabrique la famosa “diadema”. Seguramente, los levitas pretendieron que el sumo sacerdote apareciese imponente e impresionante ante el pueblo. Seguro que sí; pero eso a Yavé le importaba muy, muy poco. El Señor de la Gloria, únicamente se preocupaba de que el sumo sacerdote, para su función como operador de radio, se presentase en el tabernáculo, limpio, santo y con el “equipamiento necesario”; con los utensilios, adecuados para el cumplimiento de su misión.

Con estos comentarios únicamente he pretendido resaltar, que esta “diadema” tiene muy poca relación con adornos, hermosuras, ornamentos o esplendores, y menos todavía, con una corona real. Sencillamente, esa “joya” es, pura y simplemente, una lámina de oro. 

Y además debemos preguntarnos: ¿debe ponerse en la cabeza como una corona? Porque lo que resulta indudable es que una corona se coloca en la cabeza.
En ningún sitio consta que debía colocarse en la cabeza.
Entonces, ¿dónde debe colocarse esa lámina de oro?
Pues esa lámina de oro debe colocarse en la frente.
¿Y la frente no es la cabeza?
No nos liemos. La frente, lo mismo que los ojos, la nariz y la boca, está en la cara. Naturalmente, que la cara está en la cabeza, de la misma forma que la cabeza está en el individuo. Pero, si por ejemplo, colocas unos pendientes en las orejas, nunca se debe decir: tenía unos pendientes en la cabeza; y si nos referimos a alguien que necesita gafas, nunca diremos: usa gafas en la cabeza. En la frente, allí se debe colocar esa lámina de oro.
¿Y cuántas veces se dice que es en la frente donde debe colocarse esa lámina?
Efectivamente, dos veces. Y las dos veces en el versículo treinta y ocho.
Así, pues, recapitulemos: las piedras de ónice del efod sirven para memoria y recuerdo; los urim y tummim del pectoral deben ser colocados sobre el corazón y sobre su corazón; la sobretúnica tendrá en medio una abertura, y esta abertura; la diadema debe situarse sobre la frente y sobre su frente. Un sitio para cada cosa y cada cosa en su sitio; y además, señalado por duplicado. No sé si sería orden de Yavé o iniciativa de Moisés, pero el asunto quedaba bastante claro.

¿Es posible que durante siglos nos hayan estado vendiendo que aquella sorprendente indumentaria la diseñó Yavé para adorno del sumo sacerdote?
Pues sí; es muy, muy posible que nos hayan vendido esa patraña. Y también es muy posible que los hombres, en nuestra inocencia, hayamos estado comprando esa absurda interpretación. Por eso, ahora no puedo ni quiero resistirme a transcribir uno de los comentarios que constan en la Torah en relación con las vestiduras sagradas y la consagración de los sacerdotes. Dice así:
Había tres clases de vestimentas del sacerdote. El cohen común vestía túnica, calzones, mitra y cinto. El sumo sacerdote vestía a más de las cuatro prendas citadas, manto, efod, pectoral y lámina de oro. 

Hasta aquí, el comentario se presenta bastante acertado; se puede decir que totalmente acertado. Pero si seguimos leyendo, podremos disfrutar de una genial ocurrencia:

Las vestimentas de los sacerdotes hacían perdonar los pecados del pueblo: El pectoral, el pecado de injusticia; la capa ––¿qué capa?, ¿de dónde ha salido esa capa?, ¿desde cuando el efod es una capa?––, el de idolatría; el manto, en cuyo borde había setenta y dos campanillas, el pecado de maledicencia; la túnica, los crímenes sanguinarios; la tiara, el orgullo; el cinto, los pensamientos malos; la lámina, la impertinencia; los calzones, los pecados sexuales.

¡Original! ¡Muy original! ¿Es o no es una genial ocurrencia? ¿Qué les ha parecido el parrafito de expiación? Dependiendo de la ropa que se pusiese el sacerdote, su dios perdonaba los pecados del pueblo. Es de suponer que otros pecados que no son mencionados, tales como la avaricia, la envidia, la traición, el hurto, la pereza, etcétera, quedaban pendiente de la invención del chándal, anorak, corbatas, bufandas, guantes y, por supuesto, del descubrimiento de la boina.
Lo cierto es que los levitas tenían su ingenio, y también es cierto que lo usaban para burlarse y aprovecharse de sus paisanos. Pero a estas alturas ya no cabe el asombro. Siempre han hecho lo mismo: inventarse “pecados”, para que el individuo, sintiendo pesadumbre por su vergonzoso comportamiento, buscase el divino perdón de su dios. Una redentora clemencia que, naturalmente, sólo se podía conseguir a través de la generosa intercesión del bondadoso y piadoso sacerdote.
¿Seguimos comentando?; ¿merece la pena?



Según el versículo treinta y ocho: Estará sobre la frente de Arón, y Arón llevará las faltas cometidas..., Al parecer y según estas palabras, la misión, la utilidad proclamada de esa lámina, no es otra que hacer posible o facilitar que Arón pueda llevar las faltas cometidas.
Es una posibilidad; pero no parece muy lógico que para presentar una culpa, para aceptar una falta ante Yavé, el sumo sacerdote deba ponerse una lámina de oro en la frente. No es muy comprensible, pero, efectivamente, es una alternativa. Es como si te quisieran aconsejar:

Si deseas que te perdone ponte un gorro.

Como digo, puede ser que la “diadema” sirva para eso, para llevar las faltas cometidas, pero, como mínimo, parece un poco rebuscado. Sin embargo, al final de ese mismo larguísimo versículo treinta y ocho, y con la evidente intención de recalcar la palabra frente, dice: estará constantemente sobre la frente de Arón ante Yavé, para que hallen gracia ante él. Y esta segunda explicación sobre el uso de la lámina, tiene más consistencia; y además, se ajusta perfectamente a la teoría, o si se prefiere a la creencia, que nos asegura que Dios puede leer nuestros pensamientos.

La interpretación que se puede efectuar de este asunto de la lámina de oro es la siguiente:
Posiblemente, para conocer todos nuestros pensamientos, o lo que sería lo mismo, para escuchar la “verdad” de los hombres, Yavé se servía del sumo sacerdote.
Debemos reparar en el plural: ... para que hallen gracia...
¿Quiénes deben hallar gracia y ante quien?
Por supuesto, los hijos de Israel, en definitiva los hombres, y ante Yavé.
Yavé quería saber la verdad, y es bastante evidente, que toda palabra que sale por la boca del hombre no tiene por fuerza que ser la verdad. Sin embargo, aquello que con limpieza y sinceridad pensamos, puede que sea un error, y posiblemente lo sea, pero es la verdad. Al menos es nuestra verdad. Y esa verdad, precisamente esa, acertada o errónea, es la que Yavé deseaba conocer.
Por otra parte, para poder perdonar es preceptivo juzgar. Y para poder juzgar, si es posible, se debe escuchar.
Yavé, para conocer nuestros pensamientos, o lo que es lo mismo, para escuchar nuestra verdad, se procuró una forma de contacto que presenta algún parecido con un electroencefalógrafo.
Que nos entendamos, sólo he dicho algún parecido con el electroencefalógrafo. Y, ciertamente, no tengo inconveniente en reconocer que esto se está semejando mucho a un hospital; antes hablábamos del electrocardiograma y del marcapasos y ahora del electroencefalógrafo. Pero, ¿qué quieren?; mientras que no se invente una palabra como "antenofrenia", o alguna otra idiotez semejante que nos facilite la identificación de esa lámina que captaba los pensamientos, tendremos que apañarnos así.
Como un polígrafo de ultima generación, no hacía ninguna falta que Arón pronunciase ni una sola palabra, ni el más leve sonido. Registrado y amplificando los impulsos eléctricos emitidos por las ondas cerebrales del sumo sacerdote ––que no debían de ser muchas debido a su escasez de neuronas––, Yavé podía interpretar el pensamiento de Aarón. Eso sí, la chapa metálica debía estar colocada sobre la frente cuando se presentase ante Yavé.
Por supuesto, tengo muy presente, que esa especie de electrodo, esa sensible lámina metálica, debía ser alimentada eléctricamente. Y aquí, nuevamente, me remito a lo expuesto acerca de los urim y su funcionamiento a través de la energía generada por el corazón. ¿Alguien duda, que muy pronto, tal vez ahora mismo, se puedan traducir, interpretar y amplificar los impulsos eléctricos del cerebro y, de esta manera, sin que el sujeto articule una sola palabra y sin que abra la boca, se consiga comprender lo que una persona desea decir? Y una vez conseguido esto, ¿alguien puede dudar que esa interpretación y traducción, nuevamente amplificada, pueda ser recibida a miles de kilómetros de distancia? De todas formas, por el hecho de que el hombre todavía no posea la técnica suficiente, no debemos negar esos conocimientos a Yavé.

Según yo interpreto este asunto, resulta que Yavé percibía y recibía nuestros pensamientos, o lo que es lo mismo “escuchaba nuestra voz”, sirviéndose de la lámina metálica que debía estar colocada sobre la frente del sumo sacerdote. Y me gustaría añadir, y esto tampoco es ciencia-ficción, que desde hace ya bastantes años se ha estado investigando sobre la posibilidad de utilizar una versión modificada del electroencefalógrafo, que además de registrar las ondas eléctricas cerebrales, permita, anulando la voluntad del individuo, influir sobre su conducta o al menos imposibilite su capacidad para ocultar la verdad.

Y ahora, un pequeño paréntesis para realizar una precisión que puede reforzar mi hipótesis sobre esta lámina:
Resulta que Yavé, además de permanecer un considerable periodo de tiempo con los hebreos, también visitó y estableció contacto con otros pueblos y civilizaciones. Nadie, excepto los ungidos sacerdotes levitas, puede afirmar que Yavé, cuando visitó a los hombres, solamente habló con unos pastores hebreos en la península del Sinaí, y que no visitó otros lugares del mundo. Basta recrearse con las innumerables tradiciones y leyendas que muchas civilizaciones han conservado desde su más remota antigüedad en las que hacen mención de dioses que descienden de los cielos.
Entonces, para poder “entenderse” con las muy diferentes gentes que hablaban muy distintas lenguas, es muy posible que Yavé utilizase una lamina metálica que los hijos de los hombres debían colocar sobre su frente; desde la nave Gloria interpretaban y “traducían” el pensamiento del interlocutor.
Y, aunque estos temas se escapan de aquello que se pretende tratar en este trabajo, de todas formas, y haciendo otra pequeña excepción, cabe preguntarse:
Si Yavé visitó otros lugares del planeta, lo cual es una absoluta certeza para mí, ¿cuál es la causa, por qué razón, no tenemos constancia cierta de su presencia entre esas gentes?

Solamente dispongo de una respuesta que lo explique y justifique:
Además de que son muchas las etnias desaparecidas en los últimos tres mil años, resulta, que en innumerables lugares del mundo tienen todavía la memoria de la visita de los dioses y continúan aguardando su retorno.
Pero por encima de eso, sucedió, que en ningún otro sitio encontró Yavé a un hombre como Moisés. Un hombre asombroso que comprendió lo que estaba ocurriendo en aquel momento, que fue capaz de conseguir la amistad de un “dios”, y que, por tener un enorme corazón y amar extraordinariamente a sus semejantes, se preocupó y se ocupó de que las nuevas generaciones de hebreos, en su largo aislamiento del Sinaí, memorizasen los sucesos ocurridos. Este comportamiento, unido a una endogámica legislación que potenciaba el aislamiento de aquel pueblo, es lo que ha facilitado durante milenios la supervivencia de unos relatos excepcionales.
Por esa razón sabemos de la presencia de Yavé entre los hijos de Israel, y no tenemos noticias ciertas de su “visita” a otros pueblos del planeta. Pero, sin la menor duda, y como es absolutamente lógico, Yavé recorrió toda la Tierra. Y además, deberemos admitir que, posiblemente, no fuese el mismo Yavé, pues con toda probabilidad, aquellos visitantes estarían agrupados en varios “equipos de expedicionarios”.

Una vez cerrado este paréntesis, y ya finalizado el tema de la lámina de oro, de aquel mismo sorprendente armario de la Pasarela Sinaí, descolgamos otro ropaje.



En Éx. 28, 4 se dice: Harán las vestiduras siguientes: Un pectoral, un efod, un manto o sobretúnica, una túnica bordada, una tiara y una faja o un cinturón.
Ya hemos tratado sobre el pectoral, el efod, el manto o sobretúnica del efod y la diadema o lámina como parte de la tiara; ahora estudiaremos la túnica bordada. Y es ésta una prenda, que por lo que nos está indicando su diseño, resulta francamente interesante.
Estas son distintas redacciones que de un mismo versículo relacionado con ésta túnica, he obtenido de diferentes traducciones de los textos bíblicos. Éx. 28, versículo 39:

La túnica la harás de lino.
Tejerás la túnica con lino fino.
Harás la túnica de cavidades con lino.                                                                   Tejerás a cuadros la túnica.
Cualquier persona que lea en el Éxodo, que Aarón tenía una túnica a cuadros, puede, con toda la razón, hacer dos interpretaciones: entender que Moisés iba vestido de escocés o de príncipe de Gales, o también, suponer que el Sumo Sacerdote hebreo llevaba una vestidura confeccionada con trozos cuadrados de lino, cosidos unos con otros. ¿Acaso no es cuadrado el pectoral? Pues lo mismo. Y además, es muy lógico interpretarlo así. Si a un tejedor o a un sastre, le encargas una túnica a cuadros, te va a confeccionar una túnica con distintos trozos de tela, o al menos, con un tejido que presente dibujos en cuadro.
Alguien podría pensar que esto de los cuadros no es importante. Y ese alguien acertaría, porque no es importante. Y no es importante, por la sencilla razón de que es importantísimo. No es lo mismo una túnica confeccionada con trozos de lino bordado, cosidos unos con otros, que aquella túnica que Yavé ordenó que se tejiese.
Según las distintas versiones, tenemos una túnica tejida de lino fino (transparente o al menos traslúcido), bordada, en cavidades y a cuadros.
Y todo esto, ¿saben para que?
Pues para hacernos saber, simplemente, que aquella era una túnica de encajes de lino, de calados o de puntillas.
En aquel momento se acababan de inventar las transparencias. Al menos, para los sacerdotes. Y, ya les anuncié al principio de este capítulo, que en esta pasarela tendríamos transparencias.
Y, ¿para qué esa transparencia?, ¿era la moda?, ¿acaso, era muy sexy?
Aunque resulte un tema muy atractivo, no vamos a entrar en la erótica. Es verdad, que en el Egipto antiguo eran bastante frecuentes las labores de lino tenue o sutil, calado, deshilado o cortado, pero obviamente, esas no fueron las razones para que Yavé ordenase la confección de una túnica de encajes.

La causa que obligó a diseñar esa vestidura es la siguiente:
Evidentemente, el sacerdote tiene que ir vestido. Yo creo que muchos estaremos de acuerdo al menos en esto: el sumo sacerdote no debe ir desnudo. Sin embargo, cualquier ropa confeccionada con un tejido más o menos tupido, impediría, o al menos limitaría y dificultaría, el adecuado y deseado contacto entre el corazón y los urim y tummim del pectoral. Por esa razón, una túnica de encajes o de calados cubriría su desnudez, y al mismo tiempo facilitaría el conveniente contacto eléctrico de las pilas-electrodos.
Aquel que sienta curiosidad y quiera ver una especie de túnica de calados, sólo tiene que asistir, en directo o por televisión, a cualquier centro médico donde se esté practicando una prueba de resistencia, o un test de esfuerzo a un famoso deportista. Entonces observará, que el torso del ídolo de las multitudes ha sido enfundado con una especie de red-camiseta que sujeta los electrodos del electrocardiógrafo. Ese o parecido, es el cometido de la famosa túnica de lino bordada en cavidades a cuadros.
Dígame usted don Levita: ¿Es fácil y lógica la utilización que aquí se propone para esa túnica de calados, o sigue usted prefiriendo la exquisitez de las delicadas transparencias?



Con una túnica de encaje o calados, sí que tiene una absoluta justificación la existencia de los calzoncillos. Éx. 28, 42: Hazles también calzones de lino, para cubrir su desnudez desde la cintura hasta los muslos.
Como también señalé al principio de este capítulo, lo de los calzones tiene su guasa, pero menos. Y como se puede apreciar, todo se complementa y tiende al logro de un fin muy determinado y decidido por Yavé.



Y ahora, tal y como prometí, creo que es el momento de vestir al sumo sacerdote. Nosotros, por respeto y pudor, no volvemos de espaldas mientras se coloca los calzoncillos.

Una vez con los calzones en su sitio, el Sumo se pone la túnica de encajes y se ciñe con un cinturón —es ese cíngulo que no lleva oro (Éx. 28, 39 y Éx. 39, 29)—. A continuación, lo verdaderamente importante de todo este conjunto de adornos y utensilios; lo que da entidad y explicación a todos los capítulos olvidados: sobre esa túnica de puntillas se coloca el efod, y unido al efod, el asombroso pectoral. Todo bien ajustado contra el corazón valiéndose del cinturón o ceñidor del efod —ese otro cinturón, que sí que lleva oro en su confección (Éx. 28, 8 y Éx. 39, 5)—; luego en la cabeza se coloca la tiara, y por último, en la frente, se sujeta la lámina de oro.

Y, ¿qué hacemos con la sobretúnica o manto del efod?
El manto o sobretúnica, como ya he dicho, sólo servía para entrar o salir del tabernáculo. Arón lo llevará en su ministerio y se oirá el tintineo cuando entre en el Santuario, ante Yavé, y cuando salga; así no morirá. Era una especie de abrigo o manto sin mangas y con campanillas, que tenía una hechura y un sistema de colocación semejante al de los ponchos. Y que, siendo su utilidad ocultar el efod y el pectoral, así como advertir de la presencia del sumo sacerdote revestido de todos sus distintivos, después, en el interior del tabernáculo y ante al arca, ya no tenía ninguna función, y por lo tanto, se podía prescindir de ella. En más, ante el arca era del todo inconveniente.

Yo no sé, si al sumo sacerdote ataviado con sus vestiduras sagradas, se le vería con gloria y ornamento, pero sin la menor duda hemos de reconocer que se presentaba ante el pueblo muy compuesto y aparente. Y, sobre todo, y esto es lo verdaderamente importante, dotado del equipamiento necesario para su misión.



Con excepción de la tiara que se ponía en la cabeza y de la lámina de oro que, como una parte de la tiara, se colocaba en la frente, todas las demás vestiduras y complementos estaban diseñados para la utilización del pectoral sujeto por el efod.

El pectoral (o contenedor del pectoral) era una pieza tejida de lino y hilos de oro que contenía un pequeño transmisor-receptor de radio dotado de doce pulsadores de distintos colores, que tenían la misión de poner en funcionamiento el aparato y modificar las frecuencias de radio, adaptándolas a la longitud de onda más adecuada. Cada color tenía grabado el nombre de una de las doce tribus, y cada tribu, a través de las dos piedras de ónice del efod, tenía adjudicado un número.
Los urim y tummim, que estaban también en el pectoral, eran electrodos-pilas que captaban y amplificaban la electricidad producida por el corazón para alimentar ese radioteléfono.
El efod y su cinturón tenían la triple misión de:
Sujetar el pectoral.
Presionar a los urim y tummim contra el corazón.
Contener en sus hombreras las dos piedras de ónice. En cada una de las cuales estaban grabados seis de los nombres de las tribus hebreas, y que además, al estar escritos por orden de nacimiento, relacionaban nombre con número.
La túnica de calados o encajes permitía un óptimo contacto entre los urim y el corazón.
La sobretúnica tenía la doble misión de ocultar a la vista de extraños ese conjunto de efod y pectoral, y al mismo tiempo, y valiéndose de las campanillas, avisar de la proximidad del sumo sacerdote.
Y por último, y deplorando no tener un mínimo de datos que permita interpretar la, en mi opinión, oculta pero importantísima utilidad de la tiara, sólo deseo recordar, que la lámina de oro o “diadema”, como destacado componente de esa tiara-antena, era un captador de las ondas eléctricas cerebrales y se alimentaba energéticamente mediante las variaciones de potencial eléctrico del cerebro.

Con esto hemos llegado al final del capítulo veintiocho del Éxodo, con el cual damos término a esos capítulos olvidados, que yo he definido como los grandes desconocidos.
Y ahora es cuando, "en contra de mi voluntad", me veo obligado a dirigirme a los ungidos levitas para hacerles llegar:



Muy mal, mis queridos y respetados sacerdotes levitas. Muy mal entendido y pésimamente interpretado. Y no habrá sido por precipitación o falta de tiempo.
Y digo que lo hicisteis muy mal, porque:

El tabernáculo no era ni un templo, ni una morada de Yavé.
El arca no era el baúl de los recuerdos.
El candelabro no era una lamparilla para iluminar a nadie.
La mesa de los panes no era una mesa, ni se diseñó para comer y beber.
El altar de los holocaustos no era un altar, ni una barbacoa, ni en él se debía ofrecer ningún holocausto.
El altar de los perfumes no era un altar, era un incensario.
Los óleos y los perfumes no estaban elaborados para perfumar los virtuoso cuerpos de los levitas.
Las vestiduras sacerdotales no eran para que “el sumo” apareciese chachi y molón, como un paleto con coche nuevo en las fiestas de su pueblo. Eran el equipamiento necesario para la utilización del pectoral y del resto del conjunto.
Por todo esto, y después de hacer llegar hasta vosotros mi amable y constructiva crítica, admito y reconozco, humildemente, que tenéis el mérito del récord:

Se puede acertar poco, pero no se puede acertar menos.

Las vestiduras sacerdotales eran el equipo necesario para el operador de radio. Todos sus componentes: túnica calada, sobretúnica, ceñidores y calzoncillos, están al servicio del pectoral. El pectoral, unido y sujeto al efod, se oprimía contra el pecho del sumo sacerdote (operador de radio), y mediante los urim-tummim, se alimentaba electrónicamente de la energía generada por el corazón. La diadema ampliaba las ondas cerebrales del sumo sacerdote, facilitando la interpretación de los pensamientos.




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ÉXODO 3-14